Archive | marzo 2020

Diario del coronavirus desde el conurbano sur de Buenos Aires #9. Por Leandro Alva

Por Pedro Domínguez

Desde que empezó este asunto de la cuarentena obligatoria y el hashtag #quedateencasa se hizo amo y señor de las redes, poca gente se detiene a pensar en aquellos que no tienen casa donde quedarse y mucho menos una cuenta en una red social. Mientras tanto, hay algunos que desde la comodidad de su balcón muestran la hilacha de sus berretines panópticos y señalan con el dedo o a los gritos (incluso por medio de megáfonos) a cualquier ser humano que ven circular a la intemperie, aún sin saber porqué ese ser humano está en donde está. Esos tipos ya nacen así, con el corazón ortiba. Por ese motivo, no abono mucho a esa teoría esperanzadora que anda circulando, que asegura que después de todo esto vamos a ser mejores, que vamos a tener un mundo floreciente, fraternal, igualitario, y bla bla bla…

Tampoco se me da por llevar la cuenta de los días que engordan el aislamiento ni de la cantidad de víctimas que repiten los medios cada 15 minutos. Esos ejercicios estadístico-necrológicos me producen cierto rechazo y me perturban un poco. Tal vez por eso, apenas me limito a leer, salir de compras cada tres o cuatro días y escribir estos apuntes. Si alguna vez vieron una foto del estudio de Francis Bacon pueden hacerse una idea del paisaje que me circunda. Por otra parte, mis destrezas gastronómicas se limitan a una pálida escasez de platos que se repiten sistemáticamente. Es una verdadera fortuna que mi vieja viva al lado de casa y me invite a comer seguido.

Las calles parecen un desierto sin aviadores ni principitos fastidiosos. Hoy me tocó salir en búsqueda de víveres, y a la vuelta del chino me encontré con un botellero que conozco de la infancia. Me saludó desde el otro lado de la calle y casi me pidió perdón por violar la cuarentena. Lo noté avergonzado, culposo. Tengo que cirujear algo para comer, papá, los melli me esperan. No hay drama, loco, mucha gente tiene que salir a laburar. Conversamos un par de minutos y antes de despedirnos me acerqué a una distancia razonable y le tiré un paquete de fideos moñito. Los atrapó en el aire con una pirueta que me hizo reír. Hace años era un buen arquero. Gracias, papá, me dijo (no sé si no se acuerda mi nombre o le dice papá a todo el mundo). De nada, Gera, le contesté yo. Cuidate, loco. Vos también cuidate, papá.

Doblé la esquina y llegué a casa pensando en la suerte que tengo de poder llamar así al lugar donde paso estas horas tan inusuales. Me puse a cocinar un arroz con salchichas mientras en la compu sonaba música clásica, creo que era Brückner. Bueh, no importa. Minutos después dijeron en la tele que el papa nos había perdonado a todos. Pater de caelis Deus, miserere nobis. Y al rato ya me había olvidado de mi amigo de la infancia, el arquerazo que salió a cortar un centro envenenado para poder llevarle algo de morfar a los pibes.

Leandro Alva, Temperley, 27 de marzo de 2020.

Diario del coronavirus desde Chiapas. Día veintiséis

La burbuja de Susana hace agua

El 20 de febrero, en Roma, se instaló la Escuela “Constituyente Tierra”. Su objetivo, escrito por el jurista Luigi Ferrajoli, es el de “sollecitare la riflessione collettiva e l’immaginazione teorica in ordine alle tecniche e alle istituzioni di garanzia idonee a fronteggiare le sfide e le catastrofi global”. Esas reflexiones serán terreno fértil para nuevas burocracias y, por lo tanto, nuevas castas burocráticas. Aunque, ante cada afirmación que hago, me viene una oleada de incredulidad que se sintetiza en un ojalá me equivoque.

Pero ¿me quiero equivocar? Es como cuando toco madera mientras hago un pronóstico o critico una conducta que repudio, pero en la que yo mismo incurriría. ¿Repudio o digo que lo repudio para que no defraude a ese ideal de mí que yo me forjo a partir de mis creencias en torno a como los demás me ven o como quiero que me vean? El margen entre lo que quiero ser, creo ser y lo que los demás creen y quieren que sea es el que incrementa o disminuye el índice de mi cordura y mi autoconciencia radicada en la modalidad de lo ridículo y sus variaciones.

Ferrajoli fundamenta a la escuela en el hecho de que hay problemas globales que no atienden los gobiernos estatales pero que es fundamental solucionarlos pues de ello “dipende la sopravvivenza dell’umanità”.

La humanidad, la Covid: ambas en femenino, como lo prescribió la academia española. Ambas como plagas, o ambas como virus, unos virus en femenino. Y, en medio, los estudios de glotopolítica y demás herramientas que permitan distraer a los académicos en estos días de encierro hasta que se trencen polémicas y urdan ingeniosos comentarios con tinte humorístico.

Las elucubraciones sobre lo que ocurre con la pandemia se han jerarquizado, como siempre, como en el fútbol. La Champions league tiene su clásico en las alusiones de Zizek y las consiguientes réplicas de Byul Chun Han; luego viene la Copa Libertadores, con las audaces críticas en las que se coloca al coreano como un orientalista oriental que escribe desde Alemania, los énfasis no siempre laudatorios a las elipsis y digresiones del Serbio y los llamados a una reflexión propia a partir de las grietas que se le han abierto al ya frágil neoliberalismo.

También están los diarios. Algunos, los que resultan más aguafiestas, se aferran a que los días sí han cambiado, a que el encierro ahora está envuelto en el miedo y a que la humanidad no es una plaga y que eso es un lugar común de incautos que ven vídeos de delfines en bahías sucias hasta hace un mes o ecologistas que poco saben de ecología o simplemente romantizan a una naturaleza que no es más que una invención humana.

Nada será igual y quizá cambie para que todo siga igual, como lo vio Lampedusa.

En México hablan aún de fases de la pandemia y su llegada; hace dos días dijeron que el país ingresaba a la etapa dos y ya dicen que podemos estar en la tres, pero no se sabe muy bien. A veces nada se sabe muy bien.

Entre los comunicados de la secretaría de salud, las discusiones y los diarios que se publican en la red (incluyendo la feroz crítica al libro que ya Salamandra presentó en e-book “En tiempos de contagio”, escrito por Paolo Giordano), me topé con un artículo que refería la nueva tendencia de vídeos de sitios porno durante la pandemia: la grabación de gente masturbándose viendo vídeos que se suben a las plataformas; lo que empezó como una estrategia de publicidad devino en un producto cuyo consumo se ha disparado al punto de que ya hay rankings para encumbrar a los más encarnizados aficionados. “Es algo así como pajearte viendo a otro mientras te imaginas que tu eres el que se pajea así”, dijo el anónimo que escribió el libro. Han, Zizek, Badiou o Agamben tendrán sus sustitutos en el mercado del pensamiento: ¿cómo cambiará la industria, el goce y la soledad en tiempos del Covid? ¿Saldrá el diario de un masturbador o masturbadora durante los días de la peste? Ese será un jaque mate para Giordano. O quizá esas pajas abran intersticios por donde se asome el “otro”, la escucha, los lazos, los afectos y la búsqueda de un pensamiento proclive a la esperanza: saldrán muchos libros y las grandes ligas del pensamiento cambiarán sus nóminas mientras Tomassi di Lampedusa corrobora lo que siempre pensó. Ojalá me equivoque.

J.P Morgan signó el futuro económico de México con una caída en su economía del 7% y  el Papa Francisco preguntó, en su bendición urbi et orbi, si temíamos porque no teníamos fe.

Estoy harto de las necrológicas pero hoy le toca el turno al baterista Bill Rieflin

Ojalá no siga muriendo gente porque hoy no tengo ni un poquito de ganas de redactar necrológicas, sostiene Pereirano.

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Hoy  voy a compartir un video de un baterista de puta madre  que murió el 24 de este mes, hace solo dos días que parecen una eternidad; pero no más, en serio, stop dying, dejen de morir.

Bill Rieflin, baterista versátil que estuvo desde la banda alternativa R.E.M pasando por King Crimson y Ministry, con el proyecto de Paul Barker (bajista de Ministry) Lead Into Gold, poco conocido pero que recién el año pasado estuvo de tour en USA… en este video aparece dándole a las baquetas al lado del tío de NIN y Al Jourgensen que parece un boyaco con ruana.

Larga vida Bill Rieflin: esta escena industrial siempre me ha parecido como una familia a larga distancia… hace poco llorábamos a Genesis y Gabi Delgado, hoy le toca el turno a un buen baterista que ya debe estar haciendo un proyecto de la ostia con estos dos genios.

 

Diario del coronavirus desde el conurbano sur de Buenos Aires #8. Por Leandro Alva

Y así, en cuarentena, llegó el 24 de marzo. Una de las fechas que nunca va a cicatrizar en la memoria de los argentinos, pero también una fecha de comunión popular que esta vez no podrá ser corporizada. Hoy no se puede realizar la marcha tradicional a Plaza de Mayo por obvios e infectantes motivos. Pero cada uno, a su manera, desde su casa, recordará a los 30000 detenidos desaparecidos que nos arrebató ese otro virus letal. El 24 de marzo de 1976, la dictadura más sangrienta que hayan visto estas pampas usurpó el gobierno y comenzó a perfilarse como la mejor alumna del Plan Cóndor. Exterminio sistemático, torturas, asesinatos, apropiación ilegal de recién nacidos, vuelos de la muerte y un largo etcétera de violaciones a los derechos humanos. Todo eso recordamos cada 24 de marzo. Para eso nos reunimos en la Plaza y en diferentes puntos del país. Para que no se repita. Sin embargo, por culpa del malhadado coronita, este año no podrá ser. Los pañuelos blancos de madres y abuelas se han transformado en barbijos, pero eso no nos impide alzar la voz desde donde estemos. Y si desafinamos más allá de lo tolerable, como en mi caso, siempre tendremos a mano una canción de la Negra Sosa.

Ya llevo dos días sin asomar la trompa a la calle. Tengo que cortarme las uñas porque el teclado de la compu está dificultando mis destrezas taquigráficas. Y debo afeitarme sino quiero parecerme a Barba Roja, aquel luchador de Titanes en el Ring que vivía a pocas cuadras de casa. Esos son mis problemas por ahora: minucias, ridiculeces, pequeñas ansiedades. Los verdaderos problemas los tienen otros, como a las vaquitas de la canción. Pero la taba se puede dar vuelta en cualquier momento, así que hay que estar preparado.

En el día de hoy se registraron numerosos contagios y dos decesos a causa del covid 19. Y ya hay gente que se está impacientando más de la cuenta. Humildemente, yo creo que a pesar de todo la vamos llevando bastante bien en comparación con otros países. Nadie ignora que la cosa se va poner más espesa que un locro, pero es muy difícil hacerse a la idea y mantener la calma. Solo nos queda cruzar los dedos para que la tormenta pase pronto y para que la cura llegue aún más pronto. En otro orden de cosas, también me enteré de que los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 se posponen un año. Era de esperarse; me cuesta mucho imaginar a un boxeador con barbijo o a un garrochista con guantes de látex.

Yo vine al mundo poco tiempo antes del golpe de estado que se recuerda hoy. Y hace unos años, para esta fecha escribí lo que sigue:

Nací en diciembre del ´75.
El golpe tiene mi edad
pero no envejece.   

Esperemos que me haya equivocado, aunque debo reconocer que todavía quedan fascistas de cotillón con veleidades castrenses que niegan el genocidio y reivindican el rol de los militares durante los años de plomo. Esa gente existe, y eso me entristece. De cualquier manera, el 24 de marzo de 2021, si el covid 19 lo permite, yo pisaré la Plaza de Mayo para abrazar a mis compañeros. Para que nada de lo sucedido vuelva a suceder.

Leandro Alva, Temperley, 24 de marzo de 2020.

Diario del coronavirus desde Chiapas. Día veinticuatro

El optimismo es la peor perspectiva

Mi diario del coronavirus son puras necrológicas, me escribió Ele. Su mundo ha empezado a caerse a pedazos desde que nació y ha sido una necrología de sus sueños. Cuando yo le decía, entre chapuzas y lamentos, que todo se había ido a la mierda, él me corregía o agregaba que, más bien, las cosas se están yendo a la mierda: él ve un derrumbe, lo señala con su dedo índice mientras la tierra se desploma y parece frío pese a que la primera construcción que se destruye es la de su casa.

Lo que intento escribir es una lista. Me remito, primero, a ayer, cuando Oemefe me mostró un titular de Jornada que refería un intento de suicidio en el centro de Cieudad de México; un muchacho de 26 años se tiró desde un primer piso y no sufrió ni una sola contusión, con lo que se lo entregaron a sus padres. Apenas leí eso me pregunté si una especie cuyos miembros se intentaban matar así merecían el exterminio con un virus. Y luego también pensé que yo buscaba adjudicarle una enseñanza o moraleja u horizonte a algo tan ciego como un virus, a algo que se adhiere a nuestras células como a cualquier otro objeto y deambula con su ARN sin ninguna intención como la que yo le adjudico.

Ayer volvieron a cantar canciones en la iglesia evangélica. Y a esta hora repiten el concierto. No me interesa escuchar lo que dicen, ni tengo la intención de inventar algo. Quisiera carecer de intenciones como el virus y deambular.

Esta mañana, en el noticiero radial, un señor de avanzada edad- al menos eso parece por su voz-, alardeaba el estirón que tuvo la bolsa de los Estados Unidos y el ambiente optimista con el que se despertó hoy Wall Street. Pensé en los delfines que nadan en los canales de las ciudades y en los tiburones que se zambullen en las piscinas y flotan, asoleándose: vendrá el embate y el asesinato: vendrá la emboscada humana. Se harán nuevos proyectos de monocultivos, como el que mencionó López Obrador esta mañana con respecto a la caña que Estados Unidos quiere importar; a los pobres los arrinconarán aún más y deberán comer más animales silvestres; esos pobres contagiarán a los patrones; estos a otros patrones y los patrones a sus empleados y estos a los pobres y los pobres morirán pero se renovará el índice de pobreza con los empleados que han perdido sus trabajos por las nuevas cuarentenas y ellos comerán los animales salvajes que antes repudiaban: ¿las ratas algún día serán salvajes?: todo se está yendo a la mierda.

También anunciaron la muerte, a los 103 años, de Nacho Trelles, un famoso técnico del fútbol profesional de México. En los obituarios radiales llamaron a sus amigos y, entre ellos, a un señor que aludió dos anécdotas del recién muerto. En la primera contaba cómo don Nacho afirmaba creer en Dios pero se preguntaba dónde estaba porque hacía mucho que no lo había vuelto a ver. La segunda se remonta al día en que el entrevistado le preguntó a Trelles por su edad y este le dijo que tenía cien años.

-Ciento tres- le corrigió una de las hijas al otrora entrenador.

-¿De cuántos años quiere morirse?-le inquirió el ahora entrevistado al ahora muerto.

– De ocho-contestó don Nacho.

Sudáfrica y los chitauris y Mil Inviernos despedimos a Vusamazulu Credo Mutwa

«LA BELLEZA DE SUS CREACIONES
ES SU MILAGRO
CREASTE SERES HUMANOS
Y ANIMALES
EN RESUMIDAS CUENTAS, 
ÉL ALABA A DIOS
POR SUS CREACIONES. » Poema Zulu  
 
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Ha muerto el sangoma (curador) Vusamazulu  Zulú  Credo Mutwa a los 98 años. Portador de la sabiduría Zulu y de la especie Chitauri. Uno de los pocos hombres en haber probado su carne, carne de dios, lo que le dio la virtud de las visiones y la sabiduría. Según palabras de la secretaria general de la fundación Mutwa,  Zolani Mkiva, con Mutwa se pierde un lider espiritual, un preservador crítico del conocimiento indígena». Pues Mutwa era toda una librería del conocimiento y curaciones Zulu.
 
Todos los días están llegando noticias de muertes de gente notable que son una gran pérdida para (la percepción de)l mundo. Hoy me conmovió la noticia de la muerte del  Vusamazulu Credo Mutwa en el hospital Kuruman; uBaba Mutwa fue uno de los portadores del mensaje de los Chitauri en la Tierra… a dónde quiera que veo se indica el hecho de que el tiempo es Eterno.
 
Gracias por llevar la noticia de la tecnología de las antiguallas de Mu, querido sanador.
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Credo Mutwa creó un fondo para preservar el conocimiento tradicional de medicina de los Zulus; centrándose sobre todo en el estudio de una planta conocida como Unwele, para el tratamiento del Sida y el Cáncer, que ha logrado demostrado su eficacia como anticancerígeno en estudios en laboratorio; los estudios sobre el efecto en el Sida están aún siendo estudiados en laboratorios de Sudáfrica con mucho detenimiento.
 
 
Hemos perdido un curador en tiempos de enfermedad, un líder espiritual cuando nadie sabe cómo estar adentro de sí mismo en tiempos de encierro.
 
Estoy muy triste por esta noticia.
 
Los otros dioses, que aún están en calidad de observadores, ellos saben bien qué fue el ayer y hoy de los maestros del tiempo que es eterno y de repente nada.
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Hace como 20 años David Icke sacó este documental que causó revuelo con la entrevista a Credo Mutwa, créelo o no, es problema de cada uno… pero hay una cosa que dice muy cierta Icke acá: Era perturbador que Mutwua fuera solo uno de los dos zanuzis que quedaban en Sudáfrica porque eso significaba que la HISTORIA DE ÁFRICA SE ESTABA MURIENDO… y Hoy murió esa historia.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

Diario del coronavirus desde el conurbano sur de Buenos Aires #7. Por Leandro Alva

“No tener una idea y saber expresarla: eso hace al periodista”.

Karl Kraus (1874-1936) 

El señor periodista, diplomado con honores en la UBA, de traje azul y corbata bermellón, enumera las medidas de higiene aconsejables para prevenir el virus.

El comunicador social, experto en epidemiología, de traje azul y corbata bermellón, repasa la cantidad de contagios en todo el mundo.

El locutor del noticiero de las 19:00, de traje azul y corbata bermellón, perora sobre acuciantes conspiraciones políticas y guerras bacteriológicas.

El hombre que halla solaz en su verba, de traje azul y corbata bermellón, sostiene que el principal responsable de la pandemia es China y sus costumbres alimenticias.

El tipo ese de la tele, de traje azul y corbata bermellón, dice que el desarrollo de una vacuna no va a llegar a tiempo para evitar la muerte de millones de seres humanos.

El aflautado charlatán de feria, de traje azul y corbata bermellón, sostiene que la catástrofe es inminente, que estamos en situación análoga al conflicto bélico.

El malparido que vive del chamuyo, de traje azul y corbata bermellón, dice que en algunas ciudades italianas los cementerios no dan abasto y los cadáveres se pudren en la calle.

El embustero hijo de mil puta que defeca por la boca, de traje azul y corbata bermellón, asegura que ya no hay vuelta atrás, que muy pocos van a sobrevivir.

El pedazo de mierda que inunda los hogares con su aliento a peste, de traje azul y corbata bermellón, acaba de confesar que ha contraído el virus.

El señor periodista, diplomado con honores en la UBA, de traje azul y corbata bermellón, ha cerrado la boca.

Leandro Alva, Temperley, 23 de marzo de 2020.

Adiós al profesor Sergio Roncallo

Lamento mucho la muerte del profesor Sergio Roncallo (1979 – 2020).

Durante nuestras vidas, coincidimos en muchas ocasiones. Ambos éramos unos fans de McLuhan; él más que yo pues hizo una super tesis de doctorado sobre él y yo apenas me sabía los chistes y chismes… tanto que su trabajo fue publicado bajo el título: La noción de medio en Marshall McLuhan .

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El primer recuerdo fue en la cátedra de Kant del profesor Jorge Aurelio Díaz  en Los Andes, cuando ambos éramos chinos… era imposible que pasara desapercibido con sus largas patillas, su voluminoso cuerpo,  sus intervenciones y su interés desaforado por comprender los conceptos. Después me enteré, no sé cómo, que ese mismo muchacho hizo parte de una banda de rock que a mí parecer era el colmo de lo ridícula en su tiempo, por allá en 1998, Pollito Chicken; cuando los vi en Rock Al Parque pensé que eran una mierda de banda; así que caí en cuenta que había visto a este muchacho patillón y obeso desde mucho antes.

Luego, cuando entré en la maestría de Comunicación de la Javeriana,  todo el mundo me lo recomendó para mí tesis sobre el futurismo;  pero nuestra relación empezó mal porque le escribí un correo muy atravesado, en el que le manifestaba que ya nos habíamos visto siendo estudiantes en clase de Díaz,  y pues nada, nunca se concretó la asesoría de tesis y ninguno de los dos demostró demasiado interés en concretar el asunto…

Después me dictó  clase  y en esa clase no hubo sino un respeto mutuo. Él me dijo al final del semestre: Luis yo a usted no lo puedo calificar. Y lo mismo me pasaba con él, pero ambos nos pusimos cinco en nuestras respectivas notas: él a mi materia y yo a él como profesor

Admiré siempre su conocimiento de Marshall McLuhan,  un autor despreciado  en las facultades de  Comunicación y aún más en Filosofía en Latinoamérica y él los abordaba increíblemente desde los dos aspectos, la Comunicación y la Filosofía.

La última vez que lo ví fue en la feria del libro del 2018, coincidimos en medio de unos tragos y apenas nos saludamos. ¿Qué más, Luis? ¿Qué tal, Sergio? ¿Todo bien? Todo bien. 

 Muere un tipo brillante, dejando una carrera prometedora a nivel académico de alcance global; un intelectual que prometía remover todos esos prejuicios en comunicación y las facultades latinoamericanas.

Yo esperaba que algún día él fuera un decano muy importante y me diera laburo en algo.

Qué sinsabor esta noticia. No muere un amigo pero si un tipo al que admiré su inteligencia y él respetó mis locuras y hasta las entendió. Por algo  era seguidor de Mil Inviernos. 

Así  recuerdo a Sergio en clases, aunque prefiero editar esta foto e imaginarlo mejor con su camiseta de Contra; alguien con un pensamiento tan estructurado que pocas veces necesitó ser formal en el vestuario o incluso al expresarse frente al tablero. 

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Diario del coronavirus desde Chiapas. Día veintidós

Susana con los brazos extendidos, como Cristo

El domingo, la iglesia protestante no cerró; adentro cantaron, o aullaron. Y sus proclamas no las logré discernir. No sé hasta cuándo mantengan la decisión de continuar con los ritos; creo que son los martes o los miércoles son los otros días en que intento escuchar sus canciones desde mi casa.  Quise entender lo que cantaban, me apresuré a inventar posibles estrofas en donde le piden a Dios que la peste no los arrase: ellos imploran su salvación particular; hipotético canto, es mejor que se diezme la población de lis incrédulos pues ello convencerá al remanente que sobreviva a la plaga de que Dios tiene una ira tan cruel como cruel es su amor.

Aún recuerdo el domingo y garrapateo versos cristianos que se disuelven. Luego intento hallar a alguna araña que descienda, en su hilo, desde el techo de la casa. Al me contó que había empezado a escribir desde el punto de vista de las cosas y otras criaturas que habitan su apartamento, es un ejercicio de paciencia y prosa contenida que yo no puedo hacer porque siempre miro hacia afuera, a ese gran parque contra el que da mi casa y donde, a mediodía, cuatro borregos arrancan con sus dientes frontales la hierba corta. Se llaman Cornelio, Chispita, Mancha y Luno. O corren unos pollos que recién empluman; buscan, despavoridos, a las lombrices. O cantan unos pájaros que jamás han abandonado a esta parte de la ciudad. Y también evoco la consabida broma de que ahora aparecen animales silvestres en las calles y recuerdo que alguna vez pensé que el rey Kong se tiraba desde lo alto del salto del Tequendama, perpetrando un suicidio que dejaría sin urdimbres trágicas a sus captores y cinematógrafos.

Y luego de ese periplo trunco, escribo por whatsapp a diferentes contactos. Ele me contesta que los europeos nos volvieron a joder con una gripita; me lo dice mientras conduce su camioneta para transportar turistas y empresarios. También hablo con Od, que me cuenta que N.D está recluido en una clínica muy cercana a Bogotá porque tiene alzhéimer y Leucemia. Él ya tiene casi ochenta años y, cuando le cuento a Esfera lo que pasa, Esfera imita la voz de N.D y dice que se siente muy bien de no darse cuenta de la pandemia, que no hay bendición más grande que esa.

Esfera me dice que le hace más daño ver los vídeos de los animales que supuestamente salen a las calles. Ellos no sospechan que esta no es más que una calma orquestada desde las trincheras y, cuando se confíen en su avanzada, vendrán nuevos golpes, más mortíferos, más llenos de saña. Pienso en los animales que han salido, en cómo será su nueva retirada y prefiero pensar que ellos no tienen historia, como nos han dicho y que jamás podrán heredar a su descendencia un testimonio en el que hubo unos días donde parecía que el humano se había difuminado.

La guerra que menciona Esfera no es contra el virus sino contra toda entidad viva de la cual podamos extraer un poco de energía para nosotros permanecer. No queda más que la risa, me dice, una larga risa que ha abarcado más de dos décadas y a la que él se aferra que aún exista cuando aparezca la última mañana de su vida.

Entretanto, en México se inició una campaña sobre el manejo de la llamada “sana distancia”. Desde la secretaria de salud inventaron a un personaje llamado Susana: el intento, enternecedor, busca darle una cara amable a la lucha contra la pandemia; nada de toques de queda, ni de militares. Es un dibujo que nos indica extender los brazos para que ese sea el radio en el cual nos mantengamos lejos de cualquier otro cuerpo humano. Extender los brazos, como los extendió cristo en la cruz, a una distancia sana respecto al par de crucificados que lo acompañaron.

El rey zamuro, un cuento llanero de Favián Omar Estrada V.

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Fotografía extractada de la instalación “Los lirios del campo y las aves del cielo”  de Sandra Rengifo

 

El rey zamuro

Favián Omar Estrada Vergel

 

 

1.

La estancia quedaba del otro extremo del pueblo, en las barrancas del río. Era de paredes encaladas y andén alto, con dos almendros generosos en la entrada donde se recostaban taburetes a las tres de la tarde para recibir el fresco. Así fue la descripción que hicieran quienes lo contrataron para ejecutar aquel encargo secreto que, según él pensaba, era elemental, o básicamente simple porque tenía que ver con un tipo octogenario y solitario. De ochenta y tantos, aproximadamente, le explicaron con lujo de detalles. Un abuelito óseo, de ojos azules y saltones, con barba larga y cabellos color de nácar, de rostro señorial y en cuya mejilla izquierda sobresalía un lunar con forma de arácnido. Cualquiera no ha de ostentar un lunar como un insecto en la mejilla, de modo que iba a ser obvio reconocerle.

Estaba a punto de llegar a aquel pueblo; mientras, adormilado a sus anchas en la silla, fantaseaba con la mugrosa araña. La inventaba brincando arisca, escurriéndose por el cuello rugoso del abuelo, hasta intrincarse para desaparecer dentro de sus ropas. Abrió sosegadamente los ojos, pensando que si eso ocurriera en verdad, podría cometer el error de equivocarse de anciano y no ganaría un centavo más; hasta se vería en el brete de tener que reintegrar el anticipo, del cual ya había malgastado cien mil pesos en yerba de pésima calidad. Volvió a cerrar los ojos e introdujo rápidamente la mano en el bolsillo del pantalón para asegurarse que aún tenía los pesos restantes. Cuatrocientos mil míseros pesos, pensó en voz alta. Luego bajó del autobús.

En una pulpería de arrieros solicitó la cerveza más helada que hubiera. Moscas azules cabriolaban obstinadamente sobre una batea con panecillos de hojaldre que estaba encima de un viejo mostrador de madera. En el transcurso que tardó el tendero en llevarle la bebída no dejó de ver con suma paciencia aquellos panecillos semipodridos, reflexionando inequivocamente en lo sencillo de su misión, hasta que inducido por una especie de cólera espontánea ahuyentó los insectos de un solo y demencial reves, haciendo volar por los aires los amasijos y todo lo demás junto que había sobre el armario.

Un grupo de borrachos silenciosos no le quitaron la vista de encima. Él les lanzó una mirada retadora mientras se bebía la cerveza. Pidió un aguardiente y otra cerveza recostado de pie en la vitrina. Al final de beber se sintió irracionalmente con ganas de pelear, e intentó meterse con los borrachines patibularios que lo seguían observando con desconfianza, pero el pulpero, que había presentido la intención, lo jaló de un brazo y le indicó que mejor se sentara tranquilo en la mesa al fondo del negocio. No sabía por qué razón, pero de veras que le molestaba toda aquella decencia y amabilidad hipócrita del tendero. Se aplastó retador en la única butaca. La mesa era redonda y su superficie estaba cubierta de entallas y nombres, la mayoría confusos. Echó hacia atrás el cuerpo inclinándose vaqueta a la pared y empezó a cantar un ranchera y a fumar.

            Era más de mediodía. El calor aumentaba. Ya había divisado en aquel naufragio de desorden de estanterías lo que necesitaba para su labor. Señaló con el dedo apuntando hacia el sitio de las botellas de licor, y exclamó fuerte para que los borrachos lo escucharan: Una de aquellas. El dueño regresó desempolvando una botella de ron. ¿Se le ofrece otra cosa?, inquirió el dependiente.

—Un cuchillo de doce pulgadas —le respondió—. El más cortador y peligroso que exista.

—Cuchillo marranero —conceptuó el tendero, viendolo a los ojos.

—Exacto —aprobaba el forastero, alzando más la cara, y decía—, yo soy matarife cotizao.

El vendedor sólo percibió arrogancia, igual obedeció. Fue y volvió con la herramienta. Era un cuchillo como un brazo, cacha de madera con pecas de óxido sobre la hoja metálica. Lo dejó sobre la mesa, y señaló:

—Son veinte mil pesos, jefe.

—Necesito afilar.

—La piedra de amolar está en el patio, si quiere se la presto. —El tendero le señaló el camino al patio.

El forastero notó que los borrachos habían desaparecido misteriosamente, considerando mentalmente que los había impresionado con su iluminada presencia y altanería pendenciera.

2.

Le había advertido el tendero con cierta displicencia que la piedra de amolar era una roca de río, desgastada por el uso de afilar machetes y hachas durante muchos años de colonización del Sarare, pero que aún era útil. La encontró asentada en un realce de arcilla debajo del árbol de las gallinas en aquel patio abierto y maloliente a chiquero y lavazas. El tendero le entregó un balde con agua y regresó al local. Desde allí el forastero podía observar los solares vecinos limitados por empalizadas de guaduas y alambres. Había en el terreno dos cerdos inmensos revolcándose felices en el fango, también había un gallo. Era un hemoso y babilónico gallo de pelea que picoteaba una tuza de maíz amarillo. Unos mocosos que jugueteaban se colgaron de la cerca a espiar al forastero. Al extraño le fastidió, tomó la vasija y les lanzó agua para ahuyentarlos, recibiendo de ellos la respuesta inmediata con una descarga acertada de almendrucos lanzados con hondas de horqueta y cauchera. Un proyectil le dio justo en la cien y otros en la espalda. Furioso, los chitó para que se largaran y no quebrantaran su paciencia. Una mujer hermosa y grande, que de seguro era la madre de los chicos, los aplacó cuando ya estaban recargando nuevamente las armas para acabar con el enemigo.

Mientras afila, el gallo lo ronda cuidadosamente y el forastero lo ahuyenta con aspavientos de amenazas, al tiempo que le expone el cuchillo añorando a los borrachos del salón. Pasa la hoja sobre la piedra por una cara y la otra, en tanto que va tomando ron. El  calor etílico le bajaba como una lengua culebreándole desde el rostro hasta el vientre, levantándose el ánimo y las ganas tremendas de pelear. Rociaba con agua la piedra y pasaba otro sorbo grande de licor. Platicaba al cuchillo en un tono de antigua fraternidad, hacía pausas como esperando algunas respuestas a su improvisada vida, asi que volvía a hablarle sin recomendaciones, explicando en un lenguaje descomplicado la forma en que iría a ejecutar el encargo, los detalles del hombre del lunar y la ubicación de la vivienda del río. El gallo a su vera, a una prudente distancia, torciendo un ojo hacia él, había escuchado malicioso aquel plan pernicioso.

 Alertado por la fuerza del escrutinio, el foráneo descubrió la presencia del gallo, cayendo en la cuenta de que el animal se había enterado de todo. El animal tenía los ojos duros y planos, y una característica que lo distinguía de entre todos los gallos que él hasta entonces había visto: miraba siempre (en cualquier lugar, en cualquier situación, pasara lo que pasara) a los ojos. Se sintió delatado. Irritado, hizo crujir las articulaciones de sus dedos con movimientos sinuosos de los brazos unidos por las manos, tramando quitarle la cabeza al animal de un tortazo mortal con el cuchillo, y, empuñando el arma, sigiloso, caminó encorvado y a zancadas silenciosas hacia éste, en tanto que el ave de plumaje lustroso empezaba a sospechar, dando los primeros pasos de retroceso sobre el fango fétido de los puercos que tragaban lavazas mantecosas en una media llanta que hacía de comedero, de cuyos bordes y paredes pululan gusarapos y mosquitos. El gallo vio a los ojos del hombre, enrojecidos por los vapores etílicos del ron, y voló con la imponencia de un cóndor antes de la primera puñalada.

 Restaba poco de licor en el envase de vidrio. La intriga del gallo y su majestuoso vuelo lo inquietaron. Devoró dos tragos que quedaban y lanzó como un proyectil la botella a uno de los cerdos que logró habilidosamente esquivarla, estrellándose en un tronco rascador de los chanchos, revotó no menos de dos metros y quedó enterrada de pico en el fango pestilente.

De regreso a la tienda había un grupo de hombres bebiendo aguardiente de caña; festejaban a gritos las peripecias de partidas de juego de dados con que apostaban el pago de cada pedida de tragos. Eran hombres curtidos por el sol, de caras vencidas que se distraían para olvidar un poco la dureza del monte. A veces les daba por discutir hasta la amenaza, acercándose a la agresión; y aunque uno u otro de los miembros del corrillo prometía al que fuera que le iba a romper la cara, al final no pasaba nada y seguían el relajo. Más tarde llegaron otros apostadores, casi todos leñadores, contrabandistas o pescadores, otros no, y la barahúnda se hizo imposible. Pidió papel de periódicos para envolver el cuchillo y entabló conversación con algunos clientes, indagando por sitios de lenocinio, la distancia al río, los caminos a otros pueblos. Le dijo al dueño de la tienda que su gallo era arrogante. Le relató en serio y en burla que el animal había volado como un cóndor, el tendero soltó una risa seca y breve, luego le dijo que no tenía un gallo, incluso que no le gustaban porque esos animales estaban malditos, se habían prestado para que a Cristo lo negaran tres veces. Obvio, se veía a leguas que mentía.

El viajero, interesado en el juego de los provincianos, decidió beber otras cervezas más antes de volver a lo suyo.

Un par de borrachos buscarruidos intentó meterse con él, pero el dependiente supo apaciguarlos antes de que el forastero se percatara, luego los mismos se fueron a fastidiar a un viejo enjuto de unos noventa años de edad, con cara de loco, que estaba sentado en un bulto de maíz, y éste, sin más ton ni son, decidido, se levantó de un salto y, abriéndose espacio, sacó su cuchillo y se dejó ir sobre los pendencieros. En un principio todos los montañeros estallaron de risa cuando vieron a los dos borrachos buscapleitos saltar y correr al golpe de una cuchillada casi en la pierna o casi en el brazo. Sin embargo, más tarde recordarían el rostro de sorpresa de uno de los crápulas pendencieros, su cara de terror y reproche contra aquel loco de amarrar al que seguro siempre incitaban y no pasaba nada, pero esta vez de una puñalada certera le había dejado un horrible pingajo de cachete como una extensión de la boca en su desfigurado rostro. Llevaron al borracho al curandero y la juega siguió con el piso encharcado de la sangre derramada.

Hastiado de aquel espectáculo, el visitante dispuso a partir, no sin antes comprar una nueva botella de aquel delicioso ron (que le sabía a coñac). Guardó el cuchillo envuelto en periódicos dentro de sus ropas, sintiendo que ahora era un hombre completo. El alcohol y el arma complementan la fuerza y valentía de los hombres, pensaba. Hubiera deseado que uno de aquellos crápulas se tropezara con él, no habría sido tan complaciente como el anciano,  con él correrían ríos de sangre, sin lugar a suturas.

3.

Siga derecho por la iglesia —le indicaron los arrieros— y al llegar al río, la única casa con andén alto y dos almendros en la entrada. Entró a la iglesia a mitad de camino, se arrodilló con el tronco gacho y las manos amarradas entre sí a la altura del pecho. No se sabía si estaba rezando, riendo o llorando.

            El río tenía una playa amplia y blanca. Extraía arena un grupo de hombres sudorosos que la cargaban en carretas de mulas rumbo a las obras. Los asnos parecían no poder con la sobrecarga que les imponían, rebuznando acorralados por el látigo y el sol de fuego.

La casa poseía un andén alto y almendros frondosos. La había identificado sin dificultad por ser la única en mampostería. No podía ser otra, porque alrededor sólo habían ranchos de guadua con techumbres de palma. Se dejó ir hacia la playa, buscó un asentadero para destapar la botella nueva y bebería hasta que los paleros y sus mulas sufridas se largaran lejos muy lejos, entonces iría a quel lugar del superandén, tocaría a la puerta donde un hombre de barba hirsuta con un lunar surtido de un manojo de pelillos como una araña, saldría a recibirlo. No creía que un lunar pareciera de veras un insecto y se moviera como tal, pero en medio del encendimiento etílico lo divertía la sola idea de imaginarlo con vida.

 El cuchillo en efecto incomodaba en la pretina, había quedado peligroso igual que siempre lo dejaba cuando despresaba cerdos en su pueblo, aquello mucho antes de ir a prisión por despostar a un amigo del alma, que, bebido y en chanza, le había agarrado amistosamente y con cariño las nalgas. La prisión, donde la vida lo había enseñado a ser desconfiado, prevenido y listo, en donde —o eres fuerte, o lo aparentas, empero por nada del mundo débil, porque de lo contrario te sodomizan dormido, y despierto también—, pensaba. Dejaba de pensar, volvía a reir solo. Diez años de su vida allí encuevado, ahora tenía cuarenta y tantos.

El sol bajaba. Quedaba poco menos de un tercio del grupo de paleros, eso era mucho aún, implicaba por demasiado visaje de su parte. En prisión aprendes a sobrevivir comiendo perro y a no dar tanto visaje, pensaba. La botella vacía rodó algunos metros sobre el pasto oxidado por el sol. A un costado divisó una cantina con música, sonaba Hasta que te conocí, de Juan Gabriel, le encantaba aquel tema, pero no el cantante. La letra de la canción hablaba de un hombre insufrible y feliz, pero que se desgració cuando conoció el amor. De allí se fue  caminando hasta aquel bar en donde compró otra botella y estuvo hasta muy tarde ocupando una de las mesas del exterior, con eso vigilar la casa y a los últimos dos o tres hombres de la playa con sus testarudos y ultrajados burros.

Una mujer pintarrajeada lo atendió. Era de rostro ceñudo, melancólico, ofendido. Ella, como siempre con cualquier borracho patibulario y desprevenido, aceptó divertida la invitación a que lo acompañara, y fue y volvió, con copas nuevas. Él le sirvió un trago largo, pero siempre bebiendo del pico de la botella. Me encantan las flacas, pensó. Luego, se fue a la pieza con ella.

Salió del cuartucho de la mujer dando zancadas de gitano ebrio, con el licor en ebullición, en las mitocondrias, en los movimientos de sus propios pasos simiescos que lo llevaron a la casa del andén alto. Un andén demasiado elevado con una escalera espectral que jamás había visto igual. Se estacionó en el primer almendro de la casa, un foco de luz despejaba la penumbra, los sonidos de los sapos se entrelazaban alrededor con el viento del río. La puerta era gruesa y grande, de madera despintada y añosa con armellas para el candado. Volvió el rostro y fijó la mirada hacia el sitio de la cantina, borrosa y distante.

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