Vino de ninguna parte. Relato de Luis Bolaños (Imperio Decadente)

Vino de ninguna parte 

Relato de ciencia ficción por LUIS ANTONIO BOLAÑOS DE LA CRUZ

 

 

«supe que si en algún momento nos quedábamos solos la encularía, imaginarlo fue en simultáneo delicia y tormento, supe que las relaciones serían intensas y rugosas, de repente contradictorias, pero nunca convencionales y llanas.»

 

 

Nota preliminar:

Encaramado en la estructura narrativa de «El Vuelco del Cangrejo» (film colombiano de Oscar Ruíz Navia – trailer 2008) tracé las rutas de la soledad que acontece tras la pérdida de alguien querido y la dificultad de la reinserción social en un marco signado por la violencia y la guerra (como lo sigue siendo Colombia hoy casi tres lustros más tarde a pesar de la victoria de Petro), eso sí, condimentado con fantasías sexuales, como es habitual en mis relatos, a pesar de acontecer en el marco de la saga del Imperio Decadente lleva la huella de la influencia de Jack  Williamson en “El Hombre de alguna parte”.

Concepto artístico de fallo mecánico en sonda rusa por Michael Carroll

 

Llegando en medio de una batalla:  La huida en sus etapas transitó de lo fraterno a lo sublime, los instantes se embutían unos en otros difuminando fronteras y almacenando conoceres, y la bionave funcionó hasta que recibió una descarga de proyectiles que rebasó cualquier plan de contingencia que tuviéramos almacenado y listo a descargarse para contener descalabros y/o amputaciones, mutilada y arruinada dejaba una estela de fracciones y compartimentos que crecían para obturar agujeros a medida que caía hacia la nube de planetoides; aún en proceso de muerte y desintegrándose continúo ayudándonos, trazando rutas de escape con diversos porcentajes de seguridad, solicité uno de los postreros, sin importar el tiempo y velocidad, me jugué un albur y acepté el riesgo, me inserté en uno de los cohescafandras y apenas si tuve que esperar para que la bionave me lanzara a mi destino.

una centaura, aproximación artística a una centóquira espacial.

Primer encuentro

Llegó de ninguna parte, apareció desde el fondo del bosque, donde no hay senderos de tránsito, lo encontré agotado, con el casco entre las manos y recostado sobre una de las raíces de un tronco de banomos (crecen en manojos múltiples entrelazados que fingen ser una sola planta, pero que en realidad son colonias que articulan su despliegue vital entre un combate donde tratan de inducir la sumisión de otras fibras mediante hormonas y compuestos  generados por sus bolsas químicas y una fusión que desintegra cortezas y pone en común los conductos) .

Gozábamos de un glorioso y dorado amanecer, casi que se podía sentir la alquimia del proceso por el cual los cloroplastos transmutaban la luz en sustancia vital y el coro de murties (quirópteros azules diurnos), flevetes (aves parecidas a faisanes flacas) y sitocos (semejantes a psitáceas parlanchinas) se combinaba con los rumores de alimañas, parquides (masivos insectívoros de color rosa-malva que avanzaban tronchando pseudomusáceas para devorar las miríadas de larvas expulsadas por la explosión de mantillo) y los quejidos de muleles (casi lemúridos con bandas blancas y celestes cruzando sobre sus anillos grises y negros para camuflaje) ocupaba cada decibel posible bajo la bóveda arbórea.

 

Las comparaciones y paquetes de datos las ejecuta de manera automática un biowiki de Terraquis (donde se ubicaba el laboratorio que nos diseñó) que llevó instalado hace ya décadas, supongo que desde antes de que arribáramos a esta tibia luna que gira en torno a un GG -gigante gaseoso- del sistema PER-449*a de clase G, pero que se activó aquí sin que ni yo, Picalbur ni ningún otro comprendiera sus principios.

 

Hay quien aventuró en alguna asamblea que fui designado como “orador” o “narrador” del grupo, de allí que mi biowiki funcionara así, pero como otros acontecimientos relativos al éxodo, permanecen en la bruma; con frecuencia ignoro segmentos apreciables de la información, pero suelo deducirla por el contexto y como sólo yo la rumió no creo que adquiera importancia para las decisiones de otro centóquiro – mezcla de centaúridos y artiodáctilos inteligentes –  quizás creados por algún proyecto de manipulación genética del Imperio cuyo propósito se extravió y mientras se decidía en que utilizarnos se nos desterró al borde de la Gran Fosa Oscura (De la cual se rumora que es un resto de masivas destrucciones de estrellas llevadas a cabo por antecesores desconocidos y que casi seccionó uno de los brazos de nuestra galaxia, en un probable experimento de manipulación de materia en volúmenes fabulosos con objetivos paranoicos)

Luego vendrían los levantamientos y la larga lucha de liberación y nos olvidaron.

Le interpelé gracias a los memes tradumaqueteadores circulando en sangre que proporcionan léxico e imágenes de síntesis:

– Soy Hiptendal -¿podemos intercambiar fluidos o información? sugerí con guiño lujurioso dejando caer la cabeza a un lado.

 

Declinó el primer ofrecimiento, musitó su nombre: Ozkallzi, pero aceptó el segundo mediante idéntico recurso, primero respiró profundo para certificar que el aire seguía siendo respirable y soltó una parrafada de la cual comprendí que deseaba bañarse (la costra de mugre bajo el traje debería empezar a picarle), comer y descansar, en ese orden, también que quería encontrar algo en que laborar y acceder a un dormitorio.

 

Le dije:

– Voy a pescar y recolectar, tendrás que apresurarte, mi zancada será dilatada porque llevó prisa, deseo encontrar liermas (gordas y menudas mantarrayas que duermen en la orilla) y muyuyes (moluscos irisados) que extraer antes que levante su giba el GG- para un sabroso almuerzo de frutos marinos.

 

Me miró con algo de estrabismo por la fijeza de la mirada, en la cual latía un pozo de tristeza irreconciliable y susurró:

– Te seguiré -. 

No obstante su promesa, apenas unas cuantas medidas de tiempo después se retrasó, cuando giré el pescuezo lo encontré mirando mis ancas potentes, relucientes, adornadas en su centro con un ano rosa, extravertido y palpitante (tengo que explicar que poseemos cuatro poderosas piernas terminadas en pezuñas suaves, en el caso de los machos como yo, con tres penes funcionales en las respectivas ingles y en el de las hembras una vagina reproductiva adelante y dos vaginas de placer a los costados; por eso observados de perfil parecemos más un cuadrópodo que un centauro). 

Me mosqueé un poco, ya que había rechazado el ofrecimiento de intercambio de fluidos al inicio de nuestra conversación, pero me coloque por empatía en su lugar y supe que estaba extasiado por la deslumbrante belleza que exhalamos con cada movimiento, quiebre o torsión que ofrecemos a miradas o sensores. Coloqué un par de frases entre los atronadores gorjeos que caían desde la hojarasca, ya que la incipiente mañana seguía siendo espléndida y ruidosa.

 

–  Puedo explicarte como arribar al poblado más cercano.

 De nuevo me miró con un rescoldo de congoja y musitó:

–  Estoy más extenuado de lo que creía, explícame y trataré de no equivocarme. 

 

Los centoquiros captamos matices de verde que otras variedades de humanoides o especies no logran absorber y gracias a un sencillo sistema de señalización cartografiamos y confeccionamos matrices de localización, supuse que sería ciego al mismo y preferí expresarlo de diversa manera: 

-Continúa por este sendero, 30 clicks más allá del altozano donde me verás desviarme hacia el interior del bosque, gira hacia la playa, encontrarás una cortina de burures (exitosa simbiosis de mangle y bambú), localiza un orificio a través de ella y arribarás a un guijarral, atraviésalo y a su final ya serás capaz de avizorar los bungalows del poblado. 

Se desplomó sobre el barro, movió la mano en un gesto de agradecimiento y despedida y estuve seguro que con la mirada clavada en mis prominentes esferas glúteas me observo marchar.

Luego supe de su ingreso a la aldea, como los corcelill@s lo rodearon, lo acribillaron a preguntas y pedidos, como lo rescató el jefe del consejo, quien le ofreció una tarea y un bohío anexo a su bungalow y como se fue integrando a la plácida rutina del conglomerado, aunque lamenté no haberlo encontrado hasta cuando ya estaba a punto de partir.

 

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El ejercicio sexual es inevitable

Apenas lo visualicé supe que algo ocurriría entre nosotros. Mi clasificación como corcelera, indicaba que yo era una adolescente henchida de hormonas y deseos pero no una centóquira madura. Lo que fuera a ocurrir tendría que descubrirlo, decidí dedicarme a su cuidado y educación durante su estancia. A pesar de mis intenciones didácticas no pude evitar acercarme ondeante subiendo y bajando el torso como si quisiera que mis ya prominentes senos establecieran un diálogo de pieles. 

Estaba rebuscando parado sobre unos zancoflejes (piernas mecánicas con depósitos) extraídas en algún momento de ese batiburrillo de detritus arrojados a la arena, que para nosotros son inútiles pero que a él le fueron útiles, y encontró entre los montones de desechos lo que fuera reciclable o recuperable para su diseño; allí al borde del bosque se le veía, enjuto, sucio y sudoroso e irradiaba un cúmulo de aconteceres, que oscilaban desde la más pura frustración hasta la agonía reiterada, pero salpicadas con toques de sensualidad que apetecía explorar. 

 

En la práctica operaba cual coordinadora de corcelillas ya que los varones eran demasiado revoltosos y requerían el cascoduro de un varón para ordenarlos, así que cruzar palabras e imágenes era normal, dibujé una espiral de acercamiento y atraje su atención, ya después se vería que tan intensa transmití mi invitación y si no lo conmovía volver a intentarlo.

 

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Perturbación y Reciclaje

Creo que tras el encuentro con Riza, una magnífica y portentosa muestra de la belleza turbadora de las centóquiras y de la turbamulta con los corcelillos, en especial la huella dejada por la rutilante Axtia, fue tranquilizante la serenidad del jefe, quien me condujo a uno de los enormes bungalows dispersos entre la playa y la selva. 

Era una cabaña enorme y umbrosa -donde justo se celebraba una reunión administrativa de la comunidad-, refrescada por medio de un sistema de aireación de plumas, movidas por eolomolinos sabonis empujados por el viento marino, con sillones semicirculares con rampa que brindaban un cómodo apoyo a las centóquiros, igual me eche en uno, pero tendía a resbalar.

En esa tesitura tras escuchar un informe donde se indicaban las toneladas de residuos recogidos que estaban enriqueciendo a la comunidad indicaron asimismo que se encontraban en buenos términos con la unidad de tropas imperiales de superficie destinada a proteger el emporio turístico que se construía al extremo de la península de la isla, y que se hallaba en suspenso hasta que se decidiera el combate que ya duraba meses locales en las órbitas del gran sistema estelar y en particular las cercanías de su luna; 

Luego narré la historia preparada, con mucho de verdad y ciertos toques embaidores con el envoltorio suficiente para que fuera aceptada aunque no creída en su integridad (y lo sabíamos tanto ellos como yo) con el objetivo de que me concedieran de manera legal permanecer en la aldea supuestamente mientras durara la conmoción.

Después de aceptarme, me leyeron las tareas y me recomendaron seguir las instrucciones sobre la distribución del trabajo, me tocaba recoger residuos de hitech, micromáquinas y espumanano en la playa según las exhaustivas categorías siguientes que comparto:

– escamas de bioelementos que aún conservaban un brillo colorido y vibrante que minicautiles atravesarían para elaborar collarines, dijes y calder-móviles y convertirlos en artesanías;

– bloques de gelatina protectolubricante aún con las marcas y circunvoluciones de aquellas máquinas, artefactos o depósitos de las cuales se habían desprendido cuando las naves explotaban y se desintegraban en el vacío empezando a caer hacia la luna (se reusarían en tiendas y talleres para efectos similares de protección y embalaje);

– segmentos de metalo-partes incrustados de metralla y repletos de microperforaciones que se articularían luego en deslizadores de playa y andadores de jungla transitorios;

– ocelosensores del sistema de ubicuidad de las naves que les permitían replicarse con coordenadas exactas cuando emergían del hiperespacio y que concedían a quienes mirasen a través la emergencia de múltiples personalidades, por lo cual eran muy solicitados para ejercicios de introspección y cosmética;

– tripas de los procedimientos sustentadores de los módulos deslizantes que se autoinfluían y autoproyectaban para habilitar con estética espacios, patios, áreas de descanso y habitaciones y que se adherían a las chozas u otros habitáculos para proporcionar celdas, estabilidad y una cierta sismoresistencia;

– trozos de tensores que brindaban elastipotencia a las paredes fijas de las bodegas de la nave y que eran como cuerdas irrompibles acá abajo en el pozo de gravedad planetoidal;

– en ocasiones también retazos de redes de construexploradores, esos que recorrían incansables la superficie externa del cosmobajel y mientras avanzaban rellenaban, cosían y disolvían grumos de inestabilidad en el telar cuántico para que materia y energía coincidieran en las salidas y reentradas de las hiperdimensiones espaciotemporales y que ¡oh paradojas! constituían apreciables juguetes infantiles como rompecabezas, laberínticos caleidoscópicos, enigmas en capas o acertijos abiertos pero con bordes para ser transportados;

– secciones de lechos de hidropónicos que seguían siendo utilizables convocando frutas, tubérculos, verduras;

– plastipiel del recubrimiento de estancias de placer que aún respondían fragmentariamente a pedidos emanando imágenes, esparciendo ferómonas y aromas, emitiendo descargas rítmicas de sonidos aleatorios crispantes, relajantes o estimulantes;

– bioplásticos leves y pesados multiuso que reemplazan desde seda hasta placas dérmicas y biocables impregnados de nanomódulos líquidos, que aún deteriorados seguían teniendo mucho fuelle para vivenciar;

– cuerdas metaloorgáanicas sometidas a torsiones cuánticas para el ingreso & reingreso & escape del hiperespacio (establecido el pandeoalebeo antiinercial se activan y entrelazan para reorientar la estructura de la nave hacia el diseño más conveniente que permita girar en el ángulo programado sin perder velocidad)

– mallas de camuflaje y armaduras de enmascaramiento que brotaban al reventar las hormas de mitigación de búsqueda ante el sondeo de los instrumentos de los astrobajeles enemigos y que cumplían similar función en tierra;

– ramilletes de enlaces electrónicos todavía vibrando en onda y que podían ser adaptados al impacto de la gravedad;

– pulsantes semihemisferios de IA (muy apreciados por constituir plataformas de armado de objetos variopintos);

– esquirlas de hologramas que servían para rastrear posibles claves y algoritmos;

– capullos y semidomos de habitáculos desventrados pero aún con sus semiaveriadas maquinautas de producción diversificada y transformación de materia

– premoldes de objetos de las impresores nD con uso parcial;

– deformes planchas de límites de zona pero con la dureza suficiente para entarimados o pisos;

Y, al final, bisutería, miríadas de trocitos de multisistemas comunicacionales con su algarabía y reflejos casi identificables, polvo de metaloides, pizcas metálicas, pegotes de proteínas quemadas, osteovegetales de diseño para adorno o señales de límite, en fin las huellas de lo tecnohumano lloviendo desde el cielo, fruto de la desintegración de las naves en el sistema..

Caminé hasta la chabola que me designaron, similar a la del Consejo Comunal en pequeño, me sentía vacío y extraño al recordar lo sucedido en Xudo-Grego con Maugnia, mi compañera y cómplice, duele rememorar la muerte definitiva por desintegración de alguien en las circunstancias agravadas en que aconteció, cuando escapábamos tras el ataque a los imperiales para sustraer la data, en la vastrotonda (enorme espacio circular con plantas, pérgolas, jardincillos, monumentos) la alcanzó un proyectil convirtiéndola en un esferoide rosáceo que se mantuvo por un segundo flotando antes de desmigajarse.

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Vida cotidiana en la aldea

Exasperado por los recuerdos decidí ir a compartir, saludar y socializar a la tasca de expendio de licores espirituosos del poblado, lo cual implicó pasar por la choza del jefe Ormon para invitarlo, quien encabezaba no sólo la estructura organizativa de la aldea, sino asimismo la de entretenimiento cordial (fiestas y encuentros varios, incluyendo deportivos), era un formidable ejemplar de su especie, donde musculatura y kinésica se conjugaban para emitir dignidad y atractivo más allá de que la cabellera cayera encanecida por sus hombros y las arrugas ya se hubieran instalado en su rostro. 

Era también el marido principal de Riza, la despampanante centóquira con que me tropecé a la salida del bosque, así que los tres marchamos en la agradable y gloriosa mañana que empezaba a calentar mientras ella exhalaba un olor acanelado, a especies turbadoras, que la envolvía en sucesivas capas sumergiéndome en deseos que creí desaparecidos cada vez más acuciantes, apreciaba que mi cuerpo se predisponía, los músculos se contraían y distensionaban como acondicionándose para una cabalgada, quedarse a su lado mientras se disparaban los mecanismos circulatorios y se apretaban gatillos hormonales era hundirse en gelatina elástica, blanda pero turgente, tuve que esforzarme para ubicar mi mente en otro contexto y escapar de la ineludible trampa sensual que emanaba de su entorno. Quizás controló sus mecanismos de atracción porque la abrumadora sensación se debilitó y pasó a un segundo plano aunque sin diluirse, en picos que me atravesaban y me dejaban tembloroso, conversé un par de minutos y supe que si en algún momento nos quedábamos solos la encularía, imaginarlo fue en simultáneo delicia y tormento, supe que las relaciones serían intensas y rugosas, de repente contradictorias, pero nunca convencionales y llanas.

Acudí a mi primera faena y departí con los componentes del grupo. Aprendí raudo y aunque no obtuve una cuota tan alta como las habituales del grupo de trabajo sí era significativa. La recolección viene acompañada de deporte, decidieron jugar a una especie de fútbol que se impulsaba con las manos o los pies según la franja que se recorriera, pero que era libre por el aire, fue una contienda ardorosa, los puntos se sucedían, se mantenía el entusiasmo.

Con el pitido que señaló el final del partido Ulo resbaló cerca de la meta abriendo las patas delanteras y quedando con el torso en la arena y la grupa en alto, Idebis se le pegó penetrando el ojete palpitante lubricado por el sudor (y como después descubriría por un par de glándulas especiales) de un solo golpe, introducción que señaló el inicio para una orgía que oscilaba del jolgorio al desenfreno. Matans se recostó sobre su lomo y ofreció la flor roja de su ano, Kogi se le arrojó y lo ensartó con vehemencia.

Rechacé los ofrecimientos de nalgatorios y trolas y me retiré a la fronda para dirigirme a mi chabola, en ese momento era tan lúbrico mi estado de ánimo que los thauls parecian haces de tripas retorcidas resumando licores y burbujas de icor de súbito petrificadas con lo cual a lo repugnante agregaba lo áspero, enseguida los diminutos jalavos, angiospermas semejantes a coníferas enanas aromaban el aire son sus aceites, se levantaban los swises cual pirámides blandas plagadas de carúnculas y agallas que caían con frecuencia provocando ruidos apagados idénticos a los pedos escapados al follar, eso si de paso soltando licores ácidos que eliminan cualquier competencia vegetal en su entorno y por doquier, los bombats se disparaban hacia la cúpula del bosque alternando femeninas cinturas oscuras con ramas que de tan verdes parecen negras, las epinelas conectando globos pálidos erizados de espinas con espículas gruesas a suaves racimos de esferillas, era indudable que iba excitado por primera vez desde mi desgraciada pérdida y esperaba que Axtia ya no se encontrará ordenando los espacios de los anaqueles de mi choza, era puber pero aunque yo vibraba debía respetar los ciclos sociosexuales de su aldea; de repente entre los troncos musgosos Riza se deslizó casi una sombra, se detuvo frente a mi y de mis ojos trasladó su mirada a mi erección y musitó con sus labios gordezuelos que se adivinaban repletos de dulzura a punto de estallar ¡Te la alivio!  pero el órgano que recibió la embestida fue otro cuando al girar me ofreció su excelso tafanario.

Sentí como el esfínter entregaba sus secretos y acogía mi miembro con leves contracciones  de sus sucesivos anillos en su profundidad, palpitaba mientras cedía y lo envolvía con suave presión a cada nuevo empujón, comprendí que las mejoras eran genéticas pero en lo fundamental de diseño, un recto tan delicioso se construyó para entregar cuotas extras de placer y para que quien lo taladraba tuviera conciencia de lo que gozaba: dos glándulas lubricantes, una externa que se hinchaba en el borde superior y que convertía el blando aro anal en una joya rutilante alojada en lo alto del pliegue, en medio de un par de glúteos que unían a la esfericidad convocante el gusto por ser estrujados y masajeados; otra interna que con el fluido también exhalaba una resina aromática que convertía al pistoneo en una fiesta de olores enervantes con tendencia a incrementar la celeridad del golpeteo y a armonizar la cadencia de la ejecución.

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Viraje y partida

Establecida la rutina lo cotidiano abrió su redoma de sucederes y vivencias, la quietud se instalaba y se quedaba, conocí a casi cada personaje de la aldea. Eran cinco distribuidas en arco en torno a la base de la península, un playón desde cuyo punto más alto era posible ver el mar a ambos costados. Una descripción del proyecto  hotelero, indicaría la interrelación de las escolleras con las piscinas de aguas filtradas y lagunas recostadas sobre las dunas, en un bosquejo se advertiría que un doble anillo acuático atenazaba el tercio exterior de la península mientras los dos tercios interiores estaban surcados de canales y salpicados de cuerpos de agua, era un hotel-fortaleza, o un fortín disfrazado de reposo turístico; 

La presencia de los soldados imperiales con escafandras especiales, establecía una cuota apreciable de intimidación aunque en apariencia ambos, complejo hotelero y aldeas de  centóquiros se soportaban sin convenio y se trataban como buenosvecinos, sin juego propio que ofrecer me encontraba a merced de los acontecimientos, recorría el bosque en dilatadas caminatas y me alejaba de Axtia acumulando furor erótico que derramaba a chorros en el intestino de Riza, cada vez más osada inventando situaciones que ameritaban impetuosas cópulas, volcánicas introducciones y entregas anales vigorosas.

Mi intuición me susurraba que tal estancamiento no podía durar y que el peligro aumentaba, era frecuente que los imperiales con escafandra transitaran por la playa, siempre me mantenía alejado y si era jornada de recolección faltaba y me infiltraba en la selva, en la última de dichas ocasiones escuché que me llamaban  y me detuve a esperar a Hiptendal, la conversación fue rápida, me entregó las coordenadas de un reservorio donde dormitaba lista para partir una lancha, una de las tareas derivadas del biowiki consistía en el mantenimiento del aparato, reiteró que era el momento de recoger mis bártulos y largarme, entristecido y convencido de la veracidad de lo compartido retorné a la aldea.

Habían citado a Asamblea Urgente, dos puntos relucían ante mis ojos, la tropilla de corcelill@s dejaría de extender su manto protector sobre las ya maduras, Axtia era de ellas, una mezcla de dolor y alegría me embargo y debatirían como cumplir la decisión tomada con anterioridad de atacar y destruir el proyecto del complejo hotelero, amparados en el Decreto Imperial que les concedía un lugar para morar y ya que el propio imperio había designado la isla y único continente del planetoide (que incluía la península) como su residencia tenían el deber de recuperarla.

Corrí gritando Axtia por la aldea, ambos caímos en brazos del otro(a), le conté sobre el regalo de  Hiptendal, comprendíamos que distintos caminos se abrían ante nosotros, mas un breve trecho lo recorreríamos juntos, mi magro menaje en el macuto a mi espalda, mi brazo encima de sus hombros, no me despedí de persona alguna, en cierta forma tampoco lo hacía con Axtia, caminamos sin conversar ansiando arribar al punto señalado, el cual era una cueva con tibio manantial, nos quitamos los adornos y collares y empecé por desflorar su vagina reproductiva, la dulzura y la calidez y sendos orgasmos modelaron la predisposición para continuar, la ansiedad me carcomía, no obstante me serené lo suficiente para que la irrupción anal fuera lenta, suave y acompasada, sólo cuando mi pene ingresó completo me dediqué a pistonear, fue increible, eyaculé y casi sin relajarme pasé a la siguiente fase.

Sentípensé que multitud de procesos creativos se amontonaban en mi mente, sino fuera porque siempre estamos ocupados en algo -ahora por ejemplo, primero coitos y a la zaga, cumplir con los protocolos de encendido y establecer las secuencias de órdenes que los algoritmos atraparían para cuantizarlas y poner a funcionar la chalupa-, de tal modo que mezclamos distintos niveles de conciencia y junto al deseo aprovechamos la introspección y el reencuentro con nosotros mismos para contrapuntear mente y sexo y eso nos permita acumular fragmentos creativos con la frecuencia necesaria para identificar enormes panoramas listos para ser explorados tanto teóricos como sexuales.

Axtia se marchó enseguida, el trecho era largo y había tareas que cumplir, las luces de los paneles confirmaban que las rutinas se cumplían, me acomodé y broté de la caverna antes de introducir la recóndita y definitiva orden, atravesar la Gran Fosa Oscura (tardaría un par de ciclos estelares para entregar la data birlada en Xudo-Grego a la flota rebelde). Un par de medidas temporales standart después superé el borde de la zona de conflicto, el plan de fuga funcionó aunque muchos eventos no programados sucedieron y uno de ellos estaba ocurriendo ahora, la masa de centoquiros corría por el playón agrediendo el complejo hotelero y Axtia era una atacante.

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© Luis Antonio Bolaños de la Cruz.

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