Feria madre (novena entrega)
Por Pedro Pablo Escobar Escárraga
Simónides continúa con su visita por la Feria de todas las civilizaciones. (Este es el anterior capítulo, si deseas leerlo).
CAPITULO IX.
DE LA MENDICIDAD. DEL CLERO, CIELOS E INFIERNOS
Para coordinar las asambleas religiosas o “asambleas de dios”, como eran llamadas, se constituyó un comité central coordinador o “Consejo Santo”, compuesto por altos jerarcas representativos de los diferentes credos, con el compromiso de no intervenir entre ellos con pronunciamientos a favor o contra credo alguno y así mantener la cohesión. Realizaban asambleas, ritos y actos administrativos en el palacio de los templos donde cada credo tenía su templo e instalaciones que le permitía el ejercicio de su religión libremente. Estaba allí también la instalación para el gran sínodo donde se desenvolvía el Consejo Santo.
Eran comunes en las “asambleas de dios” las interrupciones por el comportamiento intransigente e intolerante de los participantes. Los moderadores incapaces de imponer disciplina en los diálogos, debían recurrir a los cuerpos del orden. Y sucedía a veces que estos daban respaldo irrestricto al bando de su predilección en detrimento de sus contradictores. Pese a ello, los concilios seguían un curso creciente en oratoria y fervor, agrandando las brechas que se pretendía eliminar. Con el tiempo, esta evolución de las asambleas hizo que su concurrencia fuera de un mismo credo religioso o político y aún de corriente científica con teorías amañadas para la inferencia de una misma realidad, siendo común la denominaciones “Credo de la teoría X”, “Credo de la teoría Y”. Llegados a este punto, las asambleas se convertían en concilios para incrementar la fe irrestricta en el credo expuesto y la total disposición a la defensa de su dogma.
El Consejo Santo, donde a diario llegaban informes escritos del resultado de las asambleas de cada grupo religioso, para la evaluación del avance en la consecución de los objetivos capitales de la feria, veían preocupados como este era cada vez más lejano. Así que acordaron incluir en la norma de las asambleas, la publicación puntual de temas a tratar, la inscripción previa de participantes especificando el credo o postura socio-filosófica de su preferencia y autorizar solo aquellas asambleas en que participaren mínimamente cinco bandos, fortaleciendo el derecho a exponer y eliminando fatalmente el disentir, todo bajo la vigilancia y anuencia del Consejo Santo a través de inspectores delegados.
Las reuniones y exposiciones callejeras o de plaza así como las representaciones de teatro con fondo religioso, filosófico y político, o humanístico en general, podrían seguir su curso como hasta ahora, sin restricciones.
Sin embargo, los ritos religiosos celebrados en público, si no eran representaciones teatrales, en adelante sus saboteadores perderían el derecho de continuar en la feria y serían expulsados.
Se logró paz física en las asambleas y reducción del saboteo a la celebración de ritos. A la par, se sacrificaba el acortamiento de la distancia entre credos. La meta de una religión total universal era cada vez más lejana, aumentando la preocupación del Consejo Santo o Gran Sínodo. A sus oídos y por información de agentes observadores enviados a los eventos callejeros, supieron de la presencia de un sujeto que no encuadraba en la categoría de predicador, saboteador, o político y quien, declarándose neutral, azotaba con palabras a unos y otros, y que a pesar suyo era considerado como sabio y admirado por la mayoría de las gentes que tenían la suerte o desdicha de compartir su presencia. Así que enviaron un emisario y un cortejo de sabios de los credos mayores con la misión de traerle al consejo para que aportara disminución a sus preocupaciones; aunque, en verdad, la intención de fondo era conocer el contenido de su pensamiento que comenzaba a alborotar el conservadurismo de muchas gentes.
Fue fácil hallar a Simónides, el sujeto era él. Estaba observando impasible a la distancia una representación teatral de tantas que a diario se realizaban en la plaza llamada “La plaza del mito”.
Antes de abordarlo, el mensajero y su séquito vieron cómo un hombre se acercaba a Simónides, blandiendo un sombrero de mendigo.
Muchos mendigos habían llegado a la feria atraídos por la prodigalidad de la muchedumbre de gentes de fe que asistirían, gran número de ellos rebosantes de piedad y desprendimiento material.
-¡Señor! – Dijo el mendigo – ¿Dónde están los sitios de oficios religiosos? Llevo varios días sin acoger un peso y mis arcas están vacías. A este ritmo en menos de dos días el hambre y la sed me aniquilarán.
– ¡Vea! –Exclamó Simónides – ¿Cómo es que un mendigo, como ninguno experto en geografía religiosa, esté indagando la ubicación de tales sitios?
– No me tomes a mal – replicó el mendigo -. En la ciudad de la que vengo, soy maestro en eso de ubicar templos, conocer las horas pico y las valle (1) para la recolección de limosna, pero es la primera vez que vengo a esta ciudad.
– Tienes razón – Dijo Simónides extendiéndole el manual-guía – Ahí encontrarás lo que buscas y tu tiempo será corto para visitarlos todos. Parece que has olvidado adquirir el directorio, bueno, al fin y al cabo para lo que viniste es suficiente una buena nariz que olfatee el humo de los incensarios y un oído sano que escuche el repicar de las campanas llamando a misa, el canto del imán invitando a la oración, o la monótona entonación de mantras… ¡Ah! Esperas la limosna. ¿No tienes acaso llenos los bolcillos?
– No señor. Ni un céntimo siquiera – respondió el mendigo lleno de candidez.
– ¿Cómo pretendes recibir de lo que careces? El rico lo es porque cada día a eso aspira y tiene más que el día anterior. Es simple regla de economía. Es un robo apropiarse de lo que nada se tiene.
– Me ruborizan sus palabras señor. Solo soy un bienhechor de la obra de dios, sin nosotros ¿cómo los piadosos pretenderían recompensas en el cielo si no hay en la tierra quien disfrute de su desprendimiento? Además, en los ratos de tribulación ¿qué mejor que a un pordiosero hacer la donación y así fortalecer la esperanza de felicidad? ¿No ha pensado en un enfermo que dándole un óbolo al pordiosero acrecienta su fe en la sanación? Y qué dices del hombre en su momento de dicha desbordante, ¿no siente a veces el impulso de compartirla afuera dándonos parte de su dinero? Somos el recipiente que acoge dando gracias el sobrante de las dichas y desdichas del prójimo, somos aditamento del buitre en la limpieza del deshecho humano,…
– ¡Ajá! – Interrumpió Simónides- Además de pilluelo eres astuto, y sabes poner a tu servicio el sentido común. Por poco me imaginé a mí mismo con un cuenco en la mano haciéndote competencia. ¿No hay un céntimo siquiera en vuestra bolsa para que yo pueda acrecentar tu haber?
– ¿Un céntimo? No,… miles. Sí señor, ¡miles! – Exclamó sacando de entre la cintura una bolsa y mostrándole un gran fajo de billetes.
Simónides tomó un fajo similar de entre la tula que colgaba de su hombro derecho, y ofreciéndola al mendigo dijo:
-Aunque libre de las cosas que inducen a dar limosna, toma esto. Ve en paz y acrecienta tu fortuna. Guarda tu agradecimiento para otros, no aspiro a recompensas ni acá ni allá. No tengo gozo o tristeza de qué despojarme, ni esperanza que fortalecer.
El viento al mover el largo cabello del mendigo dejó descubierta totalmente una mejilla con tenue huella de una vieja herida:
– No siempre mendigo he sido. En la juventud fui guerrero en tierra extraña y no propiamente en defensa de esta patria – dijo el mendigo a manera de explicación.
Simónides replicó:
-Más delgada que la huella de una partícula de luz es la frontera, si alguna existe, entre el ladronzuelo y el mendigo, entre el asesino a sueldo y el mercenario, y entre este y el militar de profesión sin fervor patrio. Mendigos: Cuidaos de vuestros benefactores; llaman “pérdida” lo que no pueden hurtar y filantropía la donación de sus regurgitaciones. De entre los mil disfraces del egoísmo, la filantropía es el preferido. En el nuevo orden, la pobreza no será virtud. Será crimen de lesa humanidad causarla. Pedir… dar… Todo favor y dádiva merecen devolución ampliada y no necesariamente a su dador.
La intervención de Simónides fue interrumpida por una docena de mendigos que de lejos presenciaron la escena y corrieron hacia el hombre que tan generosamente se despojaba del dinero.
El mendigo sonriente y feliz habló:
-Dadle alguna satisfacción a esta insatisfecha muchedumbre pues la revolución de la insatisfacción es terrible.
Simónides: ¡Más de temer es la revolución de los satisfechos! ¿Con qué satisfacer un estómago lleno a no ser con vermífugos? Durante largo tiempo habéis venido matándoos por la vaciedad de vuestro estómago. Añoro el día que lo hagáis por la vaciedad de vuestro espíritu.
Mendigo: – “Soy cuanto doy y recibo. Tal balance es la medida de mis desprendimientos y apegos” así habla el filántropo al ofrecer al hambriento el pan sobrante de su mesa. Mas no podrás dar más de lo que recibes, ¿de dónde ese saldo a su favor?
Simónides: ¡Insólito! No satisfaces el estómago y ya quieres satisfacer la mente. ¿Cómo pretendes ser libre con las tripas no henchidas?
Mendigo: Pues pretendo ser libre con las tripas llenas. No concibo separadas las dos situaciones.
Simónides: Tragedia para el débil es ser rico. Deberá armarse y aun así hay grande riesgo de que el fuerte le subyugue y le convierta en animal de carga para transportar la riqueza al nuevo dueño. Quien poco o nada tiene, poco o nada teme, solo deberá temer la pereza que lleva a la inanición. Se es sabio en la abundancia cuando se es feliz con poco. Todo se me debe, dice el párvulo, puesto que no pedí la existencia: Es un sofisma contra la ley de permanencia. Ningún ser pudo pedir ser, pues antes de ser carecía de individualidad imposibilitando tan improbable petición.Es una tragedia tener más corazón que bolsillo. Pero esto es una rareza en la sociedad. Dice el perezoso y el mendigo: El jueves soy hindú, el viernes musulmán, el sábado judío y el domingo católico. El lunes lo dedico a los míos, el martes a los otros, ¿no merezco descansar el miércoles? La gloria, el honor, la membresía, vanas virtudes son para el quehacer diario de la supervivencia.
Mendigo (dirigiéndose a los suyos): Idos en paz con la riqueza que este hombre hoy nos ha brindado. Jamás volváis a importunarle con necesidades infundadas. Tomad el fajo que me dio al cual agrego el mío. (Distribuye el dinero que poseía hasta quedar vacíos los bolsillos).
Simónides (dirigiéndose al mendigo): La mendicidad en el nuevo orden no será virtud ni forma de supervivencia. Estarán proscritos junto al mercenario y la pobreza extrema en la primera enmienda a la carta magna de las naciones.
– ¿Eres Simónides?- Inquirió el emisario seguido de una docena de clérigos de abigarradas vestiduras indicadoras de sus credos. – La conversación con el mendigo infiere que lo eres.
– Yo soy. ¿Por qué me buscas? – Contestó Simónides.
Le manifestaron que el Consejo Santo requería su ayuda en la dilucidación de temas de importancia suma para el éxito de la feria. Simónides dijo que era pérdida de tiempo para él y para el Consejo su presencia en este. El emisario le pidió que, si no había aporte de su parte, al menos asistiera a un diálogo; les había prometido el regreso con él, y… esperaba todo menos irse con las manos vacías, además, tratándose de tan venerables dignatarios, por consideración a tan altas investiduras,…
Simónides habló:
-Es imposible el diálogo que no termine en discusión estéril cuando el interlocutor está matriculado en un credo, obstáculo a veces superado entre científicos y cuasi inexistente entre matemáticos. No puede haber diálogo con alguien que estima ser infalible. Ese alguien podría tener conversación con otro alguien que estime ser igual, por su infalibilidad o por divina designación. En ningún caso encuadro yo, juntos no cabemos en la misma mesa ni hay pan que podamos compartir.
“No puede haber dialogo entre desiguales. Los iguales discuten y los desiguales se insultan. No estoy en ninguna de esas tónicas.
“Es más fácil hermanar un león hambriento y un ciervo lisiado que a dos religiosos de diferente credo, y más difícil aun si son teólogos. “Hermanar” es sinónimo de “conceder”, y ninguno concede: “No se pueden hacer concesiones tratándose de dios” esgrimen uno y otro. Si pretendéis hermanarlos, despójalos de dios por un instante, y así tendrán un instante con gran posibilidad de hermanar.
“Buscáis sabios. ¿Quién es sabio? ¿El que dice verdad y es apaleado? ¿El que dice mentira y es ensalzado? ¿El que calla sabiendo que sabe la verdad o el que habla ignorante de la incerteza de su elocuencia? ¿O el que repite el eco de lo que el auditorio quiere oír? ¿Dónde hay sabiduría? ¿Dónde está el sabio? ¿Quién es sabio?
“Decidles lo que quieren escuchar, eso les hará felices, y tú pasarás por sabio y justo, y la fortuna te sonreirá. ¿Es eso lo que pretendéis? Sed el eco del oído de tus oyentes, pon miel en la punta de tu lengua,… y no la laves, pues si la tienes limpia corres el riesgo de ser apaleado y expulsado de la comunidad. Si esto no deseas y quieres tener limpia la lengua, mejor cierra la boca.
“No soy sabio, no pretendo tener la verdad, quizá ni tenga la razón. Soy una especie de testigo aunque a veces, sin pretenderlo, me inmiscuya en cosas de los demás.
“Habéis construido una telaraña, y habéis sido la araña. Pero ahora, la carta magna es la araña y vosotros la mosca. ¿Por eso me buscáis?
“Es tragedia para el hombre la existencia de gentes que requieran el acicate de dios para el correcto obrar. Son entes inmóviles ante la ausencia de un dios blandiendo el azote en una mano y la copa de miel en la otra.
“¿Por qué buscáis lo que no existe? ¿Acaso intentáis repudiar el artículo 77? ¿No es él vuestra meta, la comunidad?
“¡Estáis buscando un muerto! Revívelo y volverá a la inexistencia. Solo tiene visos de realidad lo colectivo, y les digo otra verdad, también es perecedero, solo la universalidad tiene visos de inmortalidad, y aun así, también tiene su término.
“Dad un tinte social al lienzo en que dibujáis la historia y veréis como ese aspecto sombrío y tenebroso adquiere tintes de luminosidad y placidez.
“Cada cual con un pasado a cuestas y un futuro en agobiante búsqueda, ignorando que el futuro individual es quimera,… el futuro es de la especie. El atributo es de la especie, y el individuo toma de ello lo indispensable para enriquecerla.
“La razón del individuo es la colectividad. Solo es ética la actividad que busca el beneficio de aquella. Servirse de la sociedad con fines estrictamente egoístas no es natural. Admirable la vida en el colmenar: cada individuo cumple según la etapa de su vida con el servicio que el colmenar requiere y recibe lo necesario para ello. El individuo dedicará toda acción en beneficio de la especie y de ello derivará satisfacción.
“El bien, el mal, la moral, dios, el diablo, el cielo y el averno, ideaciones antrópicas son, para suavizar la permanencia de la especie. Y esta puede liberarse de ellas y sobrevivir así como han sobrevivido otras especies.
“Si aspiras a ser un obrero de la especie, sé siempre lo mejor de ti.
“El individuo no es la colectividad. Lo que es bueno para la colectividad lo es para el hombre y en ello tiene complacencia.
“Los dioses son espejos agigantados de sus creadores humanos.
“Para creadores y administradores de religión: Una buena dosis de terror mantiene unida y sumisa a la grey. No es el amor sino el miedo el acicate de la devoción. ¿Quién creyendo en eternas penalidades no ofrecería vida y bienes acá por una recompensa desigual de eterna vida feliz en el allá? ¡Gran negocio del pastor y del rebaño! Bien real para el primero sin pérdida alguna, pérdida real para el segundo con esperanza a un irreal bien. ¿Para qué repetiros en lo que sois expertos?
“La ciencia bíblica indujo al teólogo a fijar “certeramente” el primer día de la existencia (2). Peores desatinos son avalados por el poder de los investidos por la deidad. Infinitamente lejos estaba aquel hombre para soñar siquiera el tiempo de gestación de una estrella. Hombres de ancha fe y cerebro estrecho, no perdáis el juicio tejiendo historias en lo desconocido. Se viene de una singularidad adimensional por lo pequeña, y el fin será otra adimensional por lo inmensa, al menos eso dicen los hombres asentados en la tierra. ¡Estamos en su camino! Dios es una singularidad imposible.
“Cuando invocas a Dios para salvar tu negocio, estás perdiendo, excepto si la religión es tu negocio. Por hoy, dejad a dios afuera, por hoy él no será tu negocio.
“Si en el tiempo algo ha de salvar al hombre de catástrofe natural o incitada por el hombre, no será jamás la plegaria del sacerdote sino una emanada de laboratorio, más allá de cualquier expectativa religiosa.
“Porque la extinción de la vida es la muerte, se intuye de la ley natural, ¡y la extinción de la muerte es la resurrección! Concluye la infalibilidad clerical.
“¡Ah! Parecéis mendicantes. No malgastes ni perviertas tu tiempo orando por el pan de cada día, mejor inviértelo en sembrar, cuidar y cosechar el trigo para el pan de tus días, y el que sobre de tu mesa truécalo por otras viandas y comodidades a proveedores de otros bienes. Dejad esa dependencia mendiga denigrante por una de libertad honrosa. Una nación que acepta de buen grado donaciones de otra, pronto será una nación mendiga, perezosa y maldiciente de su benefactor. Pero descuidad: No hay donaciones desinteresadas: si recibís algo es porque habrás de pagarlo con recarga pesada.
“Es un juego perverso ese de crear cielos e infiernos infinitos como destino del hombre. ¿Por qué no crear solo paraísos y el hombre en ellos? ¡Ah! ¡Por los méritos! Mas si hay riesgo de condenarse ¿para qué crear víctimas? Si existe dios, solo habría paraísos y estos serían parte de su mismísima esencia, no podría haber existencia alguna fuera de él. Para todo ser esto está lejos de serlo. En el fondo, la razón nos habla de nuestra soledad, y ella es parte de nuestra grandeza.
“La mera idea de cielos e infiernos contradice la existencia de un dios sin necesidades. La peregrinación de los inocentes a las mansiones celestiales puede incitar a la matanza de infantes (3) y así a la extinción de la especie por religiosos caritativos en la conquista de almas para dios, con la virtud de anticipar su felicidad y evitarles el sufrimiento que pueda haber en este plano de la existencia. ¡Malditos esos predicadores de la extinción del hombre! Han renunciado a su categoría de hombres y en su infame renuncia han creado un mundo fantasmagórico de placer y dicha inenarrables allende la realidad más sin renunciar al aire que alienta sus pulmones y al pan y vino que abunda en sus despensas.
“No soy constructor de religiones, si en eso andáis, ni restaurador. Ese parece ser vuestro oficio. Habladme de una religión que asiente al cielo en la tierra y seré un ferviente devoto.
“Tildáis de locos y sabios a quienes no entendéis. Prefiero ser tildado de loco puesto que lo segundo me condenaría a una estéril y eterna discusión con los crédulos”.
Y dio por terminada la entrevista diciendo:
-Buscasteis en el vacío, así que regresáis con las manos vacías.- Y agregó señalando hacia el grupo teatral que había no muy lejos de allí:-Permitidme el disfrute de la comedia que está por comenzar- Y se alejó de la comitiva.
– ¡Señor! – Dijo el mendigo que iba tras Simónides- ¡Esta vez sí has ido lejos!
– Lejos de la libertad – replicó Simónides – para andar vagabundo por estas calles, y más cerca al corazón de ese indómito clan esclavizador de almas. – Y siguió el camino sin mirar atrás.
El emisario, seguido de unos miembros de la abigarrada comitiva, regresó al Consejo Santo, llevando en la memoria cada palabra de Simónides, y pensando: “Simónides está equivocado cuando habla de vacío. En nuestra memoria llevamos sus palabras, ¿Seremos escuchados? ¡No! Su voz es el eco del vacío, y ¿cómo llenar este si no es con su misma prédica?”. El resto de la comitiva de sacerdotes emisarios se dirigieron a cierta distancia de Simónides hacia la Plaza del Mito.
(1) “Horas pico y horas valle”: Expresión empleada por la autoridad de tránsito de algunas ciudades para indicar el caudal automotor. (Picos y valles en las gráficas de medición)
(2) El reverendo James Ussher concluyó en que el primer día de la creación fue el Domingo 23 de Octubre del año 4004 a.C. Otros teólogos de entonces coincidieron en fechas no tan distantes.
(3) Hubo un tiempo en la colonización americana por España, después de aceptada la existencia de alma en los indígenas, los infantes recién nacidos de mujer indígena y colono español, una vez bautizados eran degollados para enviar su alma pura al cielo.
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