La cabeza teológica de Charles Darwin
Charles Darwin nació en 1809, nieto del reconocido médico Erasmus Darwin quien a su vez creara una incipiente teoría de la evolución que sugería la posibilidad de hacer surgir vida de la materia muerta (una influencia inestimable en los trabajos tempranos de Mary Shelley) ; podríamos decir que el joven Charlie le hizo «hijack» a la teoría de su abuelito. Por mucho tiempo Charles Darwin ha servido como bandera de la gastada disputa entre fe y razón, acostumbrándose a ubicarlo dentro de la «pandilla de la razón». Se suele traer los casos más fundamentalistas de aquellos creyentes que ridiculizaron la Teoría de la Evolución y también de aquellas histéricas expresiones de radicalismo religioso en las que se niega la importancia de Darwin ( los creacionistas). No obstante, este conflicto no se encuentra formulado en ninguna parte del pensamiento darwiniano. Al grado de que si indagamos un poco en la propia biografía del científico inglés, vemos que una de sus preocupaciones iniciales fue precisamente el estudio de la teología en la Universidad de Cambridge, de no haber sido por el botánico Dr. Henslow que lo encaminó hacia el interés por la filosofía natural; si no hubiera sido por la influencia de este profesor, seguramente recordaríamos hoy a Darwin no como el creador de una de las teorías más prestigiosas de la ciencia , sino como un gran clérigo cabezón. Como se deduce de un fragmento de su autobiografía:
Cambridge, 1828 – 1831. – Después de pasar dos cursos en Edimburgo, mi padre se dio cuenta, o se enteró por mis hermanas, de que no me gustaba la idea de ser médico, por lo que me propuso hacerme clérigo. Se mosró muy vehemente en cuanto a que no quería verme convertido en un señorito ocioso aficionado a los deportes, cosa que entonces parecía mi destino más probable. Le pedí un tiempo para considerarlo, pues por lo poco que había oído o reflexionado sobre el tema tenía mis escrúpuslo en cuanto a declarar mi fe en todos los dogmas de la Iglesia Anglicana; por lo demás, me agradaba la idea de convertirme en un cura rural. Por consiguiente, leí con sumo detalle On the Creed de Pearson y otros cuantos libros sobre lo divino, y como entonces no albergué la menor duda sobre la verdad estricta y literal de cada palabra de la Biblia, me convencí inmediatamente de que debía aceptar nuestro credo sin reservas.
Teniendo en cuenta la ferocidad con que me he visto atacado por la ortodoxia, parece ridículo que en su día pretendiese ser clérigo. Y no es que yo renunciara a esta intención ni al deseo de mi padre, pero murió de forma natural cuando, después de abandonar Cambridge, me incorporé al Beagle como naturalista. Si hemos de fiarnos de los frenólogos, yo estaba, al menos en cierto sentido, predispuesto para ser clérigo. Hace unos años, los secretarios de una sociedad de psicología alemana me pidieron por carta una fotografía; y un tiempo después recibí las actas de una de las reuniones en la que, al parecer, la forma de mi cabeza había sido objeto de discusión pública, uno de los ponentes había declarado que poseía yo una protuberancia de a reverencia lo bastante desarrollada como para dar lugar a diez sacerdotes.
En Autobiografía Charles Darwin
Título original: The Autobiography of Charles Darwin
Publicado en Editorial Norma S.A.
Traducción de Isabel Murillo
Bogotá, 2007