Ficción que rinde cuenta del terror histórico: un encuentro con Los Once.

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William Faulkner decía: «La ficción en ocasiones es el mejor hecho». Siguiendo este pensamiento, el colectivo de ilustradores Sharpball ha apostado BAkqMA9CcAAIqPy.jpg-largepor crear LOS ONCE, una Novela Gráfica de memoria colectiva colombiana por Crowdfunding alrededor de La Toma del Palacio, del año 1985.

Los Once está conformado por tres artistas: José Luis Jiménez, Miguel Jiménez y Andrés Cruz. Recientemente se integró al grupo Laura Ubaté Gonzáles, como manager.

Cuando nos encontramos en la estación de servicio, tuve la misma impresión con Miguel que la que luego  tendría con Laura. Una suerte de reminiscencia. No me sentía muy bien de salud y me preguntaba si mi cerebro se estaba poniendo demasiado flojo y no quería asimilar la información nueva, procesándola como información antigua; es un poco la explicación que desde las neurociencias dan a fenómenos como el Deja Vu. Bueno, resulta que a Miguel lo había conocido en otra época de mi vida, gracias a una amiga en común, a la que en la Universidad llamábamos La Guapa.

 Miguel Jiménez me recordó por un momento a un amigo mío de la adolescencia que también se llamaba Miguel. Miguel también poseía esa vena de artista, idealista, casi poética, que uno puede sentir en este nuevo Miguel. Mi amigo Miguel quiso estudiar Diseño Gráfico, pero pronto tuvo que abandonar sus estudios por el alto precio que representa una carrera de este tipo. Lo peor son esos profesores que creen tener la autoridad para reprobar a sus alumnos, sin ver el gran esfuerzo y la batalla que muchas veces acarrea optar por un sueño profesional, en un país en donde al artista se le subvalora y en donde es tan fácil perderse en los caminos de la desesperación. Tienen que irse del país, a buscar trabajar, abandonando sus sueños de realización personal para trabajar como empleados de servicio en los llamados países del primer mundo.

A Laura la conocí hace varios años, pero aunque su cara me fue familiar no podía asegurar bien de dónde provenía. Fue ella quién recordó que nos conocimos en un taller de novela.  Como es costumbre en estos talleres la concurrencia femenina no es masiva. Recordaba un par de colegialas que iba en uniforme, y recuerdo con asco cómo los participantes de este taller se quedaban atentos a ellas con las peores miradas.  Según mi experiencia, los talleres de novela no sirven para nada, pero nunca faltan los gilipollas que creen que es el mejor sitio para buscar ir de  ligue. No me importa comprobar esas cosas, me aburren. Es conmovedor ver un grupo de fenómenos deformes al acecho de las colegialas que ya no se impresionan con ese tipo de cabezones. De todos modos, allí estaba Laura y resulta que me dijo que ella era una de las chicas que iba con uniforme; entonces pensé en la otra muchacha, preguntándome por su suerte, pero no le pregunté; de todos modos, cómo crecen las chicas hoy día;  pero han pasado los años, tal vez yo también me vea demasiado decrépito, pero ella se veía grande, es decir, mayor de lo que pensé jamás encontrarla. Ella era la manager de Los Once.

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Sharpball propone reconstituir las 27 horas más oscuras de la historia reciente de Bogotá, que pesan como una singularidad sobre la memoria colectiva. Singularidad se refiere en física a los eventos que carecen de explicación válida según la reglas, como el caso de los agujeros negros, en donde no aplican las leyes conocidas regulares en el espacio-tiempo como la curvatura. La ficción sirve como vehículo para «llenar ese espacio de la fábula». Cuando la pregunta insistente es saber qué pasó realmente, en el caos en que fallecieron tantas personas, reconstruir los hechos puede servir de catarsis para exorcisar todos el terror.

Encarar a través de la novela gráfica el pasado, es trascender a través de la creatividad los hechos. Proyectos que emprenden jóvenes sobre estos temas tan delicados por lo general reciben un tácito rechazo por otras generaciones, por lo general camuflado a través de la sugerencia de no contar con una investigación exhaustiva. «Uno no se mete a esto sin haber tenido la suficiente investigación», expresó Andrés, con un gesto como el de quien está cansado de explicar la misma cosa varias veces, y lo entiendo, porque es aburridor que de entrada quieran desestimar el trabajo de uno sugiriendo poco profesionalismo. Los Once efectivamente sí tienen apoyo documental, necesario para la veracidad del relato, lo que los ha llevado a tener un contacto permanente con las familias de las víctimas y establecer un diálogo en  constante retroalimentación con ellos. Estas familias son la fuente de primera mano de su investigación, y así mismo la razón del proyecto. Esto no quiere decir que Los Once  tengan intereses de hacer un documental, su propósito deliberado es generar una ficción, capaz de llegarle a un público joven y también apuntándole a las personas que les interesa el cómic, la novela gráfica y la ilustración.

La Toma al Palacio de Justicia es un tema que de entrada toca fibras, con muchos intereses mezclados de por medio; esta es la dificultad de tratar de elaborar una memoria colectiva alrededor de lo que no se sabe nada. Los Once no intenta justificar, de ningún lado u otro,  lo ocurrido, su intención es tratar de narrar una historia con las personas involucradas en el conflicto en medio de una situación de pánico extremo. Tampoco trata de brindar respuestas. Considero que la buena ficción jamás pretende dar respuestas. La pretensión es ofrecer otro tipo de historia ayudados por la narrativa que brinda la estética del cómic y la novela gráfica.

Hacer un cómic fue un sueño, como fanáticos,  de los tres artistas de Los Once. Para este libro ellos quisieron rendir homenaje a los cómics que los inspiraron. El uso de la técnica a blanco y negro se la deben a su gusto por Sin City, de Frank Miller; la idea contar a la manera de fábula viene de La rebelión en la granja de George Orwell; y prescindir del texto, se lo deben en parte al trabajo de Justin Green en  Binky Brown. Por supuesto, Maus de Art Spiegelman, es una influencia aunque con muchas diferencias, empezando porque carecen de la narrativa escrita del polaco, no es autobiográfica y no hacen separación de animales según razas o roles.

En Los Once todos los personajes son ratones enfrentándose contra un gran monstruo polimorfo, quien a su vez es un personaje despersonificado: es la (des)personificación del terror, del mal absoluto y el caos. Esta metamorfosis es la violencia que siempre vuelve con nuevas caras, a veces insospechadas.

La novela visual resulta ventajosa en la narrativa de Los Once, puesto que de una manera muy animada pone en escena la acción del momento, la desesperación y la angustia. Esto, sumando la carencia de texto, hace ver que Los Once tienen una aspiración de comprensión universal. Cualquier persona del mundo puede ver esta novela y sentir el miedo de los personajes, sin necesidad de tener de trasfondo toda la explicación histórica que a veces vuelve tan abstractos los hechos, restándoles muy a menudo el interés humano natural que existe en una tragedia monumental como esta.

Los Once hacen una apuesta por La Chevre, una plataforma colombiana de proyectos que buscan financiación colectiva; según ellos dicen: «asumiendo todas las ventajas y riesgos que esto representa».  Aprovechando la cresta que se formaría alrededor de una inicitativa de este tipo, una suerte de kickstarter criollo, podrían captar mayor atención, en especial al ser el primer cómic financiado de esta forma en el país . En este sentido, Los Once confiesan tener un romanticismo propio de la época, en cuanto emprender un proyecto de crowdfunding en Colombia significa brindarle a la gente que los conoce la posibilidad de darles un voto de confianza.

Para los responsables de Los Once lo más intenso aún no ha llegado. Lo más difícil, según ellos, será el día en que finalmente muestren el producto. Las posiciones que generarán. Si el crowdfunding de ellos estalla, muchos más artistas seguirán su ejemplo viendo que es posible financiarse de una manera colectiva sin perder aquello tan fundamental que es la independencia.

Para Los Once lo más interesante de esta experiencia ha sido precisamente lo que ha sucedido más allá del mismo crowdfunding virtual. El apoyo que han recibido de las personas que han  conocido su proyecto y sobre todo el esfuerzo de hacer una financiación de este tipo aplicada al contexto colombiano; lo que significa necesariamente en buscar maneras creativas de recaudo de fondos en un país donde el comercio electrónico es muy minoritario.

Financiación creativa para Los Once significa volver a las viejas prácticas comunitarias del bazar en el parque, «aportar para la vaca», hablar con el vecino de la tienda. Es networking real dentro y fuera de Internet. Como la vez que llevaron una alcancía de marrano pintado con el logo de Los Once a un concierto de rock y allí convencieron al 90% del público a donar así fuera el monto de una moneda. Esto les demostró que tienen el respaldo del público, y que la voluntad de apoyo es lo que los mantiene firmes.

Me despedí de mis nuevos amigos pensando en que la red siempre ha estado. La gente se desilusionó de Internet porque vieron que eran pocos realmente los arriesgados a desembolsar su tarjeta de crédito en un mundo que resulta tan agresivo, en el que al menor descuido se puede perpetrar y ser hackeado. La idea de buscar donaciones por Internet se volvió tan supersticiosa como apostarle al chance. Y sin embargo todavía hay gente que le apuesta al chance todos los domingos. Al señor del gorro rojo le compran y éste vive de su comercio. No hemos sabido usar la red, pensaba. Ahora conozco muchos negocios que se mantienen a través de Internet,  con modos de pagos alternativos a los que nos ofrecen en principio, que son bastante escasos y realmente inseguros. Pay pal, visa, master card, sirven pero no todos los tenemos. Hace un año que compro en librerías que se instalaron en facebook, esto me ahorra el tener que ir hasta el agáchese y me llega una buena selección de libros, en donde transo  el dinero con el mensajero de la moto.  La burbuja nunca fue tal por acá, pero yo creo que Los Once son unos Galileos que pueden demostrarnos: eppur si muove.

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