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NO HAY AMOR QUE SOBREVIVA AL TIEMPO: HISTORIA METAFÍSICA DEL MATRIMONIO

NO HAY AMOR QUE SOBREVIVA AL TIEMPO:

HISTORIA METAFÍSICA DEL MATRIMONIO.

Pierre Mignard

Este es un texto que nos entrega Pedro Sánchez Merlano, y sostiene  que pertenece a Andreas Faiber Kaiser, quien  se lo entregó como un secreto que solo debía saber salir en 2023, a 29 años de su muerte, porque 2 +9 es 11: es decir, las torres gemelas o los 11 apóstoles fieles a Jesús. Los kaiseristas sostienen que este texto es una mierda inventada por Sánchez Merlano. Sin embargo él cuenta con el apoyo de estudiosos de primer orden como Genios Palacios, que al igual que Grinsberg ha desaparecido sin dejar rastro. Suponemos que está preso en la consciencia de un politicucho de mierda.

Se tomó una Energizer, seguido por una coca-cola, después un cafecito bien cargado para bajar una cafiaspirina. Y ahí se dijo: a trabajar.

Mi trabajo: masturbarme.

Mi empleador: el FBI.

Mi oficio: espía energético.

 

Soy la única persona que conoce el paradero de don Jacobo Grinberg. Soy el único que puedo hacer contraespionaje a las promociones porno. Hay guerras de guerrillas, de ejércitos y guerras psíquicas. Lo mío va más por la onda del psiquismo. Fui un sujeto experimental de unas pruebas sicodélicas en los años 70 que se dieron en lo profundo del Orinoco. Soy aquel que desenmascaró a Uri Geller para hacerle un facial. Le unté su cara con mi semen cuando aún éste tenía espesura y no era ese moco transparente que me recuerda lo estéril de vivir y que hoy es una marca personal de todos mis calzones. Uri Geller desde ese día con su cara blanca reemplazó a Marcel Marceau.

 

Mis calzones manchados son leídos por la pitonisa de mi mujer. Las manchas además de semen son de caca: «frenadas de camión»,  que le dicen. Yo intento limpiarme la cola hasta que sangre pero por alguna misteriosa razón mis calzones siempre tienen manchas. Mi mujer colige que son ventosidad con caldo o recado, pero al mismo tiene aduce que ello es una gracia divina y es un mensaje para ella. En un comienzo ella lo descifró como una señal de un error por haberme casado contigo. Pero después de espantosos años de convivencia encontró en mis calzones el mismo summum del futuro. Ella, mi señora y mi amor, mi amor romántico como todo mi mundo lleno de antiguallas, es la gran consultora del pentágono.

 

Recuerdo cuando Donald Trump llegó a nuestra casa acompañado de don Jacobo que lucía demacrado y desposado. Mi mujer exhibió mis calzones recién usados, y señalando las manchas con un indicador láser, como una conferenciante de Harvard,  le sugirió que lo mejor era admirar a Putin;  a lo que Trump reverentemente dijo:

— congratulations for your cagada, mister. Your calzotations are so beautiful. I have a Little dick and Jacobo likes to kiss it.

 

Y Jacobo, con una visible cicatriz en su parietal derecho, daba señal de una amputación parcial del cerebro. El hombre solo reía y decía:

— válgame que me llevó la chingada.

 

Yo por querer hacer un chiste dije al ver la cicatriz:

— pero esa cirugía no se la hizo pachita.

 

A lo que contestó:

— Pachita me cambió el corazón. Yo antes era un científico psíquico muy pagado de mí mismo pero ella me enseñó la humildad de hacer cosas inútiles y aprender datos inoficiosos, que no son más que la aceptación de que esta vida vale mierda y no vale más que vivir.

 

— Me contaron —seguí con la conversa—, que te había ido a otra dimensión, hombre, o que te habían llevado los extraterrestres, ¿que pasó?

 

— La otra dimensión es la lívido de un multimillonario—  y señaló a Donald que en ese momento se rascaba sus exiguos atributos.

 

Donald preguntó:

— tú conocer señor pirata?  Es que los extraterrestres me han eniado una bolsa de dólares para él por el plan mundial para las ecoaldeas hexagonales leninistas.

 

A lo que yo le contesté:

— Claro, mano.

 

mI conyúge no había retirado la mirada de los calzones y con voz temblorosa le dijo a Donald:

— morirás de cáncer y tu cadáver será enterrrado en Kiev.

 

A lo que Jacobo celebró:

— yuju, por fin me voy a liberar de la cárcel de la consciencia de este pinche güero pendejo.

 

Dijo Donald:

— cuando yo morir, se acabará la dimensión en la que vive Jacobo por ende se  morirá el gran místico del siglo XXI.

 

Mi esposa más aterrada aún que antes repuso:

— no, Donald, tu moriste en 1990. En los calzones manchados de mi marido acabo de ver un pasado paralelo que es futuro. Jacobo te hace vivir y Jacobo te entregará para morir.

 

— A quién me entregará.

 

— A Cupido, que te arrancará las alas de ángel asesino que tienes, despresándote como un pollo asustadizo.

 

Yo me retiré, no sin antes la última exclamación de Jacobo, cuyo rostro se ensombreció cuando la dijo:

 

— Yo soy Cronos, yo soy Cronos.

Héctor Cortés Mandujano revisa el ALEPM de Andrés Felipe Escovar

dramaturgo especializado en monstruos divinos

Desde las tablas de Chiapas, el dramaturgo Héctor Cortés Mandujano presenta en forma de reseña el ALEPM (por las siglas de: Aniquila Las Estrellas Por Mí) de nuestro co-editor Andrés Felipe Escovar – el otro soy yo, que también resulté absorbido por el ALEPM-.

 

Con el título afortunado de LA CERTEZA DE SABERSE INMORTALES, Cortés Mandujano hace una lectura desde la perplejidad que ocasiona el libertinaje de una novela como la de Escovar, apóstata en cuanto se resiste a la negación de lo sagrado pero desde una sacralidad devastadora.

 

Pueden acceder a la reseña de Cortés Mandujano pinchando este enlace (tal vez lo único que pinchen hoy):

LA CERTEZA DE SABERSE INMORTALES – CHIAPAS PARALELO 

 

 

Misterios de lo oculto: literatura, drogas y llano, con Umberto Amaya Luzardo

Umberto Amaya Luzardo nació San Lorenzo Arauquita en 1945 y murió en Kamasia, un planeta reemplazó la c por K como lo hacen los indios, en el año 2099. su única frustración fue no llegar al año 2100.

 

el ayatollah llanero y el loro de luto

el ayatollah llanero y el loro de luto

 

En el segundo capítulo de «Misterios de lo oculto» se conversó delicioso con Umberto Amaya Luzardo aprovechando la ocasión del lanzamiento del libro «Somos Antología. Nuevo Cuento llanero» (Informes para la venta acá mismo en milinviernos).

La obra de Amaya consta, a saber, de estos volúmenes:

Primer libro publicado julio de 1997,

Crónicas Araucanas 2000
Pancho Cuevas
Ficciones de Llano y Selva
Voces Indias
Me Falta Uno
El hijo de Lina Luzardo
Encaramado en las nubes.
Y aparece en más de 30 antologías.

 

Un comentario sobre El Relato de Pancho Cuevas, por María Adelaida Velosa (sobrina del famoso cantautor boyacense: Jorge Velosa).

 

 

Un relato para ayudarles a recordar a los ancianos llaneros quienes son.
Se llega a un momento de la vida en que las palabras tienen la fuerza del viento para despertar la brasa que reposa en la memoria, para encender la hoguera del recuerdo, para alumbrar lo que en esencia somos.
Así son las palabras de Umberto Amaya en su relato de Pancho Cuevas, una candelada chispeante, que brilla en los ojos de los ancianos que las escuchan.
Recuerdo la atención plena que, los ancianos de un Hogar de Aguazul, prestaban al escuchar de mi voz las vivencias de Pancho Cuevas, un personaje mayor que ellos.
A veces, no había mucho que hacer en las mañanas, así que los pensamientos se desplazaban al estómago, apurando la sensación de hambre y empujando los pies cansados hacia el comedor, aunque todavía no fuera la hora del almuerzo, pero cuando me veían con el libro azul de Umberto Amaya era como si una pella de chimó les calmara el hambre, la sed, el cansancio. Era como un terrón de panela para los caballos después de la faena. Y se deleitaban con el relato, sus ojos apagados se iban encendiendo poco a poco, las sonrisas desdentadas se explayaban como el mañoco en el caldo y cada uno era Pancho Cuevas, cabalgando por la sabana, trabajando con él, de hato en hato, patroneando la canoa, escuchando la voz suave y musical de una mujer que evocaba los graznidos del garcero al atardecer. Cada uno volvía a florecer como la llanura después de las lluvias, gracias al aguacero de palabras que Umberto sabe dirigir como un ordeñador de nubes.

María Adelaida Velosa

Andrés Felipe Escovar Encaramado en las Nubes de Umberto Amaya

Amaya y Escovar: La lectura y el comentario son la extensión virtual de la conversación

 

Escribe Andrés Felipe Escovar a propósito del último libro publicado por el escritor araucano Umberto Amaya Luzardo:

El infierno, como ardid del paraíso para corroborarnos que no existe, nos tiende otra trampa: la dicha; por eso, en la realidad más explícita, no hay posibilidad de que ella aparezca. La promesa de algo feliz tampoco se da en el reflejo del infierno bazuquero pero la sensación de volver a probar eso que se promete pero jamás será cumplido, instiga a la esperanza: las promesas crecen cuando no se cumplen y jamás pierden su sustancia inacabada: la mejor forma de sustraerse del tiempo que nos erosiona es no cumplir lo prometido para así prolongar eso que se promete y mantener viva la llama de lo que se espera porque, cuando esto se materializa, siempre hay desilusión.

El texto completo se puede leer en el siguiente enlace de  la REVISTA CORÓNICA (agradecemos a Juan Pablo Plata, el haber permitido un espacio para el mismo):

ENCARAMADO EN LAS NUBES

 

Este texto se leyó el jueves 19 de noviembre  para abrir el conversatorio/presentación del libro en la Casa Fiscal de Arauca .

 

Acá unas preguntas que  Cermeño le formuló antes del evento:

 

 

 

Adam Frankenstein, la criatura despreciada. Por Vitola Rognini

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Francesco Vitola Rognini  nos trae una serie de artículos que versan sobre libros, películas o videojuegos. Estos están articulados al proyecto Vademécum (investigaciones sobre literatura y ciencias sociales) que desarrollará de aquí al 2025. Las reseñas estarán agrupadas bajo el título “Entre líneas”. 

 


 

 

Adam Frankenstein, la criatura despreciada *

Victor Frankenstein era un hijo de puta, un científico loco que lo perdió todo por  perseguir quimeras que lo enredaron en las trampas del ego: jugando a ser Dios creó a Adam, el primero en su especie, en un siniestro monstruo de 2.4 metros de altura.

Con la incursión de la criatura en el mundo de la Universal —Frankenstein, La novia de Frankenstein— la historia sufrirá múltiples modificaciones. La tragedia romántica ambientada en ambientes góticos, en la que un gigante de buen corazón busca un lugar en el mundo, será tergiversada por guionistas que preferirán mostrar solo la faceta del monstruo. Del tono melancólico de la novela, de su lectura hipnótica —como el sonido de un bote a remo que se desliza sobre un río de aguas calmas cubiertas de niebla espesa, en una noche sin luna— quedará poco. En la obra original es un crescendo continuo de giros dramáticos que se sobreponen como capas. Las versiones cinematográficas se desvían del argumento de la novela desde el momento en que la criatura es dotada de vida por medio de una <<chispa de electricidad>> generada por electrochoques —presumiblemente recurriendo a dínamos, siguiendo los postulados de Luigi Galvani y Giovanni Aldini— lo que en nada se asemeja a las tormentas eléctricas mitificadas por Hollywood: <<With an anxiety that almost amounted to agony, I collected the instruments of life around me, that I might infuse a spark of being into the lifeless thing that lay at my feet>> (P. 34-35). No hay un grito victorioso, el equivalente al <<Eureka>> de Arquímedes de Siracusa. El famoso <<It´s alive>> acompañado de la rica maniaca, nunca existió. La formación literaria de Mary Shelley —hija del filósofo político William Godwin y de Mary Wollstonecraft, filósofa pionera del feminismo— y las formas propias de su época, le impedirían cometer tal exabrupto: <<It was already one in the morning; the rain pattered dismally against the panes, and my candle was nearly burnt out, when, by the glimmer of the half-extinguished light, I saw the dull yellow eye of the creature open; it breath hard, and a convulsive motion agitated it limbs>> (P.35). Es tal el asco que le produce su creación, que el científico, ensimismado, se retira a su habitación, donde deambulará hasta el agotamiento como un enfermo al borde del paroxismo. No hay goce alguno en la primera impresión de su creación: <<His yellow skin scarcely covered the work of muscles and arteries beneath; his teeth of pearly whiteness; but these luxuriances only formed a more horrid contrast with the watery eyes, that seem almost of the same color as the dun-white sockets in which they were set, his shriveled complexion and straight black lips>> (P. 35). El doctor se va a dormir para olvidar los horrores nacidos de sus maquinaciones, y la criatura —que será nombrada en adelante con los peores epítetos— es dejada en la camilla del laboratorio, para que despierte a la vida como quien despierta de la anestesia. Horas después, el despojo humano logra familiarizarse con su nuevo cuerpo, escapa del laboratorio y va en busca de su creador. Ante la presencia del ser descomunal asomado por la ventana, Víctor Frankenstein despierta de una pesadilla en la que primero abrazaba el cadáver de su difunta madre, y que luego trasmuta en el cadáver de su futura esposa. Al científico le falta poco para saltar por la ventana, tras el encuentro escapará despavorido: <<[…] I beheld the wretch, —the miserable monster whom I had created. He held up the curtain of the bed; and his eyes, if eyes they may be called, were fixed on me. His  jaw opened, and he muttered some inarticulate sounds, while a grin wrinkled his cheeks>> (P. 35). El asco y terror que siente Frankenstein llevan al lector a preguntarse ¿quién es el verdadero monstruo? ¿El padre que abandona al hijo por su grotesca apariencia, o la criatura que se extravía sin guía en un mundo hostil, y cuyo único deseo es ser amado?

Aquí comenzará un juego del gato y el ratón que se extenderá a lo largo del libro.

Otras tergiversaciones evidentes son, por ejemplo, que la criatura no tenía la cabeza chata, ni pernos en el cuello, Mel Brooks parodia esto al implantarle una cremallera en la garganta al Joven Frankenstein. Respecto a sus cualidades físicas, estamos frente al primer villano sobrenatural de la literatura moderna, razón por la que sería imposible que una turba furibunda lo capturase, por muy cinematográfico que eso resulte. Así describe Víctor Frankenstein la agilidad de la criatura cuando se reencuentran, tras meses de separación: <<As I said this, I suddenly beheld the figure of a man, at some distance advancing towards me with superhuman speed. He bounded over the crevices in the ice, among which I had walked with caution; his stature, also, as he approached, seemed to exceed that of a man>> (P. 68).

A estas alturas del relato el monstruo conversa con su creador en francés fluido, ha estudiado repetidamente los tres libros que ha sustraído de una cabaña: El Paraíso perdido de John Milton, Las Vidas de Plutarco y Las penas del joven Werther, de Johann Wolfgang von Goethe. Esta conversación entre criatura y creador —monólogo en el que Adam se desahoga— conforma el nudo de la novela y ocupa ocho capítulos, que desmienten, entre otras cosas, el mito del energúmeno monosilábico, y demuestran que la criatura posee abrumadoras facultades intelectuales y una sofisticada capacidad de persuasión. Luego de la que Adam convenciera a Víctor de crearle una novia, única condición que le impone para dejar de atormentarlo —ya le ha arrebatado dos seres queridos— vuelven a separarse. Pero más adelante, en un remoto paraje de Escocia al que ha ido a crear la novia, Víctor se siente incapaz de reanimar otro despojo humano, lo que desencadena la furia de Adam, que lo amenaza con vehemencia: <<I will be with you on your wedding-night>> (p. 123). 

El abandono, el desarraigo, el desprecio, van empujando a la criatura a los límites geográficos, a los Alpes primero, y al Polo Norte, al final de la obra. En la misma medida que Víctor Frankenstein sufre colapsos nerviosos que lo postran cada vez que se enfrenta a la realidad de su creación, la criatura va asilvestrándose, perdiendo su humanidad a medida que se expone a los parajes agrestes y se aleja de los centros urbanos. En el mundo natural se encuentra a gusto, es una criatura libre que se alimenta de bayas, duerme en cavernas, soporta bajas temperaturas sin problema. El Beatus ille, tema que desarrollará años después Henry David Thoreau en Walden; o vida en el bosque (1854), pudo haber sido también el destino de Adam, el gigante vegetariano, el buen salvaje, pero ganó el deseo de obtener justicia. Su creador, al traerlo a un mundo en el que estaba condenado a la soledad, estaba en deuda, pero en cambio volvió a darle la espalda. ¿Se puede recriminar a quien busca justicia?

Aunque la novela suele definirse como pionera en el género de la ciencia ficción, contiene elementos que la emparentan con otros géneros literarios, al teatro en particular. Quizás por ello la adaptación que más se apega a la obra original es la reciente puesta en escena dirigida por Danny Boyle, en la que se acompaña a Adam en el proceso de descubrir el mundo de sensaciones, su evolución intelectual, así como por su capacidad de mostrar los matices del monstruo de espíritu elevado y movido por grande pasiones. 

  • Usamos para este análisis una copia de la tercera edición publicada en 1831 por Colburn and Bentley, editorial londinense, reproducida por Dover Editions, Nueva York, 1994.

Reseña: A los siete años, de Umberto Amaya

A los siete años.

Reseña de «El Hijo de Lina Luzardo» (Umberto Amaya)

por Dadán Amaya.

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 A los siete años, cuando el mundo es tan nuevo que muchas cosas carecen de nombre y para referirse a ellas hay que señalarlas con el dedo, se vive una época memorable. El niño es capaz de maravillarse con cualquier cosa y al mismo tiempo es ya tan perspicaz como para comprender, entrever el mundo que se descubre a cada paso. La curiosidad y el asombro están a la orden del día. Esa mezcla de inteligencia e ingenuidad que permite experimentar la alegría y la belleza, reconocer la maldad cobarde, sentir el miedo y la tragedia es la poesía en su estado original. La vida misma es un conjunto de impresiones. El mundo sabe, huele, suena y brilla por doquier y las cosas se graban en la memoria con el vigor de aquello que comienza.

Una impresión es la marca que deja algo, la combinación de percepción y las emociones que la acompañan, que se graba en la memoria para convertirse en parte de la base con la cual se juzgan y valoran cosas que en la vida irán apareciendo. Evocar en la memoria los recuerdos de la infancia no sólo es hablar de la cosa sino también de todas las emociones que ella evocaba. Es más que el sabor de la limonada de panela, es el sabor de la casa, del cariño materno, del reposo y la sensación de hogar y refugio.

Narrar estas impresiones es entonar un canto a la vida, como el que entona en su libro «El hijo de Lina Luzardo» Umberto-Umberto, mi padre, al que, tras leer en esta ocasión, conozco un poco más.

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#Videoprograma Leo Bolaños entrevista a Luis Cermeño

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Mil Inviernos está de estrene en navidad entrando al formato de los videoprogramas.

En este primer programa publicamos la entrevista del peruano Leonardo Bolaños a Luis Cermeño sobre la novela The Lola Vergas Big Band para de allí sacar una reflexión sobre el tema de los géneros literarios y la llamada literatura gay.

 

Comentarios, sugerencias y confesiones en la caja de comentarios.

 

Romperle el ano / romper la lengua. Por Daniel Maldonado

Romperle el ano / romper la lengua

Cifrar en ella, en la lengua, lo no dicho
–¡qué bien le sienta, su frivolidad, el día de hoy!
¿Quiere premios?
Tome, tenga para que se entretenga:
Un verso sucio
Una línea malhecha
Una mirada lasciva

[¿O la prefiere torva?]

Pero no
De esto nada
Que el circuito literario

Oficial
Canonizador
Disponga

Letras libres y sanas

Letras sanas y libres

De los malos no me hable
Usted
De los feos menos,

[Por favor]

De los rotos
–Esas bestias–
Nada diga
Diga nada

Porque de ellos es –será–

El reino de los cerdos

¿Literatura marginal?
¿literatura periférica?
¿Textos, con espíritu, decolonial?
¡Pero claro!

Úrdalos, trámelos usted

Desde la asepsia

Desde la corrección verbal

Desde el suelo patrio –o matrio– de quien

Dice
Como-se-tiene-que-decir
¿Más requiere?
Pues más se le ofrece
–Que para eso estamos–
Ría y llore,
Pequeñ@
Pequeñín
Que su tiempo ha llegado
Canonizado sea usted por los siglos de los siglos

Amén.

Una escritura que diluye géneros. Entrevista a Sergio Chejfec

Por Andrés Felipe Escovar

La relación de Sergio Chefjec con lo que escribe no es natural: se aleja de la escritura a medida que incurre en ella. A diferencia de otros autores, los entornos académicos no le son hostiles ni los defenestra; es más, muchas de sus cavilaciones emergen en un registro cuya sombra es la prolongación de textos especializados, de modo que las imágenes emanadas de los nódulos textuales tensan el arco de una ficción cuyo eje argumental obvia acciones y tramas.

El escritor argentino vino a Bogotá con ocasión del XLII Congreso del Instituto internacional de Literatura Iberoamericana. Nos reunimos en la universidad Javeriana,  poco antes del inicio del segundo día del evento. Bebimos un café y conversamos.

 

-¿Tienes una idea exacta del momento o del proceso por el cual surgió tu interés por escribir?

-No se trató de un momento sino que fue una derivación en la juventud o la adolescencia. Desde los doce años hasta los dieciocho, tuve un interés marcado por la escritura; la literatura, en general, fue intermitente. Siempre me consideré una especie de escritor un poco tardío; publiqué mi primera novela entrelos  treinta y tres  y treinta y cuatro años… no importa mucho eso pero, comparado con otros autores, creo que fui un poco tardío y se debió a esa situación en que mi interés por la escritura y literatura no fue prematura ni natural.

No provengo de una familia, como es el caso de otros escritores, dotada económicamente ni vinculada a la cultura ni tenía muchos libros en casa. Eso hace que tienda a separar a los escritores que tienen una relación natural con la escrituramientras que hay otros que establecen una especie de combate con la escritura y ello implica una relación con altibajos. Sin hacer un juicio de valor sobre esas dos posiciones, sin querer decir que una vía es más eficaz o mejor que la otra, me parece que es un dato. Yo siento que pertenezco a esa segunda familia.

Comienzo en la adolescencia. Leo, más que literatura, libros de política, de ciencias sociales. Mi juventud pertenece a los setenta:ingreso al secundario en el 72; es una década muy politizada en Argentina y  muy marcada por la dictadura en su segunda mitad.  Para mí, la lectura era teórica de izquierda, de marxismo; leía de una manera absolutamente impune libros que me atraían por el titulo o por el grado de profundidad teórica que podrían prometer pero no porque los entendiera. Creo que eso fue dándome una especie de hábito de la lectura un poco bizarro en el sentido de que hubo cierto aprendizaje estético vinculado con la literatura que yo leía, que no era una literatura literaria sino teórica,y que no pasaba por su valencia estética  sino por su vinculación con los argumentos, con el desarrollo conceptual, con la coherencia con el tema,con el punto de vista. Todo esto me marcó para después elegir la literatura. Para míla literatura es un campo de tensión; tendí a tener, junto a la idea de narración, una nociónun poco ensayística donde las ideas, aunque no pertenezcan al mundo material o de la historia sino a un mundo conceptual, tienen un estatuto similar a otras categorías más naturales para la narración como la intriga, los personajes, el avance… etc.

Yo entroaleer ficción a los 17 años,  con  textos quizá más duros como los de Kafka: algún tipo de literatura europea de menos acción. Kafka para mí fue una especie de ídolo en la adolescencia (lo sigue siendo ahora pero de otra manera). Lo leí en traducciones;  para mí tenía una capacidad de irradiación muy grande porque me sentía compenetrado con esos climas creados en sus libros de personas absolutamente  incomprendidas que están obligadas a vivir en un medio que no les pertenece espiritualmente.

Después quise hacer antropología pero, finalmente, me derivé hacia la carrera de letras en la UBA. Eso, de alguna manera, tuvo que ver con que yo tenía ejercicios narrativos medio privados. No me sentía capacitado para nada ni comprometido con una vocación, que sentía borrosa para mí, y pensé que la literatura era un escenario adecuado porque entendía que no me exigía mucho, me contenía, incluso mis fallos, mis propias fluctuaciones de interés y desinterés. Luego se fueron conformando las cosas y me fui comprometiendo con mi propia escritura; conté con la suerte de encontrar una serie de amigos en Letras con los que tuve una afinidad muy fuerte y siento que ese grupo me ayudó mucho para sostenerme. Además, fui afortunado por tener una formación paralela de la universidad que en ese momento estaba colonizada por la dictadura: tomé cursos privados con Beatriz Sarlo y su manera de leer la literatura fue decisiva porque me enseñó a escribir de una manera a partir de cierta forma de leer el trabajo de los demás. Así que eso fue como una deriva, no marcada por muchos hechos concretos sino una especie de navegación un poco incierta pero que únicamente puedo reconstruir de manera direccional porque hago la mirada desde el presente… seguramente en esos momentos no iba para ningún lado.

Hasta que publico mi tercer libro, ya escrito en Venezuela, que se llama El aire, sentía que  seguir en el campo de la literatura abandonarlo. N o había nada garantizado. Posiblemente por esa relación no natural con la literatura.

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Cosas de poca importancia – Umberto Amaya Luzardo

Foto cortesía del autor

 

COSAS DE POCA IMPORTANCIA

 Umberto Amayaluzardo

 

Hace poco leí que si uno quiere ser héroe tiene  que ponerse los pantaloncillos por encima de los pantalones como lo hace  Batman o Supermán y me vino a la memoria la vez que me conseguí una novia tierna como una flor sin espinas y cuando estábamos  bien enamorados se dio cuenta que yo no usaba pantaloncillos, entonces se apresuró a decirme: “Sin pantaloncillos no.  ¿Qué tal que lo coja un carro y lo lleven grave al hospital y cuando le bajen los pantalones se den cuenta que usted  no usa calzoncillos? ¡No, no, qué pena!”  Cerró la puerta y no me dio ni el beso de despedida.

Al otro día   fui a visitarla y  de regalo me tenía dos pantaloncillos que de lo puro  saraviados yo no sabía si eran de las Farc o del gobierno;  y eran tantas las ganas de coronar,  que sin decir nada  me los puse  y a pesar de estar hechos de un material sintético  y anti-traspirante  me fui acostumbrando a ellos, acostumbrando pero no del todo porque a veces,  cuando  voy por la calle que sopla la brisa y  siento el frío en las taparas,  me digo: “Mierda, se me olvidó ponerme los pantaloncillos ¡Qué pena! ¿Qué tal que me coja un carro y me lleven grave p´al hospital?

A muchos amigos les ocurre lo mismo, unas  veces con la afeitada, que van por la calle, se pasan la mano por la cara diciéndose  para sus adentros: Con el afán que tenía, hoy no  me afeité. Otros se huelen el sobaco a todo momento pensado: Coño, se me olvidó echarme desodorante. Y llega a tanto la mariconería, que no falta el que te diga: ¡Ay amigo huéleme, que yo como que no me eché perfume esta mañana!

Son mis amigos, yo  los perdono,  porque ellos en su inocencia  creen que rasparse las sienes, echarle desayuno a la sobaquera,  untarse el perfumito,  hacerse tatuajes   y  todas las demás cosas que componen ese estiércol de la sociedad de consumo,  les sirve de abono diario para sentirse más bellos  y tienen razón,  porque sin abono no hay flores.

Existe otra boñiga que usan los humanos  para su confort que huele a feo como el fertilizante a base de gallinaza: “Los carros urbanos”. Las ambulancias no;  ni los camiones  que llevan los insumos al campo y de allá vienen repletos de comida, ni los vehículos   que trasladan personal médico  y medicinas a las zonas lejanas, sino los que usan en el pueblo,  no tanto para movilizarse de la casa al trabajo en que la mayoría de las veces son unas pocas cuadras, sino para mostrar su poder adquisitivo;  que el carro es como el premio por terminar  una carrera,  ¿Qué tal usted todo un profesional y sin carro?  Otras veces es el esfuerzo de muchos años de trabajo y otras muchas,  es la gente que hace pacto con el demonio de la corrupción,  y don Satanás les facilita vehículos bien lujosos, porque el amor y el dinero son pa´ lucirlos.

El carro urbano es un estiércol que huele a feo,  no solo a la nariz y a los oídos, sino a la conciencia;  que por culpa de los  carros es necesario la extracción de materiales fósiles: el petróleo, decano de la contaminación en  el mundo, con  un problema mayor: el calentamiento global. Pero usted, después de bañarse, afeitarse y perfumarse,  no piensa en los beneficios de la humanidad, sino en su confort y en su vanidad,   y entre más caro sea el vehículo en que se moviliza, más fuerte es el portazo al bajarse, no tanto  para  que la gente piense: llegó el mafioso de turno, sino para causar miradas, para cortejar, pa´que las mujeres piensen: si este man es capaz de conseguirse un carro como ese, es capaz también de “ponerme una cocinera que maneje la cocina, comprarme ropa bien fina y los zapatos que quiera”   

Eso, hace mucho rato lo entendí,  y como el que toma cerveza para no beber aguardiente, mi vehículo es una  bicicleta que  no causa trancones, no necesita combustible contaminante y  es silenciosa como el cariño de la palabra no dicha. Mi amiga y yo,  ya  estamos viejos, ella asegura que a la juventud le luce hasta comer,  y la bicicleta es una cuestión de jóvenes. ¿Qué tal que lo coja un carro y lo lleven grave p´al hospital? ¡Qué pena! ¿Qué dirá la gente, que usted tan viejo y montando en bicicleta? Y tiene razón, para lo que más sirven los carros urbanos es para atropellar y mandar al hospital gente de poca importancia, de esa gente  que pedalea el suelo, que el suelo es la bicicleta de los pobres.