Somos guajibos y éramos por millones… por Umberto Amaya Luzardo

Los guajibos somos tan viejos como el mundo.
Somos guajibos y éramos por millones.
Los guajibos no solo habitaron parte de lo que es hoy Guainía, sino también lo que que es Vichada, Guaviare, Casanare, Meta, Arauca y los estados venezolanos de Apure, Barinas, Guarico, Amazonas, Bolivar y Guayana y se extendieron viajando en canoas por muchas islas de las Antillas.
Creo que no se le ha dado el verdadero reconocimiento a esta civilización a pesar de tener uno de los idiomas más completos del mundo.
Le recomiendo una historia “Vamos a flechar el cielo” que siendo completamente guajiba habla del día que los extraterrestres secuestraron los niños y de cómo ellos subieron al cielo y los rescataron.
Lo qué pasa paisano, es que decir “guajibo” es una ofensa para los que tienen mentalidad blanca, pero yo creo que guajibo es un orgullo; tengo parte de esa sangre por los lados de los “ maciguares”. Pero ellos habitaron mucho más, recuérdeme que los guajibos también habitaron la selva amazónica del Perú y de Brasil y llegaron a tener asentamientos en Paraguay, Bolivia y el norte de argentina, recorriendo ríos y selva, por que la cordillera era de los incas, que no conquistaron la selva por temor al paludismo.
Umberto Amaya Luzardo
Reseña: A los siete años, de Umberto Amaya
A los siete años.
Reseña de «El Hijo de Lina Luzardo» (Umberto Amaya)
por Dadán Amaya.
A los siete años, cuando el mundo es tan nuevo que muchas cosas carecen de nombre y para referirse a ellas hay que señalarlas con el dedo, se vive una época memorable. El niño es capaz de maravillarse con cualquier cosa y al mismo tiempo es ya tan perspicaz como para comprender, entrever el mundo que se descubre a cada paso. La curiosidad y el asombro están a la orden del día. Esa mezcla de inteligencia e ingenuidad que permite experimentar la alegría y la belleza, reconocer la maldad cobarde, sentir el miedo y la tragedia es la poesía en su estado original. La vida misma es un conjunto de impresiones. El mundo sabe, huele, suena y brilla por doquier y las cosas se graban en la memoria con el vigor de aquello que comienza.
Una impresión es la marca que deja algo, la combinación de percepción y las emociones que la acompañan, que se graba en la memoria para convertirse en parte de la base con la cual se juzgan y valoran cosas que en la vida irán apareciendo. Evocar en la memoria los recuerdos de la infancia no sólo es hablar de la cosa sino también de todas las emociones que ella evocaba. Es más que el sabor de la limonada de panela, es el sabor de la casa, del cariño materno, del reposo y la sensación de hogar y refugio.
Narrar estas impresiones es entonar un canto a la vida, como el que entona en su libro «El hijo de Lina Luzardo» Umberto-Umberto, mi padre, al que, tras leer en esta ocasión, conozco un poco más.
La llama{ra}da del Festival de Artes y Lectura de Saravena 2018

Llanura, yo soy tu hijo, trátame como mi madre.

Algunos asistentes febriles:

Con mis tíos escritores locos en el parque de Saravena. Como decía Piglia: la vocación literaria es algo que se hereda de tíos a sobrinos.
Más tarde nos encontramos finalmente en el parque central, como si se tratara de una predestinación de fabuladores de las mil y una noches sarareñas que están por contar. Después de tomar unos buenos shots de esperanza, nos encontramos a la responsable de toda esta locura, una señorita del Santander llamada Tatiana Muñoz Pardo, y fuimos con ella a disfrutar de las suculentas empanadas de un primo mío que alguna vez ostentó el prestigioso título de ser el hombre más gordo de la región araucana. Debo decir que estaba obnubilado con lo que Polo Montañez llamó alguna vez «un montón de estrellas».

La receta del chimó de Pancho Cuevas
El Relato de Pancho Cuevas del escritor Umberto Amaya-Luzardo lleva por subtítulo: Una mina de historias. Este subtítulo hace justicia con lo que el lector encontrará a lo largo de las 134 páginas, o los 97 años, que se presentan en este relato contado por su propio héroe. Pero no solo es la vida de un hombre la que se cuenta en esta novela, sino la de toda una región desde la perspectiva de quien la recorrió a caballo durante casi un siglo. Esta es la región llanera, que abarca gran parte de Colombia y Venezuela, y que, sin embargo, en el país de Colombia, no ha sido tan retratada como otras zonas, margen que no solo es narrativa -incomprensible por otra parte en un lugar tan lleno de leyendas y folclore- sino que se trasluce en lo social, en cuanto el descuido que presenta en el orden de lo político y lo social ( ver: Verne sobre los llanos orientales) .
Existe una clase de conocimiento consignado en algunos libros que se define como «sabiduría mundana». Los textos que por lo general ofrecen este tipo de contenidos, van más allá del juego literario, la técnica narrativa o el poder retórico. Este tipo de relatos exponen conocimientos pragmáticos, auténticos y certeros. Los hay del tipo que ofrece instrucción militar (tipo Rambo o Starship Troopers), de cómo sobrevivir una sobredosis (Burroughs), hackear una red de teléfonos móviles en una zona específica (Cory Doctorow), hasta algunos que te dan consejos infalibles en el arte del amor y el erotismo (Como el maestro, Don Hernán Hoyos).
El relato de Pancho Cuevas brota a borbotones eso que llaman «sabiduría mundana». Llanero resabiado y conocedor de mundo, te expone desde el origen de la palabra gana’o por el Diablo, hasta cómo hacer para tener sexo con una catira o, si se prefiere, una mujer indígena.
No sin antes recomendar la lectura de este documento literario que retrata la vida en el llano, ofrecemos un extracto en el que se cuenta, con sabiduría de mundo, la preparación de esta jalea (que, valga decirlo, ha sido estigmatizada de manera infame por los medios tradicionales de Colombia – ver Un vicio que consume a los araucanos):