(dulcemente). Un relato de Enrique Pagella
Les presentamos este trabajo hecho por el autor argentino Enrique Pagella. Esperamos que lo disfruten.

Los amantes. Magritte
X: Hoy desperté un poco nervioso.
Y: Yo no. Los rayos de sol entraban tibios por la lucera y los telones albos bailaban con la brisa matinal. Qué belleza ¿No te parece?
X: No. No me gustan las cortinas. Hoy me levanté perturbado.
Y: Yo no. Un pajarito purpúreo como un corazón se posó en la rama del tilo que encuadra la ventana y cantó largo rato para mí ¿No es hermoso?
X: No. No me interesan los pájaros, no saben nada de música. Ya te dije que amanecí muy nervioso.
Y: Yo no. Después del canto de los pájaros escuché Las cuatro estaciones de Vivaldi. ¿No es de lo mejor que se haya compuesto jamás?
X: No. No me gusta Vivaldi, es el introductor del comunismo en la música; yo soy partidario del concierto soli. E insisto: al despertar estaba muy pero muy nervioso.
Y: Yo no. Apenas salí de la cama me di un baño de inmersión con agua de lluvia y esencia de rosas mientras tomaba un té de jazmín endulzado con la miel más dorada que te puedas imaginar. Y te confieso algo: después unté toda mi piel con leche de coco de las Guyanas francesas ¿Fuiste alguna vez a las Guyanas?
X: No. No me gusta viajar, odio el movimiento en quietud, el movimiento del que no soy responsable. Hoy me desperté aterrado. Escuché una voz en mi cabeza.
Y: Yo no. Después del baño y antes del desayuno medité. Qué placer. Derramé los pensamientos de mi mente y llegué a palpar el vacío primigenio, esa armonía de mi ser con el cosmos tal cual lo hacen los animales y los vegetales ¿No te parece que ellos son verdaderos maestros de la existencia?
X: No. Detesto a todos los seres inferiores y sus porquerías. La voz era muy parecida a la mía pero sonaba como si fuese de un desconocido…
Y: Yo no…
X: Yo no… ¿Qué?
Y: Yo no sueño esas cosas.
Kafka, Van Gogh, una separación y el peor viaje en taxi de mi vida
POR ENRIQUE PAGELLA
Kafka decía en sus Diarios que no valía la pena salir al mundo. Creo que lo decía más o menos así: Siéntate, ya se ocupará el mundo de golpear a tu puerta.
No hay nada como una fugaz y esmerilada soledad cuando gozamos del circunspecto embrujo del equilibrio. Los genitales no nos laten. El miedo no nos impulsa a dar doble vuelta de llave en las puertas. No tenemos hambre ni pequeñas ambiciones. Los indestructibles reclamos no chillan desde el pecho. Los recuerdos no nos propinan ganchos al hígado y, a la vez, sentimos el desasosiego de no querer nada, de no crear el camino hacia algún futuro con un estúpido deseo. Un vacío laico, es decir sin misticismos, nos aísla para que notemos que la felicidad también es una metáfora.
Hace veintitres años me quedé de a pie en Belgrano. Eran las tres de la mañana y los colectivos y el tren ya no pasaban y todo indicaba que tendría que hacer tiempo en algún bar. Después de caminar una media hora encontré uno de mala muerte en el que me pedí una ginebra y una cerveza y me puse a leer las carta de Van Gogh a su hermano Theo.
En una mesa cercana una pareja de cincuentones gastados discutían enérgicamente, cosa que me molestaba porque me impedía la lectura de las magníficas cartas de Van Gogh. La disputa de pronto se espesó y el tipo se fue al baño. Ella, una rubia roída, aprovechó la soledad para acercarse a mi mesa y preguntarme si todavía era una mujer atractiva. Sorprendido, no atiné a responderle; me quedé mirando sus ojos azules. La rubia, molesta, insistió. Le urgía saber si yo la consideraba atractiva. Le dije que tenía lindos ojos. No fue una buena respuesta. La tipa se puso mal y comenzó a insultarme. Me dijo que era un pendejo cobarde y cuando creí que estaba por arrojárseme encima, apareció su hombre y la gresca adquirió dimensiones folletinescas. Me voy dos minutos y ya te buscás un pendejo, aseveró el tipo. El pendejo es tan cobarde como vos, replicó ella y le dio un sonoro cachetazo. Intervino entonces el mozo para separarlos, recibiendo a cambio un recto al mentón que la rubia ajada le había esquivado al veterano gris.
Mi dinosaurito marica
Por Enrique Pagella
Todo el mundo o casi todo el mundo o alguna parte del mundo conoce el microrrelato que ha hecho famoso a Augusto Monterroso, o, tal vez, mucho más justo resultaría escribir: alguna parte del mundo conoce el microrrelato por el cual se nos introduce a la microficción y al trabajo con la teoría del iceberg, donde la materialidad del relato es la punta del iceberg, y su cuerpo hundido, la parte más grande, aquéllo que no se ve, que equivaldría a la información escamoteada, apenas sugerida, por el escritor.
Esa microficción publicada en 1959 se llama «El dinosaurio» y dice así:
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
Este texto fue considerado el cuento más corto de la lengua española, hasta el 2005, pues la irrupción del relato «El emigrante» de Luis Felipe Lomelí, le ha quitado el record. El relatito dice así:
– ¿Olvida usted algo?
– ¡Ojalá!
A mi modo de ver, el segundo ejemplo es tramposo porque sospecho que el más mínimo diálogo ya de por sí constituye una pequeña ficción. Un ejemplo al voleo:
– ¿Qué te pasa?
– ¿A quién?
Como podrán apreciar mi versión es más rica que la del colega mexicano, pero no justificaré mi apreciación – el lector me dará o no la razón – porque me importa más aclarar dos cosas: 1) El relato de Monterroso es mucho mejor que el de Lomelí, por varias cuestiones que tampoco señalaré – el lector sabrá también coincidir o no; 2) Mi amigo Andrés Felipe Escovar acaba de escribir, a mi modo de ver, una microficción superadora, tal vez la mejor que se haya escrito hasta ahora. Se llama «Mi dinosaurito marica» y la transcribo a continuación:
El muy marica me dejó por una mujer.
Pagella recomienda: El espía de César Aira

Tomado de youtube.com: César Aira – entrevista, mi ideal es el cuento de hadas. min: 3’53»
A los que se fastidian apenas se les propone leer a César Aira, les recomiendo este relato. A los que hacen literatura o teatro, o literatura y teatro, les recomiendo este texto. A los que se enojan mucho cuando Aira critica a Cortázar, les propongo esta lectura. A los que no comprenden la lógica literaria de Aira los conmino a leer este escrito que tampoco comprenderán, ya que se construye en torno al protocolo transgresor de escritura que Aira viene experimentando desde su primer libro, Moreira (1975).
Filifor forrado de niño
Por Enrique Pagella
Filifor forrado de niño es el quinto capítulo de Ferdydurke, la genial novela de Witold Gombrowicz. Dicho texto bien puede se leído independientemente de la novela pues no hace a la trama. La función de tan particular relato radica en los intereses filosóficos del autor, cuya obra está signada por el rol de la forma en la existencia, temática que décadas después sistematizarán el existencialismo y luego los estructuralismos. Cabe destacar que Gombrowicz publicó Ferdydurke en Polonia, sin repercusiones, si mal no recuerdo, en la década del treinta. La versión que publico es de 1946, la famosa versión en español que Witold tradujo con ayuda de sus amigos cubanos y argentinos en una mesa de café. Espero que lo disfruten como yo cuando lo leí por primera vez hace unos veinte años.
El príncipe de los Sintéticos, reconocidos como los más gloriosos de todos los tiempos, era, sin duda, el Doctor profesor de Sintesiología de la Universidad de Leyden, Sintético Superior Fílifor, originario de las regiones meridionales de Annam. Operaba conforme al espíritu patético de la Síntesis Superior, principalmente por medio de adición + infinidad y en casos súbitos también por medio de multiplicación X infinidad. Era hombre de buena estatura, no poca corpulencia, barba hirsuta y rostro de profeta con anteojos. Mas un fenómeno espiritual de esa magnitud no pudo dejar de suscitar en la naturaleza su contra-fenómeno, de acuerdo con el principio de acción y reacción de Newton y, por tal motivo, pronto nació en Colombo un eminente analítico que obtuvo en la Universidad de Columbia el doctorado y profesorado en Análisis Superior y alcanzó rápidamente los más altos peldaños de la carrera científica. Era hombre hosco, menudo, lisamente afeitado, con rostro de escéptico con anteojos y la única misión interior de perseguir y humillar al eminente Filifor.
Hijos de Maro (Entrega 27)
Por Enrique Pagella
Les presentamos la vigésimo séptima entrega de «Hijos de Maro». Enrique escribe como cosaco pero no por su adscripción a una tradición literaria emparentada con el país de los cosacos sino a que no deja de escribir, lo hace con encono y entrega, al punto de noquearse y, en ese estado, comienza a urdir un nuevo capítulo de esta novela; lo que precede a esta escritura (es decir, esos cientos de hojas que le consumen la mayoría del día) son palabras que al leerse generan la sensación de nunca haber leído algo. Pero el analfabetismo se olvida. Para leer alguna entrega anterior, basta con oprimir el número correspondiente: 26, 25, 24, 23, 22, 21, 20, 19, 18, 17, 16, 15, 14, 13, 12, 11, 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1.
Es verdad, las últimas tres o cuatro entregas tratan de una única noche, el 21 de diciembre del 2012. Y es que durante esa noche en la que nadie creía aquello que los medios vaticinaban casi con alegría, es decir, el fin del mundo, frente a nuestros ojos se desarrollaría el evento predicho por todas la culturas humanas, y nosotros, Oliverio, DS, Oliverito y su novia, el guardián Ibáñez y yo, seríamos los únicos espectadores.
Bebiendo champagne y brindando por todas las absurdidades habidas y por haber, hasta por el peronismo, continué con mi relato y ya sin interrupciones de ningún tipo pues los tenía a todos en mis manos.
Hijos de Maro (Entrega 26)
Por Enrique Pagella
Hijos de Maro ha regresado con más furia, como el envión de los ciclistas que luchan por ganar una etapa en el embalaje. Estas son las entregas anteriores: 25, 24, 23, 22, 21, 20, 19, 18, 17, 16, 15, 14, 13, 12, 11, 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1.
Oliverio bufó y se reacomodó con su corpachón en la silla de plástico y pareció dormitar un poco. Yo, mientras contemplaba la oscura pampa seca, seguía monitoreando, en un segundo plano, a Ibáñez. Escuché entonces a DS desperezarse y dejar el grabador digital funcionando sobre una mesa para salir del local. No tardó mucho en aparecer a nuestro lado, acuclillarse y encender un cigarrillo, al tiempo que posaba su mirada cansada en la árida llanura bañada por la luz de la luna y de la «acaecidas» estrellas.
– Don Roberto – dijo entonces, sin quitar la mirada del horizonte – ¿Por qué estamos tan tranquilos?
– Si me respondes una pregunta primero, yo te contesto gustoso – le repliqué.
– Pregunte.
– ¿Quién crees que soy?
Las veinte verdades del vergatiesismo
Por Enrique Pagella
Los anónimos cultores del vergatiesismo me han enviado un mail con sus 20 verdades a saber:
1. Para un vergatiesista no hay nada mejor que una vergatiesista. En caso de no hallarla, hay que elegir una neófita e «iniciarla», de modo de ensanchar las bases del movimiento.
2. Con rima todo, sin rima nada.
3. No hay saber sin placer. Así que si sabés no te hagas el gil.
4. Un vergatiesista de ley jamás se interesará por la verdad de las mujeres sino por las mujeres de verdad.
5. Un vergatiesista de pura cepa evitará a las maestras jardineras, a las escribanas, a las abogadas, a las mujeres policías, a las poetizas en general, a las profesoras de literatura y a las militantes políticas.
Salvatore Vergattiesa, padre del vergattiesismo
El enigma llamado Salvatore Vergattiesa
Por Enrique Pagella
Ya su nombre nos mueve a risa cuando no al fastidio que provocan los chistes fáciles y groseros. Debo confesar que cuando recibí el mail estuve a punto de borrarlo pero me detuvieron las siguientes líneas que transcribo a continuación: » Salvatore nació en Nápoles en 1971 y a los 10 años lo expulsaron del colegio por tocarle el culo a su maestra mientras canturreaba Zíngara de Nicola di Bari. Cuatro años más tarde, y paralelamente a la publicación de su primer poemario, «Lujuriosa Nápoles», es acusado por 10 mujeres de todas las edades, quienes alegaban haber sido seducidas, embarazadas y abandonadas por el incipiente poeta. Tres años después, lo meten preso en el Vaticano, pues se había escondido en un convento y mantenido sexo con 15 monjas, a las que había encantado con el arrullo de su obra maestra, el poemario «Kamasutra para católicos». Pero no tardó en evadirse de la prisión disfrazado de boy scouts, aprovechando su baja estatura. Un década después, perseguido por la policía y defenestrado por el mundo de las letras, Salvatore reaparece en Argentina, donde pone la primera librería-cabaret, «Il Piringundine» y recita sus poemas ebrio y desnudo. En otros mails le seguiré, amigo Pagella, contando la vida de este poeta del exceso y la palabra justa, este incomprendido y sensible depravado. Le adjunto algunos poemas que escaneé de su último poemario, «Norte excitante», un auténtica genialidad que concibió mientras hacía turismo sexual por el NOA argentino. Además le adjunto la única foto que se tiene de él. Hasta la próxima.»
A continuación, esos poemas que de primera parecen meras groserías, pero que si uno profundiza la lectura adquieren una textura sumamente enigmática.