Somos guajibos y éramos por millones… por Umberto Amaya Luzardo

Los guajibos somos tan viejos como el mundo.
Somos guajibos y éramos por millones.
Los guajibos no solo habitaron parte de lo que es hoy Guainía, sino también lo que que es Vichada, Guaviare, Casanare, Meta, Arauca y los estados venezolanos de Apure, Barinas, Guarico, Amazonas, Bolivar y Guayana y se extendieron viajando en canoas por muchas islas de las Antillas.
Creo que no se le ha dado el verdadero reconocimiento a esta civilización a pesar de tener uno de los idiomas más completos del mundo.
Le recomiendo una historia “Vamos a flechar el cielo” que siendo completamente guajiba habla del día que los extraterrestres secuestraron los niños y de cómo ellos subieron al cielo y los rescataron.
Lo qué pasa paisano, es que decir “guajibo” es una ofensa para los que tienen mentalidad blanca, pero yo creo que guajibo es un orgullo; tengo parte de esa sangre por los lados de los “ maciguares”. Pero ellos habitaron mucho más, recuérdeme que los guajibos también habitaron la selva amazónica del Perú y de Brasil y llegaron a tener asentamientos en Paraguay, Bolivia y el norte de argentina, recorriendo ríos y selva, por que la cordillera era de los incas, que no conquistaron la selva por temor al paludismo.
Umberto Amaya Luzardo
Misterios de lo oculto: literatura, drogas y llano, con Umberto Amaya Luzardo
Umberto Amaya Luzardo nació San Lorenzo Arauquita en 1945 y murió en Kamasia, un planeta reemplazó la c por K como lo hacen los indios, en el año 2099. su única frustración fue no llegar al año 2100.

el ayatollah llanero y el loro de luto
En el segundo capítulo de «Misterios de lo oculto» se conversó delicioso con Umberto Amaya Luzardo aprovechando la ocasión del lanzamiento del libro «Somos Antología. Nuevo Cuento llanero» (Informes para la venta acá mismo en milinviernos).
La obra de Amaya consta, a saber, de estos volúmenes:
Primer libro publicado julio de 1997,
Crónicas Araucanas 2000
Pancho Cuevas
Ficciones de Llano y Selva
Voces Indias
Me Falta Uno
El hijo de Lina Luzardo
Encaramado en las nubes.
Y aparece en más de 30 antologías.
Un comentario sobre El Relato de Pancho Cuevas, por María Adelaida Velosa (sobrina del famoso cantautor boyacense: Jorge Velosa).
Un relato para ayudarles a recordar a los ancianos llaneros quienes son.
Se llega a un momento de la vida en que las palabras tienen la fuerza del viento para despertar la brasa que reposa en la memoria, para encender la hoguera del recuerdo, para alumbrar lo que en esencia somos.
Así son las palabras de Umberto Amaya en su relato de Pancho Cuevas, una candelada chispeante, que brilla en los ojos de los ancianos que las escuchan.
Recuerdo la atención plena que, los ancianos de un Hogar de Aguazul, prestaban al escuchar de mi voz las vivencias de Pancho Cuevas, un personaje mayor que ellos.
A veces, no había mucho que hacer en las mañanas, así que los pensamientos se desplazaban al estómago, apurando la sensación de hambre y empujando los pies cansados hacia el comedor, aunque todavía no fuera la hora del almuerzo, pero cuando me veían con el libro azul de Umberto Amaya era como si una pella de chimó les calmara el hambre, la sed, el cansancio. Era como un terrón de panela para los caballos después de la faena. Y se deleitaban con el relato, sus ojos apagados se iban encendiendo poco a poco, las sonrisas desdentadas se explayaban como el mañoco en el caldo y cada uno era Pancho Cuevas, cabalgando por la sabana, trabajando con él, de hato en hato, patroneando la canoa, escuchando la voz suave y musical de una mujer que evocaba los graznidos del garcero al atardecer. Cada uno volvía a florecer como la llanura después de las lluvias, gracias al aguacero de palabras que Umberto sabe dirigir como un ordeñador de nubes.
María Adelaida Velosa
Arauquitopia: una utopía literaria forjada en Arauquita
Arauquita, para el escritor araucano Umberto Amaya Luzardo: «Es la tierra del Cacao para los que tienen los pensamientos en la barriga y de la literatura para los amantes de la lectura».
Para datos históricos, simbólicos, geográficos, económicos y educativos, ahí les va compa el wikipedia: https://es.wikipedia.org/wiki/Arauquita
De estas tierras de chocolate y lectores, salen las antologías Arauquitopia I y II, derivadas del proyecto ONDAS , suscrito al ministerio de Ciencia de Colombia, pues comprende que en el estímulo a la escritura creativa también existe producción de conocimiento e identidad.
Esta revista literaria surge en la Institución Educativa Gabriel García Márquez bajo la dirección del profesor Pavel Eduardo Rodríguez.
La primera antología «una mirada de jóvenes escritores de la Orinoquía» comprende la producción de los estudiantes de dicho plantel.
Descarga_ «REVISTA LITERARIA»
La segunda antología, como lo anuncia explícitamente el título, es «una mirada de escritores profesores de la Orinoquía», de los profesores del mítico municipio.
Descarga_ Arauquitopia_Tomo_II.
En esta variedad de textos, mi favorito, como lo pueden imaginar, es el más «cósmico», y es un microcuento del profesor Andrés Aguiar, docente del Juan Jacobo Rosseau, llamado Planeta Vanidoso.
La invitación , por supuesto, es a leer todo este ramal creativo de maestros que se la juegan por la escritura en la ribera del Arauca Vibrador.
Los cerros imaginarios de Pto. Rondón. Media Crónica de Umberto Amaya
PUERTO RONDÓN:
Es tan llanero Puerto Rondón, que en el parque principal hicieron un arrume de tierra para que la gente tuviera noción de lo que es un cerro; también construyeron un faro con escaleras amplias y desde allá arriba la gente mira el pueblo, el río y la llanura infinita como si estuvieran encaramados en una colina.
Se llamaba “El PADRE” porque corre una brisa permanente, pero los que precisan de sangre humana para sobresalir por cultos y patrioteros, le cambiaron ese bonito nombre y le pusieron el de un lancero negro que trajo Bolívar para matar indios chibchas en Boyacá y, dato curioso, es en Boyacá donde más se le rinde culto a Bolívar. Aun así, en el parque de El Padre, colocaron una estatua del coronel Rondón, el pelo ensortijado y el caballo, con una pata levantada lo que indica que el personaje fue herido en batalla y a consecuencia de esa herida murió. En efecto, Juan José Rondón, hijo de esclavos libertos, en la batalla de Naguanagua (Venezuela) sufrió una herida leve en un pie, se le infectó y de eso murió. La estatua tenía una espada en la mano, pero un fanático de la historia la quebró, argumentando que Rondón no era de espada, sino de lanza.
A Puerto Rondón, en una bonita idea le construyeron un paseo perimetral que bordea el río Casanare, le pusieron monumentos inspirados en el llano: una canoa, una tinaja, y un grupo de aves que a diario se ven en la sabana, le hicieron una ciclo ruta y uno quiere estar todo el día, recibiendo la brisa llanera o metido en el río, que en la época del verano lo más profundo llega apenas al pecho y tiene en la mitad un hermosa isla con su playa de arenas finas.
Tengo toda la intención de regresar y escuchar a sus personajes floridos como el hombre del libro enorme y doña Angelina Franco, que tiene su casa en el barranco del río Casanare, dándole la bienvenida y la despedida a todos los que viajan; entregándoles el cariño y la sinceridad de su corazón llanero. Y es tan bonita su relación con los demás, que todos los que pasan por su casa, de puro cariño también, le arriman un racimo de plátano, un queso o una gallina.
Iré a Puerto Rondón a escuchar a su gente, porque a mirar ya lo hice, y porque una crónica sin el componente humano solo es media crónica
UMBERTO AMAYA LUZARDO
2021
Andrés Felipe Escovar Encaramado en las Nubes de Umberto Amaya

Amaya y Escovar: La lectura y el comentario son la extensión virtual de la conversación
Escribe Andrés Felipe Escovar a propósito del último libro publicado por el escritor araucano Umberto Amaya Luzardo:
El infierno, como ardid del paraíso para corroborarnos que no existe, nos tiende otra trampa: la dicha; por eso, en la realidad más explícita, no hay posibilidad de que ella aparezca. La promesa de algo feliz tampoco se da en el reflejo del infierno bazuquero pero la sensación de volver a probar eso que se promete pero jamás será cumplido, instiga a la esperanza: las promesas crecen cuando no se cumplen y jamás pierden su sustancia inacabada: la mejor forma de sustraerse del tiempo que nos erosiona es no cumplir lo prometido para así prolongar eso que se promete y mantener viva la llama de lo que se espera porque, cuando esto se materializa, siempre hay desilusión.
El texto completo se puede leer en el siguiente enlace de la REVISTA CORÓNICA (agradecemos a Juan Pablo Plata, el haber permitido un espacio para el mismo):
Este texto se leyó el jueves 19 de noviembre para abrir el conversatorio/presentación del libro en la Casa Fiscal de Arauca .
Acá unas preguntas que Cermeño le formuló antes del evento:
La Viuda Isamar: por Favían Omar Estrada V.
La viuda Isamar
Favián Omar Estrada Vergel
- La tragedia
Después de intensas batallas traficando en el abismo del dinero rápido, rodeados de fiestas, joyas, obras de arte, plumas de garza, animales exóticos, etc., decidimos volver al país para quedar lejos de unos enemigos, en extremo peligrosos, que ganó mi esposo Yasar al liquidar a un naviero egipcio en unos confusos acontecimientos, cuyos detalles describiré fundamentada en la ligera versión de mi marido, porque, con toda honestidad, sólo los conozco en parte, y —haya sido o no en su propia defensa— sucedió para desgracia nuestra.
Era ese fulano marinero un socio ocasional de una de tantas correrías arriesgadas, quien intentara un día a punto de zarpar asesinarnos para quedarse para él solo —el cretino— con un botín de joyas con destino al mercado negro de Singapur (obviamente eran robadas). El día anterior a los hechos, en el puerto, en algún corrillo de marineros ebrios, un comentario fortuito que hizo otro navegante pudo intrigar a tiempo a Yasar, que no era ningún pendejo. Se dio cuenta de que el socio traidor, habiendo perdido bastante en los naipes, dejó en prenda de garantía su embarcación a otro salvaje de éstos. No sé cuánto fue la suma, o no lo recuerdo, pero sí que debía saldarla con término perentorio. Decidió mi esposo, por simple malicia, llevarme a otro refugio y aguardarlo en la oscuridad material del camarote donde dormíamos.
Aproximándose la medianoche —según Yasar—, estando él agazapado aguaitando en un oscuro rincón, oyó el quejido oxidado de los goznes: la puerta del lugar se entreabrió, sin duda era el egipcio que entraba. No quitaba mi esposo los ojos de aquella entrada y lo reconoció de inmediato por el olor de sus carnes a perro triste y su silueta desvaída de zancajoso ebrio. Oyó luego el chirrido de las alguazas del baúl y por el trasegar lo imaginó escarbando a fondo, hasta cuando cesó el remolino y la tapa de cedro cerró de golpe. El botín, a buen tiempo sustituido por joyas postizas de cristal de viejas botellas, flotaba ahora en las manos ladronas. Yasar sostenía la respiración rastreando los movimientos burdos del maldito, que iba caminando sigiloso en dirección al lecho nuestro, luego su silueta alzaba un puñal y, frecuentemente, lo enterraba y volvía a sacar, energúmeno y funesto como un diablo, contra el frío cadáver de un cordero de buen tamaño acomodado adrede bajo las mantas que yo más amaba. El naviero, agotado e inquieto ante tanta frialdad junta, retiró la cobija y descubrió el montaje, de cuya imagen pudo comprender un poco menos que nada porque las peludas y fuertes manos de Yasar, a modo de tenazas de acero, pasaron una delgada cuerda alrededor de su cuello: la asfixia le disipó las imágenes y las tinieblas del cuarto se le refundieron, acaso, con las del infierno.
Debimos huir para librarnos de una muerte cantada por cuenta de la familia del difunto, dispuesta a vengarlo al precio que fuere. Debieron de buscar sin ceder al cansancio hasta en los últimos rincones de la ciudad, pero mi marido y yo habíamos embarcado en otro navío con rumbo fijo a ninguna parte. En todo caso, atracamos en España donde permanecimos hasta cuando el agobio de la clandestinidad nos enfermó y decidimos, disfrazados de menesterosos, regresar hacia Cartagena de Indias a buscar un nuevo refugio. Estuvimos viviendo un buen tiempo en casa de un juglar amigo, donde disfrutamos de grandes parrandas y con amistades sinceras, pero fuimos enterados de la presencia de extraños, merodeando.
Anduvimos a manera de peregrinos por otros pueblos y ciudades cercanas, donde unas veces éramos gitanos videntes y, otras, vendedores de libros. Sin duda la Costa Atlántica no era lo mejor porque el mar nos mantendría cerca de nuestros enemigos. Muy pronto estuvo Yasar intensamente agotado de sobresaltos y escondrijos, sobre todo de arrastrar de un lugar para otro, camuflada en seis costales de fique, una fortuna peligrosa que quieres gastar y no puedes.
Inventar un lugar tierra adentro, ausente de la vida ruidosa, fue la primera ocurrencia en la exploración de lo deseado. Recorrido medio país de acá y medio de allá por rutas inclementes y trochas imaginarias (en barcos de vapor o automóviles), atravesados caños de lodo y ríos encantados e infestados de cuanta bestezuela pare la tierra (en embarcaciones de aborígenes) y, por último, sumergidos en montes intrincados sobreviviendo al asedio pernicioso de fiebres caniculares (sobre incómodos lomos de mulas), descubrimos el imponente océano de las llanuras orientales: un paraíso de pampas radiantes tal como las habíamos imaginado juntos en nuestros sueños, construidos con retazos de las historias desdibujadas de los traficantes italianos.
Arribamos a una población de aire arcano y legendario, en medio de la geografía fronteriza de dos países. Confieso que me costó —no sólo tiempo sino también esfuerzo— entender a cuál pertenecía, y sólo lo vine a saber porque Yasar, con la indulgencia de un sabio maestro de escuela, me lo señaló por tanteo y error en un mapa, diciéndome está aquí de este lado, y lo marcaba con el dedo en el atlas, y yo le decía: parece de allá. Él reía estallado y decía luego: parece de ninguno. Por eso creyó que nunca iban a encontrarnos. Yasar estaba enamorado hasta del oxígeno que respiraba, y, en lo que a mí concierne, parecía un sueño cumplido: era el lugar fastuoso y perfecto donde tendríamos seis hijos y viviríamos felices para siempre. Así que, con las alforjas llenas de oro y joyas, llegamos negociando fanegadas de tierras y ganados que en poco tiempo vimos reproducir igual que el pasto verde en las praderas fértiles. Mi astuto marido combinó la ganadería con la extracción de pieles, mieles, aceite de palo de copaiba, caucho y plumas de garza, que luego intercambiaba por oro y mercaderías que revendía multiplicando por mil. Hizo construir en el pueblo llanero una mansión amplia y ostentosa, sujeta a mis caprichos, y una estancia cómoda en la hacienda, y ordenó el arreglo de la escuela y la iglesia, con lo que se ganó el aprecio de la gente del lugar.
Pero contrario a todo deseo, el pueblo en realidad estuvo lejos de ser el remanso soñado. Una mañana, con las primeras luces del alba, mientras retozábamos dichosos y desnudos en la cama con una de nuestras amantes compartidas, advertimos los golpes del aldabón sobre el portón. Una sirvienta asomó con el recado de que requerían a Yasar, y él bajó. Jamás desatendía sus negocios ni hacía esperar a ninguno mucho tiempo, así fuera para atender al más insignificante de los hombres. Bajaba siempre a saltos con el arma en el pantalón, pero esa vez no lo hizo, imagino que por un asalto de abandono y confianza, porque sólo llevaba encima el quimono sedoso de levantarse. Desde la bañera oí el alboroto de la discusión y una detonación fuerte y seca que creó un eco lánguido durante unos segundos.
Desorientada, ansiosa y aturdida corrí escalera abajo. Recuerdo que me torcí un tobillo y caí rodando los dos últimos escalones, alcé la cara y reconocí a Yasar como una sombra a los pies del criminal, cuyo vistazo terrible de insolentes ojos amarillos me envolvía toda. Jamás podré olvidar su perfil de rata inconfundible. Yasar tenía la quijada desviada, en su boca había una mezcla de saliva y sangre escanciada amenazando escurrirse en cualquier instante. Su cuerpo grande yacía sobre una mancha roja, caliente y espesa igual que una jalea. No murió de inmediato, ésa fue la peor parte. El plomo en la cabeza le deshizo una oreja, le desbarató cierta parte del cráneo y le dejó un agujero como una boca gritando por donde entró mi mano asustada tratando de evitarle la hemorragia, quedando mi esposo vegetativo y avejentado, hasta que una tarde distante la muerte se lo cargó marchito y encogido, semejante a un muñeco de trapo.
LAS VALIENTES TAMBIÉN ME GUSTAN — Umberto Amaya L.
LAS VALIENTES TAMBIEN ME GUSTAN
Umberto Amaya Luzardo
Arauca, octubre 16 con calor de medio día.
Carajita: Deja que te llame carajita para que así, con un poco de intimidad pueda contarte mejor las cosas. Contarte por ejemplo que el lunes al caer la tarde te vi por primera vez, y el miércoles en la mañana se formó el mierdero. Ese lunes lo tengo claro, pasaste rozando el puesto de las empanadas pequeñitas que venden a solo trescientos pesos. Yo estaba ahí parado mirándote y en la alegría de ver una catira bonita, te sonreí y tú, con una sencillez que casi me congela, me devolviste en lazo abierto tu sonrisa.
–Prueba una, yo invito– te dije, y me respondiste que no. Pero insistí pidiendo que por favor la aceptaras para no sentirme despreciado –Si quieres mejor llévate diez, que yo con gusto las pago. –Llévaselas a los presos, que ahí no más queda la cárcel– te dije, casi que con autoridad. ¿Te acuerdas?
–El miércoles entendí por qué te gustó la idea y por qué me aceptaste las empanadas que te dieron en una bolsa de papel con la parte de abajo transparente de manteca. Te las entregaron, sacaste una y la mordiste comprobando que son pequeñitas pero deliciosas. Unos segundos no más te vi a los ojos y quedé sorprendido, porque las catiras de estos lados son marmoleñas y de ojos claros y otras más escasas todavía, tienen ojos de candela en marzo, pero los tuyos son diferentes, tienen un verde intenso color retoño.
Te vi las tetas mal escondidas en la camisa y se convirtieron en un imán para mis ojos; tú lo notaste y poniendo el semáforo en verde, me dijiste con picardía de cómplice: -las tengo un poco grandes, pero con una plata que voy a recibir les voy a disminuir una talla. Lo dijiste por mamar gallo y mamando gallo te respondí: –No, yo te pago la operación, pero no para que te las disminuyan sino para que te las agranden, que a mí no me gusta acariciar sino amasar con furia- te dije, feliz de encontrar una mujer como tú, sin escrúpulos de monja ni vergüenza genital, pero sentí en tus palabras la necesidad que tiene todo recién llegado de poder comentar con alguien afín sus emociones, y vi también en el fondo de tu alma el vaso de angustia que debías beber. Quiero decir con esto, lo que el olfato me dijo, que no habías llegado al pueblo a turis-vagabundear sino que en algún cruce serio te movías. Por eso, no te pregunté el número telefónico, además, no cargabas celular, yo me di cuenta. Te pedí el correo y en un pedacito de la bolsa que no estaba enmantecado lo apuntaste y todo sucedió como en esos amores ridículos, en que los acercamientos jamás pasan de besito en la mejilla, y es verdad, entre nosotros no ha pasado nada todavía, pero en el pueblo sí, en el pueblo se formó el mierdero y fuiste tú la protagonista.
Antes que todo eso sucediera yo tenía ya tu dirección electrónica, que escribir por internet es mi fiebre, porque en la escritura tiene uno la intimidad y el encanto de rumiar las palabras, en cambio con el teléfono debes ser más repentista y estás siempre peleando con los minutos y cuando no estás acostumbrado te atoras, y como en el amor, hasta las palabras se acaban. Pero mi vicio es intercambiar mensajes largos con mis amigas cibernautas y las que por pereza empiezan mandando frases de Pablo Cohelo, o grupos de oración en cadena, les doy el preaviso y si insisten en sus pendejadas y en su contaminación visual, les cierro los vidrios. Y en esta vida de peregrino que me ha tocado, cuando paso por los pueblos busco las peladas que se escriben conmigo y les hago la visita.
Paisajes de la sabana araucana en Sinfonía del Veguero
Sinfonía del Veguero es un corto dirigido por Will Sánchez, con música incidental del grupo Chimó Psicodélico, que presenta, a través de imágenes cotidianas del mundo sabanero en Arauca, todo un universo de colores y vida; así, el espectador del video se transporta a unos territorios pocos conocidos, fragantes de anhelos y sueños del llano grande.
La descripción del video:
Se trata de introducir al espectador en un mundo de imágenes y sonidos. En La sinfonía del vegueroel gran personaje es la sabana, inmensa y bella como ninguna, donde se viaja a través de retazos fragmentados de la vida diaria en las inmensas Llanuras; un viaje colorido que pretende suscitar emociones.
La receta del chimó de Pancho Cuevas
El Relato de Pancho Cuevas del escritor Umberto Amaya-Luzardo lleva por subtítulo: Una mina de historias. Este subtítulo hace justicia con lo que el lector encontrará a lo largo de las 134 páginas, o los 97 años, que se presentan en este relato contado por su propio héroe. Pero no solo es la vida de un hombre la que se cuenta en esta novela, sino la de toda una región desde la perspectiva de quien la recorrió a caballo durante casi un siglo. Esta es la región llanera, que abarca gran parte de Colombia y Venezuela, y que, sin embargo, en el país de Colombia, no ha sido tan retratada como otras zonas, margen que no solo es narrativa -incomprensible por otra parte en un lugar tan lleno de leyendas y folclore- sino que se trasluce en lo social, en cuanto el descuido que presenta en el orden de lo político y lo social ( ver: Verne sobre los llanos orientales) .
Existe una clase de conocimiento consignado en algunos libros que se define como «sabiduría mundana». Los textos que por lo general ofrecen este tipo de contenidos, van más allá del juego literario, la técnica narrativa o el poder retórico. Este tipo de relatos exponen conocimientos pragmáticos, auténticos y certeros. Los hay del tipo que ofrece instrucción militar (tipo Rambo o Starship Troopers), de cómo sobrevivir una sobredosis (Burroughs), hackear una red de teléfonos móviles en una zona específica (Cory Doctorow), hasta algunos que te dan consejos infalibles en el arte del amor y el erotismo (Como el maestro, Don Hernán Hoyos).
El relato de Pancho Cuevas brota a borbotones eso que llaman «sabiduría mundana». Llanero resabiado y conocedor de mundo, te expone desde el origen de la palabra gana’o por el Diablo, hasta cómo hacer para tener sexo con una catira o, si se prefiere, una mujer indígena.
No sin antes recomendar la lectura de este documento literario que retrata la vida en el llano, ofrecemos un extracto en el que se cuenta, con sabiduría de mundo, la preparación de esta jalea (que, valga decirlo, ha sido estigmatizada de manera infame por los medios tradicionales de Colombia – ver Un vicio que consume a los araucanos):
Joropódromo 2014 en Arauca

- Representación de la reina
- Grupo de ancianos danzantes
- Tarima con grupo típico
- Escena antes del inicio
- Zapateo criollo
- Grupos de niños bailantes
- Desde Villavicencio
- Las macheras del llano
- «Excelsior» y Amín Castellanos de «Chimó Psicodélico». renovadores de la música llanera
- Atardecer llanero
- Delegación de Saravena
- El evento cerró en la Alcaldía
Lo mismo que la Samba, el baile tradicional llanero del Joropo también cuenta con su desfile de escuelas de danza. Este evento se ha vuelto tradicional en las vísperas de las fiestas de la ciudad de Arauca, que se celebra el 4 de diciembre de cada año. En esta celebración de baile y folclor se reúnen varias generaciones, pueblos y regiones del llano que traspasan fronteras (de Colombia y Venezuela), tipos distintos de baile (unos más «autóctonos», otros más experimentales) y sobre todo, diferentes formas de ser llanero y habitar sus horizontes infinitos.
Este es un pequeño reportaje gráfico que pretende promover y difundir esta bonita actividad. Como dijo el chigüiro superatómico: me dieron ganas de zapatear hasta el centro de la Vía Láctea, camarita.