Extraviada entre los fragmentos de un terrible sueño

Por: Nelson Barón.

por: Tim Green aka atoach.
«Atribución» Creative Commons.

Me dejas amarte para después dejarme
Sonel I
Aparecen Ely y Nelson en un lugar muy peligroso y está atardeciendo. Es quizá el barrio Santafé o una suerte de sector como el Cartucho, lleno de prostíbulos, ladrones, matones, indigentes, travestis y pensiones de mala muerte. Son casi las seis o las seis y cuarto de la tarde.
Elizabeth y yo estamos muy asustados, caminando por una calle, tratando de salir del sector. Le digo dame unos segundos, pero cuando doy vuelta ella desaparece. Salgo hacia el sector que creo que ella ha tomado, y no la veo. Avanzo en línea recta. Dos cuadras hacia adelante se ve un sector aún más deprimido, se trata de un inmenso caño de aguas negras,  cuya entrada tiene una especie de cerca abierta, como entrada de un potrero lleno de basuras.
Antes de llegar al lugar, en la primera cuadra, me encuentro con una casa que quizá está llena de rejas metálicas, y de pintura rosada, vieja, demacrada, que seguro es un prostíbulo de mala muerte. Afuera deambulan algunos indigentes, aunque más bien pocos, y a unos metros del antro rosado hay un soldado con ametralladora, haciendo guardia a la miseria. 

Avanzo hacia la cerca, es decir hacia el caño, y entonces por todo lado diviso indigentes, personas de la calle, todos en estado de drogadicción y postrados por la ruina. Eli no está, voy buscándolaExtr

Yo aparezco ahora con Rey y Bárbara,tratando de cruzar el tramo que está encima del caño que se ve abajo, a unos diez u ocho metros, atravesado frente a nosotros. Al lado de la superficie que bordea el caño, están estas personas  tendidas, drogándose, algunos dormidos y, alrededor de ellos, basuras, mierda, papeles, cartones, desperdicios de toda clase que produce la ciudad, sobre tierra sucia, arrasada, en las que se ve maleza y putrefacción. Es una superficie que bien podría ser una cuadra angosta y larga.

El caño está en la mitad como una gran piscina de miseria. Nosotros vamos atravesando el tramo que sirve de puente, y ellos nos miran, algunos con odio, otros con indiferencia. Apenas llegamos al otro lado hay que virar hacia la izquierda, un tramo equivalente a dos o tres cuadras, también de potrero y basura. Y la misma historia, personas de la calle, que sentimos que nos van a atracar o a matar. Lo único es que ya no es de noche, es como si fueran las dos de la tarde, pero la sensación de miedo persiste.

De repente, ya no vamos los tres solos, van quizá tres o cinco personas más. Hemos llegado al punto límite del caño de aguas negras, a su parte menos profunda. Alrededor hay pastizal podrido. Al frente, se ve el otro extremo, el otro lado del abismo, pero está muy lejos, en realidad es eso un abismo separado por aguas malsanas, la verdadera podredumbre. Y detrás de nosotros la presencia de la muerte en vida, o de la muerte muerte.

La distancia es como de más de cuadra y media. No sabemos cómo vamos a atravesar, pero el más desesperado del grupo, un señor alto de cachucha parecido al doctor Miguel Ronderos decide internarse en el caño que aunque carece de turbulencia porta la plenitud de la asquerosidad y la pestilencia de una ciudad metropolitana, uno de los puntos cumbres de su descomposición.

El hombre tiene casi todo el tronco metido en la mezcla del caño, y mi mamá, Rey y yo nos preguntamos en ese instante por la suerte de él y de nosotros, cuando adquiramos las peores y más funestas epidemias cuando hayamos cruzado ese estático, pero mortal río de mierda.

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