Adiós a John Horton Conway
Aislamiento. Aislamiento.
Un monumento al Dr. Conway en el estilo del juego de la vida. Crédito … xkcd:
Aislamiento y sobrepoblación: dos reglas básicas para morir en el juego de la vida, y para reproducirse asimismo.
John Horton Conway :
Replicó los patrones caóticos de la vida en un juego rudimentario bidimensional pero mucha gente considera que realmente creó vida vida artificial… en ese sentido, extrapolando, nosotros seríamos producto de un matemático similar a Conway que hizo los patrones de vida en un entorno 3d . Nuestra vida no se diferencia de la vida artificial, o mejor dicho, esto es lo que suponen los que creen que vivimos en un simulador.
Inventor del JUEGO DE LA VIDA…. pionero de la informática y la VIDA ARTIFICIAL… y por supuesto, de la inteligencia artificial y su influencia en las media arts…. … esto también ha tenido por supuesto repercusión en la literatura digital y la visualización de datos…
Conway al final de su vida ya no odiaba que se le relacionara exclusivamente con el famoso juego de la vida, por esta razón en el siguiente video se detiene a explicar en qué consiste su elemental y famoso juego:
Además del juego de la vida, Conway que fue calificado como un «genio mágico», por el matemático de Princeton Dr. Simon Kochen, también creo otros como el Sprout y el Brussels sprouts, explicados en detalle por Fernando Blasco en su artículo para abc: https://www.abc.es/ciencia/abci-homenaje-matematico-john-horton-conway-fallecido-coronavirus-202004200129_noticia.html?ref=https%3A%2F%2Fwww.google.com%2F
Gracias, Dr. Conway.
Haré la necrológica de Rubem Fonseca
Nacido hace buen tiempo atrás, muerto el año de la pandemia 2020 no por el coronavirus, recuerdo que Rubem Fonseca era el puto amo del género policíaco y género negro en los 90. Todos lo leíamos, los que escribían querían ser como él. Mito del encierro, en una época en que a la gente no le tocaba estar encerrada, al nivel de autores reclusos como Thomas Pynchon y Dalton Trevisan, se resistió a hacer de su vida privada un espectáculo. Una década después pocos lo recordaban y dos décadas después si apenas aparece como uno de esos autores que si le preguntas a la nueva generación apenas reconocen de los que no ganaron el Nobel.
El abogado criminalista Mandrake y el policía retirado Vilela, se despiden de su artífice. Nosotros, los lectores de otra generación, también nos despedimos de un maestro.
Un relato corto. Por Augusto Orta
La conocí en un putero. Su familia había muerto en la pandemia del Corona Virus. Aduce que cortaría el frágil hilo de su existir, pero no se anima. Y Sobrevive en lo de un chulo; que en el fondo no es mal tipo, le interesa su parte del negocio. El sexo constante y sonante palía la ausencia de cariño. Duerme exahusta, como nunca pudo el tiempo que duró la agónica muerte de sus dos niños y un esposo ejemplar. Le rogué que se venga conmigo, que tengo un lugar separado del mundo con una huerta orgánica. Que nos autoabasteceríamos.
No soy su tipo, responde lagrimeando sobre una sábana endurecida por el semen, mientras tanto acelero el ritmo ya que mi tiempo está por acabar. Me despido, es jueves 23 de octubre del año 2025. Tengo un pase para circular libremente, ir al casino, ser juez de buena fe en transacciones de alto nivel, etcétera. Fue muy drástico ver como la población mundial disminuyó dos tercios. La verdad es que a esa altura a nadie le importaba seguir muerto o seguir vivo. Seguían.
Pascua en Nueva York. Por Blaise Cendrars
Traducido por Tamym Maulén
Señor, hoy es el día de tu Nombre,
Leí en un viejo libro la gesta de tu Pasión,
Y tu angustia y tus esfuerzos y tus buenas palabras
Que lloran en el libro, dulcemente monótonas.
Un viejo monje me contó de tu muerte.
Trazaba tu historia con letras de oro
En un misal, colocado en sus rodillas.
Trabajaba duro inspirándose en Ti.
Protegido en el altar, sentado con su hábito blanco,
Trabajaba lentamente de lunes a domingo.
Las horas se detuvieron en el umbral de su retiro.
Él, se olvidó de todo, inclinado sobre tu retrato.
En vísperas, cuando las campanas sonaban en la torre,
El buen hermano ignoraba si era su amor
O si era el Tuyo, Señor, o tu Padre,
Quien golpeaba fuerte las puertas del monasterio.
Yo soy como ese buen monje, esta noche estoy inquieto.
En la habitación de al lado, un ser triste y mudo
Espera tras la puerta, ¡espera que yo llame!
Eres Tú, es Dios, soy yo; es el Eterno.
No te conocí entonces ni ahora.
Nunca oré cuando niño.
Sin embargo, esta noche pienso en Ti con terror.
Mi alma es una viuda en duelo al pie de tu Cruz;
Mi alma es una viuda de negro, es tu Madre
Sin lágrimas ni esperanza, como la pintó Carrière.
Conozco todos los Cristos que cuelgan en los museos;
Pero esta noche, Señor, Tú caminas a mi lado.
Desciendo rápidamente hacia la parte baja de la ciudad,
la espalda encorvada, el corazón apretado, el espíritu afiebrado.
Tu costado abierto es como un gran sol
Y alrededor tus manos palpitan de chispas.
Las ventanas de las casas están llenas de sangre
Y las mujeres, detrás, son como flores de sangre,
Extrañas flores mustias y feas, orquídeas,
Cálices derramados y abiertos sobre tus tres heridas.
Ellas nunca bebieron tu sangre recogida.
Ellas tienen rouge en los labios y encajes en el culo.
Las flores de la Pasión son blancas, como cirios,
Son las flores más suaves en el Jardín de la Buena Virgen.
En esta hora, hacia la hora novena,
Cuando tu cabeza, Señor, cayó sobre tu Corazón,
Estoy sentado al borde del océano
Y recuerdo un cántico alemán,
Que dice, con palabras muy suaves, muy simples, muy puras,
La belleza de tu Cara en la tortura.
En una iglesia, en Siena, en un panteón,
Vi la misma Cara, en el muro, bajo una cortina.
Y en una eremita, en Bourrié-Wladislasz,
Estaba repleta de oro en un relicario.
Turbias piedras preciosas están en el lugar de los ojos
Y los campesinos, de rodillas, besan Tus ojos.
En el pañuelo de Verónica, Ella está impresa
Y por eso Santa Verónica es Tu santa.
Es la mejor reliquia que camina por los campos,
Ella cura a todos los enfermos, a todos los malvados.
Ella todavía hace otros mil y mil milagros,
Pero nunca he asistido a ese espectáculo.
Quizá me falte la fe, Señor, y la bondad,
Para ver esa irradiación de tu Belleza.
Sin embargo, Señor, hice un peligroso viaje
Para contemplar en un berilo el tallado de tu imagen.
Haz, Señor, que mi rostro apoyado en las manos
Deje caer en la máscara de angustia que me oprime.
Haz, Señor, que mis dos manos apoyadas sobre mi boca
No laman la espuma de una feroz desesperación.
Estoy triste y enfermo. Quizá por Ti,
Quizá por otro. Quizá por Ti.
Señor, la multitud de pobres para quienes hiciste el Sacrificio
Esta aquí, encerrada, amontonada, como ganado, en los hospicios.
De los horizontes vienen inmensos barcos negros
Y los desembarcan, revueltos, sobre los pontones.
Hay italianos, griegos, españoles,
Rusos, búlgaros, persas, mongoles.
Son bestias de circo que saltan los meridianos.
Les arrojan un pedazo de carne negra, como a los perros.
Esta sucia miseria es su propia felicidad.
Señor, ten piedad de las personas que sufren.
Señor, en los ghetos rebosa la turba de los judíos
Vienen de Polonia y son todos fugitivos.
Bien lo sé, esos judíos te han procesado;
Pero te aseguro, no son del todo malos.
Están en sus tiendas bajo lámparas de cobre,
Venden ropa vieja, armas y libros.
A Rembrandt le encantaba pintarlos en sus harapos.
Esta noche yo he regateado un microscopio.
¡Ay! Señor, ¡ya no estarás aquí, después de Pascua!
Señor, ten piedad de los judíos en las barracas.
Señor, las humildes mujeres que te acompañaron al Gólgota
Se ocultan. Al fondo de los tugurios, en inmundos sofás.
Están contaminadas por la miseria de los hombres.
Los perros les royeron los huesos, y en el ron
esconden su vicio endurecido que las corroe.
Yo desfallezco, Señor, cuando una de esas mujeres me habla.
Querría ser Tú para amar a las prostitutas.
Señor, ten piedad de las prostitutas.
Señor, estoy en el barrio de los ladrones buenos,
De los vagabundos, de los matones, de los encubridores.
Pienso en los dos ladrones que estuvieron contigo en el Suplicio,
Sé que te dignabas sonreír ante su mala suerte.
Señor, uno quisiera tener una cuerda con un nudo en la punta
Pero la cuerda no es gratis, cuesta veinte centavos.
Este viejo bandido razonaba como un filósofo.
Yo le di opio para que fuera más rápido al paraíso.
También pienso en los músicos callejeros.
En el violinista ciego, en el manco que toca el órgano de madera,
En la cantante con sombrero de paja y rosas de papel;
Sé que son ellos quienes cantan durante la eternidad.
Señor, dales una limosna, no el resplandor de los faroles,
Señor, dales un limosna de muchos centavos.
Señor, cuando tú moriste, la cortina se rasgó,
Nadie dijo lo que se vio detrás.
De noche, la calle es como una desgarradura,
Llena de oro y sangre, de fuego y cáscaras.
Aquéllos que expulsaste del templo con tu látigo
Flagelan a los transeúntes con un montón de fechorías.
La estrella que desapareció entonces del tabernáculo,
Arde sobre los muros en la cruda luz de los espectáculos.
Señor, el Banco iluminado es como una caja fuerte,
Donde se coaguló la Sangre de tu muerte.
Las calles están desiertas y se vuelven más negras.
Yo me tambaleo como un borracho en las veredas.
Tengo miedo de las grandes sombras que proyectan las casas.
Tengo miedo. Alguien me sigue. No me atrevo a girar la cabeza.
Un paso que cojea y cojea se acerca más y más.
Tengo miedo. Estoy mareado. Y me detengo a propósito.
Un espantoso personaje me lanzó una mirada
Aguda, luego pasó, malo, como un puñal.
Señor, nada ha cambiado desde que ya no eres Rey.
El Mal se ha hecho una muleta con tu Cruz.
Desciendo los malos escalones de un café
Y heme aquí, sentado, ante un vaso de té.
Estoy entre los chinos, quienes están de espaldas.
Sonríen, se agachan, y son atentos como figuritas de porcelana.
El negocio es pequeño, pintado de rojo,
Y curiosos cromos están enmarcados en bambú.
Hokusai pintó los cien aspectos de una montaña,
¿Cómo sería tu Cara pintada por un chino?
Esta última idea, Señor, primero me hizo sonreír.
Te veía en perspectiva en tu martirio.
Pero el pintor, sin embargo, habría pintado tu tormento
Con más crueldad que nuestros pintores occidentales.
Cuchillas contorneadas habrían aserrado tus carnes,
Alicates y pinzas habrían estriado tus nervios.
Te habrían pasado un collar por el cuello,
Te habrían sacado las uñas y los dientes,
Inmensos dragones negros se habrían arrojado sobre Ti,
Y te hubieran soplado llamas en el cuello,
Te habrían arrancado la lengua y los ojos,
Te habrían empalado en una estaca.
Así, Señor, hubieras sufrido la total infamia,
Porque no hay postura más cruel.
Luego, te habrían lanzado a los chanchos
Quienes te habrían roído el vientre y las tripas.
Ahora estoy sólo, los otros salieron,
Me puse sobre un banco contra el muro.
Hubiera querido entrar, Señor, en una iglesia;
Pero no hay campanas, Señor, en esta ciudad.
Pienso en las campanas mudas: ¿dónde están las antiguas campanas?
¿Dónde las letanías y las dulces antífonas?
¿Dónde están los largos oficios y dónde los bellos cánticos?
¿Dónde están las liturgias y las músicas?
¿Dónde están tus orgullosos prelados, Señor, dónde tus monjas?
¿Dónde el alba blanca, el amito de las Santas y Santos?
La alegría del Paraíso se ahoga en el polvo,
Los fuegos místicos ya no centellean en los vitrales.
El alba tarda en llegar, y en los estrechos pasajes
Sombras crucificadas agonizan en las paredes.
Es como un Gólgota de noche en un espejo
Al que se ve temblar en rojo sobre negro.
El humo, bajo la lámpara, es como un paño desteñido
Que gira, retorcido, alrededor de tus riñones.
Por encima, la lámpara pálida está suspendida,
Como tu Cabeza, triste y muerta y sin sangre.
Insólitos reflejos palpitan sobre los vidrios…
Tengo miedo y estoy triste, Señor, de estar tan triste.
“Dic nobis, Maria, quid vidisti in via?”
-La luz que se estremece, humilde en la mañana.
“Dic nobis, Maria, quid vidisti in via?”
-La blancura angustiada palpitando como las manos.
“Dic nobis, Maria, quid vidisti in via?”
-El augurio de la primavera agitando mi pecho.
Señor, el alba apareció fría como un sudario
Y puso al descubierto los rascacielos en el aire.
Ya resuena un ruido inmenso sobre la ciudad.
Ya los trenes saltan, retumban y pasan.
El metro rueda y ruge bajo tierra.
Los puentes son sacudidos por los vagones.
La ciudad tiembla. Gritos, fuego y humaredas,
Sirenas a vapor roncan como gritos.
Una multitud afiebrada por los sudores del oro
Se empuja y corre por los largos pasillos.
Turbio, en el desorden de los tejados,
El sol es tu Cara manchada por los escupos.
Señor, vuelvo a casa cansado, solo y muy triste…
Mi habitación está vacía como una tumba…
Señor, estoy muy solo y tengo fiebre…
Mi cama está fría como un ataúd…
Señor, cierro los ojos y aprieto los dientes…
Estoy demasiado solo. Tengo frío. Te llamo…
Cien mil trompos giran ante mis ojos…
No, cien mil mujeres… No, cien mil violonchelos…
Pienso, Señor, en mis horas desdichadas…
Pienso, Señor, en mis horas pasadas…
Ya no pienso en Ti. Ya no pienso en Ti.
Nueva York, Abril de 1912.
Diario del coronavirus desde el conurbano sur de Buenos Aires #10. Por Leandro Alva
Ayer, finalmente sucedió lo que parecía inexorable. El presidente anunció la prórroga de la cuarentena hasta el lunes posterior a semana santa. Habrá que armarse de paciencia y seguir improvisando entretenimientos a fin de estar menos pendientes del moroso avance del reloj, pero nadie podrá tachar la decisión de injusta o desacertada. De todos modos, y es comprensible, hay gente que tiene una especial disposición hacia estados de angustia muy revirados. Sobre todo los mayores de 65 años, a quienes los periodistas designan, una y otra vez, como grupo de riesgo. No es el caso de mi vecina, Carmen. Hace un rato me la crucé en la carnicería y me dijo que este virus de mierda no va a poder con ella. Yo le dije que admiraba su coraje pero que es mejor que tome precauciones y se cuide porque nunca se sabe. Agarró su bolsa con milanesas de pollo y carne picada, y me saludó igual que hace 30 y pico de años: Chau, Leandrito.
Una vez, como dijo el Diego, se me escapó la tortuga. Fuera de joda. Yo era muy chico y andaba triste porque Juanita se había hecho humo. La familia estaba preocupadísima (la mía, no la de la tortuga) y después de buscar y buscar durante horas, Juanita salió de abajo de un helecho en el jardín de doña Carmen. Un lindo recuerdo de mi viejo quelonio vagabundo y de mi añeja vecina cabeza dura.
En este momento, uno quisiera hablar de otras cosas, pero hace dos días se confirmó el primer caso de covid 19 en Temperley, la ciudad en la que vivo. Justamente sucedió a escasas cuadras del Centro Cultural donde trabajo. Un policía desoyó al médico que le había recomendado aislamiento, y siguió yendo a hacer su guardia y a esparcir la peste, ¿qué tul? Parece una constante en las fuerzas de seguridad este tipo de inconductas que no tienen nada que ver con sus funciones primordiales de protección y servicio a la comunidad. La cuestión es que ahora el tipo está “guardado” y la zona aledaña a su casa rodeada con fajas de seguridad que no permiten el tránsito. Nunca falta un boludo de uniforme, de esos que se cagan en todo.
Decía antes que uno quiere hablar de asuntos más amables, y se hace difícil escaparle al discurso del virus. Pero vamos a intentarlo. Hoy, por ejemplo, se cumplen 100 años del nacimiento de Raúl Berón, uno de los poquísimos cantores que le puede pisar el poncho a Gardel. Nunca voy a olvidarme de la primera vez que mi viejo puso uno de sus discos en el combinado que había en casa, y esa voz le hizo un requiebro a la nada para llevársela puesta. Garganta privilegiada para el tango, tenor de una versatilidad notable, de un vigor aterciopelado y un fraseo sin par. No hace falta que les recomiende escuchar alguna de sus grabaciones, hay bastante en youtube. Y así de simple, esta efeméride me sirvió de pretexto para ocupar gran parte del día escuchando al gran Raúl con el acompañamiento de diferentes orquestas. Tal vez la clave asome por ahí; redescubrir algún filón de la memoria que se haya quedado dormido, despertarlo y verlo con ojo nuevo. O habrá que seguir buscando a la tortuga que se escapó mientras el tiempo pasa y doña Carmen ya no me dice Leandrito.
Leandro Alva, Temperley, 30 de marzo de 2020.