EL CUERPO MONSTRUOSO: Desde Frankenstein hasta el Centípodo humano
A propósito de la celebración mundial de los 200 años de la novela Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley, compartimos el breve excurso de Luis Cermeño en el marco del conversatorio CYBERCULTURA, TRANSMEDIA Y CUERPO llevado a cabo el día junio 13 de 2016 en el Centro de Arte Contemporáneo del Minuto de Dios. Agradecemos a la plataforma colectiva Red Project por su invitación.
El cuerpo monstruoso.
Por: Luis Cermeño
El abuelo de Charles Darwin, Erasmus Darwin, fue un perpetuador de la teoría de la evolución de Lamarck, en la cual la naturaleza orgánica y anorgánica obedecían a una perpetuidad no interrumpida que permitía la sucesión por generación entre especies y su nivel de complejidad dividía la organización de los seres vivos.
Esta primera formulación de la teoría de la evolución, cobró nuevos matices a través de la lectura de Luigi Galvani, de parte del abuelo Darwin, pues se demostraba por primera vez los efectos animadores de la electricidad en los impulsos nerviosos, en una obra revolucionaria para su época llamada Zoonomia, o las leyes de la naturaleza, en la que a partir del tratamiento eléctrico se podría pensar en la postergación de los filamentos vivos de los animales, para pensar en la posibilidad de una vida sin final.
No resulta difícil adivinar la influencia de esta noción del galvanismo de Erasmus Darwin en la reconocida novela Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley, quien además, como dato anecdótico, conocía a Erasmus como amigo de la casa y tenía privilegiado acceso personal a sus teorías sobre la vida y la muerte.
Se reconoce Frankestein, no solo como un clásico de terror, sino como la novela fundadora de lo que se entiende hoy por ciencia ficción. El tratamiento narrativo del saber científico de la época como la especulación prospectiva sobre las consecuencias de una práctica técnica novedosa, son los elementos primordiales de una historia que se califique como Hard Science Fiction: es decir un relato que cumpla con rigor los preceptos de la ciencia moderna.
Pero además del saber de la ciencia moderna, en la obra de Shelley existe algo más allá, que además de ser poco advertido, es convenientemente poco reseñado: sostengo que en la comprensión de Ciencia de Mary Shelley existía algo más que una simple ilustración del saber de su época. Y es la noción de Ciencia clásica, que autores de ciencia ficción como Sturgeon reclaman: la ciencia no comprendida solo dentro del marco del método científico moderno, sino desde su sentido originario como CONOCIMIENTO, y este conocimiento aborda más allá los límites de un método de verificación a un cuestionamiento más profundo del lenguaje de la naturaleza.
Victor Frankenstein no es el científico aplicado de esta época que oficia como aplicante de becas, funcionario de informes de grupos de investigación y su mayor aventura será la publicación en una revista indexada para ganar créditos en la comunidad científica. Victor es un rebelde, expulsado y continuamente reprendido por sus maestros por indagar en áreas poco legítimas de la disciplina de su tiempo. Esto lo lleva a lecturas de alquimia, de filosofía natural, de tratados de botánica, e incluso libros estrambóticos de astronomía y ciencias ocultas. Victor es irremediable y esto lo condena finalmente con sus tutores que ya no pueden dar cuenta de su desempeño como estudiante, esa pieza de artillería para impulsar el motor técnico de la sociedad, sino que es una tuerca floja que se ha salido de las manos de la razón y la academia.
Este es el contexto que lleva a Víctor a componer un hombre, un hombre de verdad, un hombre de carne y hueso, con los instrumentos de la ciencia moderna, inventando un CUERPO COMO UN PAISAJE DE UN CAMPO MAGNÉTICO.
Creó el cuerpo de un hombre de verdad con trozos de cuerpos de muertos a través de la electricidad, que revivía las fibras de los miembros amputados y se reconectaban a través de los impulsos eléctricos como una red de sensores que se prenden para despertar a la criatura que sueña en otras esferas. Del misterio de ese sueño, se devuelve al tiempo y a la sexualidad más descarnada.
El monstruo de Frankenstein tiene que aprender de nuevo el lenguaje, pero más allá de conformarse con los rudimentos lingüísticos de los campesinos de la zona, acude a la poesía, desea volver al paraíso perdido de John Milton, sufre con las desventuras del joven Werther. No es un monstruo estúpido, es un monstruo que tiene mucho corazón porque volvió del sueño de otra esfera.
Mas el monstruo no deja de ser cuerpo. Colcha de retazos de cadáveres que componen una pieza de arte, como los retratos de Joel Peter-Witkin. Todo el tiempo el monstruo es fustigado por esos corrientazos que ya no tienen un centro, y se escapan de la lógica matemática de su tiempo. Es animalismo, zoonomia pura, inyectada por corrientes de electricidad constantemente en todas sus extremidades.
El cuerpo es un hombre de verdad y cada inyección de corriente que siente estallar de sus nodos le provocan una erección y quiere una monstrua para así poder descargar su sello de muerte en el sello de muerte de una vagina también inyectada de cargas eléctricas y cuerpo y lenguaje.
Es lo que le pide a Víctor , que temeroso prefiere huir, solo una vulva, pero Víctor no es Dios y no tiene porque proporcionarle una Eva a un monstruo cachondo. El monstruo al no poder satisfacer su instinto de Eros desata su sed de Thánatos. Como los viejos de las montañas sabe que el asesinato es una liberación de la condición humana. El monstruo de Frankenstein muta a un Assasiyun, pero no puede mutilar su pene y eso es lo que realmente resulta despreciable en la novela de Shelley.
¡Si el monstruo pudiera mutilar su pene!
La verga está presente en la obra de Mary Shelley. Su instinto arrasador y masculino desata un horizonte de crímenes infinito que perseguirá a Victor hasta el final de su vida, incluso en altamar.
La verga está presente, como el performance de Marina Abramovic, está presente para instaurarse por siempre en el discurso de la historia.
¡Si tan solo hubiera brillado por su ausencia, como el ano del Monstruo.!
Sería otra historia, otro discurso, el soñador seguiría en nosotros.
La mutilación del ano daría paso al injerto de la boca que se volvería prolongación de los filamentos de otro cuerpo hasta devenir en una red viva y orgánica, un ser complejo que se complementaría con otros cuerpos muertos, como el del monstruo de Frankenstein, pero con los genitales mutilados, recrearían una nueva especie :
Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. En un centípodo humano.
Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. En unna mujer, como la piel que habito de Pedro Almodóvar.
Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. En un cyborg metálico, como robocop.
Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. En un híbrido extraterrestre, dentro de una granja humana, como las elucubraciones de Salvador Freixedo.
Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. En un preso político, preso dentro de su propio cuerpo, en una cámara de torturas, dentro de la habitación 101, como 1984 de Georges Orwell.
Cita nocturna (reseña sobre El rey Cophetua de Julien Gracq)
Por Augusto Munaro
EL REY COPHETUA
Julien GRACQ
Traducción: Julià de Jòdar
Prólogo: Jesús Ferrero
Nocturna Ediciones
Madrid, España. 2010 (112 Págs.)
En el día de Todos los Santos de 1917, poco antes de finalizar la Primera Guerra Mundial, el protagonista –un soldado sin nombre que resultó herido en la Batalla de Flandes- recibe un telegrama donde Jacques Nueil –su amigo músico y aviador que no ve hace años- lo invita a su quinta en Braye-la-Forêt. Acepta, desea verlo. El narrador recorre un umbrío camino hasta llegar a la apartada casa, no muy lejos del mar, cuyo bramido se deja oír dándole al sitio una atmósfera ligeramente espectral. Pronto surge un inconveniente. Lo recibe la sirvienta de la villa quien le informa que Nueil está retrasado. El tiempo transcurre, las horas pasan y el arribo de la noche es inevitable. La angustia en esa “casa ensimismada” se torna ineludible. La demora se acrecienta hasta transformar la espera en el tema central del libro.
Como en Esperando a Godot, de Samuel Beckett, o mejor aún, El Castillo donde Franz Kafka sitúa a su agrimensor en la situación de espera continua, sin –además- jamás alcanzar su objetivo, Julien Gracq (1910-2007) pareciera retomar esa idea de demora, pero orienta la narración hacia otra dirección expresiva. Detrás de un elaborado esquema de gestos formales (frases largas y derivativas), hay un afán por dar con una prosa muy elaborada. Esfuerzo que se traduce en la lograda densidad atmosférica. Un equilibrio de sintaxis que induce a querer avanzar frase a frase, página a página, siguiendo la progresión del relato a través de un tempo curiosísimo. Una vivacidad descriptiva que responde a una cohesión (el pendulante dinamismo de la contemplación) al borde de la irrealidad. Juego exquisito que se luce entre los objetos de las habitaciones donde el personaje espera/desespera, y el laberinto de preguntas vertiginosas que esas sensaciones despiertan en él. Pues es allí en ese escenario reclusivo de luces bifurcantes y sombras enlutadas, donde se produce esa suerte de armoniosa coreografía que no es otra cosa más que el pulso suntuoso de una búsqueda interior. El movimiento del espíritu entendido como si se tratase de un único e ininterrumpido plano secuencia, donde la criada y quien rememora la historia (dos desconocidos prácticamente anónimos hasta esa noche) son asediados por las circunstancias del momento.
Al igual que en El mar de las Sirtes (1951), con El rey Cophetua (1970), Gracq alcanzó un virtuosismo extremo de contundente fuerza expresiva utilizando hasta los detalles más mínimos como si fueran los elementos de una liturgia. Cada gesto, cada mirada resulta esencial a la hora de vislumbrar las motivaciones de los personajes, para entender sus vicisitudes y elucubrar sobre sus posibles destinos. No ha de sorprendernos que ese esfuerzo por la exactitud narrativa, cargado de simbolismo, lo llevó a que sus discretas novelas no hayan alcanzado una gran difusión. La suya es una mirada rigurosa, densa, que se demora en los intersticios de la realidad –espacio peligrosamente indeterminado- para glosar sobre los procesos de incomunicación y aislamiento de las personas.
LA MÁQUINA DE DOLOR DE LA BURROUGHS CORPORATION
Este cuento salió publicado en la cuadragrésima sexta edición de FICCIORAMA (fanzine de producción quirográfica, reproducción mecánica y distribución repentina mensual), dedicada al escritor William Burroughs, en lo que constituye la primera de tres entregas sobre el autor norteamericano.
El fanzine 46 completo se puede ver acá:
LA MÁQUINA DE DOLOR DE LA BURROUGHS CORPORATION
Por Luis Cermeño
Un viejo marica me mira al otro lado del salón. Observa fijamente, con ojos crueles y penetrantes. Siento simpatía por los viejos maricas. Ahora actúo como una señorita virgen, y eso es reconfortante ciertas tardes en que me encuentro destrozado. A veces juego al difícil y me concentro en mi escritura. Siento su mirada recorrer mi carne blanda de joven envejecido no marica. Pero lo quiero confundir, levanto la vista de la máquina de escribir y le sostengo la mirada. Cuando ya no puede resistir las miradas se rinde con una leve mueca en su labio inferior y yo sonrío. Él sonríe algo avergonzado como un criminal. Así jugamos un par de veces, y siento lástima porque veo que el viejo marica sigue enfermo de deseo. Y el deseo parece ser un espíritu indomable que no considera el desgaste de los años. Pronto se sienta otro viejo marica a su lado. No tan viejo como el viejo marica, pero ciertamente viejo y ciertamente marica. El viejo marica sabe que éste viejo es presa fácil y sigue perdido ardorosamente ante la búsqueda de mis ojos. Me indigno al verlo sentado junto a otro viejo marica, recojo mis herramientas y no lo vuelvo a ver más. Me levanto y detengo frente al póster de un documento perdido de un hombre de mi edad, y le grito a la vieja puta de mi lado: ¡Qué muchacho tan simpático! Ella ríe y me pregunta si ese muchacho soy yo. No, río, mientras le contesto, sé que el viejo está escuchando, solo digo que ese joven es bien parecido. Sé que destruí al viejo con mi frío descaro y con un halo de insolencia me retiro para continuar la jornada de ventas. Vendo máquinas de dolor de la Burroughs Corporation.
Fundido en negro murmurando: ‹‹Hay un amante en cada esquina cruzando las galaxias heridas ›› — La muerte y la mentira — El medio en el que la vida animal respira no está en ese lugar sin alma — La visión de los dioses— Con una extraña criatura gimiendo a su lado — Willy el Uraniano El Niño de Metal Pesado — Navegamos, oh amigos míos, yo — salía de trabajo y emprendió la marcha — Ya estoy sobre la popa; vosotros, — de la selva. A cuatro hileras —Fastuoso frente que corta—: a la derecha Neil, el menor y más — El oleaje de rayos y de inviernos— NO TIENEN eso que llaman ‹‹oxígeno de las emociones›› — Ojos mercurianos — ¿Me estoy muriendo, mister? — Polilla extraterrestre — Una mañana él despertó en un Hotel verde — “Tengo que confesar que soy un pedacito de mierda”.
Kafka, Van Gogh, una separación y el peor viaje en taxi de mi vida
POR ENRIQUE PAGELLA
Kafka decía en sus Diarios que no valía la pena salir al mundo. Creo que lo decía más o menos así: Siéntate, ya se ocupará el mundo de golpear a tu puerta.
No hay nada como una fugaz y esmerilada soledad cuando gozamos del circunspecto embrujo del equilibrio. Los genitales no nos laten. El miedo no nos impulsa a dar doble vuelta de llave en las puertas. No tenemos hambre ni pequeñas ambiciones. Los indestructibles reclamos no chillan desde el pecho. Los recuerdos no nos propinan ganchos al hígado y, a la vez, sentimos el desasosiego de no querer nada, de no crear el camino hacia algún futuro con un estúpido deseo. Un vacío laico, es decir sin misticismos, nos aísla para que notemos que la felicidad también es una metáfora.
Hace veintitres años me quedé de a pie en Belgrano. Eran las tres de la mañana y los colectivos y el tren ya no pasaban y todo indicaba que tendría que hacer tiempo en algún bar. Después de caminar una media hora encontré uno de mala muerte en el que me pedí una ginebra y una cerveza y me puse a leer las carta de Van Gogh a su hermano Theo.
En una mesa cercana una pareja de cincuentones gastados discutían enérgicamente, cosa que me molestaba porque me impedía la lectura de las magníficas cartas de Van Gogh. La disputa de pronto se espesó y el tipo se fue al baño. Ella, una rubia roída, aprovechó la soledad para acercarse a mi mesa y preguntarme si todavía era una mujer atractiva. Sorprendido, no atiné a responderle; me quedé mirando sus ojos azules. La rubia, molesta, insistió. Le urgía saber si yo la consideraba atractiva. Le dije que tenía lindos ojos. No fue una buena respuesta. La tipa se puso mal y comenzó a insultarme. Me dijo que era un pendejo cobarde y cuando creí que estaba por arrojárseme encima, apareció su hombre y la gresca adquirió dimensiones folletinescas. Me voy dos minutos y ya te buscás un pendejo, aseveró el tipo. El pendejo es tan cobarde como vos, replicó ella y le dio un sonoro cachetazo. Intervino entonces el mozo para separarlos, recibiendo a cambio un recto al mentón que la rubia ajada le había esquivado al veterano gris.
Kafka y Colombia, una mirada de Rafael Gutiérrez Girardot a Mario Laserna
Esta semana falleció Mario Laserna Pinzón (París, 21 de agosto de 1923 – Ibagué, 16 de julio de 2013), reconocido como fundador de La Universidad de Los Andes. Les ofrecemos un retrato de esta «personalidad coleóptero colombo-kafkense» tan llorada en los medios, por Rafael Gutiérrez Girardot, un intelectual, quien haciendo honor a este título resultaba tan incómodo para el poder. Este texto se publicó recientemente en la selección de textos de Gutiérrez Girardot en el número dedicado a su memoria por la Revista Aquelarre de la Universidad del Tolima . En este enlace se puede leer la revista en su totalidad: RFG en Aquelarre
Kafka y Colombia*
Rafael Gutiérrez Girardot
En el año de 1915 apareció la narración de Franz Kafka que le abrió las puertas de la fama internacional: La Metamorfosis. Tras el título se ocultaba la protesta alegórica del hijo débil contra el robusto y autoritario padre. Cuatro años antes, en el año del Señor de 1911, en la lejana República de Colombia un doctor gris fundó el diario El Tiempo, que en el curso de los años habría de sufrir, como su fundador, la metamorfosis. Fue una peculiar variación de la que cuenta Kafka. El entonces doctor gris y su diario se convirtieron en un robusto y autoritario padre de la inerme República. Y como buen pater familias, en vez de convertir a sus hijos, como lo hizo el padre de Kafka, en insectos, convirtió a insectos alegóricos en personalidades. En los 78 años de ejercicio de su autoridad paterna, la Casa ha beneficiado a tal número de menores de razón y verdad que podría inaugurar un museo digno de competir con las más ricas colecciones de coleópteros del mundo. Ninguna de ellas, ni siquiera la que hizo famoso entre los zoólogos del mundo al ensayista y novelista Ernst Jünger, tiene especímenes tan raros como los que podría presentar la Casa: el coleóptero colombo-kafkense, es decir, un coleóptero que tiene, como Jano, dos caras, y dos cuerpos, un Gregorio Samsa que mantiene en permanente estado de indecisión el proceso de la metamorfosis, que es a la vez Samsa antes y después del acontecimiento, un permanente devenir, o dicho con términos técnicos, un coleóptero-en-el-tiempo. El devenir -o la indecisión- es una característica esencial de esta especie colombo-kafkense. Como es lo uno y lo otro o, más exactamente, como no es ni lo uno ni lo otro, su ser-en-el-tiempo se determina mediante la “inflación” -no en el sentido económico de la palabra-. Inflación, en este sentido, es Ser-en-El Tiempo. Y en Colombia, quien no es Ser-en-El Tiempo no es.
Pinturas y dibujos hechos por escritores
Hay escritores que pintan con la intención de hacer arte. Otros garabatean. Algunos tienen la suerte de ser reconocidos más como pintores que como autores de libros (es el caso de Dalí), otros que tienen reputación en ambos sectores (como Blake) y otros tantos son más conocidos en un tercer arte (como Passolini con el cine); la mayoría perpetra garabatos que, con suerte, se constituyen en piezas de museo, alimentando la curiosidad de sus seguidores y abriendo nuevas posibilidades de lectura de sus poemas o narraciones.
Diez escritores niños
Hoy que se celebra el día del niño, traemos diez imágenes de escritores en su infancia:
1- Jorge Luis Borges