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Diario del tour de Francia sin estar en Francia ni con los ganadores. Día 21

Hoy muchos han recordado al llamado «farolillo rojo»; concluyen que ha gastado más de seis horas de diferencia en hacer el mismo recorrido que hizo el que ganó la prueba. El margen entre ambos, según advirtieron, es tan grande que, desde la década del cincuenta del siglo pasado, no se veía algo así. Por única vez, el último ha sido nombrado y Morkov ya se instala como los competidores que tienen un nombre. Fedorov, por el contrario, ni siquiera quedó penúltimo, aunque ocupa el tercer lugar en el podio invertido del tour, además de que, al ser el más joven de los tres, promete otras actuaciones semejantes, de no ser porque quizá le quepa un retiro o se acuerde que alguna vez fue campeón mundial en las categorías juveniles.

El tour terminó con la felicidad de todos. Hasta Pogacar sonrió a las cámaras y, en esa liviandad, se diluye el misterio y la tensión de las tres semanas anteriores. Ocurre como casi todo en la vida: al final nada era tan grave, todo queda en nada y mañana se irá a otro asunto.

Desde el lunes, se empezará a hablar del mundial de ciclismo que se corre en dos semanas. Vingegaard desaparecerá hasta que regrese a España, Pogacar será candidato a ganar en ese campeonato con sede en Glasgow y seguramente se plantearán nuevas rivalidades que harán lejana la que recién terminó.

Hay quienes afirman que el ciclista danés será el que domine el tour durante los próximos años. Quizá no; todos los días aparecen jovencitos que superan las perspectivas de rendimiento y lo que ocurrió en 2019 parece tan viejo como 1992. En esta aceleración, el persistente deseo por hallar un dominador -ahí está la tríada de la retórica ciclística: la épica, la guerra y el deseo por un emperador-. se hará constante y cambiará de nombre de competidor. Puede que estemos ante una época donde los ciclistas sean muchachitos que se hacen famosos muy jóvenes  envejecen de forma prematura. Habrá un tour de la progeria.

Se acabó el tour. Terminó este diario. Espero que algún día pueda seguir a un solo ciclista, en directo, y que estos relatos estén en suspenso pues dependen de que quise se siga permanezca o no competencia.

A propósito: el último de hoy fue el francés Adrien Pettit, a cuarenta y un segundos de Jordie Meeus, el ganador.

Diario del tour de Francia sin estar en Francia ni con los ganadores. Día 19

El paraíso adjudicado a la infancia se ancla en su recuerdo. Vivir siempre infante es otra variable del infierno; así como lo es la dicha, el arrobamiento -que ni siquiera es constante en los místicos porque para serlo se precisa de momentos más vulgares- o la presencia de un interminable tour de Francia -claro, a la escala de los espectáculos de este siglo-.

Proliferan las miradas melancólicas de los más jóvenes porque advierten el final de la que muchos consideran fue la mejor Gran Vuelta de los últimos años. Afortunadamente este tour, los enamoramientos y la vida terminan: la única forma del paraíso es su evocación. La constante presencia de duelos irrepetibles -en ese oxímoron está el secreto del consumo de espectáculos deportivos- tiene su culmen en el fútbol profesional; cada seis meses hay una gran final donde se dirimirá quién será el mejor jugador de todos los tiempos en, por lo menos, doce semanas…y es probable que los cacareados duelos entre dos «titanes» haya llegado a nutrir a las «épicas» narraciones ciclísticas.

El tour tiene que terminar para que lo evoquen y transformen en el mejor de este siglo. Claro, también termina porque para algunos tampoco ha sido un idilio, ni siquiera un infierno sino una simple temporada laboral en la que deben cumplir con lo establecido en sus contratos -el infierno también debe tener un final, si no  se torna en cotidianidad, medianía y carencia del sentido de lo extraordinario ínsito en cualquier desgracia-. Al lado de las grandes escapadas y de esa forma de clásica que tuvo la etapa de hoy, está la de quienes desde hace un tiempo pedalean porque para eso les pagan.

Entre esos segundos se asoman personas como Fedorov, que ya ni siquiera será el último y creo que toda la atención que he concentrado en él se basa en l lo exótico que me resulta que un kazajo soporte las olas de calor francesas para prodigarse un buen dinero y continuar en el oficio que aparentemente tanto le gusta.

En la etapa de hoy, como muchos han advertido, se dirimió al ganador entre las dos nacionalidades que más se han mentado en esta temporada del tour de Francia: Eslovena y Danesa. Hoy ganó el de Europa del este y el que ayer ganó tuvo que quedarse en un milimétrico segundo lugar. El último de la clasificación general sigue siendo Morkov y el que cerró la llegada de los ciclistas fue el belga Jonas Rickaert.

Junto con el gozo de la etapa ycon destino al gusto de quienes se nutren de la nostalgia,  anunciaron que uno de los protagonistas del documental de Netflix sobre el tour -para lo que ahora parece que se organiza toda esta competencia- serán Pogacar y su equipo: se explotará la ilusión de la caída y la «humanidad» del gran campeón que fue considerado de otro planeta (¿en otros planetas les interesa el ciclismo humano? ¿por qué les interesaría más el que se compite en Francia que el de Guatemala o Ruanda?). Ahí estará el insumo predilecto de los jóvenes nostálgicos que, en sus saudades, semejarán a los autodenominados poetas que les triplican la edad y aún narran las carreras.

Diario del tour de Francia sin estar en Francia ni con los ganadores. Día 18

De días intrascendentes están hechas las vidas. Hasta la de esos nombres que han inoculado unas formas de vivir que nos imponen el heroísmo, lo extraordinario. Hay, en muchos lugares, el dicho de que «si quieres vender empanadas, hazlo, pero que seas el mejor vendedor de empanadas»; con esa moral por ser el mejor, uno huye hacia el silencio o la obsecuencia para con el que sí se considera el mejor empadanólogo. Quienes jamás hemos sido mejores en algo, escribimos sobre esos mejores y nuestros escritos jamás inspirarán a alguien porque nunca serán los mejores, ni siquiera en la exaltación o denostación.

Hoy fue uno de esos días parecidos a la mayoría de la vida -¿desde cuándo debe haber algo especial o mejor?– La obligación de vivir se cifra en jornadas como la de hoy, así como la de los ciclistas. En estos momentos de relajación aparecen gestos como el de Philipsen, dueño de la camiseta verde con cuatro carreras ganadas en este tour, que, al mejor estilo del sheriff Armstrong, detuvo el intento de un ataque de Pascal Eenkhoorn y se erigió como el matoncillo que todo triunfador debe llevar dentro.

Enkhoorn, con esa humillación a cuestas, pudo fugarse e intentó ganar la etapa. En el embalaje final fue superado por el danés Asgreen y ocupó el olvidable segundo lugar. Quizá en unos años se recuerde a Pascal por haber sido el destinatario de la furia de un «gran campeón» y la explicitación de que para «triunfar» tienes que aplastar a los demás y abroquelarte en ese lugar de poderoso que crees haber obtenido por tus propios méritos -¿qué sería de Philipsen si corriera en Astana?-.

Hoy Dinamarca, además de tener a dos de sus nacionales en los  extremos de la clasificación general (Vingegaard y Morkov), cuenta con el ganador de la etapa y un belga llegó de último (Quinten Hermans). Hoy también, han surgido más conjeturas respecto al hundimiento de Pogacar; uno de mis lectores me enfatizó la cercanía con nosotros que se ha prodigado el esloveno desde que se hundió. Quizá sea porque, en esa derrota y con el herpes que tiene en su boca, semeja uno de esos sujetos con días llenos de intrascendencia y que apenas pueden arañar algo con la escritura, o con la admiración para con esos «grandes campeones» que si no son matones, resultan fríos: cuando Vingegaard continúo su marcha ayer, mientras su competidor perdía tiempo, pensé en un par de pollos que tiran en una jaula llena de cocodrilos: ambos corren por su vida, a uno de ellos lo atrapa un de los reptil; el otro no se percata, corre por su vida hasta que llegará el momento en que otras mandíbulas lo trituren. Algún día alguien triturará a Jonas y no vivirá en la barriga de su predador.

Diario del tour de Francia sin estar en Francia ni con los ganadores. Día 17

 

Alguien que se ve muerto  aún no lo está. Al menos, no es un cadáver. Saberse difunto es difuminar la frontera entre lo vivo y lo que no está; es hacerse fantasma. Un fantasma ha rondado por el pelotón del tour de Francia, se llama Tadej y hay quienes dicen que ni siquiera quedará su espectro en los próximos días. Quizá abdique, quizá esté enfermo, pero no padece una enfermedad mortal, aunque los cultores del entretenimiento siempre quieran colocar un show como algo que define la vida de alguien -esto ha sido lo que más ha servido para la consecución del éxito de los realities-.

Pogacar dice que está muerto. Él aún está, como los fantasmas, como Morkov, que mantiene el último lugar de la clasificación general y ha ampliado diez segundos más su brecha con respecto al penúltimo, Cees Bol y es de un poco más de nueve minutos -no muy lejana a la diferencia que hay entre el primero y el segundo del tour-.

Hoy, el ambiente lúgubre del pelotón no sólo fue por el desfallecimiento del ciclista favorito de los espectadores; el francés Alexis Renard, bien ponderado por haber embestido los genitales a un espectador que, con otros muchachos, usaba un traje que apenas les tapaba los deyectores, escritos, penes y tetillas para así apoyar a los deportistas, debió retirarse por la caída que sufrió ayer. Su lugar es más notable incluso que el del último y será parte de los próximos calambures ciclísticos.

Fedorov ha cumplido con las expectativas; ya ni siquiera es el penúltimo, reflota, siempre un poco antes de la llegada del carro escoba. Su participación será olvidable, salvo por quienes se detengan en la medianía.

El último en llegar hoy fue Simon Geschke, a casi cuarenta y cinco minutos del ganador, Felix Gall. No queda mucha montaña, ni refriegas de entidad, aunque no todo se ha acabado y falta la mano del azar para que dicte quién ocupará en París el primer lugar y el último.

Diario del tour de Francia sin estar en Francia ni con los ganadores. Día 15

Cuando el carro escoba llegó atrás de Mørkøv y Bol, se confirmó que el danés se mantendría en el último lugar de la clasificación general. De hecho, ha solidificado su posición;  ahora el penúltimo en su acompañante en la meta -Ces Bol-. Ha terminado la segunda semana del tour de Francia y Dinamarca mantiene su dominio. Fedorov llegó minutos antes y, por el retiro del día, ha subido un puesto además del ascenso que obtuvo en competencia.

A Mørkøv la jornada de descanso le implicará salir a entrenar sin tener algún objetivo, aunque su equipo, el Soudal Quick Step, está a un solo escalón de ocupar el último puesto, lo cual, en la mentalidad corporativista de un mundo como el del show del ciclismo, implica una amenaza financiera -salvo que se haga mayor alarde de ese lugar y crezca una publicidad donde se explote a los consumidores irreverentes-. La relación entre la moral del éxito en los negocios y en los espectáculos deportivos es de simbiosis y no se sabe bien qué jerga se inserta en la del otro campo para que así surjan loas, admiraciones y promesas de lo «épico» (a propósito: en la locución de la final de Wimbledon, los comentaristas españoles solían usar ese adjetivo en reiteradas ocasiones, junto antes de que empezaran cuchichear porque se aprestaba alguno de los competidores a realizar un saque).

No hay mucho qué escribir de los últimos.

De los primeros, las elucubraciones e hipérboles proliferarán en las próximas 24 horas: ya se hacen paralelismos con el tour de 1989, que perdió Fignon por ocho segundos -y él se perdió con esa derrota como si su tumor mortal fuera concebido en aquél verano- y con la lucha entre contador y Schleck. Si Pogacar no gana el tour es probable que los aficionados ocasionales dejen de sobrevalorar a esta prueba y presten atención a competencias como las clásicas que, seguramente, el esloveno volverá a ganar e incluso se trazará la aparentemente inverosímil victoria en Paris-Rubaix.

Hoy he visto a treintañeros que narran y comentan el tour; hicieron gala de su juventud y se ufanaron de su capacidad de resistencia para hacer fiestas. Quizá el efecto de que hoy los deportistas se ven más jóvenes,  hace que alguien de treinta años se comporte como otrora lo hacía un posadolescente. No es entonces una mera coincidencia ver que a los espectadores de las carreras les importe más registrarse a sí mismos viendo la carrera que ver a la carrera misma; estamos en los tiempos donde envejecer es una vergüenza y la discreción se asume como una característica de alguien sin atributos. Y ahora todos tenemos o debemos tener, al menos uno, así este sea el de ser el último en una competencia.

Diario del tour de Francia sin estar en Francia ni con los ganadores. Día 14

R.J Méndez, en su relato «los motivos de Prometeo» relata el sinsabor del ganador de una Gran Vuelta -jamás aclara cuál, aunque uno presume, por la alusión a elementos monumentales que exaltan una identidad nacional y un orgullo bélico, que es Francia- porque es el único ciclista que entra a la gran ciudad donde todo termina. El pelotón es una «serpiente fantasma» -así lo llama el narrador- y, apenas cruza la meta, el competidor se pregunta si fue el último o el primero. Cuando quedaban tres etapas y había cuatro corredores en lisa -el texto tiene 21 capítulos cortos, correspondientes, cada uno, a una etapa, y se narran por un periodista que, por medio de cables, cuenta lo que ocurre-,  ocupó el último lugar en el registro de tiempo, a más de cinco minutos del ganador, en un trazado de setenta kilómetros pero, poco tiempo después de terminada la competencia, recibió, en la puerta de su hotel, la noticia de que era el líder: los tres sobrevivientes se retiraron por una extraña enfermedad.

Mørkøv y Fedorov han ganado siete posiciones en la general, aunque sigan en el último y penúltimo puesto respectivamente. Le ganan a los ausentes y, en una sustracción de materia, aún tienen la posibilidad de ganar el tour: de ganar y perderlo, esa es la ambigüedad de una competencia por etapas. La ventaja del último lugar es que no hay oportunidad para empeorar. Los franceses, por su parte, siempre sienten que tienen algo que perder y por eso lloran: hoy lo hizo Bardet, y pronto lo hará Pinot.

Mañana termina el mentado tríptico montañoso. Aún cabe la expectativa de que la bandera danesa desaparezca en alguno de los dos extremos de la clasificación general: es más plausible que eso ocurra con los primeros lugares que en los últimos.

Adrien Petit, que fue uno de los principales lacerados en la caída masiva acaecida sin que hubiera pasado la primera decena de kilómetros de la etapa, llegó treinta y ocho minutos y seis segundos después del ganador del día, el español Carlos Rodríguez, que anuncia la aparición de nuevos nombres en el cartel del gran circo del ciclismo de ruta profesional.

 

Diario del tour de Francia sin estar en Francia ni con los ganadores. Día 13

Antes de la ventaja que tomó Kwiatowsky en el ascenso a Grand Colombier, Harold Tejada estaba en la escapada y la distancia con el pelotón donde estaban los favoritos no cedía. En Astana hubo un prurito de ilusión -que ya se evidenciará en los documentales para Netflix: parece que los equipos corren más para aportar a las tensiones dramáticas de esa serie que para el propio tour; es más,  el tour es la producción en bruto de material audiovisual que luego se editará para hacer un documental para Netflix- dilapidada con el ataque del polaco, perteneciente a esa generación de hombres jóvenes que fueron desterrados pronto de la élite del ciclismo.

Fedorov ya estaba lejos y quizá no se haya aferrado a algo fugaz que le hubiere prodigado un consuelo. Sin embargo, llegó a la meta por delante del último de la clasificación, que sigue siendo Michael Mørkøv. La ventaja que tiene el kazajo sobre el danés es de ocho minutos, lo cual implica que se ha ampliado la brecha y que Dinamarca tiene su bandera colocada en el primer y último lugar de la competencia.

En estos momentos, es más apretada la competencia para dilucidar quién es el primero en la clasificación general que la lucha por no ocupar el último lugar (¿u ocuparlo con el afán de alguna posteridad, sin que nadie haga hincapié en esa trampa que consiste en deliberadamente perder la mayor cantidad de tiempo posible?). Es posible que la bandera de Dinamarca deje de estar en alguno de los extremos de la clasificación general, o en ambos, cuando termine este tríptico el domingo.

Caleb Ewan, el afamado embalador australiano que ayer llegó de último en la etapa, hoy se retiró, al igual que el británico Ben Turner. Tanto Fedorov como  Mørkøv han subido dos posiciones:  todos los ciclistas del pelotón, salvo el primero y los que están por encima del retirado, ascienden en sus casillas.

El último que llegó hoy a la meta fue Frederik Frison, del Lotto Dstny,  a veintiocho minutos y medio de Kwiatowsky. El equipo de este ciclista, además de haber perdido a Ewan y ocupar el último lugar del día, también aportó al penúltimo del día; ambos esperaban ayudar al australiano y no pudieron.

¡Que vivan los últimos!, dijo Esfera Nelso, aunque algunos incurran en la indecencia de ser después los primeros.

Diario del tour de Francia sin estar en Francia ni con los ganadores. Día 12

Fedorov se acerca al último puesto en la general, aunque haya subido un lugar porque su compañero de equipo, David de la Cruz, se retiró de la competencia a causa de una caída en la etapa de hoy. Astana, que hace poco menos de una década parecía el único equipo que podía desquiciar una Gran Vuelta – como ocurrió con el ya retirado Aru y su ataque al ya retirado Doumolin en la penúltima etapa de la Vuelta a España 2015, en La Morcuera, gracias a una emboscada en la que participó el entonces prometedor Landa, o con la recuperación milagrosa del ya retirado Nibali, cuando le birló, también el penúltimo día, en 2016, la camiseta rosa a Esteban Chaves en el Giro de Italia-, semeja una escuadra asustadiza, apegada a sobrevivir; ha perdido ya a L.L Sánchez, De la Cruz y Cavendish y quizá cifre sus últimas esperanzas en ganar una etapa de alta montaña con Harold Tejada.

O su última esperanza es que ocupe el último lugar en la general uno de sus miembros porque ni siquiera en la clasificación por equipos ocupa un lugar destacado: Astana cruza las llanuras de la mediocridad, tan nuestras, tan cotidianas y cercanas que las obviamos y despreciamos para así detestarnos sin necesidad de incurrir en lamentos o melodramas: es mejor despreciar en el otro aquello que no es más que un gesto repetido de nosotros.

Durante los días que Fedorov cupó el último lugar,forjó en mí el impulso de atender a su posición en la carrera respectiva. Puede que mañana empiece su retorno al último lugar, aunque Mørkøv parece establizarse y su carácter grisácelo, el del danés, pueda dotarlo de mayor medianía cuando yo tome más distancia de este show. Vienen los días de total desorientación en el llamado tríptico de Los Alpes. En esas jornadas sobrará la palabra por la que deberían cobrarle a cada cronista de ciclismo cada vez que la escriba (épica); se perderán los últimos en un mayor anonimato y en el cansancio.

Quizá mañana empiecen a pulular las descalificaciones por llegar fuera del límite o surjan enfermedades por el calor y los esfuerzos -a diferencia de Italia, el Covid no existe y nadie se ha retirado por el virus que prometió el final de la humanidad y, como un ciclista de media tabla que ya no sabe discernir su función, se hundió en la cotidianidad-, o haya más caídas o abdicaciones. Espero que Fedorov no sea el que se retire; es lejano el tiempo donde Astana y Vinokurov parecían integrar una banda de muchachos rudos: todo envejece: la galanura, la inteligencia y hasta la rudeza y todo deviene en esa ternura pueril connatural al envejecimiento.

En la etapa de hoy llegó en el último lugar un hombre que padeció toda la carrera y que probablemente no alcance a competir en la próxima jornada hecha para los embalajes: Caleb Ewan.

Diario del tour de Francia sin estar en Francia ni con los ganadores. Día 11

Antes de que cayera la lluvia en el recorrido de la etapa, un comentarista de una emisora-streaming en Youtube no tenía mucho que hablar, así que contó que los ciclistas, muchas veces, se meaban y hasta cagaban encima para no perder el tren de la carrera: es ruda la vida de estos deportistas, añadió, para luego llegar a que él, durante una competencia -no dijo de qué- tuvo que ir a un baño portátil a evacuar porque había comido algo. Esto le generó un retraso descomunal, pero terminó. Mi escepticismo para con el locutor cambió: era un mejor tema hablar de las evacuaciones que hacer griterías, muchas de ellas enunciadas por locutores que creen que incurrir en adjetivos grandilocuentes los convierte en poetas.

Y es que los retortijones de estómago han signado a competencias. Como aquella del giro de Italia en donde el ya retirado Tom Doumolin se fue a la orilla y evacuó. Quintana, que por aquel entonces aún estaba en la cúspide, lo esperó y así perdió la oportunidad de ganar su segundo giro de Italia. Desde entonces, su carrera vino en declive, como si el producto digestivo de su competidor hubiese instalado un vaho de maldición que enmelocotó a esa generación del noventa.

Muchos dirán que hoy no pasó nada. Los publicistas del tour, gracias a las cámaras instaladas en algunas bicicletas, demuestran lo contrario. Aún no estamos en el momento donde cada quien pueda pagar un servicio en el que vea una transmisión donde tenga la perspectiva de uno de los competidores- cuando ello ocurra, será el éxito de la cultura del entretenimiento en sus diferentes vertientes: los realities, el ciclismo, el fútbol, la pornografía, etc.-; cuando haya esa posibilidad, siempre escogeré a alguien intermedio o al último para así sentir la desolación de la llegada -así como al cornudo en la escena porno, o al participante del realiti que, a escondidas, se orina mientras se baña en la ducha que comparte con los demás, o del suplente que solo entrará en el último minuto de un partido en donde reemplazará a la estrella para que ella sea ovacionada por la memorable actuación que prestó-.

Hoy Dinamarca estableció una nueva marca en su dominio en esta edición:  el último de la etapa y el último de la clasificación general son de ese país, al igual que el líder. Mikkel Bjerg atravesó la línea de meta tres minutos y treinta y cinco segundos después de Jacobsen, con el mismo tiempo del que lideró la inocua fuga del día, el italiano Daniel Oss. Michael Mørkøv mantiene el último puesto, a cincuenta y dos segundos del penúltimo, Fabio Jakobsen.

Diario del tour de Francia sin estar en Francia ni con los ganadores. Día 10

Hoy un amigo me ha compartido el audio de un lector de su último libro. El lector resalta que las historias quedan truncas y que, desde la presentación, le hacen un flaco favor pues el lector abandonará el libro en el segundo párrafo de la misma. ¿Desde cuándo ese lector se abroga el lugar de «lector universal» o de «el lector»? Atrás de ese audio, lleno de zalamería y corrección agresiva, estaba la suposición de que ese lector tenía claridad de cómo debe ser un libro que lee. Por eso, después de que pasa por su filtro de calidad un volumen, vierte una opinión preñada de adjetivos que funcionan como una máquina para refinar dicterios que se pretenden herederos de los dichos por don Qujiote -aunque, con el libro de Cervantes, perdonen que la trama «decaiga» al punto que se deba incurrir por el fácil camino de matar al «protagonista»-, Esas personas también ven ciclismo y organizan polémicas en torno a si una etapa fue entretenida o no (¡Siempre el ansiado entretenimiento y el negocio de la industria del distraimiento!): la mayoría manifiesta la decepción porque en la carretera no ocurrió lo planteado en la previa.

Con ese tono, que pasa de lo zalamero a un pretendido canto de cisne del show ciclístico, pasan las tres semanas de una vuelta, o algunos días de ella. Sin embargo, la perspectiva, como la de aquél lector que busca tramas llenas de suspenso, se detiene en el aspecto de los ganadores. Atrás, quienes pierden tiempo y se enferman o se mantienen en su empeño, ni siquiera pasan por el sometimiento al binomio aburrido/entretenido. La derrota, el último lugar y el olvido son materias mucho más elusivas que las categorías y los apelativos dirigidos a los triunfadores y sus trayectos. Lo mismo ocurre con los libros: hay un formato que deben cumplir para estar en los que se consideran «bien hechos», en cambio,  el camino es infinito para una «mala» ejecución. Y el infinito es mucho más difícil de trasegar que seguir unas instrucciones finitas.

Mientras que la mirada sobre el liderato del pelotón  acrecienta la expectativa de que ocurre el mejor tour de este siglo -¿según quién y según qué criterios? Uno puede pensar en el arrojo abisal de aquél tour en medio de la peste o el de los que corrían como cobayas de laboratorio y eran apoyados por médicos, químicos y multinacionales que querían darle una «esperanza» a los enfermos de cáncer-; en la parte última de la clasificación las cosas obedecen a hundimientos más que a cataclismos y, por eso, no hay margen para gritos, «ataques furiosos», o demarrajes.

Yevgeniy Fedorov hoy ha ganado la pérdida del último lugar. Ni siquiera es el penúltimo.

Tiene una ventaja de dos minutos y cincuenta y nueve segundos con Michael Mørkøv quien, a su vez, pierde dos horas y cuarenta y ocho minutos con respecto al líder Vingegaard. El tour no se corre en representación de nacionalidades -algo que resulta difícil de entender para algunos fanáticos- pero es momento de exaltar una curiosidad que servirá para que alguien se distraiga y sienta que, en ese último puesto, también hay suspenso, trama y una historia que no «decae»: el primero y el último del tour son de Dinamarca.

El último de la etapa fue Devenyns y es del mismo equipo del último de la clasificación general: Soudal-Quick step.