Feria madre (decimosexta entrega)
Por Pedro Pablo Escobar
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En esta entrega Simónides será objeto de los juicios de los más poderosos miembros de la feria y ellos quieren quitarle las manos, los pies, el corazón, la lengua y las orejas. Acá puedes leer la entrega anterior
CAPITULO XVI.
DE LA ACCIÓN Y REACCIÓN.
La desazón minaba el ambiente en el gran sínodo. El tiempo corría implacable hacia el límite de la duración de la feria, y el materializar la doctrina de una religión universal era humo apenas, y menos que humo si de armonizarla con el Artículo 77 se trataba. No había siquiera un principio unificado qué ofrecer. La unión esperada en cada templo entre las religiones derivadas de una madre común, en vez de armonía, acentuaba el sectarismo haciendo más improbable la unificación universal de credos. El Artículo 77 era una utopía, estaba más allá del esfuerzo humano, parecía una misión de dioses y para dioses. Esta desesperanza quizá fue una de las razones que llevó a los jerarcas a intuitivamente idear un enemigo común en la personalidad de Simónides, de alguna manera ello contribuiría a la unión aunque fuese irracional el método empleado. Ello o una hecatombe.
Era costumbre que luego de finalizada la reunión del sínodo del día, por agotamiento del tiempo o por disposición del regente del evento o concilio como gustaban decirle a estas acaloradas reuniones, cuando era aconsejable hacerlo para evitar que desembocasen en reyertas, quedaban en deliberación los seis jerarcas de los templos, redactaban el texto con los acuerdos del día. Preparaban el temario para la siguiente sesión, y a veces intercambiaban impresiones sobre problemas encontrados en sus comunidades. Uno dijo:
Feria madre (decimoquinta entrega)
Por Pedro Pablo Escobar
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Este es un nuevo capítulo sobre la historia de Simónides, si deseas leer en la entrega anterior, acá puedes leerla:
CAPITULO XV.
DEL CONOCIMIENTO.
Reunido el gran sínodo, evitaba tratar el tema de la incertidumbre en la cristalización del objeto primordial de la feria. El espíritu del Artículo 77 se debilitaba, y en los últimos días poca o ninguna alusión se hacía de él. Tuvieron conocimiento de una empresa que además de vender servicios de religión, incluidos dogmas, rituales y asesores sacerdotales, también elaboraba todo ello según especificaciones puntuales del cliente con capacidad financiera suficiente, y esto era intolerable. Y se hacían comentarios en el sínodo de este talante: “¿Cómo hemos permitido que esta actividad proliferante de religión haya sucedido en desmedro de una de nuestras metas capitales que es la integración de credos?”. En consecuencia procedieron a cerrar tal empresa. La verdad, una vergüenza inconfesable era la causa de su mudez para tratar con honestidad y valor los temas para la integración y sin embargo sabían que sin ella no era posible avance alguno en la elaboración del nuevo credo. En su interior cada jerarca consideraba la suya como la suprema verdad e imposturas a las ajenas. Entonces dedicaban su esfuerzo a tratar temas como cuáles eran los enemigos de la religión. Conscientes que la enemistad de siglos y, algunas veces, de miles de años entre credos era el enemigo mayor, por la misma razón aducida antes no lo exponían abiertamente o al menos con sinceridad. Entonces posaban la causa del mal en los acontecimientos recientes que se antojaran contrarios a la armonía dogmática. Entre estos los teatros en parques públicos montados por el reducido número de incondicionales a Simónides y las intervenciones de este fustigándolos con sentencias que no aprobaban las tradiciones sacras en general, y contrariaban según ellos el santo espíritu que acompaña a todo buscador y servidor de Dios. Y como el mal ejemplo es camino fácil a seguir, habían surgido otros grupos teatrales y oradores callejeros convertidos en dudosos contradictores de los dogmas conocidos y en hirientes azotes para sus rectores. Siendo su potestad dictar normas para el correcto manejo de la feria en el espíritu de la ley que la instituía, sus decisiones eran analizadas por la jefatura de la gendarmería y hechas cumplir por ésta si en verdad estaban encaminadas con justeza a tal fin. Propusieron en consecuencia la prohibición de toda presentación teatral y de oradores en todo el ámbito de la ciudad, con excepción de los espacios autorizados del palacio de los templos y previa aceptación de un consejo de censura instituido al efecto por el sínodo. La jefatura de la gendarmería, tras un corto estudio, aceptó la propuesta en lo referente a presentaciones teatrales para reducir la justificación del sínodo cuando tuviesen que rendir cuentas, y negó la prohibición a la actuación pública de oradores por considerarla totalmente contraria a las libertades de hablar y oír cuando no eran motivación para romper el orden público.
Ésta prohibición cayó como hielo fundido en los amigos de Simónides y otras agrupaciones que ponían en ello lo mejor de su esfuerzo creyendo que aportaban así su contribución al éxito de la feria y, a la vez, una forma de sustentación personal en ella. El grupo de LOS CINCO resolvió el problema de manutención, tomando en arriendo y por el resto de duración de la feria las instalaciones donde ofrecieran la cena de los peces. Simónides, que empezaba a sentir un gusto especial por tales espectáculos, sintió por minutos contrariedad, mas luego se repuso. Toda la ciudad estaba a su disposición para oír y disertar.
Feria madre (decimocuarta entrega)
Por Pedro Pablo Escobar Escárraga
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Simónides continúa discutiendo en la gran feria de los mundos. Acá podrán leer el capítulo anterior:
CAPITULO XIV.
DE LOS PREDICADORES Y DE LOS PROFETAS
En los primeros días de la feria la multitud heterogénea se mezclaba, y una sonrisa bienintencionada había en los rostros. Pero a medida que pasaban los días, el ánimo universal fue cediendo a los sentimientos de grupo, y los diálogos que en principio parecían amigables y animados en los jardines se tornaban en intolerantes discusiones, a tal punto que no pocas veces de las amenazas verbales se pasaba a los hechos, y entonces fue necesario declarar de exclusivo uso el parque lindante de la derecha de cada templo para adeptos del mismo, y fueron apostados guardias experimentados antimotines en el primer nivel de la torre, al ser este el acceso a los templos, ascensores y jardines, y lugar más proclive a la reyerta. El nivel superior del zigurat, sitio del sínodo universal, era escenario frecuente de álgidas disputas y muchas veces los jerarcas líderes para no caer en desprestigio y llegar a rompimientos sin retorno, suspendían sus congresos, y postergaban la continuación por dos o tres días, tiempo que dedicarían a apaciguar el enardecido espíritu de la indómita grey. El desaliento y la desesperanza de estructurar un credo universal, y la quemante noticia de que Simónides estaba mercadeando verdades y medias-verdades en “El zaguán de la verdad” fue la razón para que por segunda vez enviaran una comitiva numerosa en busca de Simónides con el propósito de arruinar su venta. El que parecía ser el superior del sínodo les encomendó: “No habrá religión sin Dioses. Qué pretende entonces Simónides? ¿De cuál bizarra religión es profeta? ¿De qué culto es sacerdote? No tiene dios, nadie sabe de su culto, mas es muchedumbre quien le escucha y hasta tiene discípulos. Compradle todas sus verdades y medias-verdades, y comprometedlo a venir a rendir cuentas al sínodo. Es intolerable esa anarquía que unida a las que ya tenemos, nos llevará a la ruina. No falléis esta vez, idos en su búsqueda”.
Era cierto. La tarde anterior, en una alcoba de hotel, Simónides miraba imperturbable la caja donde guardaba el dinero destinado para la permanencia en la feria. La caja estaba semivacía. Entre abandonar la feria o continuar en ella un tiempo más, optó por lo segundo, diciendo para sí: “No de palabras vive la especie, sino de sol, aire, agua y pan. Estos nutren al cuerpo, este nutre a la mente y ésta a las palabras. Hasta ahora las palabras han vaciado mi bolsa, que por siquiera una vez ellas la llenen. Cada cual vive de su aptitud. Es contra natura aceptar sin lucha la indefensión para vivir”. Tomó el poco dinero que restaba en la caja y con él compró una resma de fino papel, cortó en angostas tiras los pliegos, y en cada una escribió alguna frase al estilo de sus sentencias, las clasificó en tres grupos según su extensión, a las más cortas llamó verdades, a las intermedias llamó medias-verdades y desechó a las extensas al considerarlas susceptibles de mentira; introdujo las dos primeras en sendas bolsas, una clara y otra oscura, y con este tesoro en las primeras horas del siguiente día se dirigió a la calle llamada “El Zaguán de la Verdad”. Sentado sobre la barda contrató a un párvulo con expresión de pilluelo para pregonar, y a fe que lo hacía vigorosamente: “¡Medias-verdades a diez, verdades a cien!”. Al rato, una heterogénea multitud hacía fila para adquirir verdades y medias-verdades. Fue una sesión bien rentable para Simónides y su infante pregonero. El método de venta era sencillo: Recibido el dinero, el comprador introducía la mano en la bolsa de verdades o medias-verdades según la cobertura de la adquisición, y llevaba el producto para su pronta lectura, y no pocas veces intercambiaba la papeleta con otros adquirientes multiplicando el fruto de la compra.
Feria madre (decimotercera entrega)
Por Pedro Pablo Escobar
(http://elviajedesimonides.blogspot.com/)
Hoy Simónides habrá de dirigirse a un grupo de personas que asisten a una comida. Si desean leer la anterior entrega, acá lo podrán hacer:
CAPITULO XIII.
DE LA VERDAD.
El sitio de la pesca se hallaba en un lugar apartado, bañado por el río en la porción boscosa de la ciudadela, rodeado de densa vegetación que en partes impedía la visión del cielo. Sus aguas lamían grandes rocas. Una acequia alimentaba la presa de la pesca. El sendero que a ella conducía estaba bordeado de floresta natural. Aves variadas no cesaban en sus trinos. El sendero terminaba en un espacioso patio. A un costado había una enramada a manera de restaurante al aire, y al frente un pequeño lago creado por la acequia del riachuelo que corría ruidoso a unos cien pasos. Las gentes pagaban en una ventanilla el valor de la cena y recibían a cambio una caña de pescar y aprovisionamiento de carnada. Sobre rocas medianas demarcando la represa, había gentes con sus cañas tiradas al agua. Había paz. Simónides observaba con nostalgia la escena. En su corazón sentía que esto no sería duradero, había rumor de odios crecientes entre practicantes de credos, y aún de muertos no confirmados oficialmente a manos de guardias sinodales oponentes. Sin embargo, el ambiente aunque tenso era de calma exterior. Las personas sencillas eran lejanas a esta situación, el sueño de integración a través de una religión universal aun animaba a muchos corazones. Por un instante Simónides permitió que la tristeza punzara su corazón. Pronto volvió a su habitual serenidad.
Cada cual tiraba el anzuelo con la caña. Al sacar al pez si no tenía un mensaje colgado tras las agallas era devuelto al agua y el pescador reiniciaba la pesca. Y sonreía triunfante cuando del pez colgaba un frasco conteniendo el mensaje. El pescador entregaba el pez a la cocina para la preparación de su cena y a cambio recibía una papeleta con un número, y luego, era libre de leer y meditar en el mensaje. Podría haber pescas venenosas o de peces que heridos intentarían atacar a su captor, así que un experto vigilaba la pesca para evitar eventos desgraciados. Había un letrero en medio de tan singular paraje: “El pez grande se traga al chico. El pez chico digiere al grande convertido en carroña. Es el ciclo de vida, ley de compensación a través de la permanencia. No siempre el pez hermoso contiene bello mensaje, podrá ser apetitosa su carne y amargo el mensaje, podrá ser su carne venenosa y entonces es necesario devolverlo al agua y reintentar la pesca. Debes sopesar la posibilidad de que el pez que ha mordido tu anzuelo, sea tu verdugo. Cuídate entonces, ten paciencia y se afortunado en la pesca de tu cena”.
Sobre otras rocas algunos comensales aguardando la cena, meditaban en el mensaje proveniente del pez, mientras escanciaban bebidas que tomaban libremente de una mesa dispuesta para ello. De vez en cuando una moza tras el mostrador gritaba un número y el poseedor del cartón con el número coincidente iba a ella y recibía una bandeja con el suculento fruto de su pesca ricamente aderezado con otras viandas, y ataviado con el tesoro gastronómico se retiraba hacia las mesas destinada para disfrutar la merienda. Unos y otros intercambiaban comentarios acerca de los mensajes pescados que muchas veces por coincidencia parecían estar relacionados con la inquietud capital del pescador, ocasionando el rumor de que eran testigos de una milagrosa pesca.
Feria madre (duodécima entrega)
Por Pedro Pablo Escobar
En esta entrega Simónides se refiere a los actos públicos donde se queman herejes y se deja a la voluntad de Dios el dilucidar quién cree y quién no mediante el asesinato masivo. Acá podrán leer la entrega anterior:
CAPITULO XII.
CRIMEN, CASTIGO, JUSTICIA Y LIBERTAD.
Las asambleas de los credos aumentaban el fervor de sus fieles y distanciaban a unos y otros en la elaboración del gran código universal. Así que unánimemente acordaron retomar las asambleas poli-religiosas, custodiadas por milicias de cada bando para evitar las agresiones. Mas estas eran cada vez más intransigentes y de carácter verbal ya que las tropas custodias evitaban que llegaran a la agresión física, y en los ojos de cada asambleísta brillaba un creciente anhelo de asesinar a sus contradictores. Este fenómeno era observado con complacencia por el jerarca coordinador del sínodo mayor quien en el fondo, bien oculto, creía que la promiscuidad de credos debilitaría la unión y conduciría a una mutua extinción.
Simónides recibió repetidas visitas de emisarios del Consejo Santo o Supremo Sínodo para participar en los debates y siempre las rechazó, agrandando la distancia con ellos e inspirando una creciente enemistad y animadversión hacia él. No volvieron a invitarle, pero no le olvidaban, y enviaban espías a seguir sus pasos y escuchar sus interlocuciones y aquellos regresaban una vez le escuchaban, con el espíritu inquieto y taciturno, a veces tristes, sin hallar la razón de esto.
Feria madre (undécima entrega)
Por Pedro Pablo Escobar Escárraga
Continuamos con la visita de Simónides a la Gran Feria que une todos los conocimientos terrestres (acá pueden leer la entrega anterior).
CAPITULO XI.
RELIGIÓN DEL ABSURDO: CULTO AL ASNO DORADO
EL LIBRO DE LOS INFALIBLES
Paseaba Simónides por una calle cualquiera como era su costumbre, en busca de algún acontecimiento no registrado en la memoria. Había renunciado a indagar sobre los eventos del día, y vagaba libremente en caza de alguno, alejado de los parques donde seguramente encontraría faenas teatrales o discursos de oradores callejeros expulsados de los concilios o simples buscadores de gloria en el aplauso del eventual espectador.
Se detuvo al ver personas con el rostro cubierto por máscaras asnales, y colas de fique anudadas a la cintura, suspendidas por la parte de atrás. Hacían fila esperando el turno de entrada frente a un portón con el aviso: “RELIGIÓN DEL ABSURDO”, “FUNCIÓN DE HOY: CULTO AL ASNO DORADO” “SOLO PARA DEVOTOS”, y en letra más pequeña “REQUISITO: PORTAR MÁSCARA Y COLA ASNAL”. Vencido por la curiosidad, extendió unos billetes a través de una rejilla con el rótulo “Si olvidó el traje, aquí lo proveemos” y a cambio recibió la máscara y la cola. Ataviado de devoto traspasó el umbral. El espectáculo estaba por comenzar. Read More…
Feria madre (décima entrega)
Por Pedro Pablo Escobar
Les presentamos el décimo capítulo de la historia de Simónides en la gran feria mundial. (Acá podrán leer el capítulo anterior)
CAPITULO X.
PARODIA DE LA HISTORIA DEL HOMBRE.
INCOGNITAS DE DIOS Y LA RELIGIÓN.
Simónides había oído de la comedia que estaba por presenciar. El comentario era unánime en considerarla de grande sabiduría, así que decidió asistir y verificar por sí mismo la veracidad de las habladurías. Mezclado en la multitud de espectadores, se apostó al abrigo de una palmera y, como era costumbre, sin mostrar alguna emoción, presenció la escena:
Una carpa simulando una caverna, vacía de luz, tenía escrito en el dintel de la entrada “Gruta de los Dioses”. Unos veinte metros al frente, una caverna similar, translúcida, con el rotulo de “Matriz del Sol” en el dintel de la entrada, irradiaba tenue luminosidad. Enmarcando el fondo, entre la gruta sombría y la translúcida, un coro de artistas de ambos sexos vestidos con trajes de diferentes regiones de la tierra y máscaras blancas, negras, rojas,… y, detrás de estos, un abigarrado conjunto de músicos con instrumentos de percusión, con rítmicos repiques animaban la escena. De la parte de atrás del coro y de los tamborileros, surgió un número indeterminado de seres en todo semejantes al hombre actual, solo que eran descalzos, vestían trajes confeccionados con hojas y corteza vegetales y pieles de animales, y lucían cabelleras largas y grasientas. Los hombres blandían mazas, varas puntiagudas y piedras. Las mujeres con los senos al aire, izaban teas encendidas y tinajas de barro; mezclados entre ellas niños de ambos sexos, desnudos, caminaban junto con los mayores, todos con cadencia al ritmo de los tambores. Era difícil saber si su actuación era una marcha o una danza. Las grutas abrieron los portales. Los miembros de la tribu, indistintamente penetraban, salían en menor número y volvían a penetrar a una gruta o a la otra, hasta todos quedar dentro.
Feria madre (novena entrega)
Por Pedro Pablo Escobar Escárraga
Simónides continúa con su visita por la Feria de todas las civilizaciones. (Este es el anterior capítulo, si deseas leerlo).
CAPITULO IX.
DE LA MENDICIDAD. DEL CLERO, CIELOS E INFIERNOS
Para coordinar las asambleas religiosas o “asambleas de dios”, como eran llamadas, se constituyó un comité central coordinador o “Consejo Santo”, compuesto por altos jerarcas representativos de los diferentes credos, con el compromiso de no intervenir entre ellos con pronunciamientos a favor o contra credo alguno y así mantener la cohesión. Realizaban asambleas, ritos y actos administrativos en el palacio de los templos donde cada credo tenía su templo e instalaciones que le permitía el ejercicio de su religión libremente. Estaba allí también la instalación para el gran sínodo donde se desenvolvía el Consejo Santo.
Eran comunes en las “asambleas de dios” las interrupciones por el comportamiento intransigente e intolerante de los participantes. Los moderadores incapaces de imponer disciplina en los diálogos, debían recurrir a los cuerpos del orden. Y sucedía a veces que estos daban respaldo irrestricto al bando de su predilección en detrimento de sus contradictores. Pese a ello, los concilios seguían un curso creciente en oratoria y fervor, agrandando las brechas que se pretendía eliminar. Con el tiempo, esta evolución de las asambleas hizo que su concurrencia fuera de un mismo credo religioso o político y aún de corriente científica con teorías amañadas para la inferencia de una misma realidad, siendo común la denominaciones “Credo de la teoría X”, “Credo de la teoría Y”. Llegados a este punto, las asambleas se convertían en concilios para incrementar la fe irrestricta en el credo expuesto y la total disposición a la defensa de su dogma.
El Consejo Santo, donde a diario llegaban informes escritos del resultado de las asambleas de cada grupo religioso, para la evaluación del avance en la consecución de los objetivos capitales de la feria, veían preocupados como este era cada vez más lejano. Así que acordaron incluir en la norma de las asambleas, la publicación puntual de temas a tratar, la inscripción previa de participantes especificando el credo o postura socio-filosófica de su preferencia y autorizar solo aquellas asambleas en que participaren mínimamente cinco bandos, fortaleciendo el derecho a exponer y eliminando fatalmente el disentir, todo bajo la vigilancia y anuencia del Consejo Santo a través de inspectores delegados.
Feria madre (octava entrega)
Por Pedro Pablo Escobar Escárraga
Hoy les presentamos el octavo capítulo de «Feria Madre». Si desean leer algunas de las anteriores entregas, basta con oprimir en el número correspondiente: 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1.
CAPITULO VIII
DE LA RELIGIÓN Y DE LA TEOLOGÍA
El cronograma de eventos de la feria dedicaba a cada capítulo religioso los primeros 21 días a exposición doctrinal y adoctrinamiento y conversión de practicantes de otros credos, y a reclutamiento entre las huestes de indecisos y ateos. Representantes de todas las creencias en conferencias exponían los aspectos que competían al hombre, a su individualidad y su interacción en la comunidad, buscando siempre una total compatibilidad con la ley civil, puesto que el objetivo final era ese: Reglas sacras y reglas laicas: una sola regla. Algunas veces se matizaban con la intervención de científicos o conocedores de ciencia y expertos en leyes y normatividad emanadas del comité central de la confederación de naciones, – claro está, practicantes del credo – para armonizar aspectos que doctrinalmente podrían diferir de la concepción científica oficial o de la legislación universal aceptada por los pueblos. Cada uno buscaba de esta manera inclinar la balanza a su doctrina llegado el momento de la normalización general con la esperanza de ceder nada o poco en la redacción final del informe supremo. Simónides asistió a eventos de esta índole, más como testigo que como activo participante. Escuchaba y tomaba nota en su memoria. Al poco tiempo tuvo conciencia de la inutilidad del método. Las grietas entre credos no iban a sellarse, al contrario, peligrosamente aumentaban en número y profundidad. Una gran tristeza le invadió y desistió de continuar asistiendo a estas conferencias; dedicó su tiempo a visitar eventos que rememoraban viejos mitos y buscaba participar en cuanto rito religioso hubiera así tuviese que mentir o asumir poses propias de los adeptos respectivos, pues si bien es cierto que serían de pública ejecución todos los ritos, así lo estipulaba la norma de la feria, descubrió que muchos eran apenas vulgar parodia de lo que en secreto se realizaba y él quería ir al fondo de la cosa religiosa. Vislumbró que muchos ritos jamás saldrían del secreto de los recintos a la luz pública y, en esos recintos inviolables por gentes del común, se gestaba la subyugación de estos. El juramento era común, la muerte y el crimen eran a veces accionar rutinario en la preservación del poder y el sigilo, y eran más rigurosos cuanto mayor era la severidad y abyección del rito y el riesgo de ser descubierto. Muchas veces no era solo el poder en sus vertientes de religión, política y economía, sino el sigilo de la práctica abierta a los más bajos instintos llevados a extremos antinaturales. Esto asqueó al espíritu justo y naturalista de Simónides y renunció a continuar con esta práctica. Decidió entonces pasar el tiempo asistiendo a reuniones públicas que se celebraban en cualquier parque o plaza sin previo aviso; bastaba un pequeño grupo de gentes, y alguien que tuviese algo que decir, eso sí, sobre el tema central de la feria: la cuestión religiosa. También era de su diversión pararse en las aceras y ver cómo desfilaban en raudos y engalanados carruajes, jerarcas de todos los credos, rumbo a concilios qué presidir o a dar ánimo con sus palabras y bendiciones a grupos de gentes incondicionales a su credo conscientes de que quizá esta era la única y última oportunidad de estar ante la presencia de su gran líder y recibir de él la tan ansiada bendición. A veces asistía a los mercados de las magnas ciencias en la plaza heptagonal y pasaba horas numerosas frente a las vitrinas donde una abigarrada hueste de vendedores ofrecían libros conteniendo todas las fórmulas mágicas para hacer superhombres a los débiles de espíritu en el dominio de las “leyes que gobiernan los planos allende a los conocidos por los vulgares sentidos del hombre y a los que la inteligencia del hombre y su racionalidad no llegan”. También proporcionaban los elementos para los rituales cuando de estos se trataba y, en cuartos más al fondo, “en los cuartos de atrás”, por unos cuantos pesos podía ser iniciado en los misterios o tratado para el pronto o distante logro de algún beneficio que la ciencia no podía brindar. Uno de los productos de más demanda era “el porvenir”. Simónides sonrió al recordar los años en la aldea ancestral cuando descifraba los sueños del prójimo. “Eran buenos tiempos – se dijo -. Ahora hay algo pesado en el ambiente y me apena no saberlo, o tal vez sea el vértigo de la presencia de tanta gente creyendo en un mañana venturoso e incierto… ”.
Feria madre (séptima entrega)
Por Pedro Pablo Escobar
«Feria madre» llega a su séptima parada. Es una novela escrita por Pedro Pablo Escobar y con ilustraciones de Pedro Escobar Muñoz. Si desean leer alguna de las anteriores entregas, opriman en el número correspondiente: 6, 5, 4, 3, 2, 1:
CAPITULO VII.
INAUGURACIÓN DE FERIA MADRE.
Hacia el centro y dominando la ciudad, se alzaba imponente el palacio de los templos. Era una construcción magnífica. El primer plano constaba de tres ovoides circunscritos coincidentes en uno de sus ejes. Del ovoide central se alzaba, majestuosa, una torre de ocho niveles ascendentes de menor a mayor como un zigurat invertido. Cada nivel del zigurat era a su vez un ovoide coincidiendo en uno de sus ejes. El ovoide externo consistía en un mural con figuras talladas en piedra y artísticamente pintadas, alusivas a los eventos más grandiosos de cada uno de los grupos religiosos residentes en el palacio. Tenía un gran pórtico central que comunicaba con el primer nivel de la torre, o área de distribución, la cual, además de tener el acceso a cada templo, comunicaba con los jardines laterales de aquellos, y poseía siete ascensores, uno por templo, para acceder al nivel asignado a eventos y actividades no rituales relacionados con la administración del credo, y el exclusivo al gran sínodo al cual también se podía llegar por los ascensores de los templos pulsando el botón “GS” – Gran Sínodo -. Los templos estaban separados lateralmente por hermosos jardines y fuentes. Estratégicamente ubicados había asientos y escaños finos de madera, concreto y metal para descanso de visitantes, clérigos y devotos, y se extendían desde el ovoide circunscrito como intermedio hasta la torre. Un inmenso faro remataba la torre y sus haces de luz bañaban intermitentemente durante la noche el lomo de los edificios, prados y plazuelas, haciendo juegos de luces con los alumbrados de los edificios, avenidas y parques. Encima del faro, suspendida en el cielo, sostenida por un ingenio de magnetismo, una magnífica esfera giraba perpetuamente irradiando luces simulando un pulsar.
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