Sin Excusas. Una reflexión de un escritor de mierda.
Acá voy a hacer lo que mucho escritor de mierda hace y es hablar de lo que ha escrito como una suerte de revelación:
Esta mañana me enteré de un asesinato sicarial que ocurrió en el mismo escenario que me sirvió para escribir un microrrelato llamado: Escenas junto al mall. No es un cuento de ciencia ficción. Estrictamente mucha gente no lo consideraría un «cuento» porque esa gente cree que un «cuento» es donde sucede algo, y en este relato no ocurre prácticamente nada. Pero eso no es lo que me interesa discutir acá, porque esa gente prácticamente ni siquiera me considera escritor entonces no tengo nada qué discutir al respecto sino sobre lo que ocurrió en este escenario en donde hubo un asesinato sicarial y me inspiró a escribir unas dos escenas de tal soledad y locura que lo incluí en Dios conoce sus almas… Hoy cuando escuché la noticia del asesinato sicarial no solo pensé: conozco este sitio, sino escribí sobre este sitio. Y lo interesante, luego pensé, no fue que haya escrito sobre ese sitio, como cualquier otra plazoleta de comidas aburrida de una cadena de supermercados burguesa famosa por sus elevados precios y su target burgués, sino que lo interesante, en todo caso, que podría parecerle interesante a otra persona, es que escribí sobre lo que SE SIENTE ESTAR ALLÍ EN ESA PLAZOLETA DE COMIDAS DE UNA CADENA DE SUPERMERCADOS BURGUESA… esa sensación de tal soledad y locura… entonces, no solo se podría leer en esa historia un acercamiento a esa sensación que impregnó ese lugar para mí, sino quizás, para algunos otros que tal vez pudieron percibir lo mismo en ese sitio; pues no es que haya escrito sobre ese lugar, sino que escribí sobre lo que se siente en ese lugar y fue lo que pensé cuando escuché la noticia del asesinato sicarial: yo escribí no sobre ese lugar sino la sensación de ese lugar; ¿el asesinado estaría sintiendo lo mismo que yo quise escribir en ese relato que para muchos no es un cuento y en fin es una muestra de lo mierda que soy como escritor? ¿Los asesinos pudieron captar esa emisión de soledad y locura que emana en ese punto exacto que me llevó a escribir y publicar un relato en donde no sucede nada? Como ellos sí pusieron acción en ese lugar tan aburrido, y en fin depresivo, ¿son ellos, los sicarios, o el muerto, los verdaderos artistas y yo un farsante?
Acá cierro, y lo más grave, sin excusarme, por haber hecho lo que suele hacer tanto escritor de mierda.
Una escritura que diluye géneros. Entrevista a Sergio Chejfec
Por Andrés Felipe Escovar
La relación de Sergio Chefjec con lo que escribe no es natural: se aleja de la escritura a medida que incurre en ella. A diferencia de otros autores, los entornos académicos no le son hostiles ni los defenestra; es más, muchas de sus cavilaciones emergen en un registro cuya sombra es la prolongación de textos especializados, de modo que las imágenes emanadas de los nódulos textuales tensan el arco de una ficción cuyo eje argumental obvia acciones y tramas.
El escritor argentino vino a Bogotá con ocasión del XLII Congreso del Instituto internacional de Literatura Iberoamericana. Nos reunimos en la universidad Javeriana, poco antes del inicio del segundo día del evento. Bebimos un café y conversamos.
-¿Tienes una idea exacta del momento o del proceso por el cual surgió tu interés por escribir?
-No se trató de un momento sino que fue una derivación en la juventud o la adolescencia. Desde los doce años hasta los dieciocho, tuve un interés marcado por la escritura; la literatura, en general, fue intermitente. Siempre me consideré una especie de escritor un poco tardío; publiqué mi primera novela entrelos treinta y tres y treinta y cuatro años… no importa mucho eso pero, comparado con otros autores, creo que fui un poco tardío y se debió a esa situación en que mi interés por la escritura y literatura no fue prematura ni natural.
No provengo de una familia, como es el caso de otros escritores, dotada económicamente ni vinculada a la cultura ni tenía muchos libros en casa. Eso hace que tienda a separar a los escritores que tienen una relación natural con la escrituramientras que hay otros que establecen una especie de combate con la escritura y ello implica una relación con altibajos. Sin hacer un juicio de valor sobre esas dos posiciones, sin querer decir que una vía es más eficaz o mejor que la otra, me parece que es un dato. Yo siento que pertenezco a esa segunda familia.
Comienzo en la adolescencia. Leo, más que literatura, libros de política, de ciencias sociales. Mi juventud pertenece a los setenta:ingreso al secundario en el 72; es una década muy politizada en Argentina y muy marcada por la dictadura en su segunda mitad. Para mí, la lectura era teórica de izquierda, de marxismo; leía de una manera absolutamente impune libros que me atraían por el titulo o por el grado de profundidad teórica que podrían prometer pero no porque los entendiera. Creo que eso fue dándome una especie de hábito de la lectura un poco bizarro en el sentido de que hubo cierto aprendizaje estético vinculado con la literatura que yo leía, que no era una literatura literaria sino teórica,y que no pasaba por su valencia estética sino por su vinculación con los argumentos, con el desarrollo conceptual, con la coherencia con el tema,con el punto de vista. Todo esto me marcó para después elegir la literatura. Para míla literatura es un campo de tensión; tendí a tener, junto a la idea de narración, una nociónun poco ensayística donde las ideas, aunque no pertenezcan al mundo material o de la historia sino a un mundo conceptual, tienen un estatuto similar a otras categorías más naturales para la narración como la intriga, los personajes, el avance… etc.
Yo entroaleer ficción a los 17 años, con textos quizá más duros como los de Kafka: algún tipo de literatura europea de menos acción. Kafka para mí fue una especie de ídolo en la adolescencia (lo sigue siendo ahora pero de otra manera). Lo leí en traducciones; para mí tenía una capacidad de irradiación muy grande porque me sentía compenetrado con esos climas creados en sus libros de personas absolutamente incomprendidas que están obligadas a vivir en un medio que no les pertenece espiritualmente.
Después quise hacer antropología pero, finalmente, me derivé hacia la carrera de letras en la UBA. Eso, de alguna manera, tuvo que ver con que yo tenía ejercicios narrativos medio privados. No me sentía capacitado para nada ni comprometido con una vocación, que sentía borrosa para mí, y pensé que la literatura era un escenario adecuado porque entendía que no me exigía mucho, me contenía, incluso mis fallos, mis propias fluctuaciones de interés y desinterés. Luego se fueron conformando las cosas y me fui comprometiendo con mi propia escritura; conté con la suerte de encontrar una serie de amigos en Letras con los que tuve una afinidad muy fuerte y siento que ese grupo me ayudó mucho para sostenerme. Además, fui afortunado por tener una formación paralela de la universidad que en ese momento estaba colonizada por la dictadura: tomé cursos privados con Beatriz Sarlo y su manera de leer la literatura fue decisiva porque me enseñó a escribir de una manera a partir de cierta forma de leer el trabajo de los demás. Así que eso fue como una deriva, no marcada por muchos hechos concretos sino una especie de navegación un poco incierta pero que únicamente puedo reconstruir de manera direccional porque hago la mirada desde el presente… seguramente en esos momentos no iba para ningún lado.
Hasta que publico mi tercer libro, ya escrito en Venezuela, que se llama El aire, sentía que seguir en el campo de la literatura abandonarlo. N o había nada garantizado. Posiblemente por esa relación no natural con la literatura.