La boca de la garrafa del Nobel  de Literatura

In memoriam, Mario Vargas Llosa.

I. CRIPTORQUIDIA

Sin testículos, el falo tiende a percibirse magnífico, como un emperador.

-¿Qué desea, mi señor?

– Unos testículos.

– Pero sí usted es el Gran Verga, ¿para qué quiere un par de estos?

– Porque en el escroto hay cuencas marcianas.

 

II. HACKEO EN LA VIDEOCONFERENCIA DEL ESCRITOR DE FÁBULAS

Estaba el escritor Giorgio Passolini sentado en medio de un club de lectura que discutía los tópicos de su obra, cuando, de repente, en la transmisión streaming prorrumpió un asalto de vulgaridad:

Un negro sin calzones hacía el baile de la garrafa sobre una botella de cerveza Póker. El hombre, con la fortuna de un bailarín y la gracia de un ave liviana, movía sus nalgas hasta que, a  un milímetro del pico de la botella, las apartaba y procedía a introducir el adminículo para luego destapar el elixir con su deyector.

Salía espuma de la botella, del ano.

Espumas que se van,  bellas rosas viajeras.

Ante el desconcierto de los miembros del club literario, el escritor manejó la situación con la misma gracia que el negro la botella.

– Tranquilos, jóvenes. No se escandalicen. Detengan la escena justo cuando los testículos se aprestan a rozar la punta de la botella. Miren cómo las cuencas del escroto son idénticas a los canales secos de Marte-. Esta, querido auditorio, es la mayor prueba del origen extraterrestre de la vida en el planeta Tierra. El profesor Schiaparelli se tocó las turmas y encontró el acompasamiento entre ellas y el  cuarto planeta de nuestro sistema solar. De pequeño, padeció Criptorquidia, pero la vida y sus milagros le bajaron los huevos y, ya de edad adulta, parecía un cebú.

Huelga escribir que Passolini se refería al Gran Verga que se achicó como todo humano envejecido y, de tan pequeño, no fue más que una peca del par de testículos megalodónticos.

Mario Vargas Llosa, con esta reflexión te dejamos en paz en tus infiernos personales.

En la ventana del estudiante. Por Lorenzo Acosta

Fantasma azul, Wolfang Schulze

 

Un fantasma lava platos. Acaso cocinó, acaso había invitado a alguien; acaso comió solo, o pensó que cocinaba en la soledad de los fantasmas.
En algún momento, como recordando la lógica de los momentos, se dejó caer de espaldas. Y los platos limpios tomaron más luz, un aura, mientras un vivo acudió a lavar los platos de esa cena. Y acaso fue el vivo quien apagó las luces.

Invento 70 ́s por Leonardo Bolaños

Estoy con bloqueo de escritor. Como periodista, o crítico, sucede muy a menudo.

La historia de la
realidad toma rodeos, se va por las pendientes, acelera y es inalcanzable. A veces no pasa nada, a veces
uno espera. Escribir es un lujo de la excentricidad creativa, quizás, quizás lo diría Hunther S Thompson.
Qué conexión hay entre la droga, el periodismo, la revolución hippie de los 60 ́s, el corazón del espíritu
norteamericano, etc. Pareciera que la realidad tiene sus propias ruedas, sus propias ventanas y acelera en
una carrera como Rebelde sin causa por el precipicio anhelante de una gloria histórica. Pareciera, de
nuevo, que la Velocidad de las cosas, como diría Rodrigo Fresán, está más que en acelerar en voltear el
timón una y otra vez, hasta la nausea, las alucinaciones, las visiones. Lo importante en La carretera, como
diría Jack Kerouac es que una vez que comienza la historia histórica es que no deje de acelerar. Es una
épica, una etapa real de la epopeya humana, parte ya de un tipo de mitología contemporánea. El frenesí de
un salvaje en drogas, manejando por el desierto de Nevada, haciendo artilugios de cualquier expresión
libre de anarquía por la libertad de sentir el caos contenido en la velocidad de lo que va sucediendo.
Comienza entonces la historia, la mitología personificada en hombres destruidos por la droga, como diría
Allen Ginsberg, en el puñado de las mejores mentes de aquella generación desorbitando entre traumas y
catarsis, emociones y locura, navegando en la espontaneidad de un posible accidente y final mortífero,
tentando la muerte, la suerte, el caos, la locura. Adicciones al peligro, a la franqueza material de cada filo
de realidad, bosquejando absurdas situaciones en problemas y paranoias, para salir de las peores
pesadillas como jugando en drogas. Desafiando la ley, la dignidad puritana y reaccionaria del espíritu de
los 50 ́s, de la vanguardia reaccionaria del imperio de la plata en Las Vegas, Nevada, Estados Unidos. La
verdad es que es imposible de negar la impresión, la loca demanda de suerte, atención, falos, sexo, lujuria,
dinero… No hay escape de la necesidad de éxito en Las Vegas, y todos los caminantes parecen anuncios
de publicidad ante las porristas del fracaso o del escaso éxito. La única manera de creer en la ilusión de
ser victoriosos en una creencia como el dinero, es a través de la compulsión, la repitición monótona de
apostar todo o nada en Las Vegas, apostar, tomar alcohol, ante mujeres dilatadas y delineadas de colores
publicitarios, colores blancos, colores azules, cargando como una azafata los licores en una bandeja. Y
mientras la ruina del razonamiento por la sóla tranquilidad es asediada por la ansiedad de los millones y
millones más adelante, la pérdida de sentido en Las Vegas, con monos astronautas, cadáveres de la mafia
descomponiéndose en el desierto, y la surreal imagen de neón de un vaquero inmenso como un edificio
nos llama la atención entre los monumentos al consumo en la arquitectura moderna de los héroes
contemporáneos, vaqueros, trapecistas, atletas del arte, todos vendidos, alquilados y liquidados en Las
Vegas. Pero para qué alguien necesita diferenciar periodismo, como el de Hunther S Thompson en una
prosa de la realidad percibida del fragmento de consumo en una ciudad como Las Vegas? La intensidad de
la obra de Terry Gilliam en esta película de 1998 nos desplaza a la desorientación de los arquetipos del
caos, los hippies, los artistas, los vendedores (siempre con una nueva idea), los perdedores, los borrachos,
los drogadictos, etc como unos personajes banales en Las Vegas, incluso la policía, los abogados, la ley y
el orden parecen unos personajes de sobra ante el poder económico de muchas pérdidas y ganancias en
Las Vegas. Y recuerdo esa parte de la película de Pánico y Locura en Las Vegas, “esto es como luciría el
mundo si los nazis hubiesen ganada la Segunda Guerra Mundial”. La forma de valorar solo el
entretenimiento y la espontaneidad de cualquier salvajismo es permitido y elogiado, y mientras la
velocidad crece y avanza, la identidad se pierda y se reduce a al ícono de un mero apostador, es decir, otro
perdedor. El palimpsesto de imágenes, de colores tan navideños, psicodélicos y llamativos que ofrecen los
escenarios, los vestuarios, así como la variedad lógica de cada diálogo entre segmentos y otros segmentos
de la película hacen, que la variedad, la originalidad, el caos, la costumbre, la línea que sigue el
argumento de la película sea filosófica, histórica, épica se convierta en una propinada calidad de
entretenimiento, entretenimiento muy original, eso sí. Llama la atención que siendo los 70 ́s, exactamente,
1972, no aparezcan negros en la película, teniendo en cuenta que Las Vegas genera rechazo a una clase
social incipiente como la población negra en los 70 ́s es entendible. Tampoco hay el arquetipo asiático,
con su gorra y cámara de fotos, y sin olvidar las camisas hawaianas. Lo que hay son dos fuerzas políticas
de la alegría, la información, sea inventado o verídica a lo periodismo Gonzo, personificada por Johnny
Depp (el personaje periodista); y el derecho de ser alegre, salvaje, animal, errado, vulgar, sucio, ruin,
horrible, aunque sea por las drogas, aunque eso no importe más que la plata en Las Vegas, personificado
por Benicio del Toro (el personaje abogado). Finalmente, esta película aún marca tendencia en la
personalidad de nuestra época, en una época de crisis política, bélica, etc. Dejamos que la historia marque
su paso por la carretera, y a máxima velocidad, buscamos el final feliz.

En torno a los primeros trece años de Milinviernos

El telar de las 13 cabritas del príncipe Mil Inviernos

Amanecimos íntimos llevando a cuestas todos nuestros muertos en estos 13 años de infortunio cándido.

Cucurrucucú palomitas que no vieron la noche

Hilar ha desnudado los otrora anhelos e intuye la luz del paraíso tejida en las mortajas

Nos dirán que aquilatamos lo más humilde de los poetas del XIX

Y os decimos: aquilatamos la humildad hasta hacerla piedra excremental de estos trece años como vampiros que hacen chorizo con las promesas rotas de los océanos magnánimos de la luna oculta de los presagios

Se nos fue la vida, y vivos quedamos por otros miles inviernos en trece mil años

Trece mil años trece fue la cifra del Dr. Penev

El onanista Miranda sigue atenta la vista esquizofrénica a nuestros horizontes invernales mientras un iniciado signa la frente y trae la mala nueva de que el alma es eterna como lo anunció el viejo palo de mangos

Tres mil años trece es la mirada conspicua del pirata muerto

Trece mil años trece es la niebla helada donde aúlla Mapanare

Las lecciones escolares de doña Carmen en su solar tameño anunciaban la desolación del futuro: “Es tarde, el dr Penev ha nacido”

Trece mil años trece fueron las mejillas del chiquillo que ronronea imitando a su gato

Rigoberta Menchú insufló su alma desencarnada

Trece, ¿qué te parece? Una eternidad que descubre la paja.

Y, con la paja, lo que será su cuerpo

Trece, la tristeza crece.

Trece mil años trece

Trece, dijo el mequetrefe, es decir, el hacedor de mundos

Trece, dijo el bromista: “agáchese pa que me las bese”

Una paloma tuerta cae muerta de sed y repite: trece para que rece.

Rece trece mil veces trece

Homenaje a David Lynch

Escuchaba a Gorecki y su oración a la virgen, me sentí triste, quizá por el sol y el frío, pensé. Entonces vi un estado de guasá con la cara de David y un fondo negro. Le avisé a Luis. Él, horas antes, lo homenajeó con un video clandestino que hizo en Transmilenio, aunque entonces no supiera que Lynch estaba muerto.
Te amamos, David

Siempre

 

https://youtube.com/shorts/ZQMSuGxLCzQ?si=qt3px9BsJf4L1OzD

 

Los orígenes de una novela. Conversación con Mikel Ruiz a propósito de “Los disfraces de la muerte”

Alguna vez me pronosticaron que a Mikel Ruiz (Chamula, Chiapas, 1985) lo perseguirían integrantes de esa entidad-comodín de México llamada crimen organizado porque en su novela, La ira de los murciélagos, abordaba el narcotráfico, el consumo de drogas y el crimen en un lugar como San Juan Chamula, cuya aura de misterio ha servido para que, por ejemplo, cobren la entrada al templo (lugar donde las efigies católicas se mezclan con velas, copas de pox y envases de Coca-Cola). La existencia de criminales lectores cuyos asesores literarios les comunicaran alguna novedad editorial donde se les denostara, restituía la importancia del libro como artefacto peligroso; por eso le pregunté su tuvo algún desencuentro y me contestó que jamás recibió una amenaza o, al menos, un comentario semejante a los que supuse.

La aparición de La ira de los murciélagos, sin embargo, ha suscitado opiniones. Fue la consolidación de Mikel como trabajador de una narrativa que comenzó con Los hijos errantes y ya cuenta con cuatro novelas publicadas; en 2024 aparecieron El origen de la nocheganadora del premio Nezahualcóyotl en 2023 y Los disfraces de la muerte. Sobre esta última charlamos.

Para escribir esta novela hubo, como en las anteriores, un proceso que llamas de investigación, ¿cómo fue en este caso?

-Comencé a concebir la novela cuando estaba escribiendo La ira de los murciélagos; Ponciano, uno de los personajes de esa narración, un día sale de su mansión y, al frente de ella, se topa con una estatua de concreto, que se supone que es la figura de un chamula tradicional, pero, en vez de un bastón de mando, tiene un cuerno de chivo[1]. Se me hizo muy raro que Ponciano tuviera una estatua que idolatrara y mi pregunta durante la escritura de la novela fue quién era ese personaje que tenía un cuerno de chivo. Era la representación de un hombre chamula tradicional y que Ponciano considerada un modelo a seguir. Yo no sabía quién era ese sujeto y, en el proceso de comprender a Ponciano, investigué a quién correspondía esa estatua y me acordé de la estatua de Chamula. Desde que tengo uso de razón siempre ha estado ahí y yo nunca pregunté de quién era.

Entonces, en una ocasión, fui a Chamula a ver de quién era, pensando que era la misma imagen que tiene Ponciano en su casa. Ya cuando estaba allí, vi una plaquita con la información de la estatua que dice que la puso un presidente de Chamula, en el setentaytantos, llamado Lorenzo Pérez Jolote, hijo de Juan Pérez Jolote. Y se me hizo raro porque Lorenzo Pérez Jolote fue uno de los presidentes más sanguinarios en Chamula; expulsaba a los que se volvían evangélicos, y ya desde ahí me dije: ¡Claro, Ponciano es evangélico y su familia fue expulsada de su paraje!

Read More…

La hora Pop. Por Leonardo Bolaños

Hay una huella en cada foto de las fotos adelante, muy atrás, siempre iluminadas de un verde gris, algún lugar pobre como un pueblo similar a cualquier pueblo enterrado bajo tierra por numerosos deseos sin fertilizar, iluminados por jardines jóvenes y de muerte amarilla de pocos años sin regar. Esas fotos están allí, pero no es ahí. El talento novedoso de la vejez… Ja. La banda está un poco más al frente vestidos de luto, quizás fueron los 90´s, pero en realidad es ese visceral olor de planeta tabaco, mariguana, quizás muchas sustancias, comidas por vomitar, empleos que huelen a metal, a óxido, a hierro, a sangre, a sangre que huele a metal, como un apocalipsis nicotínico, un frenesí cafeinado, una energía desgarrada por mantener un tipo de cordura presente desde su primer hit. Una necesidad de burlar la aparente abstracción artística de los Post-Punk de los 80´s, para recitar un drama sarcástico, un amical drama sarcástico apestando a nauseas, nauseas de seguir tragando, seguir viviendo, seguir leyendo.

 

No quieren golpear muy alto, no es su intención ser una super banda de rock, pero se escucha desde lejos el murmullo de una ciudad que grita con patrones de rostros que nunca vuelven, más que una vez en toda la vida, por aparecer, quizás en la fiesta errante de las mudanzas, los escapes de la Big City o visceversa, y aterrizar, por fin aterrizar luego de la fiesta de lágrimas secas y dejar la náusea inolvidable a la realidad, a casa.

 

Adam´s Song: La muerte está aquí, y es mucho peor… Siempre con risas, con alcohol, con firmes años de juventud, circulan por las avenidas desnudas, desde la primera línea, el trío dejando atrás los hoteles, saliendo de locales de empeño, quizás, sin relojes en las muñecas, con pulseras y las manos enterradas en los bolsillos, y la curva pesimista de la cabeza, sonríe un pedazo de ironía, nada, nada por pensar de nuevo, y no es lo peor, es qué dejo, qué tono, qué gesto tan bajo, tan humillante de contar ¿qué se hace por dinero?  como una alegoría al cine existencial francés de los 60´s en blanco y negro, calles de nada, en un notorio silencio sin esperanzas, ellos con tatuajes, siempre, y genitales censurados buscan, escapan de algún lugar, o no tienen tiempo para llegar, en What´s my Age Again y Adam´s Song, pero eso no significa que vestidos de blanco, vestidos de negro, vestidos de mujer, vestidos de hombre, y con albedrío el héroe protagonista de todas las canciones se manifieste como un hombre que no le importa más la química, ni la atracción física, ni su identidad sexual, ni su sentido del humor, ni su edad. Con firmes ambulantes pérdidas de sentido haciendo travesuras de niños y jóvenes, el trío se exhibe obscenamente ante un público, pero no este, sino aquel, el que lo censura, el que calla, el que llama a la policía, etc.

Read More…

Revista Azogues. Acercamiento a una publicación nacida en Chiapas  

                        Por: Consejo de la revista Azogues

 

 

Introducción

La elaboración de las revistas en México tienen vocación de fe. Pueden nacer como un fanzine, desde la autogestión, sin saber que ese primer número puede ser el último. La otra vocación en las revistas es la “democracia”, pues quienes la hacen sin publicarse a sí mismos, o a sus amigos, sino con la intención de captar-como antenas- lo que hay en el ambiente de las letras y el arte en una época o tiempo, deben dejar su obra a un lado, si es que también se dedican a la creación. Porque el tiempo de las revistas es incierto y el comienzo costoso: buscar y organizar un consejo editorial, alguien que diseñe, otro que distribuya, alguien más que reciba las colaboraciones de los autores, por correo digital, y sea amable y sincero con su texto, y así terminar en buenos términos, pues se trata de ser justos e incluyentes, aunque también críticos y autocríticos para que la revista vaya creciendo en calidad.

Nadie en México confía en “revisteros” de papel, pues ya saben que a lo mejor su texto no se publica, o sea que tal vocación de fe no llegue ni al primer número. O quizá la fe se valide distribuyendo la revista en un pequeño radio de acción: una escuela, un barrio, un tianguis cultural. Eso ha pasado en las ciudades de toda índole; en lo rural el papel aún es efectivo, con cortos tirajes y con la consigna de abrir espacios, pues las instituciones muchas veces se reducen a públicos especializados, a editoriales más o menos grandes, y a autores más visibles. Tanto en la periferia como en los centros, la industria del libro ha crecido.

Otra desventaja para revistas que apuestan por autores no solo “profesionales”, sino amateurs, jóvenes buscando publicar su primer poema o cuento, adultos que adoptaron la escritura como un hobby, pues nunca fueron aceptados en las “grandes” revistas; menos niños o mujeres siempre imvisibilizad@s, estas revistas corren el riesgo de la poca confianza y la seriedad de la propuesta de publicar “autores” desconocidos. La crítica devorará tal osadía.

Ahora, en pleno siglo XXI, hay que sumar que la carrera tecnológica quebranta esa fe más fácil, pues ahora las revistas digitales pululan como nunca, y aunque se apueste a lo global (descuidando lo local), tampoco garantizan que llegarán a un segundo o tercer número. Las redes son extensas, pero efímeras, como que opera también la gentrificación. Sin embargo, algunas páginas, blogs, fanzines, etcétera, luchan con honestidad por aportar lo que al final sería el propósito de un bien común: promover y contagiar la lectura.

  Read More…

Aniversario del dinero. Por Leonardo Bolaños


Es un bus del corredor azul hacia la dirección recta al Centro de Lima. Me lleva por Arequipa, no sé por qué quiero llamar la atención, o tal vez no quiera, escuchando música francesa, y otras melodías mientras se despiertan las acciones por el camino. Veo a una mujer, de pelo teñido rojo, con miradas discretas mira hacia mi derecha. El plan está completo. Voy a vender mis historietas a cambio de una historia. Cuando estoy a punto de bajarme, planeo algo espontaneo, voy a esa mujer de pelo rojo, y en unos pasos al frente, ante la mirada directa de sus ojos castaños, la invito a salir conmigo. Pero ella dice no. Bajo del corredor azul hacia Quilca. El camino está lleno de librerías. Siento la agresividad de cada metro avanzado, bajo el sol amarillo hay un cruce al que me dirijo, un cruce de autos y piernas, perdiéndose por la callejuela. Busco vender mis historietas, ese noveno arte ilustrado de superhéroes X-force. Siento la premura, el nervio en el tiempo que sucede, un giro hacia la derecha, por la sombra precisa del Quierolo, bocas abiertas en el bar, comiendo y saboreando el tiempo de una sustancia. Químicas de lo inesperado a cada lado, como un mundo de sustancias, me marean, me agitan, me lleno de nervios y busco un sentimiento muy exacto, muy contado. Busco la librería de aquellos comics gastados, en portadas plateadas y verdes del Hombre Araña, tomos de La Guerra del Inifinito. Historias hechas rectángulos, hechas cuadrados, medidas, calculadas para una finalidad precisa, contada. Un joven de pelo rubio, ojos claros, polo blanco, mochila negra a su espalda gasta su dinero para ser un nuevo tipo de propietario. Yo quiero vender esto por un precio muy exacto, pero desde comienzo del escenario, desde la definición del momento todo se vuelve apresurado, y el hombre al quién le hablo, para vender aquellas historietas de los jóvenes mutantes de X-force se va por el caño. Como agua de tinieblas que rodean la hermosa librería gótica de papeles gastados a 30 soles, al precio que estás buscando, me veo a mi mismo gritando. ¡Tú no sabes negociar! El círculo de aquél trueque de valores y percepciones químicas del intercambio se rompe abruptamente, como la caída desde un caballo, he herido el mío, y el otro orgullo de darnos materia, nuevas ideas, entretenimiento definida en los rectángulos coloreados de X-force. Salgo por estas rectas sombras hacia adelante, por aquella Quilca resonante de voces en cada espacio, en cada página sucia, en los carteles de la selección peruana de fúbol posando, en las revistas pornográficas de Soho, con pechos chorreando de cadenas plateadas y tejidas casi de una simbólica egipcia. Rostros agudos al espectacular comercio errante, casi ebrio de detalles, sustanciales como un sabor centrado, concentrado, por el Centro de Lima, y voy hacia la entrada y hablo con un segundo negociante sobre el posible encanto de un éxito monetario calculado. Y él mira mis ojos con suspicacia, interrogantes congeladas en el rostro del negociante, porque el quiere escuchar una historia creíble, el busca un personaje creíble en mis palabras, pero yo no creo que exista una forma de identificar la emoción que activa la mirada especulante. Como si fuésemos dos animales oliéndonos y viéndonos nuestros dientes, abrir y cerrar, metódicamente para ganar algo de dinero. Y este señor, nuevamente, me invita a retirarme porque me he dejado llevar por los impulsos, he sido desagradecido con muy poco tino, no puedo convencerme a mí mismo que quiero realmente ganar algo, sino demostrar que sé razonar, qué entiendo qué hay un elemento discreto en cada forma de hablar sobre el dinero. Y salgo, a la tercera puerta del negocio, invitándome con papeles, contratos, editores y abogados, camino por el establecimiento repleto de numerosos libros, series de comics, pornografía, siluetas dibujadas o caricaturizadas. No hay otro reemplazo para decir con palabras en el momento oportuno lo necesario, escueto, sencillo y claro. Como una forma de periodismo momentáneo, casi efusivo y con un ligero elemento festivo, veo la mirada brillante de la mujer que acepta mi estilo de negociar, tímida y rápidamente, sin nada más que buscar algo efectivo. Y ella me dice que espere, y en cada minuto que va pasando espero entre título de libros no abiertos, palabras sin comenzar, significado detenidos, con minuciosos detalles, quizás en algún otro material, veo las letras rojas dibujadas sobre el brazo en L de una mujer desnuda, como cruzándose cicatrices rojas dibujadas sobre la fotografía del cuerpo desnudo, vulnerable, hallado de aquella mujer. Como un simbolismo periodístico en un tipo de reliquia. Y cuando me doy cuenta, por esa calle no cruzan mujeres, ese tipo de mujeres exóticamente líquidas, como agua detenida en forma de carne, como goteantes muslos, etc. Y esto es adrede, ya empiezo a leer entre líneas. El libro La virgen de los sicarios en extremo de siete ediciones de otros materiales. Y entonces, ya sé, intuyo algo, y recuerdo a todas esas pornografías sentimentales de mujeres de corazones desnudos, pienso entonces en las prostitutas de los nombres estigmatizados por las costumbres de otras calles. Y entonces sigo con mi memoria, leyendo entre líneas porque ninguna mujer de esa apariencia cruza por estas avenidas. Y veo el garabato oscuro de los huecos molidos de las calles, las formas de marcar el territorio con hediondos olores, licores, quizás algún desafortunado vómito, quizás alguna otra forma arruinada de los colores impregnados de polvos, hollines, meados, ladrillos desnudos dando a ventanas ilustradas de habitaciones oscuras y, de quienes pobladas, noto un tipo de belleza advertida, premeditada en las banderas peruanas mal colocadas sobre las ventanas, como una huella de la desesperanza de encontrar otro símbolo menos errante de nuestra patria. Y todas estas sustancias químicas de enladrilladas paredes, vidrios golpeados como un impacto tétrico, yo no sé. Sé que todas estas referencias significan tener cuidado, y cuidarse también porque algo puede aparecer, como un significado oculto en todas estas transacciones del dinero por libros viejos, significados quietos. Y sé, de nuevo, que nunca he visto mujeres tan atractivas por este Centro de Lima como en las revistas. Y entonces sé que sí hay mujeres atractivas; las putas, las del cariño alquilado, la de la química alquilada y maquillada de agudas prominencias, como un atuendo recortado en una daga clavada sobre los tacos altos, como un peligroso infarto cuidado y alquilado de orgasmos, sigo pensando en todo este significado quieto, viejo, descuidado, sucio y penetrado de malos cálculos construidos, como un maquillaje descuido en las viejas maderas de las ventanas con la bandera colgando, rindiéndose estos espacios a un descalculado tipo de descuido. Entonces sé que esto me advierte. ¡No deben caminar mujeres por estos espacios, peligro! Entonces sé, sin esas mujeres no hay competencia con las otras mujeres que performan su sexualidad con los extraños. Sería entonces muy malo tener competencia entre putas de revista y putas Quilca. Luego de un rato, me dan el dinero de la venta de mis comics de X-force. 45 Soles por 45 números de X-force, todo gratis.

Las criaturas del mirón impenitente. Por Daniel Maldonado

A propósito de La muerte por todos lados la muerte, de Héctor Cortés Mandujano

Editorial Tifón
2024

 

I
En los albores de la historia, lo real ejerció un influjo tiránico sobre la narración. Su impronta fue tal que narrar supuso durante mucho tiempo referir con precisión lo experimentado. Hallar el sentido de la vida exigía entrar en contacto directo con el entorno, atender lo que éste comunicaba o, incluso, subordinarse a su dictado. Hacer la relación pormenorizada de sus rasgos: eso era narrar. Elaborar un relato implicaba imitar la realidad.
Construir mimesis, sin embargo, exigía emprender la hechura de la ficción. En algún momento de la historia, el que narró para otros lo visto más allá de las fronteras de la tribu remozó su experiencia: salpicada de invención, la narración se convirtió en cosa de encantamiento. Ya no se trataba del relato fiel, pormenorizado, de lo alguna vez vivido. En determinado momento se obró el prodigio: alguien se animó a narrar de otro modo. Más que hacer de ella una calca verbal, ese alguien —narrador incorrecto— quiso inventar la realidad: hacer poiesis antes que mimesis.
Se narra, escribe R. Oloviot, porque se alberga la creencia —que a ratos es firme convicción— de que el mundo, el entorno, la existencia (eso que se estima como lo real), pueden ser de otra manera. Como tendrían que ser. ¿El opuesto —insidioso— de la realidad? En el núcleo del relato palpita el afán del narrador por urdir otros mundos.
¿Qué busca quien escribe? Una tentativa de respuesta podría ser la siguiente: “Negar la realidad, rechazar lo que ya es. La literatura, finalmente, es una forma privada de la utopía.”

II
En Aproximaciones a la poesía y narrativa de Chiapas (UNICACH, 1997), el escritor y académico Jesús Morales Bermúdez lamentaba que las condiciones prevalentes en el estado no fuesen propicias para el cultivo de una narrativa menos apegada a la realidad. “Borges, la literatura fantástica, la necesaria experimentación formal, la imaginación pura, son elementos y temas todavía distantes en el hacer de los chiapanecos. Lo inmediato, lo cotidiano, lo real señorean” (1997: 191). En el fondo, las palabras de Morales Bermúdez, salpicadas de un hálito desesperanzador, evidenciaban la ausencia de narradores arriesgados, dispuestos a construir lo radicalmente nuevo. Con esa especie de lamento ante la inexistencia de una narrativa fresca e indócil, liberada del impulso por incurrir en el mero retratismo, concluía Morales sus reflexiones. El apunte, no menor, de uno de los novelistas chiapanecos más importantes de los últimos años, ilustra el ascendente que la pretendida realidad había ejercido en la tradición literaria (y, particularmente, narrativa) local.

Read More…