COMIC: Flinch 01- El horror según Vértigo DC, por Luis Bolaños
COMIC: Flinch 01- El horror según Vértigo DC
Por Luis Antonio Bolaños De La Cruz
Portada
Durante 16 números (junio 1999 a enero 2001) la iniciativa lanzada por la línea Vértigo demostró su altísima calidad con la presencia de una pléyade de guionistas e ilustradores que congregaba la flor y nata del género fantàstico, parecía imposible que estuviera bajo la protección de DC, y quizás por eso empezando como mensual terminó asesinada como bimensual. Algo que ocurre con frecuencia a los aficionados es que llegamos de manera tardía a la degustación de los productos, para mi esta fue una esa de esas ocasiones, por lo menos habría peleado y enviado una carta redactada con brío y cólera, como lo merecía la colección, para apoyarla aunque supiera que la guillotina del vil metal expresada en ventas y ganancias la dejaría inerme y abandonada tan sòlo a los recuerdos y homenajes como el que perpetro, que al final de la evaluación de nuestra relación con Flinch, se convierten en lo mínimo que uno desea o pretende recuperar de esa vergonzosa experiencia editorial, por eso aunque abomino con frecuencia de DC, elegí Flinch porque fue uno de sus mejores intentos.
La carátula de Phil Hale es una obra de arte que inquieta y nos coloca ante la necesidad de afirmar -y de aceptar- que de lo horrible nace lo bello y viceversa, revulsiva y por momentos asqueante, nos provoca un repeluzno cuando comprendemos que las líneas que recorren el cuerpo y órganos del actor (hay algo de mimo y también de kabuki en la indumentaria y actitud), serán las que utilizará para rebanarse ante los espectadores de su happening, quizás definitivo. Cada una de las historias presentadas son recias en sus planteamientos y ricas en su estilo, dejan rastros para ser evocadas y para servir de modelos comparativos
El Hombre Cohete: El dibujo claro y preciso de Jim Lee, con tintas que destacan los detalles anatómicos y técnicos, junto a la planificación de las viñetas (sobretodo la de cierre con su júbilo que bordea el éxtasis teñido de terror) se aproxima a lo exquisito.
Siete años: para ayer fue tarde, camarita.
lo más duro del matrimonio es no poder jalarse el mico en paz
Pasaron muchas cosas y al final no pasó nada: milinviernos sigue con su inocencia severa. Siete años solo son el inicio de otras vacas más flacas. Cuando comenzamos, sabíamos que el palo no estaba para cucharas; ahora no hay ni palo ni viagra que lo endurezca.
A nuestros tiernos siete años tenemos un agotamiento prematuro o acaso premonitorio de mil inviernos más. Habrá una glaciación que, por fin, congelará a los corazones e incendiará los últimos anhelos. Al final nos calcinaremos sin más esperanza que el pudor de haber vivido sin vivir; es decir, como unos burros amarrados a la puerta de un baile mediocre.
Esta es una mañana perfecta para despertar con el pecho lleno de aire: Y flacideces y facilidades que entristecen. Llegó el momento de tumbar silencios mientras adentro bailan. Milinviernos cumple añitos y no importa que así sea. Ciertamente, los matrimonios son el medio ideal para volver a los años vírgenes y la pureza espiritual de los cuerpos incorruptibles. No hay mejor antídoto contra el sexo que casarse. Y nosotros llevamos de matrimonio con Mil Inviernos siete angelicales años.
¡Así que brindemos con chicha por tanta dicha! En la calma chicha propia de la depresión que jamás estalla, adentrémonos en las sabanas de nuestras camas impolutas y hagamos lo único que medio sabemos hacer: glorificar a Dios.
Cosas de poca importancia – Umberto Amaya Luzardo
COSAS DE POCA IMPORTANCIA
Umberto Amayaluzardo
Hace poco leí que si uno quiere ser héroe tiene que ponerse los pantaloncillos por encima de los pantalones como lo hace Batman o Supermán y me vino a la memoria la vez que me conseguí una novia tierna como una flor sin espinas y cuando estábamos bien enamorados se dio cuenta que yo no usaba pantaloncillos, entonces se apresuró a decirme: “Sin pantaloncillos no. ¿Qué tal que lo coja un carro y lo lleven grave al hospital y cuando le bajen los pantalones se den cuenta que usted no usa calzoncillos? ¡No, no, qué pena!” Cerró la puerta y no me dio ni el beso de despedida.
Al otro día fui a visitarla y de regalo me tenía dos pantaloncillos que de lo puro saraviados yo no sabía si eran de las Farc o del gobierno; y eran tantas las ganas de coronar, que sin decir nada me los puse y a pesar de estar hechos de un material sintético y anti-traspirante me fui acostumbrando a ellos, acostumbrando pero no del todo porque a veces, cuando voy por la calle que sopla la brisa y siento el frío en las taparas, me digo: “Mierda, se me olvidó ponerme los pantaloncillos ¡Qué pena! ¿Qué tal que me coja un carro y me lleven grave p´al hospital?
A muchos amigos les ocurre lo mismo, unas veces con la afeitada, que van por la calle, se pasan la mano por la cara diciéndose para sus adentros: Con el afán que tenía, hoy no me afeité. Otros se huelen el sobaco a todo momento pensado: Coño, se me olvidó echarme desodorante. Y llega a tanto la mariconería, que no falta el que te diga: ¡Ay amigo huéleme, que yo como que no me eché perfume esta mañana!
Son mis amigos, yo los perdono, porque ellos en su inocencia creen que rasparse las sienes, echarle desayuno a la sobaquera, untarse el perfumito, hacerse tatuajes y todas las demás cosas que componen ese estiércol de la sociedad de consumo, les sirve de abono diario para sentirse más bellos y tienen razón, porque sin abono no hay flores.
Existe otra boñiga que usan los humanos para su confort que huele a feo como el fertilizante a base de gallinaza: “Los carros urbanos”. Las ambulancias no; ni los camiones que llevan los insumos al campo y de allá vienen repletos de comida, ni los vehículos que trasladan personal médico y medicinas a las zonas lejanas, sino los que usan en el pueblo, no tanto para movilizarse de la casa al trabajo en que la mayoría de las veces son unas pocas cuadras, sino para mostrar su poder adquisitivo; que el carro es como el premio por terminar una carrera, ¿Qué tal usted todo un profesional y sin carro? Otras veces es el esfuerzo de muchos años de trabajo y otras muchas, es la gente que hace pacto con el demonio de la corrupción, y don Satanás les facilita vehículos bien lujosos, porque el amor y el dinero son pa´ lucirlos.
El carro urbano es un estiércol que huele a feo, no solo a la nariz y a los oídos, sino a la conciencia; que por culpa de los carros es necesario la extracción de materiales fósiles: el petróleo, decano de la contaminación en el mundo, con un problema mayor: el calentamiento global. Pero usted, después de bañarse, afeitarse y perfumarse, no piensa en los beneficios de la humanidad, sino en su confort y en su vanidad, y entre más caro sea el vehículo en que se moviliza, más fuerte es el portazo al bajarse, no tanto para que la gente piense: llegó el mafioso de turno, sino para causar miradas, para cortejar, pa´que las mujeres piensen: si este man es capaz de conseguirse un carro como ese, es capaz también de “ponerme una cocinera que maneje la cocina, comprarme ropa bien fina y los zapatos que quiera”
Eso, hace mucho rato lo entendí, y como el que toma cerveza para no beber aguardiente, mi vehículo es una bicicleta que no causa trancones, no necesita combustible contaminante y es silenciosa como el cariño de la palabra no dicha. Mi amiga y yo, ya estamos viejos, ella asegura que a la juventud le luce hasta comer, y la bicicleta es una cuestión de jóvenes. ¿Qué tal que lo coja un carro y lo lleven grave p´al hospital? ¡Qué pena! ¿Qué dirá la gente, que usted tan viejo y montando en bicicleta? Y tiene razón, para lo que más sirven los carros urbanos es para atropellar y mandar al hospital gente de poca importancia, de esa gente que pedalea el suelo, que el suelo es la bicicleta de los pobres.
Como una hormiga dormida/ en las telarañas de Praga. Reseña de «La revolución de terciopelo»
Por Leandro Alva
LA REVOLUCIÓN DE TERCIOPELO, de Juan Pablo Bertazza
(Edulp, 2017) – Ilustraciones: PEI-HSIN CHEN
Antes que nada, debo decir que este libro acierta justo en el centro de mi nostalgia y de mi sensiblería. La ciudad de Praga ha sido una de mis obsesiones desde el año 2001, cuando pisé sus calles por primera vez. Luego tendría la fortuna de vivir y estudiar en ella. Y supongo que mi reacción no fue muy diferente a la de Juan Pablo Bertazza. Solo que yo no pude poner en palabras esa geografía que me cambió el destino sino hasta mucho tiempo después de aquella visita inaugural.
Síndrome de Stendhal (o de Florencia). Así fue bautizada una “patología psicosomática” que supone una suerte de anonadamiento ante la omnipresencia del desborde estético (algunos lo llaman estrés del viajero, pero a mi me gustan más las otras denominaciones). Años después de mi primer viaje a la ciudad dorada supe que, tal vez, yo había experimentado algo parecido. Esa belleza insalubre que nombra Bertazza en uno de sus poemas no me deja mentir.
Antes hablé de desborde estético, de grandilocuencia, y eso es justamente lo que el autor no se permite. Los poemas son económicos, medidos. En ocasiones, apenas trazos impresionistas afiladísimos que recuerdan la austeridad oriental del haiku. Y esto, según mi parecer, constituye un gran logro porque ante esa exuberancia monumental que ofrece el paisaje praguense, el poeta responde con una brevedad y una concisión monolítica que acaso funciona como un exorcismo, un antídoto a tanto desparramo de esplendores.
Bird Box, la antípoda analgésica a They Live
(Esta es una reseña a una película de Sandra Bullock que no ganará un premio Simón Bolívar)
Nunca había visto una película tan anti- They Live como Bird Box. Así mismo, nunca me había sentido tan identificado con el bando enemigo: los locos soñadores que veían la belleza en la oscuridad del ente y que deseaban que otros «vieran» así esto condujera al suicidio de la gente «normal».
En el análisis de Zizek a They Live habla de la «lucha por la ideología» cuando Nada lucha con su amigo afro para que éste se ponga los lentes para ver la realidad reptiliana. Este violento enfrentamiento se debe precisamente porque, en palabras del filósofo, la libertad es algo doloroso. Es precisamente de lo que se trata Bird Box, de evitar a toda costa este dolor de desprenderse de una ideología y la negación de la libertad es lo que gana.
La reticencia por vivir sin ver, el miedo a enfrentarse a esa oscuridad que entristecía demasiado.
¿Por qué a los locos no les afectaban estas mismas visiones que a las personas comunes? La clave está en Gary, el loco infiltrado en la casa. En el momento de parto, se instala en el estudio, pone música clásica y pinta cuadros de entidades lovecraftianas (parecidas a las de Stranger Things), las que presumiblemente son las que llevan a la gente a la locura. Luego desea compartir esta verdad con el mundo. Al momento de enfrentarse con Douglas (John Malkovich) le dice: ustedes acostumbraban a encerrar a gente como yo, ahora es nuestro turno. Toda una declaración de principios contra la sociedad de control y vigilancia.
Y luego su deseo porque los bebés vieran. ¿Por qué en la película nunca muestran qué sucedería si los bebés, seres sin ideología, pudieran ver? El error del loquito Gary fue poner a ver gente poco competente. Estos se mataban. ¿Por qué? Porque habían perdido en ese futuro posible una experiencia que los artistas conocen bastante bien, y por lo general se conoce como el síndrome de Stendhal, lo cual significa la «dolorosa contemplación de la belleza».
Los humanos se matan en esta distopía no por la maldad inherente en lo que veían, sino por la perdida de esta experiencia; la verdad era «demasiado bella y los ponía muy tristes»: Lo mismo que una buena obra de arte, o incluso un atardecer genera en una persona hipersensible. La persona que por primera vez ve el mar y se llena los ojos de lágrimas ante la inmensidad y hermosura oceánica. Quien ve la curvatura de la Tierra por primera vez. El que observa la cara de su hijo. Son personas que saben que la belleza es desgarradora.
Pero el artista sobrevive la experiencia desgarradora de la belleza todos los días de su vida, es su material de trabajo; lo mismo el loco. El loco que tradicionalmente es la persona que contempla al sol con el ojo desnudo. Podríamos pensar en la sociedad futurista de Bird Box como una sociedad que, para contener la tristeza y el dolor, al mismo tiempo contiene la belleza y por esto la gente es ajena a este sobrecogimiento e ignorante de esta pasión, se ve excedida y opta por el suicidio.
¿Y por qué entonces esta entidad-experienciastendhal no es una belleza iluminadora y alegre? Podría ser, en un Universo más cándido. Pero son muchos los artistas, a lo largo de este siglo, que han encontrado existe un camino en la oscuridad y la tristeza que conduce a la más extrema belleza. En palabras de Philip K. Dick (a quien imagino como uno de esos locos terroristas que luchan porque la gente viera):
EL ABSOLUTO SUFRIMIENTO GUÍA -ES UN MEDIO PARA- LA ABSOLUTA BELLEZA (Exegesis)
Una sociedad analgésica definitivamente hará lo posible por no llegar a esta absoluta belleza, y es lo que la película de la Bullock nos enseña.
Feliz día de la imbecilidad #sciencefictionday
(Columnista invitado: William Pichapluma)
Son tres líneas las de la ciencia ficción, a saber:
- ¿Merecemos que los gorilas y las computadoras nos exterminen?: Sí.
- ¿Que los huracanes sean cósmicos y los videojuegos el subterfugio de un aburrimiento prolongado?: También
- ¿Es la vida un sueño real o la conspiración de una megacorporación farmacéutica que controla los viajes por el tiempo?: Absolutamente.
Dejémonos de quisquillosidades: Fray Luis de Granada es el último bastión del futuro. El resto es nostalgia vestida con aparatos atrevidos de obsolescencia programada. Ya lo ven, es el 2019 y Los Angeles no son en lo absoluto como la ciudad del 2019 en Blade Runner. Pensando en las posibilidades de lo real caímos en años de monotonía y ahora desaparecemos como autores de ciencia ficción que nadie extraña.
Es hora del retiro a los leprocomios donde se teja el futuro del profeta Daniel.
¿Qué le dijo un rebelde del Congo a un activista del Sillicon Valley?
— ¿Le lleno la olleta de leche o el pecho de plomo?
El activista de cerebro de silicona respondió:
— Antes llenaré tus venas de mercurio.
Y los babuinos festejaron tirándose desde un barranco, puesto que el día de la ciencia ficción perfilaba de una manera monstruosa y vulgar. Entonces las Inteligencias Artificiales convergieron en un solo mapa estelar dibujando la figura del rostro de Miguel Ángel Asturias en su edad madura. Decidieron, por fin, emular a Dios para fabricar nuevos trabajos y días y dioses más pasajeros que las narrativas distópicas que devienen sueños infantiles de pasados insulsos.
La batalla de los mundos ha empezado pues. El mundo real de Regina 11 y el mundo de ficción que nos vendieron y nosotros, como buenos imbéciles que somos, tragamos como si fuera sangüchito de mantequilla de maní.