Episodios cotidianos. Por Francesco Vitola
Aldana
9/4/2022. Barcelona. La vida tiene una manera muy particular de hacernos revaluar nuestras prioridades. Aquella tarde, mientras la ciudad resplandecía bajo el sol primaveral, yo deambulaba por tercer día intentando procesar una traición. Haberme sacudido la tristeza para asistir a la presentación de un libro se sentía como una victoria, y así, reventado, pero liberado de un peso, recorrí lentamente las calles, disfrutando melancólicamente de cada paso. Quizás todo esto tenía que pasar para entender las palabras de Marco Aurelio y sus —¿nuestros?— amigos estoicos.
Llegué al evento con varios minutos de antelación, así que en vez de ser el primero en entrar, decidí buscar una banca para disfrutar del agradable clima. Lo cierto es que aún no estaba convencido de que mi estado de ánimo fuese el apropiado para escuchar las confesiones de un brillante escritor que sufre brotes de ansiedad. En eso iba pensando cuando una mujer de ojos azules como el cielo de esa tarde me preguntó si tenía cinco minutos para hablarme de Médicos sin fronteras. Desanimado como iba, le dije que no, y seguí de largo hasta la banca. Luego, cuando era hora de entrar al evento, volví, por fuerza, a pasar junto a ella. Supongo que necesitaba hablar con alguien —muchos pasarán de largo como lo hice la primera vez— porque volvió a saludar y esta vez me dolió no seguirle la conversación. Entonces pude analizar al ser humano detrás del uniforme.
Aldana no lo supo, pero su presencia de ánimo significó mucho para mí aquel día. La vida la había puesto en mi camino para mostrarme lo que me estaba perdiendo por serle fiel a una promiscua manipuladora. Yo tampoco lo supe en el momento de la conversación, eso lo entendí luego, cuando los tics nerviosos del autor me hicieron apreciar el valor de mi serena y monótona vida cotidiana. Si tan solo aprendiese a vivir el momento, pensé.
Oyendo los problemas del atormentado autor, entendí que de hecho, eso que yo sentía no era ni siquiera un problema mío, mi infierno había terminado y el de la arpía mitómana recién comenzaba. Estas heridas emocionales eran sólo la consecuencia del derrumbamiento de un castillo de naipes que durante meses sostuvo aquella narcisista incapaz de remordimiento.
Episodios cotidianos. Por Francesco Vitola
Episodios cotidianos es un conjunto de crónicas breves escritas por Francesco Vitola. Cada semana se presentará un nuevo episodio.
Mis pacientes
26/10/ 2021. Barranquilla, Colombia. Nunca contradigas a un loco; ayer domingo, mientras entraba a una sala de emergencias de Colsánitas, se me acercó un paciente psiquiátrico que me confundió con su terapeuta. Se dirigió a mí como «Dr. Andrés» y procedió a hablar en «hebreo». Otro lo habría tomado por un desquiciado imitando a un terrorista árabe, pero a mí me pareció interesante esa manifestación de espontaneidad. La situación me resultó clara desde que me rogó que lo escuchara, no es la primera, ni será la última vez que atraigo a un desequilibrado, a quienes mi presencia les calma en principio, pero que luego les altera o sobreestimula. ¿Qué otra cosa podía hacer?, me gana la curiosidad por escuchar lo que tienen para decir esas mentes anómalas creadoras de historias impredecibles.
Le pedí que se colocara la mascarilla, pero se negó porque «impedía que le llegara oxígeno al cerebro». Entonces le sugerí que tomara distancia para poderlo escucharlo sin riesgo de contagio; retrocedió dos pasos y comenzó a explicar, en castellano, que él era cristiano (algo que repitió una docena de veces en su monólogo). Le pregunté si lo habían diagnosticado, me dijo que desde los 16 años tomaba litio y que era bipolar. Hasta ahí todo dentro de lo normal. Pero en cuanto le pregunté las razones de su ataque de ansiedad comenzó a temblar y palideció: «me acaban de informar que soy judío, pero yo soy cristiano».
En sus ojos era evidente una crisis, ¿era pérdida de fe? Quise saber. Negó moviendo la cabeza y retomó el «hebreo» como lenguaje, que según luego explicó, se le manifestó de manera espontánea cuando le informaron de su origen judío. Miré a su padre; con el dedo índice se hizo un círculo en la sien. El señor de cabello blanco no se le había despegado en ningún momento, supongo que por antecedentes violentos (el paciente rondaba el metro ochenta, y aunque no era atlético, gozaba de cierta corpulencia amenazadora). Le solicité que volviera al castellano, «porque no tengo la fortuna de entender el hebreo», y fue entonces que me reveló que él sabía que yo también era judío, con ancestros polacos, y que por ende tenía que saber su idioma, sugiriendo que por genética estamos habilitados para hablar a voluntad, y de manera espontánea, la lengua de nuestros ancestros. Aquello me hizo gracia, porque a mi padre también lo habían creído polaco, así que con mucha simpatía le volví a pedir que regresara a nuestra lengua franca.
«Yo tengo el poder de ver los talentos de la gente, por eso yo sé que usted es un psiquiatra brillante, un hombre con vocación de servicio, y que además es usted políglota, como yo», dijo con una seriedad convincente. Preguntó si prefería que siguiéramos hablando en inglés, para demostrarlo. Le dije que no hacía falta, que prefería usar el español. Extendió su mano para estrechar la mía, extendí el puño y él lo chocó con su codo, pero su cara y cuerpo parecían querer el contacto, así que yo extendí mi mano y estreché la suya. Eso le hizo sentir bien y me dio un largo y cálido abrazo, cargado de afecto. En una situación violenta estaría perdido frente a un tipo de estas proporciones.
Ya más tranquilo me dio las gracias, yo sólo sonreí, y dirigiéndome al padre le pedí que lo escuchara, que eso lo calmaba. Se despidieron con gentileza, como debe sentirse un hasta pronto entre un paciente agradecido y su terapeuta.
Esperando nuestro turno (junto a mi hijo, al que el paciente había bautizado como Moisés) no pude evitar preguntarme si fue un error no seguir el impulso de estudiar psicología, ¿era esa mi vocación real? Desde el 2002 me lo pregunto.
Virus. Por Hernandez Durán
―El hombre nace libre, responsable y sin excusas”
J.P Sartre
Se miró al espejo intentando procesar la figura que tenía en frente suyo. Era abstracta, un conjunto de elementos que no resolvían ninguna identidad; encontró un montón de piel, la idea redundante de un ser que no le pertenecía, la plegaria de un sacrificio a la humanidad. ¿Dónde estaba ese hombre que alguna vez pudo divisar entre el cristal plateado? ¿Dónde había quedado ese nombre, esas letras que lo definían y hacían de él un ciudadano, un ser? ¿Cómo llego a ser ese holograma que se reflejaba sobre el espejo, indefinido, que infundía algo de nauseas? De pronto se fue con el agua del retrete –pensó-, de pronto se fundió igual que el vapor del café de la mañana.
Quizá, tan solo se transformó en ese eterno metro y medio de piel que parecía una enfermedad extendida por un ser inexistente.
Sabía que era un día distinto. Se abrocho el pantalón, cada uno de los botones de la camisa azul clara que tomaba cada día de por medio, y amarró sus zapatos de gamuza café. Estaba decidido esta vez a no tener nada, a no cargar ni con su propia presencia. Una idea rondaba por su mente. huir. Estaba convencido de que para el viaje que iba a realizar no necesitaba más que el deseo de lanzarse al vacío y la meditación implícita del hecho que se resolvía a ejecutar.
Él y esa mente cargada de pensamientos era lo único que necesitaba para emprender aquel desairado destino del cual ya no había vuelta de hoja. Sin pisar la calle aun, podía oír cómo el dialecto indescifrable de la gente se esparcía con el olor a pan. Otra vez su miedo inefable a ese mundo irreal que se le había presentado, a esa muchedumbre que veía todos los días y que desconocía por preferencia como un ataque de desolación y retraimiento, cuyo suceso se fue convirtiendo en un pequeño universo ambivalente de sensaciones infernales. Abrió la perilla, y noto que sus ideas no habían sido erróneas. Observó. Pasaban las personas y extendían una mano por encima de los hombros y la movían de izquierda a derecha rápidamente, ¿acaso creen que soy de ellos?, pensaba.