Misterios de lo oculto. Editorial 2022
Luis Cermeño, nuestro coeditor, es el encargado de materializar los misterios de lo oculto y acercarse al mundo ovniagropecuario; dentro de los ancestros de ese acercamiento están Juan Rulfo y Aquilino Velasco (El inquilino del infinito). En este vídeo, él declama un extracto del Gilgamesh; lo más estremecedor es cuando Luis repite el nombre del libro: hay resonancias del «spoon» de Harold Pinter cuando se remonta a Beckett; del aliento de las palabras emerge su condición pasajera, como la del propio hálito que propaló una divinidad e instauró formas cuyo horizonte es lo humano -aunque se desconozca el sustrato de aquello-.
Invitamos a que vean estos «Misterios de lo oculto» y encuentren una palabra que salga de sus bocas para así actualizar ese aliento que perdimos:
Virus. Por Hernandez Durán
―El hombre nace libre, responsable y sin excusas”
J.P Sartre
Se miró al espejo intentando procesar la figura que tenía en frente suyo. Era abstracta, un conjunto de elementos que no resolvían ninguna identidad; encontró un montón de piel, la idea redundante de un ser que no le pertenecía, la plegaria de un sacrificio a la humanidad. ¿Dónde estaba ese hombre que alguna vez pudo divisar entre el cristal plateado? ¿Dónde había quedado ese nombre, esas letras que lo definían y hacían de él un ciudadano, un ser? ¿Cómo llego a ser ese holograma que se reflejaba sobre el espejo, indefinido, que infundía algo de nauseas? De pronto se fue con el agua del retrete –pensó-, de pronto se fundió igual que el vapor del café de la mañana.
Quizá, tan solo se transformó en ese eterno metro y medio de piel que parecía una enfermedad extendida por un ser inexistente.
Sabía que era un día distinto. Se abrocho el pantalón, cada uno de los botones de la camisa azul clara que tomaba cada día de por medio, y amarró sus zapatos de gamuza café. Estaba decidido esta vez a no tener nada, a no cargar ni con su propia presencia. Una idea rondaba por su mente. huir. Estaba convencido de que para el viaje que iba a realizar no necesitaba más que el deseo de lanzarse al vacío y la meditación implícita del hecho que se resolvía a ejecutar.
Él y esa mente cargada de pensamientos era lo único que necesitaba para emprender aquel desairado destino del cual ya no había vuelta de hoja. Sin pisar la calle aun, podía oír cómo el dialecto indescifrable de la gente se esparcía con el olor a pan. Otra vez su miedo inefable a ese mundo irreal que se le había presentado, a esa muchedumbre que veía todos los días y que desconocía por preferencia como un ataque de desolación y retraimiento, cuyo suceso se fue convirtiendo en un pequeño universo ambivalente de sensaciones infernales. Abrió la perilla, y noto que sus ideas no habían sido erróneas. Observó. Pasaban las personas y extendían una mano por encima de los hombros y la movían de izquierda a derecha rápidamente, ¿acaso creen que soy de ellos?, pensaba.