Archive by Author | Andrés Felipe Escovar

Diario del tour de Francia sin estar en Francia ni con los ganadores. Día 11

Antes de que cayera la lluvia en el recorrido de la etapa, un comentarista de una emisora-streaming en Youtube no tenía mucho que hablar, así que contó que los ciclistas, muchas veces, se meaban y hasta cagaban encima para no perder el tren de la carrera: es ruda la vida de estos deportistas, añadió, para luego llegar a que él, durante una competencia -no dijo de qué- tuvo que ir a un baño portátil a evacuar porque había comido algo. Esto le generó un retraso descomunal, pero terminó. Mi escepticismo para con el locutor cambió: era un mejor tema hablar de las evacuaciones que hacer griterías, muchas de ellas enunciadas por locutores que creen que incurrir en adjetivos grandilocuentes los convierte en poetas.

Y es que los retortijones de estómago han signado a competencias. Como aquella del giro de Italia en donde el ya retirado Tom Doumolin se fue a la orilla y evacuó. Quintana, que por aquel entonces aún estaba en la cúspide, lo esperó y así perdió la oportunidad de ganar su segundo giro de Italia. Desde entonces, su carrera vino en declive, como si el producto digestivo de su competidor hubiese instalado un vaho de maldición que enmelocotó a esa generación del noventa.

Muchos dirán que hoy no pasó nada. Los publicistas del tour, gracias a las cámaras instaladas en algunas bicicletas, demuestran lo contrario. Aún no estamos en el momento donde cada quien pueda pagar un servicio en el que vea una transmisión donde tenga la perspectiva de uno de los competidores- cuando ello ocurra, será el éxito de la cultura del entretenimiento en sus diferentes vertientes: los realities, el ciclismo, el fútbol, la pornografía, etc.-; cuando haya esa posibilidad, siempre escogeré a alguien intermedio o al último para así sentir la desolación de la llegada -así como al cornudo en la escena porno, o al participante del realiti que, a escondidas, se orina mientras se baña en la ducha que comparte con los demás, o del suplente que solo entrará en el último minuto de un partido en donde reemplazará a la estrella para que ella sea ovacionada por la memorable actuación que prestó-.

Hoy Dinamarca estableció una nueva marca en su dominio en esta edición:  el último de la etapa y el último de la clasificación general son de ese país, al igual que el líder. Mikkel Bjerg atravesó la línea de meta tres minutos y treinta y cinco segundos después de Jacobsen, con el mismo tiempo del que lideró la inocua fuga del día, el italiano Daniel Oss. Michael Mørkøv mantiene el último puesto, a cincuenta y dos segundos del penúltimo, Fabio Jakobsen.

Diario del tour de Francia sin estar en Francia ni con los ganadores. Día 10

Hoy un amigo me ha compartido el audio de un lector de su último libro. El lector resalta que las historias quedan truncas y que, desde la presentación, le hacen un flaco favor pues el lector abandonará el libro en el segundo párrafo de la misma. ¿Desde cuándo ese lector se abroga el lugar de «lector universal» o de «el lector»? Atrás de ese audio, lleno de zalamería y corrección agresiva, estaba la suposición de que ese lector tenía claridad de cómo debe ser un libro que lee. Por eso, después de que pasa por su filtro de calidad un volumen, vierte una opinión preñada de adjetivos que funcionan como una máquina para refinar dicterios que se pretenden herederos de los dichos por don Qujiote -aunque, con el libro de Cervantes, perdonen que la trama «decaiga» al punto que se deba incurrir por el fácil camino de matar al «protagonista»-, Esas personas también ven ciclismo y organizan polémicas en torno a si una etapa fue entretenida o no (¡Siempre el ansiado entretenimiento y el negocio de la industria del distraimiento!): la mayoría manifiesta la decepción porque en la carretera no ocurrió lo planteado en la previa.

Con ese tono, que pasa de lo zalamero a un pretendido canto de cisne del show ciclístico, pasan las tres semanas de una vuelta, o algunos días de ella. Sin embargo, la perspectiva, como la de aquél lector que busca tramas llenas de suspenso, se detiene en el aspecto de los ganadores. Atrás, quienes pierden tiempo y se enferman o se mantienen en su empeño, ni siquiera pasan por el sometimiento al binomio aburrido/entretenido. La derrota, el último lugar y el olvido son materias mucho más elusivas que las categorías y los apelativos dirigidos a los triunfadores y sus trayectos. Lo mismo ocurre con los libros: hay un formato que deben cumplir para estar en los que se consideran «bien hechos», en cambio,  el camino es infinito para una «mala» ejecución. Y el infinito es mucho más difícil de trasegar que seguir unas instrucciones finitas.

Mientras que la mirada sobre el liderato del pelotón  acrecienta la expectativa de que ocurre el mejor tour de este siglo -¿según quién y según qué criterios? Uno puede pensar en el arrojo abisal de aquél tour en medio de la peste o el de los que corrían como cobayas de laboratorio y eran apoyados por médicos, químicos y multinacionales que querían darle una «esperanza» a los enfermos de cáncer-; en la parte última de la clasificación las cosas obedecen a hundimientos más que a cataclismos y, por eso, no hay margen para gritos, «ataques furiosos», o demarrajes.

Yevgeniy Fedorov hoy ha ganado la pérdida del último lugar. Ni siquiera es el penúltimo.

Tiene una ventaja de dos minutos y cincuenta y nueve segundos con Michael Mørkøv quien, a su vez, pierde dos horas y cuarenta y ocho minutos con respecto al líder Vingegaard. El tour no se corre en representación de nacionalidades -algo que resulta difícil de entender para algunos fanáticos- pero es momento de exaltar una curiosidad que servirá para que alguien se distraiga y sienta que, en ese último puesto, también hay suspenso, trama y una historia que no «decae»: el primero y el último del tour son de Dinamarca.

El último de la etapa fue Devenyns y es del mismo equipo del último de la clasificación general: Soudal-Quick step.

Diario del tour de Francia sin estar en Francia ni con los ganadores. Día 9

La estrategia de fundar expectativas en algunas etapas la comparten los viejos locutores y los jóvenes que aparecen en Youtube.  Hoy se esperaba, en Puy de Dome, el hálito de la competencia de Poulidor y Anquetil o el fantasma de Coppi. Pero ahora ese lugar es una carretera privada cuyo dueño dio permiso a los organizadores para que pusieran la meta mas no hubo público. Hasta las «míticas carreteras» quedan en manos de algún campeón de los negocios, de alguien que, de ser Youtuber de ciclismo, recibiría pagos a manos llenas a cambio de leer un mensaje lisonjero o con algún calambur o chiste enviado en el chat en vivo que acompaña a la transmisión de sus impresiones y opiniones de una carrera cuyo momento decisivo discurre en una propiedad privada.

En las pocas horas que han pasado desde el final de la etapa, se ha enfatizado la igualdad de los dos muchachos que se disputan el primer lugar del tour. Algunos afirman que Pogacar crece mientras que Vingegaard se aferra a la estrategia del equipo y a su único recurso en la alta montaña -este será el debate de hoy y mañana, día de descanso-; ignoro cuántos han cavilado en el gesto del esloveno cuando llegaba a meta: apretaba los dientes, no sé si exagerando un esfuerzo para despistar al oponente -que. seguro lo verá o le dirán lo que se vio ante las cámaras apostadas en la meta y será parte de las postales de netflix para la segunda temporada del documental sobre la competencia francesa que ya parece ir armándose como una serie de plataforma- o si es genuino. El ciclismo se vale del engaño, como todo juego y todo show; ante la falta de un margen de incertidumbre, cada vez más exiguo merced a las técnicas médicas y nutricionales, restan las especulaciones que ¿ ni los cascos ni los anteojos han expurgado.

A Fedorov no le he visto una sola vez la cara mientras compite en este tour y hoy, que no llegó de último, perdió más de dos decenas de minutos con respecto al ganador. Para encontrarlo, tuve que ver una entrevista que le hicieron cuando ganó la prueba sub 23 del mundial en línea de 2022: lucía la camiseta arcoíris y se le veía tranquilo pese a haberse coronado como el mejor; puede que haya tenido el cansancio acumulado de la Vuelta a España o que haya visto como algo menor su triunfo luego de haber compartido la carretera con gente de su edad que ni siquiera participó como Remco Evenepoel.

Es un jovencito que, presumo, no tiene muy claro lo que significa ser el último. Ese lugar, ocupado por el mismo número de ciclistas que han ganado el tour, es invisibilizado en un mundo dominado por la admiración para con el riesgo de los emprendedores y su equiparación con los ciclistas campeones. No se puede esperar mucho de un mundo que admire a los ganadores. Fedorov también ha sido ganador y lo de este tour es un tropiezo o un derecho de piso para ascender en el equipo de su país.

Hoy no llegó de último. Otro muchacho, noruego, fue quien más lejos en el tiempo estuvo del ganador de la etapa. Se llama Søren Wærenskjold. Sin embargo, Yevgeniy, el actual campeón mundial de ruta sub-23, aún ocupa el último puesto de la clasificación general.

 

 

Diario del tour de Francia sin estar en Francia ni con los ganadores. Día 8

Yevgeniy Fedorov ha subido dos puestos en la clasificación general pero continúa ocupando el último. Su ascenso se debe a los retiros de Steff Cras y Mark Cavendish. El británico se fue y esta ha sido la noticia más repetida hoy en el tour; la empresa de superar el récord de Merckx se posterga y es posible que sea la renuncia definitiva del avieso embalador, subió a un automóvil y se retiró de la carretera no sin antes quedar rodeado de periodistas que buscaron algún rictus para llenar del consabido dramatismo a la etapa.

El ciclismo, además de «épica», se alimenta de dolor e instala a sus competidores como unos mártires… sus cuerpos, escuálidos -cuando no son embaladores: estos parecen deportistas de otro espectáculo-, refuerza esa imagen de santones que contrasta con el desenfado juvenil de un muchacho como Pogacar. Ojala su corazón no falle pronto y anuncie un retiro repentino de la alta competencia.

Si Fedorov ayer estaba hermoso, hoy se ha embellecido más aún. Forma parte de Astana, la escuadra kazaja que le jugó todo a un triunfo de etapa de Cavendish – para que así quedara su nombre inscrito en uno de esos récords que se repetirían en las transmisiones futuras de carreras en donde no pase nada y se recuerde al embalador británico junto a nombres como Cipolini, Zabel o Abdoujaparov- y ahora está a la deriva. Algún grandilocuente comparará a este equipo con una de esas embarcaciones que ensalzan para recordar a los que llegaron a América hace siglos: una enorme masa, sometida a la calma chicha, que se extravía en la quietud del océano y sus tripulantes mueren de sed rodeados de agua intomable.

Fedorov está sediento y desorientado. Hoy la brecha entre los dos últimos de la general se ha abierto aún más. Yevgeniy está a doce minutos y diecinueve segundos del penúltimo, Moscon, su compañero de equipo. Hoy el último de la etapa fue Axel Zingle, a más de dieciocho minutos de Pedersen, el ganador de un día donde el equipo de Vingegaard aportó para que hubiera una alta velocidad ¿nerviosismo? Sólo mañana se sabrá si este fue el prólogo de la debacle de uno de los primeros o si esperamos a que paso algo pese a que nada pase en Puy de Dome.

Diario del tour de Francia sin estar en Francia ni con los ganadores. Día 7

 

El último de la general, el último del día, el más hermoso: Yevgeniy Fedorov

Si la hermosura radica en la carencia de cualquier logro, hoy Fedorov resplandece. La justificación optimista de su último puesto en la clasificación general ha sido  arropar a Mark Cavendish para que no quede fuera de tiempo en las etapas de montaña y gane en los embalajes como el de hoy en Burdeos.

La supervivencia del británico hasta esta etapa confiere la conclusión de que Fedorov ha hecho su trabajo. Sin embargo,  su líder ha quedado segundo y posterga la rotura de la marca de victorias en etapas donde está empatado con un ciclista como Eddy Merckx -este es el pretexto para plantear algún interés en etapas como la de hoy-. La forma como quedó segundo es olvidable y, por lo mismo, hermosa: iba convencido de su triunfo y, como si fuera un cervatillo que se sorprende de la embestida de un dragón de Komodo, lo rebasó Philipsen. La cara de susto de Cavendish corroboró que la vejez -en el deporte de alto rendimiento se envejece muy rápido-, si bien no convierte en humilde a un soberbio, hace perdonable su juvenil soberbia. A Cavendish ya muy pocos le pueden profesar la antipatía de hace una década; así como lejanos son aquellos días en que los muchachos solían aferrarse a la insolencia de Peter Sagan: quién iba a creer, en 2013, que ni Froome, ni Sagan ni Cavendish terminarían endosados a la belleza que solo otorga un hundimiento semejante al de los bisoños.

Fedorov no es uno de los nombres que aparecen en casual coloquio ciclista; es como ese humano delineado en la respuesta de un sacerdote católico ante la andanada existencialista de un catedrático que proclamaba la caída del hombre para así ganar los aplausos de sus estudiantes más jóvenes: ¿acaso alguna vez estuvo en las alturas para considerarse caído? Hoy ha ocupado el último puesto en la etapa.

El penúltimo de la clasificación general -su compañero de equipo Gianni Moscon- le aventaja en seis minutos y cuarenta y dos segundos: una distancia más amplia que la que hay entre el líder (Vingegaard) y Pello Bialbo, el ciclista ubicado en la casilla catorce.

Fedorov no es un emperador; es dulce, resignado, enrojecido por el sol que le esputa el verano en la cara. Quizá Cavendish gane mañana o en París. De ser así, aflorarán las hipérboles y homenajes para una generación ciclista que parece no querer retirarse a tiempo, reflejando nuestro propio deseo de postergar la muerte, aunque ello nos cueste la demencia o la pérdida de control de esfínteres.

Si gana Cavendish, Fedorov sonreirá, se aliviará y ya no irradiará la  belleza del que va de último. Pero esa es una hipótesis; hoy puede ver directo a los ojos a Vingegaard o Pogacar: son dos críos ensalzados en una lucha que a él le resulta pueril.

 

Diario del tour de Francia sin estar en Francia ni con los ganadores. Día 6

Los últimos no lo son porque es lo mejor que pueden hacer. En las pruebas ciclistas por etapas, en virtud de la proliferación de competencias que hay en su interior, el ultimo en un aspecto concreto puede no serlo en otro. Por eso está la llamada clasificación general, semejante a la absoluta. Pero ni siquiera en ella aparece la imagen del último por incapacidad: Fedorov, que corre por el equipo Astana, ocupa la última casilla porque tiene que ayudar a Mark Cavendish, el líder de su equipo y el hombre que busca romper el número de victorias de Merckx. Si en los días que regresen los finales en embalaje gana Cavendish, se rompe un récord histórico y, pese al trabajo de Fedorov, nadie lo recordará como uno de los que lucharon por ese registro.

Fedorov no es desinteresado. Puede estimularse con un premio económico, en caso de que su líder gane una etapa, o porque, como han hecho tantos buenos hombres que han sostenido a los más oscuros regímenes: cumple con su trabajo y nada más le importa. Cuando lo veo así, percibo un dejo de inocencia en mis intentos por seguir a los que presumo que son los peores: puede que ni ellos mismos se sientan tal, puede que nadie en una competencia se sienta el peor y que todos queden contentos consigo mismos, como en el final de una historia con moraleja. En suma: buscar al peor es tan ilusorio como maravillarse con el peor. Fedorov cumple con su trabajo, como Vingegaard o Pogacar o Van Aert.

Hoy ganó el esloveno, aquél con cientos de seguidores su riesgo y carisma -así repiten: carisma, con la obsecuencia que se le debe rendir a un rey-. Ayer, luego de haber perdido tiempo, parecía que el tour iba a ser el inicio de una sucesión de pequeños abonos al triunfo de su rival danés -ahora que estoy entrado en años, veo en ellos dos a unos muchachos que juegan, aunque ninguno de los dos lo hacen por diversión; ejecutan negocios que ni siquiera, en un golpe de suerte, tendré la oportunidad de practicar; por simple regla del mundo actual, no tengo talento para algo que reporte el ingreso de dinero-. Se han sacudido los comentaristas, apelando a un «argumento» o «trama» o «guion»; el tour ha cumplido con la expectativa de los giros que nos enseñó Hollywood; solo lo sorprendente, lo que entretiene, tiene un valor y es susceptible de algún emprendimiento. Lo aburrido, donde nada ocurre, es malo y merece el olvido, la queja, el temido malestar.

Alguno de esos dos muchachos, salvo que ocurra una peste -aunque en Francia al Covid ni se lo nombra pese a que en Italia, hace menos de dos meses, sacó al que supuestamente iba a ganar por aplastamiento- o ambos se caigan o haya una avanzada bélica que no respete la tregua de la «hermandad deportiva»- ganará el tour; habrá más vueltas de tuerca y todo el mundo quedará feliz. Agradeceremos lo inesperado, que es lo único que se espera en un espectáculo al que se asiste por el suspenso y para responder una pregunta que parece obligación: ¿quién va a ganar?

Al otro extremo de ese interrogante, atado con la misma cuerda, surge otro: ¿quién será el último? En este mundo, solo hay ganadores y segundos y terceros. Nadie pierde porque cada quien cumple con su trabajo, incluso quienes se ufanan de no trabajar por ver el tour a escondidas del jefe. Es un mundo nuevo, bravo e impredecible que nos hace felices.

Fedorov es el último, a una hora y cincuenta y ocho minutos de Vingegaard, pero no se siente perdedor hasta que Cavendish siga en el tour -¿qué pasará si el británico se retira sin haber ganado?- . Hoy Devenyns llegó a más de treinta y siete minutos  de Pogacar.

Alguien me dijo que los que llegaban de último eran unos fracasados y sólo unos pocos eran capaces de ver la belleza en el fracaso. En estos tiempos no hay lugar para la hermosura de los fracasados. Todos hacemos nuestro trabajo.

 

 

Diario del tour de Francia sin estar en Francia ni con los ganadores. Día 5

En el día de las hipérboles y de la identificación con Vingegaard, con la supuesta derrota de Pogacar -las pérdidas en las pruebas por etapas son sostenidas, un declive y hundimiento semejante a la vida- y el ninguneo a Hindley, la naturaleza de un diario como este se trastorna: ya nombré a todos los ganadores, aunque mi interés gravite en torno a quienes llegaron de último en la primera etapa en los Pirineos.

Las discusiones de ayer en torno al aburrimiento del tour se han difuminado; hoy nadie postula, con voz de negociante, que las transmisiones televisivas de las etapas llanas deben durar  una hora -en una prosa de emprendimiento, enunciada por los youtubers que enarbolan a una nueva generación de espectadores y se ensalzan con la ingenuidad esencial de la juventud: portarse como si nunca se llegara a la vejez, aunque se manifieste vejez prematura-, ni se inquiere por la solvencia laboral de los ciclistas profesionales.

Entre el frenesí de la estampida de los primeros kilómetros y el protagonismo de Van Aert, me preguntaba por la suerte de Fedorov. Hubo algún comentarista, en ese zapping que suelo hacer para derivar en la sintonía de alguna transmisión pirata con locutores kazajos o mongoles, que planteó el posible liderato del belga y conjeturó sobre su decisión de dejar la competencia cuando naciera su hijo. ¿Fedorov tiene hijos? Me figuré la posibilidad que él o cualquier último corriera y se lamentara porque aún no ha podido ser padre: la ansiedad de convertirse en papá para dejar de ser niño lo traiciona al punto de despreciar a los niñatos que no dejan de ser hijos pero ya tienen los suyos y van por la vida ganando.

Al final, Yevgeniy llegó a treinta y tres minutos y cincuenta segundos del ganador de la etapa, acompañado del último grupo en llegar. No le descontó un solo segundo al penúltimo, Moscon, aunque la diferencia entre ambos es la misma de ayer en la clasificación general: un minuto y treinta y seis segundos. Si la parte alta ha cambiado, la parte baja permanece invariable con respecto a los dos últimos; para Fedorov y Moscon fue un día más de lo mismo.

El último de la etapa, al menos en el listado oficial, fue Fabio Jakobsen.

Dichosos los últimos en el día de la gloria de los ganadores y vencidos: nadie nunca los recordará y ese es el descanso eterno.

 

Diario del tour de Francia sin estar en Francia ni con los ganadores. Día 4

Hoy saldrán textos concentrados en detalles: se hará hincapié en la fortaleza de Van der Poel y su prosapia; se continuará conjeturando por la incidencia de la paternidad futura de Van Aert en su capacidad para ganar una etapa, se hará referencia a las curvas del embalaje y a lo frío que resulta un final en un autódromo. Puede que alguien enfatice el último puesto de Luis León Sánchez, aunque eso no pase de una anécdota y de un recurso para hacer literaria a una crónica en torno a un día donde se debe justificar el pago por la corresponsalía en el tour de Francia.  Ese es el trabajo: alargar con palabras lo que puede limitarse a citar un resultado escueto, así como el oficio del ciclista es pedalear, calcular y llegar a la meta. Sin crónica no hay llegada.

Alguien que ose recrear competencias ciclistas del pasado podrá romper el cerco de las adjetivaciones, la ampulosidad y el ansia de colocar a un deportista en el «olimpo» -a nadie en el gremio del periodismo deportivo le gusta la cruz; la omiten, aunque ella sea necesaria para alcanzar la gloria en el periplo escatológico- con un cúmulo de competencias llanas donde un pelotón de casi dos centenares de ciclistas se traslade de una ciudad a otra: sería la deriva de la escritura por la escritura misma, la reverberación de Barthes que, en su escritura, también se ocupó del Tour de Francia con esa mirada que parece novedosa aunque tenga más de sesenta años de aparecida; sería la fijación de un gremio de escritores de ciclismo en donde el ciclismo sólo sería un pretexto para escribir; aparecería, por fin, mi gran anhelo: un libro de doscientas páginas que, de lo aburrido y farragoso, parezca de mil.

Hoy ha sido un pretexto. O una obligación autoimpuesta para continuar con el diario, como ocurre con la gran mayoría de los días, independientemente de que haya o no un tour de Francia o una competencia ciclista.

El último de la clasificación general aún es Yevgeniy Fedorov, a un minuto y veinticuatro segundos de Moscon.

Diario del tour de Francia sin estar en Francia ni con los ganadores. Día 3

El último de la general, el último del día.

El sobrevalorado entretenimiento ha derivado en los resúmenes de tres minutos de carreras como la de hoy y ha desterrado a la paciencia; la venganza ya no sobrepasa a una respuesta acalorada en twitter. Ahora, hay que ser ocurrente; el que rumia un pensamiento, pierde.

El sobrevalorado entretenimiento produce que muchos trinen que lo de hoy fue un paseo: vienen los chistes y los memes en la comparsa del show del tour de Francia. Y, para afirmar esa condición lúdica y de relajación de la etapa, incurren en imágenes de los que pugnarán por la clasificación general; nadie se identifica con los  rezagados, los diarreicos o los últimos. Las grandes estrellas deportivas forjan una ilusión semejante a la de los protagonistas de los reality shows de comienzos de este siglo: reafirman la presunción de poder o inteligencia del espectador.

Pero lo que es un paseo para unos, es el camino del sufrimiento o la entrega a la derrota de otros. Hoy Fedorov ha confirmado su último lugar en el pelotón y ya está a más de un minuto del penúltimo de la clasificación -Moscón-. Si en un extremo de la tabla de ciclistas se tejen las consabidas novelas de suspenso, en el otro, donde se afirma el último, nace la historia de alguien que espera el final. Y yo prefiero esa espera, aburrida, plegada a preguntarse qué carajos hace alguien pedaleando en unas carreteras que hierven en el verano vasco a costa de su cuerpo y a cambio de dinero. La de arriba, la novela de los ganadores, liderada por Yates, tiene la estructura preconcebida de todo suspenso: el entretenimiento se somete a unas reglas para hacerse efectivo; el aburrimiento tiene infinitos caminos. Yevgeniy Fedorov y el aburrimiento son la tentación del infinito.

Diario del tour de Francia sin estar en Francia ni con los ganadores. Día 2

En la bifurcación de los tiempos se cifra la comprensión y el disfrute de un show como el ciclismo de carretera. Alguien que vea por primera vez una competencia por etapas, no entenderá por qué el que gana la refriega del día no coincide con el ganador absoluto y, por eso, haya un desfile de ganadores en el podio -mucho menos ampuloso que el de los automovilistas-. Al aburrimiento que le puede generar ver una hilera de personas licradas, se sumará la sensación de que es más difícil no recibir una distinción que tenerla.

Son dos tiempos que, al no coincidir, se desdoblan hasta forjar dos mundos: el de la etapa y el de la gran vuelta. Así, cada corredor se disgrega; por un lado está el que debe adaptarse a las estrategias de quienes pugnan por ganar en la prueba del día y, por otro, el de la clasificación general, que saldrá de la sumatoria del tiempo que emplea un humano durante 21 días para recorrer miles de kilómetros.  Alguien, con ampulosidad, puede escribir que todo ciclista es un Jano; desarrollará una crónica basada en el símil entre la figura mítica y el ciclista de marras -casi siempre el ganador o el que estuvo a punto de ganar- a partir de adjetivos  como «épico», con sus variantes genéricas, espaciales y temporales.

Hoy ya tenemos a dos últimos -y ellos, tan unianos, no tendrán oportunidad de vérselas con un doppelganger, al menos en las horas que dividen a una etapa de la siguiente-: el del día ha sido Jasper de Buyst, que llegó más de veinte minutos después que el ganador y pertenece al mismo equipo del que llegó último ayer (Lotto Dstny); el de la clasificación general se llama Yevegenyi Fedorov, a casi cuarenta y dos minutos de quien tiene la camiseta amarilla (Adam Yates).