Un humanismo para los simios y cyborgs que somos
En el libro Imperio, Michael Hardt y Antonio Negri, se detienen a analizar los orígenes revolucionarios de la idea de Modernidad y cómo ésta se caracterizó ante todo como un proceso seculador que atacaba las ideas de trascendencia (Dios como organizador del orden social) para descubrir un plano de inmanencia en el que los hombres eran responsables de los asuntos de su propio mundo. Este descubrimiento, el de la inmanencia, provocó en los primeros pensadores modernos una visión dualista del universo, de la ciencia y el ser: el Hombre adoptó características divinas para organizar el mundo y disociarse de él. No obstante, también fue esta misma revolución, ocurrida entre los años 1200 y 1600, la que llevó a Spinoza a formular un proyecto filosófico de la inmanencia (Deus sive Natura) hoy retomado por el pensamiento llamado post-moderno y que hoy es fundamental para preguntarnos sobre el humanismo en una época que atraviesa grandes retos respecto su relación con la naturaleza y los avances científicos que nos hacen posthumanos.
El humanismo después de la muerte del hombre
Los trabajos finales de Foucault sobre la historia de la sexualidad dieron nueva vida a aquel mismo impulso revolucionario que animó al humanismo del Renacimiento. El cuidado ético del sí mismo reaparece como un poder constitutivo de la autocreación. ¿Cómo es posible que el autor que tanto se esforzó por convencernos de la muerte del Hombre, el pensador que alzó la bandera del antihumanismo a lo largo de toda su carrera, termine por defender estos principios centrales de la tradición humanista? No queremos sugerir aquí que Foucault se contradice o que ha invertido su posición inicial; justamente él que tanto insistió sobre la coherencia de su discurso. Antes bien, lo que hace Foucault en su obra final es formular una pregunta paradójica y apremiante: ¿qué es el humanismo después de la muerte del Hombre? O, más precisamente, ¿qué es un humanismo antihumanista (o posthumano)?
Con todo, la pregunta es sólo una aparente paradoja que deriva, al menos en parte, de una confusión terminológica entre dos nociones diferentes de humanismo. El antihumanismo que constituyó un importante proyecto para Foucault y Althusser en la década de 1960, puede vincularse efectivamente a una batalla que Spinoza libró trescientos años antes. Spinoza denunció cualquier comprensión de la humanidad como un imperium in imperio. En otras palabras, se negó a asignar a la naturaleza humana cualquier ley que fuera diferente de las leyes de la naturaleza en su conjunto. Donna Haraway continúa en nuestros días el proyecto de Spinoza, cuando insiste en derribar las barreras que levantamos entre seres humanos, los animales y la máquina. Si concibiéramos al Hombre como un ser separado de la naturaleza, el Hombre no existiría. Este reconocimiento es precisamente la muerte del Hombre.
Sin embargo, este humanismo no necesariamente se opone al espíritu revolucionario del humanismo del Renacimiento(…) desde Nicolás de Cusa a Marsilio de Padua. En realidad, este humanismo procede directamente del proyecto secularizador del humanismo renacentista o, más precisamente, de su descubrimiento del plano de inmanencia. Ambos proyectos se fundan en un ataque a la trascendencia. Hay una estricta continuidad entre el pensamiento religioso que atribuye a Dios un poder que está por encima de la naturaleza y el pensamiento <secular> moderno que atribuye ese mismo poder sobre la naturaleza al Hombre. Lo que se hace es simplemente transferir la trascendencia de Dios al Hombre. Como Dios antes que él, este Hombre separado y ubicado por encima de la naturaleza no tiene cabida en la filosofía de la inmanencia.Como Dios, también esta figura trascendente del Hombre conduce pronto a la imposición de la jerarquía y la dominación sociales. El antihumanismo se concibe pues como un repudio de toda trascendencia, que en modo alguno debe confundirse con una negación de la vis viva, la fuerza creativa de la vida que anima la corriente revolucionaria de la tradición moderna. Por el contrario, el repudio a la trascendencia es la condición de posibilidad que permite concebir este poder inmanente, una base anárquica de la filosofía: <Ni Dios, ni amo, ni el Hombre>.
De modo que el humanismo de las últimas obras de Foucault no debería considerarse contradictorio, ni siquiera una postura que se aparta de la idea de la muerte del Hombre que él mismo proclamara veinte años antes. Una vez que reconocemos nuestros cuerpos y mentes posthumanos, una vez que llegamos a vernos como los simios y cyborgs que somos, tenemos que indagar las vis viva, las fuerzas creativas que nos animan del mismo modo que animan a toda la naturaleza y que nos permiten desarrollar nuestras potencialidades. Éste es el humanismo posterior a la muerte del Hombre: lo que Foucault llama <Le travail de soi sur soi> (el trabajo de sí mismo sobre sí mismo), el proyecto constitutivo constante de crear y recrear el mundo y a nosotros mismos.
( Michael Hardt- Antonio Negri, IMPERIO. Ed. Paidós )