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Astroastro, un poema de Roberto Rico

Roberto Rico (Ciudad de México, 1960) es autor de Reloj de malvarena, Nutrimento de Lázaro y La escenográfica virtud del sepiaDe aquellos años que llevan ere, Ars vitraria y Radio frenesí y otras sintonías. Su último libro es Con meridiana oscuridad y nos ha permitido compartir uno de los poemas que aparecen en este volumen.

 

Astroastro

I. Depaupérate un poco más. De sobra te harán falta privaciones y ausencias para ensanchar el foco irradiador de tu bonhomía, la desnudez interjectiva del pesar. Desvalídate del dolor en el hambre llana. Comienza por morder el hueso desde donde emites, con pelaje espectral y tieso, pigmentado de hollín y yeso, los aullidos rimados que a ti mismo te erizan y descuadernan del lomo a las estepas y solapas.

Así habló Astroastro.

II. ¿Antecede a la sed el hambre? Eso mejor te preguntaras viendo de reojo la jarra de vino rojo aherrojada en el poniente. No pongo aquí botella, porque me parece que mejor se te antojara el destilado contenido en abierto recipiente; así, ante vasija de ancha boca, la sangría agria, angry and hungry y andrajoso, se vuelva imperativo para ti rimar y aliterar la sed y el hambre, exacerbarlas en varias capas o niveles de engrudo glandular o de viscosa grenetina hepática. Ahora centra tu mirada en esa mesa rústica de ocote, cuadrada así sin más, ni manta ni tapete encima, sola madera desnuda, impertérrita, no colonizada por termita alguna. Consuelo entomofágico sería carcomerla, de no ser porque también esa promesa pierdes, como también se exorbitaba el último resto mortal que te pervive, pavesa filiforme.

Así habló Astroastro

III. ojos humedecidos de la vaca

ternura llámale y ternera

porque en cuanto escampe

llevarás empozado en tu mirada

halo de sándalo y vinagre

intermediarias conjuntivas

rastro de un astro

vuelto a su calostro/

del ostracismo vuelto

en nebulosa,

y a una nube con claras miras

de translucir entre tus ojos,

ternura llámale, fragor,

ternera

deshijándose toda colindancia

ese umbral linfa

sándalo y vinagre/

así siguió diciendo astroastro

IV. la ciudad a lo (cada

vez más) lejos semeja

vaca multicolor

/boñiga

sándalo y vinagre

hervor bajo la piel

fervor el pulso

cada vez más exiguo bulle/

así dejó de hablar zoroastro

sol o astro/

solo astro/

astro-

astro:

un prefijo en el cénit

en sufijo declina

Cuaderno de Innsbruck (CONECULTA, 2020), de Gustavo Ruiz Pascacio

Por Andrés Felipe Escovar

 

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En el prólogo de Cuaderno de Innsbruck, Luis Arturo Guichard- además de plantear una perspectiva de la lectura de la poesía y de su escritura- afirma que “lo realmente importante son las sensaciones físicas del viaje” del poeta Ruiz Pascacio en Europa (2020: 9). En este viaje, las ciudades se desdoblan hasta evaporar el lugar cierto que se les adjudica.

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El espacio: “Cierto lugar de Europa”. En esa concreción asoma la posibilidad de cualquier lugar; el poema acerca a lo cierto con cualquiera o algún deíctico.

Y en lo cierto, lo cualquiera o alguno, se asoma un espacio íntimo esquivo a las cláusulas intimistas.

El asomo de la concreción es aquel relámpago vislumbrado, en el prólogo, por Luis Arturo Guichard:

El libro de poesía es una hendidura que se convierte en un abismo según se adentra en él el lector, una ruptura de la realidad cotidiana que muestra caras desconocidas de uno mismo y de los otros, pero también una continuación de esa realidad: como el relámpago, es un latigazo que cruza nuestro espacio y se disipa (Ruiz, 2020: 8).

Cierto lugar es cualquier lugar, pero siempre es.

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El poeta pisa cierto suelo de la tierra llamado Europa, mira hacia arriba y, en ese acto, encuentra significados que apenas se deslizan en las palabras sin agotarse:

Hay una belleza predicando en el firmamento… (Ruiz, 2020: 21).

El espacio celeste se llama Europa. El poeta no nació bajo ese cielo; a su mirada la precede un viaje trasatlántico. Cuaderno de Innsbruck está escrito con la mirada dirigida a un firmamento donde discurren “fugaces siluetas”, “altas, como sus árboles que combaten en leyendas de boca en boca” (2020, Ruiz:19).

Así como en Innsbruck, en París y Salamanca se concibe la intimidad de unos espacios donde el cielo apenas es un reflejo. Cuando el poeta discurre en ellos, como los contornos que cruzan el firmamento, aparecen las palabras y, con ellas, el hálito del poema.

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Ese firmamento europeo convoca la presencia de lo que quedó allende el atlántico: cuando el poeta levanta la mirada, la lengua que la atraviesa es un eco de las palabras dichas al otro lado del océano; las ciudades europeas se yerguen con una sintaxis foránea y una cadencia lejana a la gelidez de la nieve y el viento que remecen el pulso de quien escribe el cuaderno.

Los contornos que cruzan el cielo expiran un idioma tan extraño como el mundo:

Salgo a recorrer este país. Un mundo por detrás, un cielo por delante […] Con la debida                          sensación que en mí no cabe todo. Que vengo de un océano que no besa esta tierra […]                            Que me aparezco así, con todos los espíritus que me ha dado mi patria, y no puedo doblar con                  otra magia que no sea este cordón de cimientos en el que pongo mi palabra (Ruiz, 2020: 24).

 

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Acerca de Mansa presencia de la muerte (CONECULTA, 2022) de Eduardo Hidalgo

por Ana Alejandra Robles Ruiz

 

 

Es frecuente escuchar que los grandes temas de la literatura son la vida, el amor, la muerte. Sí. Pero es que la revisión de la literatura de todas las épocas y latitudes confirma esta sentencia: la presencia reiterada de dichos motivos, así como su tratamiento tan profundo, son prueba de ello. En lo concerniente a la muerte, ¿qué es, por ejemplo, la Divina comedia de Dante Alighieri sino una obra maestra de la literatura universal que explora, dentro de otras cosas, las vías que aguardan por nosotros después de morir? O ¿qué es Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes, sino la obra más importante de la literatura española que, además de ser la primera novela moderna, es una alegoría de la vida que avanza hacia su término en la muerte? Y no olvidemos en México los casos de La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes, donde el avistamiento del fin detona la rememoración de una vida que ya fue; El luto humano de José Revueltas, novela en la que la muerte es agente de sufrimiento y  personaje principal; o el mismísimo Pedro Páramo de Juan Rulfo, en el que la muerte es la articulación entre realidad y ficción, entre realismo y fantasía. Y así puedo continuar.

 

Publicado en 2022 por el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Chiapas (CONECULTA), Mansa presencia de la muerte es un poemario escrito por Eduardo Hidalgo Ruiz, que toma su título de unos versos de “Nuevamente” de José Emilio Pacheco: “Mansa presencia de la muerte, el oleaje/ que se pone a tus pies”.  Es un libro que propone reflexiones en torno a la muerte a partir de la evocación de anécdotas e imágenes de seres queridos, más precisamente familiares, que perdió el hablante poético. Es un poemario escrito por momentos en un tono melancólico, otros en uno de reconocimiento e incluso a veces en uno de curiosidad poética e intelectual. Mansa presencia de la muerte invita a recorrer lo que ya no está, a enfrentarnos cara a cara con nuestra soledad imposible, con lo vivido y lo perdido, pero sobre todo con lo que queda por venir. Al igual que otro poeta chiapaneco, el de Algo sobre la muerte del mayor Sabines, Hidalgo escribe acerca de la muerte que lo atraviesa como hijo, hermano, sobrino, primo. De ahí que el acto de desenmascarar el yo-lírico a partir de fotografías y la nota final del poemario, sea percibido por nosotros los lectores como un guiño de generosidad por parte del poeta, quien ha resuelto desnudarse y hacernos sitio en su intimidad.

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El ir tras dios de Gabriel Restrepo: EL TRAS-TEO

Allí donde está el peligro
allí también se cifra su salvación
Höldering.

 

 

 

El profesor Gabriel Restrepo, caminante-divagante, duró refugiado como monje incólume por siete años en el antiguo monasterio del monseñor mártir y beato, Jesús Emilio Jaramillo, quien fuera la persona que me bautizara a mí a tierna edad cuando todos temerosos creerían que no sobreviviría el año y para no morir como un animalito  me presentaron ante dios, cambiándome del mismo modo el nombre en una jugarreta a la muerte, porque allí murió Juan Pablo, como era por todos conocidos, y desde ese entonces fui Luis.

En ese ir tras dios, en el tras-teo, los cruces de caminos se presentan de un modo que los desciframos posteriormente como inevitables. Siendo de este modo, Gabriel Restrepo expresa un soliloquio en el que su periplo se cruza con la historia de la tierra Arauquita que es tan cara a la misma historia de la patria, y en la que desde este rincón, según cuentan, mi BISabuelo Joaquín también fue parte activa de su desarrollo para posteriormente ser también  desplazado de allí y despojado de las tierras de Arauquita.

Región que busca la paz en la sed de dios y Gabriel sufrió de ésta hasta que completamente seco, vuelve a Santandercito en donde es recibido por las nuevas generaciones con un cálido abrazo.

Todo ese trasegar lo pueden ver en la producción audiovisual publicada en la revista IN-USUAL:

EL SAGRADO RITO DEL TRASTEO:

A propósito del documental, compartimos un fragmento que hace del análisis de éste, por el profesor Arturo Esguerra Villamizar:

 

Desde la entrada se ingresa a una atmósfera de sosiego, siendo un trasteo todo lo contrario a ella.
Como lo expresa el nombre de la obra, se trata de un tras-Teo, de la búsqueda de un dios. El Teo lo pongo con mayúscula. No es un dios con nombre propio, terrenal, regional, es un Teo, simplemente un dios.
Eso que no existe, pero que nos gobierna, como decía Valery.
La imagen de Gabriel cargando un zurrón que cuelga de su hombro es teatral y majestuosa. Me recuerda a los presocráticos, aquellos que guardaban toda su hacienda dentro del zurrón de cuero.
Dicen que Diógenes de Sinope sólo cargaba una cuchara y una pequeña vasija. Lo suyo lo cargaba dentro de sí. La cuchara y la vasija eran los intermediarios para relacionarse con el todo ajeno y cruento que estaba fuera de él.
De Bogotá a lo más apartado y agresivo del Arauca colombo-venezolana; de allá de nuevo hacia acá.
Ocho mil libros, millones de millones de palabras impresas sobre papel.
Solo un camión llamado Rogelio puede transportarlas.
Gabriel las carga en su cabeza, dentro de sí. Esos muchos millones de habitantes impresos están, no en el zurrón de lona, sino en el gran zurrón que es su cabeza, su memoria, su nostalgia, su anima reflexiva.
Usando la palabra que él poeta del Cementerio marino, utilizo para nombrar un libro suyo, Borges se refería a Valery como “Monsieur teste”.
Por que no decirlo, también Gabriel Restrepo, es un “Monsieur teste”. Todo lo sabe, todo lo dice, todo lo piensa. Los dioses castigan a los gigantes, enseña la mitología griega.
En esencia el arte de la vida es trastear, trastear, trastear. Todo aquello que permanece inmóvil empieza a fallecer.
Tan de buena calidad como las imágenes, son los textos escritos por el profesor Gabriel. Celestino Mutis, Bolívar, Santander, breves reflexiones históricas, personales. La abuela que por su compromiso social merece una corona de flores el día de su muerte, pero que el partido político no se la envía.
Pequeñas citas y reflexiones que se vuelven poemas, creaturas poéticas.
En el tras-Teo siempre se pierde algo (de pronto mucho). Bella figura.
El camino hacia Teo no termina en la posesión. Lo sustancial es el acto del tras-Teo, la búsqueda. De los ambientes intelectuales de Colombia a un monasterio abandonado donde permanecerá, como un cartujo, durante siete años.
Kierkegaard lo decía, el proceso de seducción no termina en la posesión de lo seducido, lo que importa es el proceso seductor. El don Juan de Mozart.
Vale la pena mirar-oír todo lo que contiene este corto metraje. Verlo y mirarlo una y muchas veces, sin querer ser lambón
Me llamó la atención la música que acompaña todo el video. Más que música son los sonidos solitarios que acompañan el oficio caviloso del tras-Teo.

La vida de un fantasma. Por Héctor Cortés Mandujano

Yo le leía poemas de fantasmas

Fernando Trejo, en «El aliento que somos de los perros»

Regalo de mi amigo Fernando Trejo, leo su poemario La abuela está en la casa porque he visto su voz (Cuadrivio, 2019), que ganó el XVI Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal.

El libro tiene como tema central, resumo, la muerte de su abuela materna y su entierro; la vida de los albañiles que construyeron su tumba y las “Apariciones en la casa” después del sepelio. El propio Fer, que es también editor, cuidó el libro. Es pequeño y bello; en eso ayudan la tipografía y las ilustraciones hechas por sus hijos: Iñaki, cuando tenía cinco años, un ilustrador con notables dotes, e Isabella.

Fernando Trejo da con este libro un paso firme en la escritura poética en general y en su escritura en particular. El anterior que leí de él, Ciervos (2015), es una maravilla, y en éste no repite sus descubrimientos: cambia de discurso y plantea, sin caer en melodramas, con inteligencia, las variaciones emocionales a partir de la pérdida, flashback y flashforward incluidos.

He leído la mayoría de los libros de Fer y una de sus características es que no teme a la mezcla de géneros. La sección “Entierro”, por ejemplo, tiene títulos como si fueran parte de un guion de cine: “Ext. Barda con botellas quebradas/ día”, “Int. Ext. Casa de la abuela/ catedral/ mañana (Flashback)”, etcétera, y en otros poemas cita fragmentos de canciones de su abuelo Carlos Alberto Trejo Zambrano. No como pegotes, sino como elementos de construcción.

Hay una imagen en su primer poema, que me encantó (p. 11): “Abre la noche el hocico del viento”. En el segundo toma apunte (p. 13): “Hay un temblor de luz, dice mi hijo./ Me siento frente a él y anoto lo que dice: La abuela está en la casa porque he visto su voz”.

En el Flashback de la página 27, va con su abuela y su hermana, de niño, a rezar, con la promesa de que le comprarán después un helado: “Yo estoy consciente,/ a mis ocho años,/ que todo vale un helado de sorbete./ Que podré soportar la eucaristía,/ el rito,/ hincarme ante Dios poderoso. […] Como si bebiéramos la fe,/ en canastilla”.

En “Ext. Panteón Municipal/ mediodía” escribe (p. 33): “El sol tira a matar,/ Emite silbidos, como si dentro de la luz/ un tirador disparara pedradas/ de lumbre”.

Juan y Adán Verdugo, hermanos y albañiles, harán la tumba de su abuela, a quien nombra por completo en un verso (p. 44): “Con cuarenta ladrillos,/ los Verdugo borrarán para siempre/ la risa de María Luisa Sirvent Rincón”.

La abuela muere y luego su fantasma llega a casa del poeta (p. 57): “Y en este punto, en el distorsionado pixel de su incredulidad/ mi abuela aparece de frente/ horrorosamente lluviosa./ Todo esto sucede mientras corro la cortina/ y mi esposa dice que nuestro hijo se ha pasado/ todo el día rayando las paredes”.

Fernando intenta comprender a su abuela fantasma (p. 67): “Si hay algo que pesa en lo fantasma, es no poder llorar./ Porque llorar es muy humano. Y mi abuela qué puede soltar/ si el agua no recuerda”.

Qué buen libro. Qué gusto leerlo.

Los poetas son humanos que cagan y la cagan. Por Zeuxis Vargas

La primera vez que fui invitado a un encuentro literario de esos que se hacen en provincia y que son muchas veces patrocinados por empresas privadas, alcaldías, abogados, el amigo, la madre y hasta por la rifa que hizo el organizador, sentí que había sido elegido para estar entre los mismos dioses. Lo digo así porque cuando iba a los recitales de poesía, aquellos poetas que tanto admiraba, me parecían seres traídos de otro mundo. Su porte, su marcialidad detrás de la mesa desde donde leían los poemas que amaba, dotaban con más ilusión esas creencias de aquellos sueños por pertenecer a una élite a la que sólo podía ambicionar sin esperanza. Así que entenderán ustedes mi felicidad, mi orgullo y mi ansiedad. Una semana antes de viajar hacia el Encuentro, sufrí una crisis nerviosa; me la pasaba tachando en el calendario los días, las noches, las horas, temblaba , sudaba, seleccionaba poemas, ropa, ensayaba gestos ante el espejo, todo, con tal de conseguir una buena impresión cuando estuviera compartiendo con aquellos que eran mi santoral.
La vaina fue que nada resultó como imaginaba, y como el amor, me fui de jeta contra el mundo cuando pude confirmar que aquella nube sobre la que flotaba estaba hecha de humo y espejismos. Que totazo tan berraco, por un lado, estaban los poetas «gente de bien», o sea, aquellos hijueputas xenofóbicos que sentían que su estatus económico y su clase social les daba para mirar al resto del mundo por sobre el hombro y para ser tan hipócritas como para besar en ambas mejillas aquí y allí a sus ingenuos admiradores. Esa gentuza son lo peor, por lo regular son como el Monstruo de chapinero, acosan, violan, manosean y rompen todas las leyes y reglas sociales de manera espectacular, o sea, son como los políticos de alta alcurnia, que matan y en lugar de ir a la cárcel los premian con embajadas. Sí, estos poetas fuman marihuana, meten coca, van a putiaderos o consiguen prepagos, y cómo no, rajan de todo el mundo y consiguen ocultar todas su perversidades de una manera tan cínica que uno se queda pensando: ¿de verdad, estos maricas son los poetas? Y sí, son los poetas, tienen un cuadro hediondo al estilo Dorian Gray, guardado por ahí, el resto son cocteles y palmaditas en la espalda para enredar premios y becas.

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Ejército en ejercicio. Por Augusto Orta Córdoba

Este vídeo contiene un texto que forma parte de «Libros y traiciones», volumen escrito por Augusto Orta Córdoba quien, además de escribir, trabaja en la editorial PorNos

La música fue elaborada por David Ortiz Trejo y a su cargo estuvo el trabajo visual. Este material fue masterizado en Estudios Arca de Picón.

 

 

 

Flyspeck. Por Osdmar Filipovich Silva

 

Osdmar Filipovich (La Paz, Bolivia 1986). Escritor y Diseñador Gráfico. Ha participado en varias antologías de poesía entre ellas una en edición virtual (“Poesía Boliviana Contemporánea “Aquí la nieve es química”. Obtuvo el primer premio de poesía joven auspiciado por la Cámara del Libro de Bolivia y la Fundación Pablo Neruda con su obra «Underdog» (Plural, 2007) y el tercer premio departamental de Poesía «La Paz, a veces una ciudad y otros poemas» auspiciado por la Prefectura de La Paz y el Gobierno Municipal. También ha participado y colaborado en eventos culturales, como ser Festival De Poesía En Las Calles. Blanca Wietuchter; Encuentro de Poesía J oven, Universidad Mayor de San Andrés, facultad de Literatura (2007); Lecturas de Poesía en “La Chascona” Fundación Pablo Neruda, Santiago de Chile, 2007; Poetas NO, Lectura y Diálogo de Poesía. Feria Internacional del Libro (2008); Poquita Fe, III Encuentro Internacional de Poesía Latinoamericana actual Santiago de Chile, 2008; Santiago en Paz I Encuentro de poetas Chile – Bolivia (2010); Santiago en Paz II Encuentros de poetas Chile – Bolivia (2011); Festival Internacional De Poesía Bolivia (2010). Recientemente ha publicado “La Libreta Roja” compilado de poemas visuales junto a la colección Exile, Andesgraund Ediciones (2017).

Reseña“Lucía sin luz”, de Gustavo Caso Rosendi (ediciones El Mono Armado, 2016). Por Leandro Alva

Sería muy sencillo afirmar que este libro se adentra con singular eficacia en los recovecos de la relación que urdieron el autor y su madre a lo largo de sus años de coincidencia sobre esta tierra.

Sería muy sencillo hacer un rejunte de fundamentos psicológicos y convocar a Edipo para esclarecer cuestiones íntimas de la problemática familiar y su reflejo en el ámbito poético.

Sería muy sencillo caer en el elogio fácil porque, de hecho, nos encontramos ante uno de esos libros que, desgraciadamente, no aparecen con la frecuencia esperable; un trabajo tiernamente filoso, por momentos cruel hasta el desgarro que permite abordar el vínculo madre-hijo sin tapujos ni condescendencias.

Por todo eso, el asunto no es tan sencillo.

 

Desde la cita que abre el poemario, Gustavo nos desconcierta con algunos versos de “La sonrisa de mamá”, clásico indiscutido de Palito Ortega. Y uno no sabe a qué atenerse porque ese toquecito kitsch nos deja más indefensos frente a las páginas que se nos vienen encima, nos ablanda un poco para luego darnos una caricia rugosa y persistente que nos transporta desde la calidez y la comodidad intrauterina hasta el destierro en la intemperie posterior, definitiva. “Mi territorio ha ido a parar a la basura”, exclama el poeta cuando atraviesa la línea que divide ambos mundos. A partir de ese momento, los tiempos se invierten y se superponen, en un juego de espejos donde el autor, finalmente, pasa a ser la madre de su madre.

De movida queda claro que la cosa no va a ser fácil; un “pecho agrio” será el alimento que más a menudo le va a ofrecer su progenitora, cuyo nombre-título se escabulle hasta el sexto poema, no así su presencia, que se respira desde la primera frase. Porque se habla tanto de la madre como de la ausencia de la madre, de su amor y su cuidado como de su falta de amor y su falta de cuidado. Lucía parece no haber sido una mamá perfecta (ninguna lo es, a fin de cuentas) pero el autor no tiene ningún reparo en confesarlo desde la honestidad más despojada. Y eso es un logro, un gran logro. “Sería muy fácil odiarla,  –escribe Caso Rosendi- pero tomo el camino más difícil.”

 

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El ángel negro de Praga. Vladímir Holan

Por Leandro Alva
“Todo, hasta el silencio, tiene algo que callar”
 
holan_vladimir

 

La primera vez que viajé a Praga, yo no conocía a Holan. No sabía nada de él. Apenas Kafka y Rilke justificaban mi visita desde el punto de vista literario, y la obra de ambos, escrita íntegramente en alemán, no me permitía acercarme ni medio paso a la sonoridad y los artificios de la lengua checa.

Fue en un viaje posterior, no recuerdo bajo qué circunstancias, cuando me topé con la leyenda y la poesía del ángel negro de la ciudad dorada. Por ese entonces, yo ya estaba algo familiarizado con los rudimentos del habla local. Si bien no podía comprender del todo sus textos sin contar con una traducción a mano, al menos era capaz de degustar cierta magia en la elección de los vocablos y en la música de sus combinaciones.

Y tengo que confesar, antes que nada, que quizás decidí escribir sobre Holan porque también es una forma encubierta de escribir sobre Praga, una ciudad tan próxima a mis sentimientos que tiene el tupé de competir codo a codo con la mismísima Buenos Aires en mi ranking de preferencias, una ciudad en la cual tuve la oportunidad de vivir y disfrutar experiencias inolvidables, como cumplir el sueño de frecuentar las aulas de la prestigiosa Universita Karlova.

Pero volvamos a quien nos ocupa, Vladimír Holan, acaso el mayor poeta checo del siglo XX. Nació en la capital de Bohemia en septiembre de 1905; por entonces, la ciudad de las cien torres era la capital de un estado no reconocido, ya que en esos tiempos la urbe formaba parte del amplio mapa del imperio Austrohúngaro.

De niño vivió una temporada en el campo, en una comarca llamada Podolí, en una zona donde anteriormente pasó sus días Karel Hynek Mácha, un famoso poeta muy admirado por Holan. Pero no tardó demasiado en regresar a Praga (tenía 14 años), y ya comenzó a sentir desde muy temprano el llamado de la poesía, y a colaborar en diversas revistas literarias. Para entonces, la república checoslovaca se había independizado y obtenido su soberanía. Eran años convulsos; la primera guerra mundial y la revolución rusa modificaron sustancialmente el panorama político europeo, y nadie podía permanecer ajeno a estos acontecimientos. Las noticias de la época vulneraban los muros de la más inaccesible torre de marfil y era imposible tomar distancia de la realidad.

Holan era muy joven cuando editó su primer libro, Abanico en delirio (1926). En sus trabajos de juventud prevalecen los artilugios verbales propios de las corrientes estéticas de la época (futurismo, dadá), y una notoria influencia de la poesía simbolista de Mallarmé. Asimismo, no podemos soslayar la relación que mantuvo con otros poetas checos, los fundadores del movimiento conocido como Poetismo, personajes como Vitezlav Nezval, el líder del movimiento, o su gran amigo Jaroslav Seifert, quienes también iban a ser determinantes en el desarrollo de su lírica.

Dicho esto, se puede afirmar que hacia 1930, con su libro El triunfo de la muerte, el poeta va encontrando una voz propia, una expresión distintiva que anima la sospecha de que se está en presencia de una figura significativa en el campo de las letras. Hay que resaltar que, con el tiempo, la atmósfera de sus poemas va virando desde los ejercicios de sonorización y las jugarretas verbales hacia una estética más marcada por lo conceptual. Los razonamientos más profundos y el abandono definitivo de la rima son rasgos a destacar de este devenir.

Al igual que Kafka, Holan tuvo que trabajar en una compañía de seguros, hasta que llegó un momento en el que pudo sostener su economía gracias a la literatura. En 1932 contrajo matrimonio con Vera Pilarová con la que tuvo una hija, Katerina. La niña padecía síndrome de down; el padre la adoraba profundamente y le escribía versos infantiles.

Mientras tanto, había publicado su primer libro en prosa, Kolury (1932), y en 1933 se incorporó a la redacción de la revista Zivot. Además, continuó dando a la imprenta obras muy destacadas, como Piedra, vienes (1937).

En 1938, con el advenimiento de Hitler y la amenaza del nazismo, luego cristalizada en la ocupación de Checoslovaquia, Holan comenzó a escribir una poesía más comprometida desde lo social, más cercana y accesible. En esta línea, publicó Septiembre 1938.

Al poco tiempo se desata la segunda guerra mundial; él no permanece indiferente ante tamaño acontecimiento y se pone al frente de las voces que claman por la liberación. A esta época corresponden obras como Terezka Planetová (1943) y El camino de la nube (1945).

 

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