La receta del chimó de Pancho Cuevas
El Relato de Pancho Cuevas del escritor Umberto Amaya-Luzardo lleva por subtítulo: Una mina de historias. Este subtítulo hace justicia con lo que el lector encontrará a lo largo de las 134 páginas, o los 97 años, que se presentan en este relato contado por su propio héroe. Pero no solo es la vida de un hombre la que se cuenta en esta novela, sino la de toda una región desde la perspectiva de quien la recorrió a caballo durante casi un siglo. Esta es la región llanera, que abarca gran parte de Colombia y Venezuela, y que, sin embargo, en el país de Colombia, no ha sido tan retratada como otras zonas, margen que no solo es narrativa -incomprensible por otra parte en un lugar tan lleno de leyendas y folclore- sino que se trasluce en lo social, en cuanto el descuido que presenta en el orden de lo político y lo social ( ver: Verne sobre los llanos orientales) .
Existe una clase de conocimiento consignado en algunos libros que se define como «sabiduría mundana». Los textos que por lo general ofrecen este tipo de contenidos, van más allá del juego literario, la técnica narrativa o el poder retórico. Este tipo de relatos exponen conocimientos pragmáticos, auténticos y certeros. Los hay del tipo que ofrece instrucción militar (tipo Rambo o Starship Troopers), de cómo sobrevivir una sobredosis (Burroughs), hackear una red de teléfonos móviles en una zona específica (Cory Doctorow), hasta algunos que te dan consejos infalibles en el arte del amor y el erotismo (Como el maestro, Don Hernán Hoyos).
El relato de Pancho Cuevas brota a borbotones eso que llaman «sabiduría mundana». Llanero resabiado y conocedor de mundo, te expone desde el origen de la palabra gana’o por el Diablo, hasta cómo hacer para tener sexo con una catira o, si se prefiere, una mujer indígena.
No sin antes recomendar la lectura de este documento literario que retrata la vida en el llano, ofrecemos un extracto en el que se cuenta, con sabiduría de mundo, la preparación de esta jalea (que, valga decirlo, ha sido estigmatizada de manera infame por los medios tradicionales de Colombia – ver Un vicio que consume a los araucanos):
Cerquita a la Venturosa vivía un viejito que hacía el mejor chimó de todos los que se conseguían por todos estos charrascales. Una vez que terminamos el trabajo de llano, yo le dije que hiciéramos una siembra de tabaco. Me busqué a Luis Chávez y con él, sembramos mil quinientas matas de tabaco y el tabaco se dio bien bonito…! A los tres meses las matas nos daban a la altura del pecho, entonces las capamos para que las hojas se alargaran. Cuando las hojas cogieron suficiente tamaño , trozamos las matas y las dejamos al sol hasta por la tardecita. Ya habíamos hecho un caney con hojas de palma, recogimos las matas cortadas, las cortamos patas arriba y esperamos que las hojas se maduraran. Arrancamos las hojas y las sancochamos por aparte, cogimos los tallos y los sancochamos, también por aparte. Yo aprendí esa vez a hacer chimó: cuando el tabaco se está sancochando suelta una espuma y hay que sacársela; se descachaza, porque esa cachaza es la que hace daño. Después se deja espesar hasta que da el punto de melcocha. En la sabana hay una paja que le dicen Víbora, un pasto que cuando está retoñando es una espina que le jode las patas a los que andan descalzos. Bueno…, se arrancan raíces de víbora y se le echan al hervido y también se le echan hojas de yarumo. El yarumo es el que da el corte y las raíces de víbora el color bonito que tiene el chimó.
Relato de Pancho Cuevas
Umberto Amaya-Luzardo
Diciembre de 2009
ARFO Editores e impresores. Bogotá.
y como se hace actualmente
Quiero a prender hacer chimo
Gracias por el relato y los conocimientos