Diario del coronavirus desde el conurbano sur de buenos aires #5. Por Leandro Alva

Esta mañana me desperté con la noticia de la muerte de Amadeo Carrizo, una leyenda de nuestro fútbol. Para muchos, el mejor arquero argentino del siglo XX. La noticia me generó algo parecido a la nostalgia, a esa extraña nostalgia de lo que nunca se vivió. Porque yo no llegué a verlo dentro de un campo de juego. Sin embargo quedaron sus historias, las que contaban mis abuelos, las que escuché de boca de algún jovato en la mesa de un bar. Tan grande fue este señor que nos ocupa que incluso el mismísimo Lev Yashin, la araña negra soviética, le regaló sus guantes en señal de admiración. Curiosamente, Yashin también murió un 20 de marzo, en 1990. Todas estas perlas de la “vieja época” son capaces de bocetar perfiles míticos en la cabeza de cualquier pibe amante del balompié, como ese que fui allá lejos y hace tiempo.
Esta mañana también me di cuenta (siempre tarde) de que tenía algunos servicios impagos, así que hice acopio de valor y salí a la hosca intemperie a buscar una oficina de Rapipago, pero la que está más cerca de mi casa no atendía. De este modo tuve que desandar mis pasos y volver al aislamiento. Pude ver calles prácticamente vacías, poca presencia humana, algunos perros despistados por tanta quietud. Me sorprendió una calandria que cantaba paradita sobre el cable de alta tensión en la ochava de mi escuela primaria. Me detuve a escucharla, era todo en la tarde vacía, no había más y no hacía falta. Apenas retomado el paso me crucé con dos colectivos, uno de ellos con un solo pasajero en el último asiento. Y me acordé de aquel cuento notable de Bradbury, El peatón, en el cual un ignoto habitante de una ciudad sale a dar un paseo nocturno y, como es el único que tiene el tupé de andar vagando a una hora “desaconsejable”, se lo llevan a la comisaría. Bueno, yo sí andaba solo, pero por ahora no estoy en cana.
Quienes sí están detenidos desde esta mañana son siete parejas que estaban en un telo meta chucu chu. Ya ni organizar un festín de sexo y depravación se puede, al menos por un tiempo considerable. Habrá que desarrollar preservativos que cubran el cuerpo entero, qué sé yo. Tenemos que estar preparados para todo. Esto recién empieza y es igual a una guerra, le escuché decir a un fulano en la radio.
Quiero remarcar que hoy me abstuve de encender la TV. Estoy harto de los noticieros. Bueno, en realidad sí la encendí para ver un programa homenaje al gran Amadeo Carrizo, pero fue menos de una hora. Mientras tanto, me llega un bombardeo de información por whatsapp y no estoy en condiciones de procesar el ataque. Aún no sé la diferencia entre un virus y una bacteria, o tal vez la sé pero no me acuerdo de que la sé. En fin, todo está muy parecido al día de ayer y al anterior, y creo que el hecho menos apremiante y más reparador de este viernes fue ese minuto en el que me detuve a escuchar el trino de la calandria en la esquina de mi escuela. En ese momento volví, pero no a mí casa.
Leandro Alva, Temperley, 20 de marzo de 2020.