Archive | febrero 2019

La chica mecánica. Ficción climática monumental. (Reseña)

Esta novela,ambientada en la Tailandia del siglo XXII, contiene todos la variedad de subgéneros  «punk» que se puedan imaginar: steampunk (tecnologías futurísticas a base de carbón y vapor), dieselpunk (artefactos pesados impulsados por motores diesel), biopunk (hackeos biológicos, manipulación de ADN, bancos de semillas) y cyberpunk (grandes sistemas de datos informáticos). Si es por nuevos géneros, también se puede  afirmar indubitablemente que se acopla a lo que Dan Bloom entiende como Cli-Fi, o Climate Fiction, es decir, una historia en donde el cambio climático cumple una función protagónica. Y,  finalmente, cumple todas las prerrogativas necesarias para considerarse una clara distopía política.

Además,  La Chica Mecánica, ópera prima de Paolo Bacigalupi, ha sido merecedora de los principales premios del género: Hugo, Nebula, Locus, Campbell e Ignotus (en España). Arrasadora serie de reconocimientos que ipso facto obliga a detenerse en el análisis de la obra.

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Aunque la portada en español es buena, esta japonesa me parece extraordinaria. 

La historia está contada en un estilo polifónico, muy al estilo de Philip K. Dick, en el que a través de varias líneas paralelas se va desarrollando y entretejiendo una trama más compleja hasta que se cruzan cada una de estas realidades modificando finalmente la inicial para desembocar en un escenario completamente nuevo.

Entonces tenemos la historia de Anderson Lake, ciudadano extranjero que tiene una empresa fachada de desarrollo de muelles percutores cuando en realidad es un agente de una industria de proteínas con intereses en Tailandia; Hock Seng, es su secretario personal, un chino malasio refugiado viviendo al borde de la extradición; está la historia de Emiko, la chica mecánica, que es un neoser, una humanoide modificada genéticamente creada en Japón pero abandonada en Tailandia en donde se le da un uso exclusivamente sexual, pero con una consciencia existencialista de universitaria occidental que no puede con ella; y un oscuro héroe nacionalista, ex campeón de peleas muay thai, llamado Jaidee junto a su malhumorada compañera Kanya.

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Un trazHOmenaje a la historieta La Flor de Coleridge, por Luis Antonio Bolaños.

La Flor de Coleridge

Por: Luis Antonio Bolaños de la Cruz 

TrazHOmenaje 01 de la Historieta Argentina

Motivado y acicateado por mi amigo Isaac (desde Casa de Jarjacha primero y de Agujero Negro digital después) me aproximé por aquel entonces a los diversos soportes en que se expresan los creadores de los géneros de nuestros amores, y comprobando que la mayoría de los comentarios, reseñas y análisis sobre historietas correspondían en lo fundamental a la producción USA, a la japonesa y algo a la europea, me decidí a recorrer ese universo de sueños plasmados por los autores e ilustradores argentinos, que se acumulan en capas sucesivas durante varias décadas dignas de ser exploradas sin pausa y con placer; me propongo comentar una vez quincenalmente alguna de dichas creaciones, porque siento que están sometidas a un olvido similar al que nos aplican por periféricos los poderes imperios en otros temas, cuando su calidad es genial y muy superior al promedio de la producción de USA y Japón y comparable con el nivel de la francobelga, británica e italiana.

El nombre de la sección funciona como un anagrama múltiple que se estira en tres dimensiones: con destino a lo gráfico mediante los trazos entregados, hacia la recuperación de la memoria trayéndola consigo a través del homenaje y menaje por el equipo de conceptos, referencias, imágenes, recuerdos, emociones y relaciones con que emprendo el viaje permitiendo que se disuelva el tiempo transcurrido para gozar en el presente de esas obras escamoteadas.

Empezaré con “La Flor de Coleridge” (publicada en Skorpio), comentando página a página esa historieta con guión de Guillermo Saccomanno, tan militante y hermoso que uno aplaude el tema y se solidariza con los acontecimientos pero sin perder en ningún momento la emoción, y recurriendo al trazo de “Tintafina” como suelo denominar en mis degustaciones comiqueras a Cacho Mandrafina, el artista ilustrador, digno dibujante que con un uso magistral del entintado y la disposición del espacio en las viñetas, unidos a que se manifiesta como letrerista eximio (manifiesto en las viñetas de las páginas uno y dos) pasa a ser uno de los maestros en el uso de la tinta china de esas añoradas ediciones que tanto nos ofrecieron bajo los sellos de:

Abril & Yago (Misterix, Rayo Rojo),

Record (con Skorpio, Corto Maltés, Pif-Paf, Tit-Bits),

Columba, que hasta tiene canción de Calamaro (con El Tony, Intervalo, D’Artagnan, Fantasía, Aventuras, Nippur Magnum),

de la Urraca (con las potentes Fierro, El Péndulo, Humor, Superhumor, Cazador),

pero sobre todo Frontera de Oesterheld con su homónima y Hora Cero donde sucede esa clásico inolvidable “El Eternauta”que varias generaciones llevamos en el corazón.

Desde el título y la diagramación de
las páginas 3 y 4, la historieta evoca lo que desea transmitirnos:
la situación que se vive y la intensa persecución entrecortada y
jadeante por los retorcidos callejones de la Casbah, -es inevitable
que evoquemos “La Batalla de Argel” de Gillo Pontecorvo y nos
embarquemos en rememorar datos y sucesos de esa extraordinaria hazaña
que significó la rebelión argelina que terminó por expulsar a los
franceses del territorio magrebí-;
el conecte entre acabado de las
viñetas y palabras claves repercute por su potencia en la
comprensión del acontecimiento, que queda rubricada en las miradas
de los testigos,
 O en el acercamiento a los rostros de
los torturadores y del sospechoso en la página cinco, tanto que casi
permite tocar las imperfecciones en la epidermis de sus rostros,
captando el carácter y su vida interior a la manera de una
prescripción frenológica;

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LAS VALIENTES TAMBIÉN ME GUSTAN — Umberto Amaya L.

LAS VALIENTES TAMBIEN ME GUSTAN 

Umberto Amaya Luzardo

Vamos entonces, tú y yo,
Cuando el atardecer se extiende contra el cielo.
 
Thomas S. Eliot

 

 

 

Arauca, octubre 16  con calor de medio día.

Carajita: Deja que te llame carajita para que así, con un poco de intimidad pueda contarte mejor las cosas. Contarte por ejemplo que el lunes al caer la tarde te vi por primera vez, y  el miércoles en la mañana se formó el mierdero. Ese lunes lo tengo claro,  pasaste  rozando  el puesto de las empanadas pequeñitas que venden  a solo trescientos pesos. Yo  estaba ahí parado mirándote  y en la alegría de ver una catira bonita, te sonreí y tú, con una sencillez  que casi me congela, me devolviste en lazo abierto  tu sonrisa.

–Prueba  una, yo invito– te dije, y me respondiste que no. Pero insistí pidiendo que por favor  la aceptaras para no sentirme despreciado –Si quieres mejor llévate diez, que yo con gusto las pago. –Llévaselas a los presos, que ahí no más queda la cárcel– te dije,  casi que con  autoridad. ¿Te acuerdas?

–El miércoles entendí por qué te gustó la idea y por qué me aceptaste las  empanadas que te dieron en una bolsa de papel con la parte de abajo transparente  de manteca. Te las entregaron, sacaste una y  la mordiste comprobando que son pequeñitas pero deliciosas. Unos  segundos  no más te vi a los ojos y quedé  sorprendido, porque las catiras de estos lados son marmoleñas y de ojos  claros y otras más escasas todavía,  tienen ojos de candela en marzo, pero los tuyos son diferentes, tienen  un verde intenso color retoño.

Te vi las tetas mal escondidas en la camisa y se convirtieron  en un imán para mis ojos; tú lo notaste y poniendo el semáforo en verde, me dijiste con picardía de cómplice: -las tengo un poco grandes, pero con una plata que voy a recibir les voy a disminuir una talla. Lo dijiste por mamar gallo y mamando gallo te respondí: –No, yo te pago la operación, pero no para que te las disminuyan sino para que te las agranden,  que a mí no me gusta acariciar sino amasar con furia- te dije, feliz de encontrar una mujer como tú, sin escrúpulos de monja ni vergüenza genital, pero  sentí en tus palabras la necesidad que tiene  todo recién llegado de poder comentar con alguien afín sus emociones, y vi también en el fondo de tu alma  el vaso de angustia que debías beber. Quiero decir con esto, lo que el olfato me dijo, que no habías llegado al pueblo a turis-vagabundear  sino que en algún cruce serio te movías. Por eso, no te pregunté el número  telefónico, además, no cargabas celular, yo me di cuenta. Te pedí el correo y en un pedacito de la bolsa que no estaba enmantecado lo apuntaste y  todo sucedió como en esos amores ridículos, en que los acercamientos jamás pasan de besito en la mejilla,  y es verdad, entre nosotros no ha pasado nada todavía, pero en el pueblo sí, en  el pueblo se formó el mierdero y fuiste tú la protagonista.

Antes que todo eso sucediera yo tenía ya tu dirección  electrónica, que escribir por  internet es mi fiebre, porque en la escritura tiene uno  la intimidad y el encanto de rumiar las palabras, en cambio con el teléfono debes ser  más repentista y estás siempre peleando con los minutos y cuando no estás acostumbrado te atoras,  y como en el amor, hasta las palabras se acaban. Pero mi vicio es intercambiar mensajes largos con mis amigas cibernautas y las que por pereza empiezan mandando frases de Pablo Cohelo, o  grupos de oración en cadena, les doy el preaviso y si insisten en sus pendejadas y en su  contaminación visual, les cierro los vidrios. Y en esta vida  de peregrino que me ha tocado, cuando paso por los pueblos busco las peladas que se escriben conmigo y les hago la visita.

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He estado pensando en… VåPORWAVE!

 

Uno de los últimos géneros artísticos, podríamos decir que uno de los primeros géneros genuinamente millenials, es el vaporwave: en Internet podrás encontrar varios significados de lo que consiste, pero para mí, que soy de otra generación, consiste básicamente en asimilar irónicamente los contenidos visuales y sonoros de principios de los años 90; es decir, lo que consumíamos los de la generación nacida en los ochenta en nuestra temprana adolescencia antes de que el grunge se empoderara y todo lo divertido que tuvo esta época se fuera al traste con el suicidio de Kurt.

La generación millenial se ha divertido de lo lindo al comprobar la poca sofisticación técnica de los visuales de esta época, producto de la experimentación y el poco desarrollo de equipos de edición de video y gráficos, no existían en ese entonces los altas estándares actuales que ahora hacen de cualquier niño de 4 años un gran creador visual (y como dice el chiste: no, señora, que tu hijo de 4 años maneje diestramente un iPhone no hace a tu chiquillo un genio, el crédito  para de los creadores de iPhone). Esta puede ser una de las muchas razones por las que actualmente, además del componente satírico de esa estética, exista una mayor valoración en el error, o el glitch. Los efectos visuales que en ese entonces nos hacían alucinar ahora hacen morir de la risa a cualquier persona que en la actualidad cuenta con todas las herramientas para crear una buena composición, aunque -se debe decir- sin la osadía de los pioneros en estas tecnologías.

Como yo también me encuentro en un estado de regresión, he vuelto a los primeros referentes  musicales de esos años prepúberes  y así me he reconciliado con el vaporwave. Por lo tanto, he vuelto a mi afición  hacia bandas tales como Ace of Base, KLF y Culture Beat. EN esta regresión, he vuelto a ver bajo los ojos del nuevo milenio algunas de sus producciones visuales, alcanzando un alto grado de iluminación y de disfrute de la precariedad técnica, con la  sospecha de que los mismos creadores conscientes de sus limitaciones disfrutaban de ellas.

Y así llego a uno de los videos más representativos de los 90 que tiene todos los elementos que hacen gozar como enanos a los del género vaporwave: I’ve been thinking about you, de Londonbeat.  Efectos de  western retro futurista;  programa de edición visual de las computadoras Commodore; un hombre montado sobre un caballito computacional, acaso una prospectiva de las relaciones zoofílicas con hologramas; croma keys con efectos de un desierto bañado por una lluvia de estrellas; y la constante amenaza de una tempestad de guitarras eléctricas de otra dimensión que intentan golpear a la cabeza a lo que se le cruce.

 

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