LA MÁQUINA DE DOLOR DE LA BURROUGHS CORPORATION

Este cuento  salió publicado en la cuadragrésima sexta edición de FICCIORAMA (fanzine de producción quirográfica, reproducción mecánica y distribución repentina mensual),  dedicada al escritor William Burroughs, en  lo que constituye la  primera de tres entregas sobre el autor norteamericano.

El fanzine 46 completo se puede ver acá:

 

LA MÁQUINA DE DOLOR DE LA BURROUGHS CORPORATION

Por Luis Cermeño

 

Burroughs_Corporation_(logo_ca._1947)Un viejo marica me mira al otro lado del salón. Observa fijamente, con ojos crueles y penetrantes. Siento simpatía por los viejos maricas. Ahora actúo como una señorita virgen, y eso es reconfortante ciertas tardes en que me encuentro destrozado. A veces juego al difícil y me concentro en mi escritura. Siento su mirada recorrer mi carne blanda de joven envejecido no marica. Pero lo quiero confundir, levanto la vista de la máquina de escribir y le sostengo la mirada. Cuando ya no puede resistir las miradas se rinde con una leve mueca en su labio inferior y yo sonrío. Él sonríe algo avergonzado como un criminal. Así jugamos un par de veces, y siento lástima porque veo que el viejo marica sigue enfermo de deseo. Y el deseo parece ser un espíritu indomable que no considera el desgaste de los años. Pronto se sienta otro viejo marica a su lado. No tan viejo como el viejo marica, pero ciertamente viejo y ciertamente marica. El viejo marica sabe que éste viejo es presa fácil y sigue perdido ardorosamente ante la búsqueda de mis ojos. Me indigno al verlo sentado junto a otro viejo marica, recojo mis herramientas y no lo vuelvo a ver más. Me levanto y detengo frente al póster de un documento perdido de un hombre de mi edad, y le grito a la vieja puta de mi lado: ¡Qué muchacho tan simpático! Ella ríe y me pregunta si ese muchacho soy yo. No, río, mientras le contesto, sé que el viejo está escuchando, solo digo que ese joven es bien parecido. Sé que destruí al viejo con mi frío descaro y con un halo de insolencia me retiro para continuar la jornada de ventas. Vendo máquinas de dolor de la Burroughs Corporation.

Fundido en negro murmurando: ‹‹Hay un amante en cada esquina cruzando las galaxias heridas ›› — La muerte y la mentira — El medio en el que la vida animal respira no está en ese lugar sin alma — La visión de los dioses— ­Con una extraña criatura gimiendo a su lado — Willy el Uraniano El Niño de Metal Pesado — Navegamos, oh amigos míos, yo — salía de trabajo y emprendió la marcha — Ya estoy sobre la popa; vosotros, — de la selva. A cuatro hileras —Fastuoso frente que corta—: a la derecha Neil, el menor y más — El oleaje de rayos y de inviernos— NO TIENEN eso que llaman ‹‹oxígeno de las emociones›› — Ojos mercurianos — ¿Me estoy muriendo, mister? — Polilla extraterrestre — Una mañana él despertó en un Hotel verde — “Tengo que confesar que soy un pedacito de mierda”.

 

El griego Jiménez montó su cajita de máquina de sueños y allí vio a William Burroughs que decía no había nada más vulgar que tenerle pánico a la muerte. El producto final de la Burroughs Corporation fue esta máquina de sumar dolor que a pesar de ser el último verdadero escritor solo nos dejó una carrera de novelista (Ballard dixit).  El griego Jiménez penetró la barrera de luces y con un dedo apuntando al viejo le espetó:

Vas a responder por Joan Voller — Maldito viejo —El amor es una melodía aterradora que nunca pude dominar, y temo que nunca haré — le llamábamos la muerte — Vas a responder por Kammerer — Aquel que no husmea la bomba en cocción y el vértigo comprimido no merece estar vivo — ¿Me estoy muriendo, mister? — Entre las sienes se quedó la bala como un regalo merecido…

 

Una noche de cocaína Kafka, Borges y Burroughs se encontraron. La mejor literatura es la del Derecho Penal, dijo uno; la de la cábala y los sueños, dijo otro; la literatura médica, respondió el otro. Esa noche no vendí ninguna máquina de dolor en la infinita biblioteca de la colonia penitenciaria.

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