CREATRIX, EL CUENTO.
CREATRIX EL EXPERIMENTO DE LA VERDAD SOBRE LA FICCIÓN.

imagen generada por IA (picsart)
Por Luis Cermeño
(2024).
Ramón Solórzano se puso el casco de fabricación micótica. Este adhería a la piel efectivamente. El cuerpo y el micoide creaban una simbiosis perfecta. Era su último invento, su gran aporte a la informática. Después de graduarse de derecho, se sentía completamente insatisfecho y fue cuando encontró en los hongos alucinógenos su refugio, su aliado y posteriormente, su modelo de negocios. Comprendió que había un nicho en su consumo, tanto recreativo como para investigación. El cultivo era relativamente fácil y contaba con la facilidad de un predio en el campo a las afueras de la ciudad.
El modelo del casco era ambicioso porque pretendía encontrar la piedra angular de la psicodelia: el control del vuelo. Había conocido a Gerardo en ese proceso. Gerardo era un muchacho que acampaba en un parqueadero en Villa de Leyva, y después de un largo proceso de meditación, se sentaba en flor de loto y consumía uno a uno los hongos, y se quedaba toda la noche en esa posición, con total control del viaje. De él aprendió las técnicas más evolucionadas para manejar el trance y se ideó la manera de programar una consola hecha a partir de setas, de modo tal que el jugador al ponérsela en forma de sombrero se identificaba tal cual como un hongo humano.
El micelio era la interfase del juego, la consola era el casco y el cerebro de la persona que se conectaba a través de la epidermis se volvía el controlador. Lo difícil era no perder el cerebro y manejar lo que llamaban «el pánico». Para ello se ingería una pastilla llamada Mosca, ideal para mantener la cordura.
Esta plataforma de juego, llamada inicialmente FIESTA, en que la alta tecnología convergía con el reino fungi estaba en fase experimental, y Ramón por lo general se entretenía más en los recovecos legales de la implementación, debido a su formación en jurisprudencia. Los aspectos más elaborados de programación se los dejaba a un equipo de técnicos y en el terreno de la investigación sobre los hongos estaba asesorado por Gerardo, quien últimamente estaba en un estado de sabiduría más «evolucionado» -según sus propias palabras- .
Para la prueba inicial llamaron al famoso Barreno para probar su dispositivo.
— Lo que ustedes pretenden es drogarme con tecnología.— bromeó el Barreno.
— Queremos llegar al fondo de la verdad sobre la ficción. Queremos que pruebes FIESTA con el juego que hemos desarrollado: CREATRIX. En realidad, no es un mundo inventado; solo cogimos una fracción del universo psicodélico y la hemos arrancado para que nuestros jugadores puedan entrar en una aventura controlada en medio del caos— Contestó Geraldo, sabiamente.
— Evidentemente, mi chato, esperamos que esto no nos genere un problema de patentes— refunfuñó Ramón, tocándose la gran calva.
Barre… barre… barre… barre barre… Barreno se perdió un momento.. fue como si se hubiera borrado del laboratorio y lo hubieran abducido de la realidad.
— Atravesó la tela de la realidad que conocemos y entró al micelio — Dijo Gerardo, riendo.
— ¿Esto constituirá un crimen en nuestra jurisprudencia?— Preguntó Solórzano. Su calva se puso roja.
— Eso no importa. Ahí vemos que otra vez se está desvaneciendo. Mejor dicho, estamos observando que no lo observamos aunque permanece.
Barre barre barre barre barre. Bailaba. Era una danza entre dos estados: permanecer o desaparecer. Daba un paso y desaparecía. Otro paso y aparecía.
— Soy Barreno y estoy barriendo con la noción de la realidad. — Dijo Barreno, entre risas. Mientras se sujetaba cada vez más duro a ese casco que le daba forma de un hongo con extremidades.
— Ahora debes crear la realidad, con tus extremidades. — Dijo Gerardo, que era el único que comprendía lo que sucedía.
Empezó por construir el amor. Después siguió el cielo, la tierra, y la naturaleza. La esperanza y la desesperación llegaron por él. La sangre sobre la nieve.
— ¿Qué es la CREATRIX? – Preguntó Barreno. Mientras aparecía y desaparecía, en el juego de la Génesis.
— La primera vez que se registró su uso fue por el poeta isabelino Richard Barnfield, para describir el amor que sentía Zeus por los abrazos de Ganímedes. — Dijo, con tono catedrático Gerardo. Pues hasta el momento pocos conocían que en su vida pasada había sido literati.
Así fue mi amor, así fue mi Ganímedes,
(El cielo es alegre, el mundo se maravilla, el trabajo más bello de la naturaleza,
En cuyo aspecto acechan la esperanza y la desesperación,)
Hecho de sangre pura en la nieve más blanca,
Y porque la dulce Venus sólo formó su rostro,
Y cada uno de sus miembros delicadamente enmarcados,
Y por último le LLAMÓ Ganímedes.
Sus miembros (SU CREATRIX) su abrazo,
Pero en cuanto a su mente pura, moteada y virtuosa,
Porque brotó de la casta sangre de Dianaes
(Diosa de las Doncellas, directora de todo bien),
Es totalmente inclinado a la castidad.
Y así es: hasta donde puedo probar,
Quiere ser amado, pero no amar
Barreno se encogió y empezó a gritar atormentado:
— Suéltenme, no puedo. Me está consumiendo.
Un charco de sangre empezó a brotar debajo del casco, y lo que se vio fue un hongo herido del que brotaban ríos de carmesí.
En realidad, el control es una ilusión. Reflexionó Ramón mientras era conducido a la celda carcelaria.
Una vez instalado allí, se puso el casco de fabricación micótica y sintió cómo el juego del génesis, que alguna vez llamó Creatrix, se volvía a reproducir en sus sueños de jurisprudencia.
Gerardo, que lo acompañaba en la prisión, le dijo:
— la verdad sobre la ficción es que no la podemos controlar. La creatrix fue mi mejor ilusión.
Ambos parecían un par de hongos acostados en el frío suelo de la celda jugando con sus consolas FIESTA.
¿Dónde se marcharon las olas?, por Luis Bolaños
CIENCIA FICCIÓN DORADA:
¿Dónde se marcharon las olas?
Otra viñeta del Imperio Decadente
Luis Antonio Bolaños de la Cruz

Sci-fi Old Male Cyborg Mercenary | Cyberpunk character, Sci fi concept art: taken in https://line.17qq.com/articles/wwscarqx.html
Cuando un organismo, sobre todo cuando es imperial y galáctico, empieza a desmoronarse, por las grietas escapan los peores monstruos, brotan las más abyectas torturas y chorrean las mas crueles trapisondas; la historia las reseña y las explica; pero otro mecanismo, potente y vivencial, se entrelaza con la percepción de que te ocurran a ti, a tu pueblo, a tu planeta; la incredulidad se te aferra y no te deja respirar, sientes como el terror corta cada uno de tus tejidos, te eviscera y te esparce cual tapiz vivo sobre la superficie de la realidad para que reacciones o perezcas. También suceden actos de altruismo, de dedicación a la piedad, y aunque puedan semejar esfuerzos absurdos y desmedulados, son el indicio de que el reemplazo de aquello que devendrá crece y medra a la sombra de las devastaciones y los latrocinios de quienes detentan el armamento y el poder. Ese es la directriz que aflora de los testimonios narrados por los tres veteranos.
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Paisaje maravilloso, una bahía protegida por islas y un par de penínsulas, un macizo montañoso situado ligeramente al norte del ecuador geográfico coronado de nieves perpetuas, que se precipita a través de una serie de escalinatas suaves hacia el mar, en una auténtica avalancha de flora, biodiversidad y verdor con multiplicidad de cascadas, arroyos, lagunas y cadenas de estanques que redistribuyen el agua hasta la proximidad del océano, incrementando los torrentes, acequias y regatos; un masivo peñasco domina una de las ensenadas de la bahía, allí donde se alzan una serie de terrazas de disfrute y contemplación del panorama, puentecillos en cristal y jade los conectan con los hotelitos de maderas duras tropicales que proliferan en la ladera.
Trinos, gañidos, roznidos, bramidos y gorjeos de las bestezuelas de aire y tierra constataban la abundancia de especies de la fauna. Desde la hermosa y cómoda terraza se visualiza como los escalones se difuminan en el azul profundo del mar abierto estableciendo armonía entrelazada océano & cordillera.
En uno de los numerosos solarios se han congregado tres veteranos, quienes recostados en sendas tumbonas ergométricas sombreadas descansan sus cuerpos mixtos, repletos de microsistemas autónomos que se interconectan, implantes expansivos que reemplazan células colapsadas, prótesis biomagnéticas, regeneradores de protoplasma y otros adminículos; reposan los tres veteranos devorando exquisiteces locales y chupando sus cocteles frutados mientras van recordando anécdotas del servicio militar, sus mecanismos de homeostasis digieren y eliminan los probables excesos de sustancias nocivas; ya desapareciendo el esplendor del día y menguando la brillantez solar se infiltra en la tarde una cierta melancolía, que será acribillada luego por las fúnestas resonancias que se evocarán.
Y en concordancia con ese sentimiento los tres humanoides, disímiles en características físicas pero hermanados por las terribles experiencias bélicas que han vivenciado, se disponen a compartir aquella que consideran la peor de sus prácticas perversas.
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Zikixi-Tudu, aún una impresionante mole de más de dos medidas estandar, con la piel erizada de flagelos y ojos protegidos por doble arco superciliar recuerda lo que le ocurrió en Delemestar, cuando fungía de guardaespaldas de funcionarios imperiales, reclutadores de jóvenes, habían logrado sobrepasar la cuota y 105 enrolado(a)s se apiñaban en el centro de la plaza de la localidad; animados por la sedosa interrelación establecida concedieron permiso a las madres o familiares delegadas para abrazarlos y despedirse, los rectangulares antigraviatmosféricos ya preparados flotaban a un lado.
Las madres envueltas en sus albornoces y chilabas ejecutaron una auténtica coreografía, tan exacta que sólo podría haberse realizado con la anuencia de lo(a)s jóvenes, extrajeron sus broches, que resultaron ser desplegables de doble aguijón y en un fluido movimiento apuñalaron certeras con uno a sus hijo(a)s y con el otro se autoinflingieron una herida en la carótida a ellas mismas de igual manera, desplomándose los 210 cuerpos casi en simultánea; en un momento una aparente despedida con algún líquido ocular derramado, al siguiente un infortunio catalogado como tragedia imperial, con mucha sangre vertida. Se le denominó “las 105 madres suicidadas”, como si sus hijos e hijas por no haber cumplido servicio no existieran y las madres fueran enemigas.
Crónica de una compulsión extraordinaria (parte única)
Cuento-.
Mientras esperaba en los pasillos de emergencias psiquiátricas me dio un ataque de tos, debido a una broncoaspiración pequeña que me hizo vomitar allí, en el espacio límpido y desinfectado de la clínica. Cuando el doctor abrió la puerta volteó a mirar lo primero la mancha rojiza del vómito y después a mí, que traté de sonreír, y con un gesto de repulsión me preguntó si yo era el periodista que esperaba conocer a Kelvin, o si era un paciente esperando a ser remitido a urgencias. Pensé para mis adentros, divertido a pesar de todo, a pesar de lo mierda que me sentía, como después de que a uno le da un ataque de vómito por broncoaspiración, si no era posible ser las dos cosas, pero el gesto brutal del médico me hizo considerar que lo mejor sería responderle lo más exacto posible, si por exacto se entiende lo que mejor se ajuste a las necesidades pragmáticas del médico, entonces, limpiándome la boca con la manga del traje le dije que solo deseaba ver a Kelvin, porque era el periodista que tenía la cita con Kelvin. Bien, me dijo, y me hizo seguir como si fuera un indigente. Luego llamó de mala manera a una enfermera y le dijo que enviara a recoger ese reguero de cochinada que el periodista había dejado.
Esta historia no empieza en el momento en que estoy en el pasillo de espera para entrar a Unidad de Cuidados Intensivos Psiquiátricos de la Clínica para el tratamiento del Sistema Central Nervioso. Esta historia empieza en los divertidos años ochentas. Divertidos para todos los que los recuerdan con cariño, simpatía y sublimación. Para Kelvin seguramente era otra década como otras tantas, con sus vicisitudes, sus estéticas, sus pendejadas, sus políticas, sus calles feas y todo lo que tiene una década que tiene otra década.
CASOS DE LA NOCHE VIP BOGOTANA
Diciembre de 1984: Kelvin Darío Torres, soltero, 32 años. Residencia: Soacha, Cundinamarca. Trabajaba en el exclusivo sector de la zona rosa en Bogotá como vigilante de un Hotel. Allí se reunía el esplendor de la televisión colombiana. La figura de los presentadores y el sistema estelar empezaba a consolidarse. Bellas mujeres vestidas con ceñidos trajes iban con sus chaperones guapos, en lujosos coches y los parroquianos empezaban la tradición de pedirles autógrafos. Esas noches mágicas en la zona rosa de la Bogotá de 1984 era otro mundo de fantasía. Tan distinto al mundo casi rural en el que vivía Kelvin Torres. Para muchas personas del común, Kelvin era privilegiado solo por el hecho de estar allí, ocupando el lugar de testigo directo de la vida de las estrellas de la farándula colombiana. Cuántas veces no vio a la niña Mensa recostada de lo ebria en los anchos hombros de Charlie Lives el cantante pop más querido de las bogotanas. O la vez que vio a Villana Bolaños pasando de la mano del joven empresario más destacado de Antioquia, según la revista Semana, y éste le paso un fajo de billetes a Kelvin solo porque le recordaba que él también después de todo era un pobre diablo.
Todo esto no habría pasado de ser una anécdota de un anónimo si no es porque por esos días Kelvin desarrolló una compulsión de la que no estaba consciente. El primero que se dio cuenta fue un compañero de turno, cuando en una ocasión a las dos de la mañana, sintió un olor como de queso recién molido y al volver el rostro hacia su compañero vio que éste tenía la bragueta abierta y de allí se asomaba su tímido pájaro que vomitaba el líquido blanquecino. Al advertirle que no podía jalarse el ganso así como si nada en pleno turno, Kelvin lo miró con rostro de incredulidad diciéndole que no tenía idea de lo que hablaba. Cuando su compañero le señaló la bragueta toda almidonada, Kelvin pareció igual de maravillado a él, confesándole que no podía entender cómo había podido ocurrir semejante accidente. Caso 1.
Caso 2. Premiación de Telenovelas. Noche de gala. Eran las 4 p.m. y los preparativos tenían a todo el personal del hotel en estado de ansiedad y agitación. Las maquilladoras empezaban a llegar con sus maletines. Una de ellas se detuvo frente a uno de los rígidos guardias y empezó a gritar. Era Kelvin que se estaba masturbando frenéticamente con una mano, pero por otro lado, su cuerpo parecía mantener una postura en firmes. Fue cuando llevaron a Kelvin a la policía por obscenidad y fue destituido de su puesto de trabajo. Kelvin aseguraba no entender el motivo de su detención y expulsión. Los medios de esa época se burlaron de él y le pusieron «la mano pelúa». Un artículo de febrero de 1985 que tengo en mi poder habla incluso del insólito caso de la mano onanista independiente de su dueño: como si acaso nuestros órganos fueran nuestras mascotas y nuestro sistema central nervioso el amo y señor de ellas. Idiotas.
Después de ese incidente, Kelvin desapareció de la vida pública, si es que alguna vez acaso apareció alguna vez, y fue solo un breve motivo de burla y chiste entre la vida parroquial, del joven guardia que se hacía la paja en un prestigioso hotel de la zona rosa. Desempleado, Kelvin trató de empezar una nueva vida vendiendo quesos en la plaza de Corabastos. El olor a queso empezó a ser una constante en la vida de Kelvin al punto que lo llevó a la locura. De Corabastos pasó a una larga jornada en la clínica psiquiátrica La Paz, por su compulsión maniática de maneatarse frenéticamente el miembro. En el bus, en el parque, haciendo fila en el supermercado, o en San Andresito. Siempre había un momento inesperado en el que Kelvin terminaba sacándose el pene y sacudiéndoselo hasta hallar por fin el aroma de queso que lo perseguía como si fuera su sombra.
Me encuentro con Kelvin en una pequeña habitación que tienen preparada para las visitas. Lleva una camisa de fuerza. Le digo que soy el periodista que estaba interesado en conocerlo. Desde 1985 nadie ha escrito nada sobre él y parece haberse perdido en el océano de casos extraordinarios del día a día.
¿Por qué me interesó su caso? Por doña Felipa. Ella es una vecina que siempre que iba a la tienda me veía tomando cerveza y siempre hablando de masturbación. No solo con mis amigos. Con mi novia e incluso con el sacerdote de la iglesia, siempre estaba hablando de masturbación. Pues ha sido un tema que me ha interesado siempre. Un día Felipa me dijo:
– oiga, usted no se cansa de hablar de masturbación?
Yo le dije, sí.
Y por qué sigue hablando de masturbación?
Pues porque descanso y sigo.
Roger, el tipo que me fía la cerveza soltó una carcajada y me invitó una cerveza.
Entonces doña Felipa me dijo: le voy a contar una historia de masturbación para que aprenda. Y me contó sobre el hijo de su amiga Marta, que se llamaba Kelvin. Ese señor no paraba de masturbarse como usted no para de hablar de masturbarse. Me pasó la nota sobre la mano onanista. Y le dije que quería saber más sobre su vida. Me dijo que lo mejor para ese caso sería ir a la tienda de Marta y preguntarle directamente.
EL BARBUCHAS DE MARTA
CONCURSO NACIONAL DE ARTÍCULOS SOBRE GLITZA
EL BOCACHICO LETRADO CONVOCA:
CONCURSO NACIONAL DE ARTÍCULOS
SOBRE EL CUENTO GLITZA.


- 1.- Podrán participar todos los estudiantes de secundaria de los cursos 10 y 11 de los colegios del país con la certificación del rector del plantel de su condición de estudiante matriculado en uno de los cursos arriba señalado;
- 2.- Participarán con un artículo escrito a doble espacio, en letra Times Roman 12, no menor de tres páginas ni mayor de cinco, cada una de 23 líneas, excepto la cuarta y la quinta si el artículo termina en alguna de esas páginas;
- 3.- Los participantes escribirán su nombre completo al final del artículo y agregarán el número de su documento de identidad, su dirección residencial, email, teléfonos y el nombre del colegio donde estudia y curso en el cual se encuentra matriculado;
- 4.- El concurso se declara abierto a partir de la fecha y se cierra el día 30 de abril. El fallo se divulgará en una ceremonia virtual especial el día 3 de julio del año en curso;
- 5.- Habrá un jurado inicial para escoger los veinte mejores artículos que deben pasar a la final y otro especial para seleccionar a los tres ganadores del concurso;
- 6.- Habrá un primer premio por valor de $500.000 al primer lugar, de $300.000 al segundo lugar y de $200.000 al tercero. A los veinte seleccionados para la final se les obsequiará el libro impreso Glitza y otros cuentos escogidos, editado por la Corporación Universitaria del Caribe-CECAR, con la dedicatoria del autor;
- 7.- Los concursantes deben enviar sus artículos y anexos a la siguiente dirección: tertuliabocachicoletrado@gmail.com
La manzana de las luces, por Mari Cris
Mari Cris es el pseudónimo de Pallero María, estudiante de letras en la UNLZ, de ella hemos publicado el poema: Sogas y Moscas
El rey zamuro, un cuento llanero de Favián Omar Estrada V.

Fotografía extractada de la instalación “Los lirios del campo y las aves del cielo” de Sandra Rengifo
El rey zamuro
Favián Omar Estrada Vergel
1.
La estancia quedaba del otro extremo del pueblo, en las barrancas del río. Era de paredes encaladas y andén alto, con dos almendros generosos en la entrada donde se recostaban taburetes a las tres de la tarde para recibir el fresco. Así fue la descripción que hicieran quienes lo contrataron para ejecutar aquel encargo secreto que, según él pensaba, era elemental, o básicamente simple porque tenía que ver con un tipo octogenario y solitario. De ochenta y tantos, aproximadamente, le explicaron con lujo de detalles. Un abuelito óseo, de ojos azules y saltones, con barba larga y cabellos color de nácar, de rostro señorial y en cuya mejilla izquierda sobresalía un lunar con forma de arácnido. Cualquiera no ha de ostentar un lunar como un insecto en la mejilla, de modo que iba a ser obvio reconocerle.
Estaba a punto de llegar a aquel pueblo; mientras, adormilado a sus anchas en la silla, fantaseaba con la mugrosa araña. La inventaba brincando arisca, escurriéndose por el cuello rugoso del abuelo, hasta intrincarse para desaparecer dentro de sus ropas. Abrió sosegadamente los ojos, pensando que si eso ocurriera en verdad, podría cometer el error de equivocarse de anciano y no ganaría un centavo más; hasta se vería en el brete de tener que reintegrar el anticipo, del cual ya había malgastado cien mil pesos en yerba de pésima calidad. Volvió a cerrar los ojos e introdujo rápidamente la mano en el bolsillo del pantalón para asegurarse que aún tenía los pesos restantes. —Cuatrocientos mil míseros pesos—, pensó en voz alta. Luego bajó del autobús.
En una pulpería de arrieros solicitó la cerveza más helada que hubiera. Moscas azules cabriolaban obstinadamente sobre una batea con panecillos de hojaldre que estaba encima de un viejo mostrador de madera. En el transcurso que tardó el tendero en llevarle la bebída no dejó de ver con suma paciencia aquellos panecillos semipodridos, reflexionando inequivocamente en lo sencillo de su misión, hasta que inducido por una especie de cólera espontánea ahuyentó los insectos de un solo y demencial reves, haciendo volar por los aires los amasijos y todo lo demás junto que había sobre el armario.
Un grupo de borrachos silenciosos no le quitaron la vista de encima. Él les lanzó una mirada retadora mientras se bebía la cerveza. Pidió un aguardiente y otra cerveza recostado de pie en la vitrina. Al final de beber se sintió irracionalmente con ganas de pelear, e intentó meterse con los borrachines patibularios que lo seguían observando con desconfianza, pero el pulpero, que había presentido la intención, lo jaló de un brazo y le indicó que mejor se sentara tranquilo en la mesa al fondo del negocio. No sabía por qué razón, pero de veras que le molestaba toda aquella decencia y amabilidad hipócrita del tendero. Se aplastó retador en la única butaca. La mesa era redonda y su superficie estaba cubierta de entallas y nombres, la mayoría confusos. Echó hacia atrás el cuerpo inclinándose vaqueta a la pared y empezó a cantar un ranchera y a fumar.
Era más de mediodía. El calor aumentaba. Ya había divisado en aquel naufragio de desorden de estanterías lo que necesitaba para su labor. Señaló con el dedo apuntando hacia el sitio de las botellas de licor, y exclamó fuerte para que los borrachos lo escucharan: Una de aquellas. El dueño regresó desempolvando una botella de ron. ¿Se le ofrece otra cosa?, inquirió el dependiente.
—Un cuchillo de doce pulgadas —le respondió—. El más cortador y peligroso que exista.
—Cuchillo marranero —conceptuó el tendero, viendolo a los ojos.
—Exacto —aprobaba el forastero, alzando más la cara, y decía—, yo soy matarife cotizao.
El vendedor sólo percibió arrogancia, igual obedeció. Fue y volvió con la herramienta. Era un cuchillo como un brazo, cacha de madera con pecas de óxido sobre la hoja metálica. Lo dejó sobre la mesa, y señaló:
—Son veinte mil pesos, jefe.
—Necesito afilar.
—La piedra de amolar está en el patio, si quiere se la presto. —El tendero le señaló el camino al patio.
El forastero notó que los borrachos habían desaparecido misteriosamente, considerando mentalmente que los había impresionado con su iluminada presencia y altanería pendenciera.
2.
Le había advertido el tendero con cierta displicencia que la piedra de amolar era una roca de río, desgastada por el uso de afilar machetes y hachas durante muchos años de colonización del Sarare, pero que aún era útil. La encontró asentada en un realce de arcilla debajo del árbol de las gallinas en aquel patio abierto y maloliente a chiquero y lavazas. El tendero le entregó un balde con agua y regresó al local. Desde allí el forastero podía observar los solares vecinos limitados por empalizadas de guaduas y alambres. Había en el terreno dos cerdos inmensos revolcándose felices en el fango, también había un gallo. Era un hemoso y babilónico gallo de pelea que picoteaba una tuza de maíz amarillo. Unos mocosos que jugueteaban se colgaron de la cerca a espiar al forastero. Al extraño le fastidió, tomó la vasija y les lanzó agua para ahuyentarlos, recibiendo de ellos la respuesta inmediata con una descarga acertada de almendrucos lanzados con hondas de horqueta y cauchera. Un proyectil le dio justo en la cien y otros en la espalda. Furioso, los chitó para que se largaran y no quebrantaran su paciencia. Una mujer hermosa y grande, que de seguro era la madre de los chicos, los aplacó cuando ya estaban recargando nuevamente las armas para acabar con el enemigo.
Mientras afila, el gallo lo ronda cuidadosamente y el forastero lo ahuyenta con aspavientos de amenazas, al tiempo que le expone el cuchillo añorando a los borrachos del salón. Pasa la hoja sobre la piedra por una cara y la otra, en tanto que va tomando ron. El calor etílico le bajaba como una lengua culebreándole desde el rostro hasta el vientre, levantándose el ánimo y las ganas tremendas de pelear. Rociaba con agua la piedra y pasaba otro sorbo grande de licor. Platicaba al cuchillo en un tono de antigua fraternidad, hacía pausas como esperando algunas respuestas a su improvisada vida, asi que volvía a hablarle sin recomendaciones, explicando en un lenguaje descomplicado la forma en que iría a ejecutar el encargo, los detalles del hombre del lunar y la ubicación de la vivienda del río. El gallo a su vera, a una prudente distancia, torciendo un ojo hacia él, había escuchado malicioso aquel plan pernicioso.
Alertado por la fuerza del escrutinio, el foráneo descubrió la presencia del gallo, cayendo en la cuenta de que el animal se había enterado de todo. El animal tenía los ojos duros y planos, y una característica que lo distinguía de entre todos los gallos que él hasta entonces había visto: miraba siempre (en cualquier lugar, en cualquier situación, pasara lo que pasara) a los ojos. Se sintió delatado. Irritado, hizo crujir las articulaciones de sus dedos con movimientos sinuosos de los brazos unidos por las manos, tramando quitarle la cabeza al animal de un tortazo mortal con el cuchillo, y, empuñando el arma, sigiloso, caminó encorvado y a zancadas silenciosas hacia éste, en tanto que el ave de plumaje lustroso empezaba a sospechar, dando los primeros pasos de retroceso sobre el fango fétido de los puercos que tragaban lavazas mantecosas en una media llanta que hacía de comedero, de cuyos bordes y paredes pululan gusarapos y mosquitos. El gallo vio a los ojos del hombre, enrojecidos por los vapores etílicos del ron, y voló con la imponencia de un cóndor antes de la primera puñalada.
Restaba poco de licor en el envase de vidrio. La intriga del gallo y su majestuoso vuelo lo inquietaron. Devoró dos tragos que quedaban y lanzó como un proyectil la botella a uno de los cerdos que logró habilidosamente esquivarla, estrellándose en un tronco rascador de los chanchos, revotó no menos de dos metros y quedó enterrada de pico en el fango pestilente.
De regreso a la tienda había un grupo de hombres bebiendo aguardiente de caña; festejaban a gritos las peripecias de partidas de juego de dados con que apostaban el pago de cada pedida de tragos. Eran hombres curtidos por el sol, de caras vencidas que se distraían para olvidar un poco la dureza del monte. A veces les daba por discutir hasta la amenaza, acercándose a la agresión; y aunque uno u otro de los miembros del corrillo prometía al que fuera que le iba a romper la cara, al final no pasaba nada y seguían el relajo. Más tarde llegaron otros apostadores, casi todos leñadores, contrabandistas o pescadores, otros no, y la barahúnda se hizo imposible. Pidió papel de periódicos para envolver el cuchillo y entabló conversación con algunos clientes, indagando por sitios de lenocinio, la distancia al río, los caminos a otros pueblos. Le dijo al dueño de la tienda que su gallo era arrogante. Le relató en serio y en burla que el animal había volado como un cóndor, el tendero soltó una risa seca y breve, luego le dijo que no tenía un gallo, incluso que no le gustaban porque esos animales estaban malditos, se habían prestado para que a Cristo lo negaran tres veces. Obvio, se veía a leguas que mentía.
El viajero, interesado en el juego de los provincianos, decidió beber otras cervezas más antes de volver a lo suyo.
Un par de borrachos buscarruidos intentó meterse con él, pero el dependiente supo apaciguarlos antes de que el forastero se percatara, luego los mismos se fueron a fastidiar a un viejo enjuto de unos noventa años de edad, con cara de loco, que estaba sentado en un bulto de maíz, y éste, sin más ton ni son, decidido, se levantó de un salto y, abriéndose espacio, sacó su cuchillo y se dejó ir sobre los pendencieros. En un principio todos los montañeros estallaron de risa cuando vieron a los dos borrachos buscapleitos saltar y correr al golpe de una cuchillada casi en la pierna o casi en el brazo. Sin embargo, más tarde recordarían el rostro de sorpresa de uno de los crápulas pendencieros, su cara de terror y reproche contra aquel loco de amarrar al que seguro siempre incitaban y no pasaba nada, pero esta vez de una puñalada certera le había dejado un horrible pingajo de cachete como una extensión de la boca en su desfigurado rostro. Llevaron al borracho al curandero y la juega siguió con el piso encharcado de la sangre derramada.
Hastiado de aquel espectáculo, el visitante dispuso a partir, no sin antes comprar una nueva botella de aquel delicioso ron (que le sabía a coñac). Guardó el cuchillo envuelto en periódicos dentro de sus ropas, sintiendo que ahora era un hombre completo. El alcohol y el arma complementan la fuerza y valentía de los hombres, pensaba. Hubiera deseado que uno de aquellos crápulas se tropezara con él, no habría sido tan complaciente como el anciano, con él correrían ríos de sangre, sin lugar a suturas.
3.
Siga derecho por la iglesia —le indicaron los arrieros— y al llegar al río, la única casa con andén alto y dos almendros en la entrada. Entró a la iglesia a mitad de camino, se arrodilló con el tronco gacho y las manos amarradas entre sí a la altura del pecho. No se sabía si estaba rezando, riendo o llorando.
El río tenía una playa amplia y blanca. Extraía arena un grupo de hombres sudorosos que la cargaban en carretas de mulas rumbo a las obras. Los asnos parecían no poder con la sobrecarga que les imponían, rebuznando acorralados por el látigo y el sol de fuego.
La casa poseía un andén alto y almendros frondosos. La había identificado sin dificultad por ser la única en mampostería. No podía ser otra, porque alrededor sólo habían ranchos de guadua con techumbres de palma. Se dejó ir hacia la playa, buscó un asentadero para destapar la botella nueva y bebería hasta que los paleros y sus mulas sufridas se largaran lejos muy lejos, entonces iría a quel lugar del superandén, tocaría a la puerta donde un hombre de barba hirsuta con un lunar surtido de un manojo de pelillos como una araña, saldría a recibirlo. No creía que un lunar pareciera de veras un insecto y se moviera como tal, pero en medio del encendimiento etílico lo divertía la sola idea de imaginarlo con vida.
El cuchillo en efecto incomodaba en la pretina, había quedado peligroso igual que siempre lo dejaba cuando despresaba cerdos en su pueblo, aquello mucho antes de ir a prisión por despostar a un amigo del alma, que, bebido y en chanza, le había agarrado amistosamente y con cariño las nalgas. La prisión, donde la vida lo había enseñado a ser desconfiado, prevenido y listo, en donde —o eres fuerte, o lo aparentas, empero por nada del mundo débil, porque de lo contrario te sodomizan dormido, y despierto también—, pensaba. Dejaba de pensar, volvía a reir solo. Diez años de su vida allí encuevado, ahora tenía cuarenta y tantos.
El sol bajaba. Quedaba poco menos de un tercio del grupo de paleros, eso era mucho aún, implicaba por demasiado visaje de su parte. En prisión aprendes a sobrevivir comiendo perro y a no dar tanto visaje, pensaba. La botella vacía rodó algunos metros sobre el pasto oxidado por el sol. A un costado divisó una cantina con música, sonaba Hasta que te conocí, de Juan Gabriel, le encantaba aquel tema, pero no el cantante. La letra de la canción hablaba de un hombre insufrible y feliz, pero que se desgració cuando conoció el amor. De allí se fue caminando hasta aquel bar en donde compró otra botella y estuvo hasta muy tarde ocupando una de las mesas del exterior, con eso vigilar la casa y a los últimos dos o tres hombres de la playa con sus testarudos y ultrajados burros.
Una mujer pintarrajeada lo atendió. Era de rostro ceñudo, melancólico, ofendido. Ella, como siempre con cualquier borracho patibulario y desprevenido, aceptó divertida la invitación a que lo acompañara, y fue y volvió, con copas nuevas. Él le sirvió un trago largo, pero siempre bebiendo del pico de la botella. Me encantan las flacas, pensó. Luego, se fue a la pieza con ella.
Salió del cuartucho de la mujer dando zancadas de gitano ebrio, con el licor en ebullición, en las mitocondrias, en los movimientos de sus propios pasos simiescos que lo llevaron a la casa del andén alto. Un andén demasiado elevado con una escalera espectral que jamás había visto igual. Se estacionó en el primer almendro de la casa, un foco de luz despejaba la penumbra, los sonidos de los sapos se entrelazaban alrededor con el viento del río. La puerta era gruesa y grande, de madera despintada y añosa con armellas para el candado. Volvió el rostro y fijó la mirada hacia el sitio de la cantina, borrosa y distante.
MIS-Entropía, por Sebastián G. Calderón
MIS-Entropia // Sebastián G. Calderón.
La hora del nuevo
reino ha llegado, la segunda venida está cerca
Magistrados, un relato de Luis Antonio Bolaños de la Cruz

Magistrados

Albert Robida (1882) «salida de la ópera en el año 2000».
Luis Antonio Bolaños de la Cruz
Magistrado(a)s se encuadra en la serie del Imperio Decadente, relata un acontecimiento sucedido en el amanecer de la rebelión, cuando los propios planetas con conciencia Gaia participaban para apoyar la rebelión.
Lo(a)s Magistrados de nuestra urbe (o de cualquiera de las otras 12 urbes del planeta) solo funcionaban adecuadamente cuando les daban cuerda; los encargados o fiabytrus nunca efectuaban su labor porque los dilatados protocolos exigidos por sus mecanismos inhibidores-excitadores de atención al público, exagerados en su precisión y minuciosos en su detalle, se constituían en un peliagudo y largo problema. Existía el método corto: buscar las llaves en los bolsillos interiores de los mohosos baúles depositados en el sótano repleto de cachivaches donde no penetra la luz y convertidos en madrigueras de bichos que devoran los dedos (no comprobado ya que sólo los fiabytrus tenían acceso, pero es vox populi). Y el más corto aún aunque sin garantía de respuesta acertada: que el interesado en consultarlos les propinara una bofetada mientras deambulaban entre el gentío.
Lo peor de los fiabytrus era que iniciada la búsqueda no podían abandonarla ya que se generaba un loop que se autolubricaba y debían golpearles en el cráneo con rudeza (lo cual se combinaba con probables daños y convalecencia) para conseguir la extracción, entonces por la general a su fealdad (decían los chismes, que eran productos fallados de las calderas de protoplasma imperiales y anexados a la burocracia de nuestro planeta) incorporaban vendajes y apósitos. Así que esa posible brevedad en la ejecución con su ayuda estaba precedida de niveles organizativos desmesurados, pesados y esforzados que liquidaban de antemano la utilidad de su procedimiento, ya que las respuestas de lo inquirido a los Magistrado(a)s llegaban tardías. De allí que el público prefiriera las bofetadas convirtiendo a los fiabytrus en inútiles accesorios.
Según las noticias que aparecían en la red pulsante en las demás metrópolis el sistema de Magistrado(a)s parecía que funcionaba igual, leyendo entre líneas surgía segura su decadencia idéntica a la nuestra. Rumores cuya difusión se prohibía por proclama señalaban que los locales (y los de las demás urbes también, si atrapabas las líneas de mensajes de texto adecuadas) cuando no los veían se movían en saltos cuánticos instantáneos para susurrarse consignas, por eso las cámaras grabadoras siempre funcionaban, pero algo sucedía ya que al exhibirlas, extenso metraje nocturno al cierre de la actividad, se encontraba velado sin importar la velocidad que se programara para seguir las peripecias nocturnas.
Que la verdad se depositaba en los intersticios de la hablilla quedaba demostrada porque cada mañana al iniciarse las faenas del consistorio en medio de su habitual greguería, acontecía que los Magistrado(a)s habían cambiado de lugares. A partir de la ruta trazada por sus desplazamientos se impartía soluciones o se decidían proyectos más por la persistencia de sus “dosor” (dobles sombras reales que surgían donde se cruzaban sus caminatas, que ennegrecían el espacio y ejecutaban una lectura alternativa al procedimiento estipulado pero tan escuchada como la formal), además sin que nadie lo pidiera interpretadas por los fiabytrus quienes añadían una tercera capa argumental a los pedidos y preguntas de la muchedumbre, como observamos poco se gestionaba por conversación directa con los Magistrado(a)s, así que los peticionarios o demandantes elegidos en cabildo según la referencia de las familias o de los barrios accedían al mecanismo de funcionamiento a través de la bofetada pero ante el silencio de los magistrados aceptaban las interpretaciones de los fiabytrus y las respuestas de los dosors: eran lo mas parecido en reacción física real que existía en cuanto a Magistrado(a)s, quienes permanecían casi siempre callados en sus cabinas de atención, pero que se reunían en grupos informales con la gente para conversar tupido y divertirse de lo lindo. Caos organizado de ineficiencia demostrada.
LAS VALIENTES TAMBIÉN ME GUSTAN — Umberto Amaya L.
LAS VALIENTES TAMBIEN ME GUSTAN
Umberto Amaya Luzardo
Arauca, octubre 16 con calor de medio día.
Carajita: Deja que te llame carajita para que así, con un poco de intimidad pueda contarte mejor las cosas. Contarte por ejemplo que el lunes al caer la tarde te vi por primera vez, y el miércoles en la mañana se formó el mierdero. Ese lunes lo tengo claro, pasaste rozando el puesto de las empanadas pequeñitas que venden a solo trescientos pesos. Yo estaba ahí parado mirándote y en la alegría de ver una catira bonita, te sonreí y tú, con una sencillez que casi me congela, me devolviste en lazo abierto tu sonrisa.
–Prueba una, yo invito– te dije, y me respondiste que no. Pero insistí pidiendo que por favor la aceptaras para no sentirme despreciado –Si quieres mejor llévate diez, que yo con gusto las pago. –Llévaselas a los presos, que ahí no más queda la cárcel– te dije, casi que con autoridad. ¿Te acuerdas?
–El miércoles entendí por qué te gustó la idea y por qué me aceptaste las empanadas que te dieron en una bolsa de papel con la parte de abajo transparente de manteca. Te las entregaron, sacaste una y la mordiste comprobando que son pequeñitas pero deliciosas. Unos segundos no más te vi a los ojos y quedé sorprendido, porque las catiras de estos lados son marmoleñas y de ojos claros y otras más escasas todavía, tienen ojos de candela en marzo, pero los tuyos son diferentes, tienen un verde intenso color retoño.
Te vi las tetas mal escondidas en la camisa y se convirtieron en un imán para mis ojos; tú lo notaste y poniendo el semáforo en verde, me dijiste con picardía de cómplice: -las tengo un poco grandes, pero con una plata que voy a recibir les voy a disminuir una talla. Lo dijiste por mamar gallo y mamando gallo te respondí: –No, yo te pago la operación, pero no para que te las disminuyan sino para que te las agranden, que a mí no me gusta acariciar sino amasar con furia- te dije, feliz de encontrar una mujer como tú, sin escrúpulos de monja ni vergüenza genital, pero sentí en tus palabras la necesidad que tiene todo recién llegado de poder comentar con alguien afín sus emociones, y vi también en el fondo de tu alma el vaso de angustia que debías beber. Quiero decir con esto, lo que el olfato me dijo, que no habías llegado al pueblo a turis-vagabundear sino que en algún cruce serio te movías. Por eso, no te pregunté el número telefónico, además, no cargabas celular, yo me di cuenta. Te pedí el correo y en un pedacito de la bolsa que no estaba enmantecado lo apuntaste y todo sucedió como en esos amores ridículos, en que los acercamientos jamás pasan de besito en la mejilla, y es verdad, entre nosotros no ha pasado nada todavía, pero en el pueblo sí, en el pueblo se formó el mierdero y fuiste tú la protagonista.
Antes que todo eso sucediera yo tenía ya tu dirección electrónica, que escribir por internet es mi fiebre, porque en la escritura tiene uno la intimidad y el encanto de rumiar las palabras, en cambio con el teléfono debes ser más repentista y estás siempre peleando con los minutos y cuando no estás acostumbrado te atoras, y como en el amor, hasta las palabras se acaban. Pero mi vicio es intercambiar mensajes largos con mis amigas cibernautas y las que por pereza empiezan mandando frases de Pablo Cohelo, o grupos de oración en cadena, les doy el preaviso y si insisten en sus pendejadas y en su contaminación visual, les cierro los vidrios. Y en esta vida de peregrino que me ha tocado, cuando paso por los pueblos busco las peladas que se escriben conmigo y les hago la visita.