CARTAS A UN JOVEN MAGUFO
Esta carta forma parte de una serie de respuestas de Julián Andrés Marsella Mahecha a la numerosa correspondencia que recibe a diario de aspirantes al mundo del parnaso literario, cultural y académico.
CARTAS A UN JOVEN MAGUFO
Por Julián Andrés Marsella Mahecha
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Para gente como tú,
la alta poesía solo es posible
con la abstinencia sexual
más férrea.
Una mujer solo proyecta lo vulgar que eres
tu genitalidad ha demostrado
lo que siempre sospeché:
tu pretensión se basa en el resentimiento
de los más viles.
Y te creiste refinado;
sí,
así es.
Porque ninguna mujer osaba en acostarse contigo.
Cuando una por fin lo hizo,
comprendiste
que eras
un Mario Benedetti.
Por más que leas el catálogo
completo de Herralde, Galaxia Gutemberg y Lengua de trapo,
seguirás haciendo poemas
de oficinista.
Hacer ese tipo de poemas no es repudiable,
si sabemos
que, en tus íntimas
creencias,
te consideras el más grande
escritor
de tu época.
El secreto mejor guardado
de la tradición
letrada
de Colombia.
Te creías la mesa más fina del instituto,
reservada para los culos más finos;
no sospechabas,
nadie se sentaba allí,
porque era la que más cerca quedaba al baño,
llena de moscas y olores.
La necesidad del corazón (sexta entrega)
Edison Delgado Yepes, escritor nacido en Ecuador, nos ha permitido publicar, por entregas, su novela “La necesidad del corazón”. Acá podrán leer el episodio anterior.
La idea de comprar una casa en Salinas fue desde el principio idea de Irene, ella siempre saliéndose con la suya, pero cuando empezaron a venir a pasar las vacaciones a la playa, Irene pronto se cansó del desierto, la soledad, el sol, la arena y el mar, y pronto comenzó a sugerirle a su marido que vendiera la casa, pero a Tuco le empezó a gustar cada vez más la tranquilidad del desierto y comenzó un plan de ahorros para retirarse del negocio de compra y venta de vehículos. Cuando Irene se enteró de aquel proyecto puso el grito en el cielo y comenzó a hacerle la vida imposible a su marido con continuos reproches a su falta de competitividad y quemeimportismo. Por su parte Tuco se quedaba callado y lo soportaba todo hasta que se le colmaba la bilis y entonces le gritaba a su esposa y la mandaba a la casa de la verga o le decía que se consiga un amante y que se vaya con él o con ella, y esto lo decía con intención bien maligna, porque ella creía que su esposo no sabía nada de su preferencia bisexual por las lesbianas.
Cuando el matrimonio terminó, Tuco se sintió libre, pero, entonces, cuando sus planes de vivir feliz se empezaron a hacer realidad y su vida tomaba un nuevo giro lleno de grandes banquetes de mariscos, paz y armonía. Cuando había liquidado con éxito el negocio de su patio de vehículos y se disponía a llevar una existencia completamente tranquila en la playa, el destino le traía la noticia de que no iba a vivir mucho tiempo. A veces Tuco se despertaba en la noche lleno de pánico y desesperación y se volvía a acostar y rezaba el Padrenuestro en completo silencio hasta lograr calmar los nervios. Siempre lo atormentaba la idea de quién sería la persona que lo cuidaría mientras llegara el momento de la agonía. No tenía hijos, su esposa no quería saber nada de él, sus padres estaban bajo tierra: su madre por la diabetes y su padre víctima de la hipertensión. Su hermano era casi un inútil, así, que, en definitiva, estaba solo y moriría solo en este mundo; solo, completamente solo en una cama de hospital, como tanto temía Octavio Paz. Katty era una drogadicta inútil que no servía para nada, ¿quién la mantendría cuando él se muriera?
Cuando Tuco pisó por primera vez un hospital oncológico pronto se informó que el noventa por ciento de los pacientes mueren, y que es entonces cuando el enfermo logra apreciar las cosas insignificantes y simples, pero bellas y sublimes de la vida: como disfrutar de una noche estrellada en Canoa o disfrutar de la compañía de una amiga mientras se saborea una deliciosa pizza donde don PEPE.
Tuco se hizo muy amigo de Tony Reyes el doctor que lo chequeó y que le detectó el cáncer al estómago. Él le conversó que había entrado a trabajar en aquel hospital oncológico junto al mar cuando era estudiante, ya que su padre lo recomendó al director con quien mantenía una larga amistad desde la infancia. Pronto Tony entró a trabajar como ayudante en el área de diagnóstico. Y él le confesó lo triste que era hacerse amigo de un niño con leucemia ya que sabías que iba a morir. El hospital en que trabajaba ahora no siempre fue así: cuando recién entró a trabajar lucía todo viejo, descolorido y desvencijado y a él le tocaba recargar los hematócritos y pronto se dio cuenta de la importancia de tener dinero para comer a la hora del almuerzo. Recargar los hematócritos significaba medir los glóbulos rojos y era una tarea de gran responsabilidad y siempre después de cada jornada, Tony terminaba muerto de hambre y el primer día de trabajo estaba completamente chiro y subió al comedor a ver si alguien le regalaba un plato de comida, aunque sea un arroz con jugo de carne, pero la negra cocinera Heriberto le abrió una cuenta de crédito para que él la pagase en la quincena y así pudo tener asegurada la comida diaria.
Los primeros días de trabajo Tony Reyes no vio a los enfermos de cáncer sino que se lo pasó en el LABORATORIO haciendo hemogramas, que es el conteo de leucocitos, donde se utiliza la fórmula de Schilling, que sirve para diferenciar los leucocitos entre segmentados y mononucleados y los linfocitos y los monolitos y también había que recargar los hematócritos que era el contaje de plaquetas y que se dividían entre: neutrófilos, eucinófilos y batófilos. El problema de la leucemia se detecta cuando entre los glóbulos blancos surge un aumento en número y se alteran en su forma.
La filosofía como ciencia ficción y la ciencia ficción como filosofía
La doctora Teresa Mira de Echeverría impartió una conferencia en la que aborda los puntos de contacto entre la filosofía y la ciencia ficción. Esperamos que disfruten de la misma y reflexionen en esta época santa, así sea en torno a cosas non sanctas:
Especial Santo de Kolosimo y sus variaciones Goldberg
Ad portas de un nuevo Domingo de Ramos, evocamos a un santo que ha servido para alimentar muchas desdichas e ilusiones de no existir en este planeta abandonado. Entiéndanlo de una vez, los extraterrestres nos hicieron y al ver nuestra mediocridad, se largaron para que nos matemos entre nosotros. No hay remedio y ni siquiera la oración nos salvará, porque de esos extraterrestres vienen los ecos de Dios, y Dios se quedó sordo para con nosotros. Un consejo: mastúrbense, mastúrbense mucho. Eso les acabará las energías antes del juicio final, y cuando sean condenados, sentirán consuelo al seguir lastimando vuestros prepucios,. En cuanto las mujeres no hay problema. Todas se irán a disfrutar de las mieles del buen sexo con esos reptilianos que otrora nos abandonaron. Y los maricas, maricas son, hasta después del juicio final.
Compartimos este relato de Don Peter, tan evocador de ese Philip Dick místicos que los magufos de la moda pasan por alto cuando se burlan de las teorías más revolucionarias del amor, la desdicha y la creación.
Relato 1.1:
Las Variaciones Goldberg de Kolosimo colisionan con Glen Gould
Epígrafe de editores: Cazaste al aprendiz de Seductor.
Si Jean Goldberg hubiese dejado perder aquella muchacha, habría sido mejor para él. Pero Jean Goldberg era un jovenzuelo testarudo, y Sabine era muy guapa. Demasiada guapa para que nuestro gallito de 1700 hiciera casos a las voces que corrían acerca de «la bruja de Estrasburgo». ¿Una hija del demonio? Al parecer, así era. Nadie sabía cuando había llegado Sabine a la ciudad, nadie la había visto de niña y, sin embargo, ella afirmaba que había nacido en Estrasburgo. Y nadie había visto a su padre. Era marino mercante y se encontraba lejos, en Oriente, decía Sabine. Y había también el increíble caso de su madre, raramente dejaba la casa, pero las escasas ocasiones que lo hacía, trastornaba a todos: la muchacha tenía 18 o 20 años, y la madre parecía tener, como máximo, cuatro o cinco más que la hija.
En resumidas cuentas, ¿qué se podría pensar de aquellas dos mujeres que salían por la noche vestidas de hombres, que montaban a caballo como hombres, que se encontraban por la noche con otras mujeres ataviadas de la misma forma que ellas, y con siniestros personajes indescriptibles, en el tenebroso «Auberge du Cheval Noir»? Naturalmente, si algún valeroso se hubiera atrevido a pedirle explicaciones a la interesada, habría oído cómo le aconsejaban que no bebiera demasiado o se guardara de las alucinaciones.
Sin embargo, Jean Goldberg no tenía alucinaciones, y aquella noche no había bebido ni siquiera una gota. Había permanecido apostado en las cercanías del «Auberge du Cheval Noir», y cuando vio salir del mismo dos figuritas demasiado gráciles y demasiado agraciadas como para ser masculinas, las siguió sin abandonar las sombras. No se había equivocado. Tras haber marchado durante un largo trayecto por la calle principal, los dos «caballeros» se adentraron por la orilla de un canal y desaparecieron tras la puerta de uno de los más grandes «edificios de los comerciantes»: precisamente la casa de Sabine.
Adiós a la librería Albert. Crónica
- Los doctores coordinan que todos los libros sean guardados en las bolsas de lona
- Juristas en diligencia para sacar libros
- El final del la librería ALbert
Fui a la librería Albert por la compulsión de comprar libros que se precipita cuando estoy solo y no tengo nada que hacer. Nunca me percato de los títulos que adquiero; el criterio de mis elecciones radica en las perspectivas fugaces de hacerme un especialista en las políticas contables de la expedición botánica o en los rudimentos de ciertos alquimistas que me servirán para la construcción de un cuento que se desvanece pocas horas después, cuando arrumo los ejemplares en mi casa, entre todo ese compendio de volúmenes no leídos.
Así como hay libros que, según los bibliófilos, te esperan para que los leas, otros aguardan a que los compres y los enjaules hasta que llegue un incendio o el final de los tiempos. Es como un matrimonio que se sabe aburrido de antemano, desde un segundo antes de ese primer beso carente del frenesí de las borracheras y sus insucesos.
La última vez que estuve en la librería Albert vi una antología de la ciencia ficción soviética. No lo compré porque en ese entonces no me inventaba a mí mismo como escritor de Ciencia Ficción. Después, cuando comprendí que mis textículos jamás serían publicados en diarios de amplia circulación o revistas con reputadas firmas de editores premiados como escritores, decidí hacerme uno más del club de los amantes de la Ci Fi y empecé a comprar cuanta cosa viera al respecto. Siempre desprecié a Star Wars, me pareció una tontería Star Trek y, si algo de ciencia ficción vislumbré antes de mi decisión, fue en ciertas glosas literarias hechas por el egregio ex presidente de Colombia y ya muerto ilustre, Don Alfonso López Michelsen, o en las disertaciones latinistas del carnicero y también egregio ex presidente de Colombia, Laureano Gómez.
Sí, en esos eructos vislumbré más fantasías y pretendí vincularlas con los textos de Ciencia Ficción que circulaban como alta literatura dentro de un género que marginalizaba en su consabido destierro de las más puras letras de la civilización. Por eso me llené de repudio cuando vi las jetas de desdén de algunos cuantos lectores asiduos al género después mostrarles mi primer relato; eran como esos policías tan pobres y jodidos como los campesinos que golpeaban con sus cachiporras en los acostumbrados e inocuos paros.
Por esos días recordaba el libro; si algunos evocaban a Philip K. Dick o Burroughs o llevaban a Bogotá a un delirio superfluo como los de Douglas Coupland, yo podía valerme de los soviéticos. Siempre que pasaba por el autobús, Librería Albert tenía las puertas abiertas; estaba al lado de una cevichería y, hacia dentro, se levantaba la oscuridad. En cada trayecto me repetía que debía volver pero no lo hice sino hasta hoy, cuando ya no me vislumbro como escritor de Ciencia Ficción ni de género alguno y he retornado a la lectura de los Códigos que dejé, con la convicción de un digno sucesor de Kafka, apenas salí de la facultad de Derecho.
A medida que atravesaba el umbral de la librería, se incrementaba el volumen del tecleo furioso de una computadora; la jerga de una doctora que leía actas y artículos del Código de Procedimiento Civil asfixiaba a la oscuridad y al dueño de la librería. A don Albert, si es que es él mismo le puso el nombre al local para hacerse un monumento que ahora se incendiaba en las llamas de los recovecos judiciales. Ella, la doctora funcionaria, le decía que los plazos estaban cumplidos y que, con su equipo de leguleyos, se aprestaba a realizar la “diligencia”.
Don Albert habló, por teléfono, con su abogado; pronunciaba la palabra doctor como Dios es proferida por los enfermos terminales en sus oraciones. Este, el doctor, por lo que deduje de la charla, le dijo que no firmara nada.
Gadamer lee el antiguo testamento
Hans Georg Gadamer también se ha ocupado de leer apartes de la biblia o la Tora, o como se le quiera denominar a ese corpus textual del que extrae este filósofo la historia de la torre de Babel. A diferencia del ejercicio de ridiculización sistematizado por los ateos, Gadamer se adentra en los entreveros de aquél divorcio de lenguas que arrojó una de las principales razones por las cuales siempre nos sentiremos solos, sin la capacidad de decir, con exactitud, lo que presumimos percibir, sentir, creer y pensar:
El torpedo peruano
Pedro Paulet es conocido como uno de los padres de la aeronáutica. Este ingeniero del Perú fue el inventor del motor por combustible líquido, el cual, a la postre, habría de convertirse en uno de los pilares para la edificación de los cohetes que nos han llevado más allá de nuestra órbita. A continuación les presentamos un documental sobre este hombre que abrió las puertas de los viajes siderales:
La necesidad del corazón (quinta entrega)
Edison Delgado Yepes, escritor nacido en Ecuador, nos ha permitido publicar, por entregas, su novela “La necesidad del corazón”. Acá podrán leer el episodio anterior.
Con el tiempo a Tuco se le ocurrió la idea de mandar a construir un gran asador de un tanque partido en dos y ponerse, con su hermano, a vender chuzos, choclos y chorizos por las noches, pero sólo en los fines de semana. Todas las noches la calina del desierto se refrescaba hasta el punto de que los turistas salían a pasear por el malecón abrigados hasta el cuello. En cambio aquel frío era del gusto de las mujeres extraterrestres y una de ellas, una simpática chica de una de las lunas de Júpiter, llamada: XPR899, siempre lo venía a buscar a Tuco con la finalidad de que él accediera a reproducirse con ella, pero Tuco estaba más concentrado en el negocio de darle la vuelta a los chuzos para tener un ingreso extra. Pero fue tanta la insinuación de aquella mujer hermosa, que Tuco no tuvo más remedio, que encargarle el negocio a Pepe Viche y subir al segundo piso de su casa de madera con aquella alienígena tan simpática como exigente. En la cama aquella mujer lo hizo vibrar a Tuco de una manera impresionante y cuando ambos acabaron el acto sexual, ella le transmitió una energía corporal, que lo hizo sentir, al débil enfermo, completamente rejuvenecido, por un par de días. Tuco no sintió con tanta fuerza los achaques del cáncer durante ese lapso de tiempo. Pero siempre que tenía sexo con estas bellas mujeres alienígenas, sentía por varios días, que las piernas le temblaban, como si estuviera su organismo completamente debilitado. La bella XPR899 lo siguió visitando hasta cuando un día le anunció que él iba a ser padre, entonces, se desapareció del mapa, para alivio de Tuco. Por las noches Tuco pensaba en XPR899 y su hijo pero aquel pensamiento no le daba mucha ansiedad ya que aquella criatura no sería un humano de verdad al ser engendrado en el vientre de una mujer de otro planeta.
Nori
Todo lo que vivimos
Las canciones que cantamos
Se perderán en el olvido
Como si nunca las hubiéramos entonado
Las cosas que nos dijimos
Las experiencias que pasamos
Cuando te desmayaste
Cuando le arrojaste el cuchillo a Juanito
Todo, absolutamente todo
Quedará en el olvido