Hombre besando la barra del transmilenio

Las historias antiguas hablaban de un encuentro. Un hombre uniría su carne a la de un artefacto frío y su unión terminaría en un destello violento: se repelerían como el agua y el aceite. El amor es tan salvaje, un animal nocturno al acecho escondido en el espeso bosque. La velocidad transforma a los sujetos. En los albores del siglo XX, Duchamp trataba de atrapar a los espectros de sus sueños que se desintegraban en los flujos de los trenes. Los sistemas de transporte fulguran en el sistema sensorial del hombre como una llama. El temperamento del enamorado lo obliga a devorar la piel de aquello que toca y arropa. Cromo frío como la muerte, sucio como el amante,  cruel como unos ojos ciegos que divagan en el deseo de otros. El beso se vuelve una profanación, una travesura en el templo calcinado del romance. ¡Qué atrevida y estupenda es la pasión!

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