Archive | mayo 2020

Continuar después del desastre

Reseña sobre El arca de Gokú del poeta colombiano Zeuxis Vargas

Por Juan Sebastián Sánchez

Comencé a leer el Arca de Gukú del escritor, editor y gestor cultural Zeuxis Vargas, y encontré un libro con temática sostenida. En cada poema existe la revelación, la mística de un milagro nuevo. Como sabemos, la literatura y sobretodo la poesía es de riesgos, de reinvenciones, de un constante juego con el lenguaje y con el silencio.

     No es fácil asumir la responsabilidad social y literaria de ser poeta, pero Zeuxis decidió (como muchos otros en la historia) cargar con ese riesgo. Apela al desarraigo, a la soledad y a la incomprensión que tienen los poetas.

     En el Arca de Gokú encontramos de manera profunda un dialogo permanente entre el poeta y los personajes del cine y la mitología: Alf, El correcaminos, Los Thundercats, Hércules, Argos, Ulises y otros que de alguna forma son parte del imaginario colectivo de una generación. Y es precisamente en este imaginario colectivo donde el poeta crea cosmogonías regidas por leyes ajenas a nuestra realidad. 

     Existe un intento de ruptura en la temática del Arca de Gukú que es consecuente y necesaria frente a la monotonía, el desgano y el pesimismo que se volvió moda, religión o merchandising del escritor y del poeta de nuestro tiempo. El libro tiene tres movimientos: Entrañable santoral, Elegías de los maestros olvidados y Ningún casco en el suelo, este último, se divide en cuatro ecos: Recursión o de la identidad, Dogma o del amor, Dialelo o de la libertad y Cascos en el aire, en cada uno habita un lenguaje que busca una identidad propia, un decir, un vínculo entre nuestro tiempo, el poeta y sus lectores.

     Estamos ante una sociedad donde no existe la certeza; en la Edad Media podíamos tener la explicación judeo-cristiana para justificar los fenómenos propios de la existencia y la no existencia. No había que abocarse en buscar la verdad porque la verdad estaba justificada en una palabra: Dios. Ahora, existe la angustia de abandono ante una no certeza: no hay una verdad, sino un sinnúmero de verdades que genera una falta de identidad propia tanto en el individuo como en la sociedad. Es en este punto donde el poeta, a través de su lenguaje intenta crear no una verdad universal, sino una verdad vital.

Dame el secreto para vivir sin angustias

y poder decir:

¡No hay problema.

     Entrañable santoral constituye la necesidad del poeta por redefinir y redescubrir su infancia: dibujos animados y personajes de carne y hueso que forman parte esencial de su imaginario, a través del lenguaje poético que permite asumir los fantasmas que aún nos habitan.

Ser poeta; un sueño que para muchos en la infancia decirlo o pensarlo tiene un aire romántico, creemos que con la palabra vamos a restaurar el equilibrio universal. Pasa el tiempo y el sueño romántico se convierte en un acto subversivo el cual tiene una carga demasiado pesada para hombres comunes. Este podría ser el mensaje del primer poema de Elegías de los maestros olvidados. Zeuxis asume una postura de reflexión y asombro a través de los personajes mitológicos.

     Ítaca ha sido motivo de inspiración de poetas y escritores, quizá porque como lo develó Cavafis, no importa Ítaca sino el trayecto: las aventuras, lugares y sitios descubiertos mientras. Una metáfora entre la vida y la muerte, entre quien abandona y retorna al origen: Ulises representa a todos los hombres del pasado, presente y futuro. Pero tomando la idea metafórica de pensar que Ítaca es origen y retorno, el hombre representa algo indeseado dentro del equilibrio de la vida: un usurpador.

Ulises delira y rompe las amarras.

Un usurpador

fue el que regresó a Ítaca.

     Con su humor agudo se convirtió en referente para entender a través de la risa la realidad de América Latina. Dicen que tu fantasma sigue asustando/ en el hotel/ donde eres/ un simpe caballo de apuestas. En estas líneas no solo podemos pensar en Cantinflas, sino en todos nosotros como seres invisibles habitando lo invisible.

Yo te llevaré para siempre en esta limosina blanca como un ataúd, / mientras mis ojos te desnudan por el espejo retrovisor, el poema tiene no sólo responsabilidad literaria sino una responsabilidad social. Hablar sobre el comercio del cuerpo para obtener beneficios o escalar ―de forma rápida―, la escala social, es algo que rara vez se aborda en la poesía. Estamos sumidos en una sociedad donde el «sujeto» y la poesía son objetos de cambio. Es esta la reflexión que propone el poeta: romper ataduras a través de la palabra.

     El poemario permite un recorrido por distintos ecos que nos lleva a conocer personajes mitológicos y también héroes del cine y de la televisión. Zeuxis, al igual que el Noé bíblico reúne en su arca lo que considera necesario para continuar después del desastre.

Link para descarga directa del poemario:

https://eltallerblancoed.files.wordpress.com/2020/05/el-arca-de-gokc3ba-1-1.pdf?fbclid=IwAR2jWswEUyaU7XINJqWjP9zQ6wFwU8TCMVRqv7_4i_B9AYdaNnU6slKwskM

La Viuda Isamar: por Favían Omar Estrada V.

La viuda Isamar

Favián Omar Estrada Vergel

 

llano

  1. La tragedia

Después de intensas batallas traficando en el abismo del dinero rápido, rodeados de fiestas, joyas, obras de arte, plumas de garza, animales exóticos, etc., decidimos volver al país para quedar lejos de unos enemigos, en extremo peligrosos, que ganó mi esposo Yasar al liquidar a un naviero egipcio en unos confusos acontecimientos, cuyos detalles describiré fundamentada en la ligera versión de mi marido, porque, con toda honestidad, sólo los conozco en parte, y —haya sido o no en su propia defensa— sucedió para desgracia nuestra.

Era ese fulano marinero un socio ocasional de una de tantas correrías arriesgadas, quien intentara un día a punto de zarpar asesinarnos para quedarse para él solo el cretino con un botín de joyas con destino al mercado negro de Singapur (obviamente eran robadas). El día anterior a los hechos, en el puerto, en algún corrillo de marineros ebrios, un comentario fortuito que hizo otro navegante pudo intrigar a tiempo a Yasar, que no era ningún pendejo. Se dio cuenta de que el socio traidor, habiendo perdido bastante en los naipes, dejó en prenda de garantía su embarcación a otro salvaje de éstos. No sé cuánto fue la suma, o no lo recuerdo, pero sí que debía saldarla con término perentorio. Decidió mi esposo, por simple malicia, llevarme a otro refugio y aguardarlo en la oscuridad material del camarote donde dormíamos. 

Aproximándose la medianoche —según Yasar—, estando él agazapado aguaitando en un oscuro rincón, oyó el quejido oxidado de los goznes: la puerta del lugar se entreabrió, sin duda era el egipcio que entraba. No quitaba mi esposo los ojos de aquella entrada y lo reconoció de inmediato por el olor de sus carnes a perro triste y su silueta desvaída de zancajoso ebrio. Oyó luego el chirrido de las alguazas del baúl y por el trasegar lo imaginó escarbando a fondo, hasta cuando cesó el remolino y la tapa de cedro cerró de golpe. El botín, a buen tiempo sustituido por joyas postizas de cristal de viejas botellas, flotaba ahora en las manos ladronas. Yasar sostenía la respiración rastreando los movimientos burdos del maldito, que iba caminando sigiloso en dirección al lecho nuestro, luego su silueta alzaba un puñal y, frecuentemente, lo enterraba y volvía a sacar, energúmeno y funesto como un diablo, contra el frío cadáver de un cordero de buen tamaño acomodado adrede bajo las mantas que yo más amaba. El naviero, agotado e inquieto ante tanta frialdad junta, retiró la cobija y descubrió el montaje, de cuya imagen pudo comprender un poco menos que nada porque las peludas y fuertes manos de Yasar, a modo de tenazas de acero, pasaron una delgada cuerda alrededor de su cuello: la asfixia le disipó las imágenes y las tinieblas del cuarto se le refundieron, acaso, con las del infierno.

Debimos huir para librarnos de una muerte cantada por cuenta de la familia del difunto, dispuesta a vengarlo al precio que fuere. Debieron de buscar sin ceder al cansancio hasta en los últimos rincones de la ciudad, pero mi marido y yo habíamos embarcado en otro navío con rumbo fijo a ninguna parte. En todo caso, atracamos en España donde permanecimos hasta cuando el agobio de la clandestinidad nos enfermó y decidimos, disfrazados de menesterosos, regresar hacia Cartagena de Indias a buscar un nuevo refugio. Estuvimos viviendo un buen tiempo en casa de un juglar amigo, donde disfrutamos de grandes parrandas y con amistades sinceras, pero fuimos enterados de la presencia de extraños, merodeando.

Anduvimos a manera de peregrinos por otros pueblos y ciudades cercanas, donde unas veces éramos gitanos videntes y, otras, vendedores de libros. Sin duda la Costa Atlántica no era lo mejor porque el mar nos mantendría cerca de nuestros enemigos. Muy pronto estuvo Yasar intensamente agotado de sobresaltos y escondrijos, sobre todo de arrastrar de un lugar para otro, camuflada en seis costales de fique, una fortuna peligrosa que quieres gastar y no puedes.

Inventar un lugar tierra adentro, ausente de la vida ruidosa, fue la primera ocurrencia en la exploración de lo deseado. Recorrido medio país de acá y medio de allá por rutas inclementes y trochas imaginarias (en barcos de vapor o automóviles), atravesados caños de lodo y ríos encantados e infestados de cuanta bestezuela pare la tierra (en embarcaciones de aborígenes) y, por último, sumergidos en montes intrincados sobreviviendo al asedio pernicioso de fiebres caniculares (sobre incómodos lomos de mulas), descubrimos el imponente océano de las llanuras orientales: un paraíso de pampas radiantes tal como las habíamos imaginado juntos en nuestros sueños, construidos con retazos de las historias desdibujadas de los traficantes italianos.

Arribamos a una población de aire arcano y legendario, en medio de la geografía fronteriza de dos países. Confieso que me costó —no sólo tiempo sino también esfuerzo— entender a cuál pertenecía, y sólo lo vine a saber porque Yasar, con la indulgencia de un sabio maestro de escuela, me lo señaló por tanteo y error en un mapa, diciéndome está aquí de este lado, y lo marcaba con el dedo en el atlas, y yo le decía: parece de allá. Él reía estallado y decía luego: parece de ninguno. Por eso creyó que nunca iban a encontrarnos. Yasar estaba enamorado hasta del oxígeno que respiraba, y, en lo que a mí concierne, parecía un sueño cumplido: era el lugar fastuoso y perfecto donde tendríamos seis hijos y viviríamos felices para siempre. Así que, con las alforjas llenas de oro y joyas, llegamos negociando fanegadas de tierras y ganados que en poco tiempo vimos reproducir igual que el pasto verde en las praderas fértiles. Mi astuto marido combinó la ganadería con la extracción de pieles, mieles, aceite de palo de copaiba, caucho y plumas de garza, que luego intercambiaba por oro y mercaderías que revendía multiplicando por mil. Hizo construir en el pueblo llanero una mansión amplia y ostentosa, sujeta a mis caprichos, y una estancia cómoda en la hacienda, y ordenó el arreglo de la escuela y la iglesia, con lo que se ganó el aprecio de la gente del lugar.

Pero contrario a todo deseo, el pueblo en realidad estuvo lejos de ser el remanso soñado. Una mañana, con las primeras luces del alba, mientras retozábamos dichosos y desnudos en la cama con una de nuestras amantes compartidas, advertimos los golpes del aldabón sobre el portón. Una sirvienta asomó con el recado de que requerían a Yasar, y él bajó. Jamás desatendía sus negocios ni hacía esperar a ninguno mucho tiempo, así fuera para atender al más insignificante de los hombres. Bajaba siempre a saltos con el arma en el pantalón, pero esa vez no lo hizo, imagino que por un asalto de abandono y confianza, porque sólo llevaba encima el quimono sedoso de levantarse. Desde la bañera oí el alboroto de la discusión y una detonación fuerte y seca que creó un eco lánguido durante unos segundos.

 Desorientada, ansiosa y aturdida corrí escalera abajo. Recuerdo que me torcí un tobillo y caí rodando los dos últimos escalones, alcé la cara y reconocí a Yasar como una sombra a los pies del criminal, cuyo vistazo terrible de insolentes ojos amarillos me envolvía toda. Jamás podré olvidar su perfil de rata inconfundible. Yasar tenía la quijada desviada, en su boca había una mezcla de saliva y sangre escanciada amenazando escurrirse en cualquier instante. Su cuerpo grande yacía sobre una mancha roja, caliente y espesa igual que una jalea. No murió de inmediato, ésa fue la peor parte. El plomo en la cabeza le deshizo una oreja, le desbarató cierta parte del cráneo y le dejó un agujero como una boca gritando por donde entró mi mano asustada tratando de evitarle la hemorragia, quedando mi esposo vegetativo y avejentado, hasta que una tarde distante la muerte se lo cargó marchito y encogido, semejante a un muñeco de trapo.

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Una tarde nocturna de Ciencia Ficción en Twin Peaks

Uno termina de leer 1984 y queda con ganas de morir: eso es lo que ha dicho Luis en medio de una tarde, cualquier tarde de pandemia en Twin Peaks mientras algo acecha. Luis se vistió con sus mejores galas y, a medida que se adentró en la oscuridad, empezó a quitarse la ropa. Y, con cada prenda perdida, él reflotaba en la atmósfera del lugar desde el que habló. Aludió al amor, nuestro amor, el amor de todos; refirió a la escuela de Frankfurt y, sobretodo, a la tristeza.

Dankeschön, herr Florian Schneider.

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Wird Sind die Roboter
We are the robots
Somos los robots.
MUSIC NON STOP 
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Robots de la música electrónica, la ciencia ficción, robótica y futuro, despedimos a un precursor: Florian Schneider de la icónica banda alemana Kraftwerk, y proyectos solitarios.