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Más allá del lenguaje: El amor y el Apocalipsis para Raúl Zurita

Tanto soñé contigo,
Caminé tanto, hablé tanto,
Tanto amé tu sombra,
Que ya nada me queda de ti.
Sólo me queda ser la sombra entre las sombras
ser cien veces más sombra que la sombra
ser la sombra que retornará y retornará siempre
en tu vida llena de sol.

Robert Desnos 

 

 

zuritapoem

Ante la urgencia del amor, poseídos por ese Dios que nace en el estertor de moribundo, el artista es aquella persona que atraviesa el infierno y en el extremo de la crueldad llega al extremo de la delicadeza, fijo ante ella, como un troyano ante la absoluta hermosura de Helena.

<He estado en el infierno y he vuelto, y déjame decirte, fue maravilloso> Louise Bourgeois

Si el hombre no tuviera fecha de expiración, no amaría, por esta razón los Dioses no aman, sino traman conspiraciones entre razas extraterrestres.

‹‹Te ofrezco la lealtad de un hombre que nunca ha sido leal›› Borges

Raúl Zurita lee salmos, poemasescucha con picardía chicha a Leonard Cohen, para exponer la íntima relación entre Amor y Apocalipsis.

‹‹Mi corazón es el país más devastado›› Ungaretti

Tanto el infierno del dolor como el cielo del amor exceden las palabras: cierran un poema.

 

El origen de la melancolía en la expresión del culo

Jean Paul Goude

Jean Paul Goude

Lo que queda del culo no es sino un residuo de una expresión mayor que  alguna vez estuvo en el punto máximo de la creación y que ahora solo queda reducido a su nivel más humilde.

Bataille ya hablaba sobre el culo en términos evolutivos, e inspirado por él hice mis propias averiguaciones en relación a la epistemología de la expresión y el culo.

Lo que uno encuentra al observar otras especies cercanas a la nuestra es un elevado grado de pérdida de gesticulación en relación al culo que se trasladó     hacia el rostro: por ejemplo en el rubor. Las especies de simios reflejan el rubor en la posadera y no en los vulgares cachetes (por otra parte, no es coincidencia que muchos agudos inconscientemente le llamen cachetes a las nalguitas).

Si trasladamos el tema a la discusión teológica – y estoy consciente de que mucha gente no lo quiere pasar a ese nivel- la pérdida de la expresividad del culo es semejante y (si se quiere actual) a la pérdida del paraíso. Por tal razón    la contemplación de un culo maravilloso puede llevar a una profunda nostalgia a las personalidades más espirituales.

Ver un gran trasero en una tarde de verano nos pone tristes, como quien sabe que ya jamás podrá volver al paraíso perdido.

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El síndrome del pedestal (novela por entregas)

Por Ernesto Zarza González

Goya

El escritor Ernesto Zarza González nos ha permitido publicar su novela «El síndrome del pedestal» por medio de entregas que haremos todos los sábados.Este es el primer capítulo que, esperamos, disfruten:

DEDICADO A:

Los mismos de siempre. Sabemos quiénes Somos.

Un cura del colegio, quien pretendía confesarme a la fuerza.

Las mujeres que me rechazaron y a las que no me prestaron atención.

 

ADVERTENCIAS:

Esta novela no contiene tantas palabras soeces, tanto sexo explícito ni tanta violencia desmedida como los dibujos animados de hoy: no es apta para niños de cualquier edad.

La inquieta imaginación del autor originó, en un acto creador, las características y la personalidad de cada personaje. Si alguna persona se ve reflejada en la novela, no hace más que afirmar su egocentrismo.

 

 

“Los libros no se han hecho para que creamos lo que dicen, sino para que los analicemos. Cuando cogemos un libro, no debemos preguntarnos qué dice, sino qué quiere decir”.

UMBERTO ECO, ‘El nombre de la rosa’.

I

 

-Fantasmas que rondan por el Infierno de Dante-. Círculo séptimo (Violencia), Aro I: Violentos contra el prójimo. Homicidas.

 

            “Todo lo que nos rodea, todo lo que vemos sin mirarlo, todo lo que rozamos sin conocerlo, todo lo que tocamos sin palparlo, todo lo que encontramos sin distinguirlo, ¿tendrá sobre nosotros, sobre nuestros órganos y, a través de ellos, sobre nuestras ideas, sobre nuestro propio corazón, efectos rápidos, sorprendentes e inexplicables?”

GUY DE MAUPASSANT, ‘El Horla’.

 

            A manera de ser llamado por gritos que no tienen dueño, así deambulaba por la calle que simulaba un caudaloso río en medio de dos acantilados de edificios, tan rojos como la sangre y tan turbios como los pensamientos de quien acaba de cometer un asesinato. Las figuras de las estructuras de cemento se erguían rígidas, como las cruces en que fueron sacrificados los ladrones que acompañaron al Cristo, y de sus fachadas se asomaban rostros que le recordaban al homicida la imagen de quien fuera reconocido, hacía pocos momentos, como un ser vivo: las ventanas eran los ojos que lo miraban con reproches y las puertas las bocas que expelían las sentencias por las cuales se reconocía su culpabilidad.

            El cielo, colorado y complicado, lanzaba al hombre reiteradas muestras de protesta: se sentía insultado al tener que recibir con sus amplios colores a aquel que manchó sus manos con el líquido vital de un semejante; ora rugía de la misma forma en que lo hacía en los días de violento arrebato, ora se cerraba sobre él como lo pudieron haber hecho las virulentas aguas que se tragaron al ejército de Ramsés el Grande cuando éste iba persiguiendo a los israelitas. Y el hombre, asustado, temblando con arrebatos de terror, intentaba esconderse de la furia de los elementos envolviéndose en las puertas de los edificios, ocultando su cara y su cuerpo al empíreo que lo estaba importunando de una manera tan aberrante y terca.

            Pero es bien sabido que las culpas se cargan como fardos de conciencia que doblan con su peso la columna vertebral de quien las lleva dentro de sí. El hombre, incapaz de encontrar un refugio seguro que lo librara de las Furias que con tanto ahínco lo acosaban, gritaba contra la providencia por la mala ventura que lo llevó a cometer el crimen. Las palabras salían como ráfagas de su boca, pidiendo perdón a diestra y siniestra, hacia arriba y abajo, a todos los puntos cardinales y a todas las direcciones del firmamento. Su desesperación lo llevaba a tomarse la cabeza con las manos y a tirarse de la manera más ruda la negra cabellera que la adornaba, mientras que sus gritos hacían que su garganta se sintiera herida, tanto como lo estaban sus rodillas, que soportaban todo el peso de un condenado que se flagelaba en el suelo como señal de contrición, la carga de un sentenciado que se magullaba sin sentir el menor dolor físico. El peso moral que insidiosamente lo castigaba lo forzaba a olvidar todo lo relacionado con su cuerpo, como si este no fuese más que una quimera que desease dejar de lado y, con ella, al brutal acto que acababa de cometer.

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Temor a la muerte

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El jueves llegué con mi mamá a la casa de los abuelos antes del mediodía, el día estaba gris y llevaba toda la mañana amenazando lluvia. El interior del apartamento de mis abuelos parecía más frío y gris que la misma ciudad. Verónica nos dejó entrar y volvió al lado del abuelo. A su lado estaba mi abuela sentada en el sofá rezando el rosario.

La abuela tenía los ojos vidriosos, pasaba los dedos por la camándula y miraba por la ventana mientras que el abuelo repetía las oraciones llorando profusamente. Verónica, la enfermera, nos dijo que el abuelo había estado en ese estado de ánimo ya por un rato y que le había pedido a la abuela que rezaran. El abuelo decía que tenía mucho miedo porque sentía la muerte muy cerca y también sentía que había sido una mala persona. Read More…

Swedenborg, el testigo del cielo y el infierno

Emanuel Swedenborg (Estocolmo, 1688- Londres, 1772) se dedicó a la ciencia durante gran parte de su vida, visualizó aparatos que volarían y otros que habrían de surcar las profundidades del océano. Después comenzó a intuir que en sus sueños había susurros de  Dios y, para descifrar los mensajes, se dedicó a escribir lo que soñaba hasta hacer un volumen llamado «El libro de los sueños».

Lo que comenzó a ocurrir en las oscuridad de los párpados, se trasladó a la vigilia en 1745. Ocurrió en Londres y el mismo Swedenborg lo cuenta:

… un día almorcé tarde en una bodega…Tenía hambre y comí con apetito. Hacia el final de la comida noté que se me nublaban los ojos, todo empezó a oscurecerse, y vi el suelo cubierto de los reptiles más espantosos, de serpientes, ranas y bichos semejantes. Me extrañé, pues estaba plenamente consciente y en posesión de mis facultades mentales. Al final, la oscuridad se impuso. Pero se partió de pronto, y vi a un hombre sentado en el rincón del cuarto. Como me encontraba solo, me asustó su frase: «No comas tanto». Volví a verlo todo de negro, pero con la misma rapidez se aclaró todo… Un susto tan inesperado propició una rápida vuelta a casa…Regresé, pues, pero en la noche se me apareció el mismo hombre, aunque esta vez no me asusté. Dijo que era Dios nuestro Señor… que me había elegido para explicar a los hombres el contenido espiritual de las Sagradas Escrituras… Para convencerme, esa misma noche se me abrieron el mundo de los espíritus, el cielo y el infierno, donde reconocí a muchas personas del mismo rango: a parti de aquel día renuncié a la erudición mundana y trabajé en asuntos espirituales… Desde entonces, el Señor me ha abierto a menudo los ojos carnales, de suerte que podía ver la otra vida en pleno día y hablar con ángeles y espíritus en estado consciente». (Jaspers: 161-162: 2001)

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