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Epidemia — un relato de @lualducor

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Yh8n8bo_ Epidemia es un relato de Luis Alberto Duarte Cortés  que nos permitió reproducir en Mil Inviernos, con licencia en BY~SA 

EPIDEMIA

@lualducor  

Buenas Tardes, señor, señora ama de casa, joven universitario y público en general.

Disculpe si le interrumpo y le quito «un minuto» de su tiempo (relativo a su velocidad de lectura), no le vengo a vender pasa bocas, juguetes, jabones, manillas o cualquier artículo que esté oferta dentro de un transmilenio.

Yo, vengo a compartir y reflexionar. Pero no me malentienda, pues no vengo a recitar un estribillo social proveniente de una cultura marginal y decadente al repetitivo ritmo nasal de un comensal de apariencia efímera, que interrumpe la tranquilidad del transporte público con unos parlantes portátiles ocultando su verdadera intención, bajo la banal excusa de «crear conciencia» e «impartir cultura». Algo que a fin de cuentas «todo el mundo conoce» pero nadie pidió aprender – ni mucho menos, escuchar a las malas en un transmilenio.

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Creo que nadie se ha preguntado alguna vez ¿cómo es el logo de la Coca Cola?

Yo, nunca pedí escuchar el «happy Birthday» en mi cumpleaños o reconocer esa melodía de los «Beatles» que todo el mundo canta y nadie se sabe la letra.

Y si usted alguna vez se lo pregunto, o es de los míos, o sufre de Alzheimer…

¿Ha usted notado, como en cualquier lugar de forma desprevenida y casi subliminal, nos bombardean de información que nunca pedimos pero de igual forma asimilamos de manera casi instintiva?

¿Nota usted como es manipulado de forma sugestiva con pautas comerciales que especulan con: nuestra sed, nuestra hambre y nuestra necesidad de comunicación?

¿Nota usted esa reacción instintiva de rechazo y desesperación ante la soledad?, sentimiento que promociona fácilmente un utensilio, medicamento o un seguro financiero y en caso de ser adquirido genera una dosis altamente concentrada de: dopamina, serotonina y endorfinas, que entregadas directamente a su sistema nervioso central, crean una efectiva sensación de «plenitud y felicidad» cortesía de su cerebro.

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Sea la respuesta, negativa o positiva, usted acaba de darse cuenta que sufre de una enfermedad degenerativa severa, causada por un endoparásito intracraneal y no es culpa de los transgénicos, insecticidas, químicos y complementos aditivos que consume diariamente.

Investigadores de vanguardia aseguran que es altamente contagioso y se transmite de persona a persona de forma: escrita, verbal y visual.

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Avatares de una usuaria en Transmilenio

Foto: flickrhivemind.net

Foto: flickrhivemind.net

Por Luis Carlos Muñoz Sarmiento* (Especial para milinviernos)

Señor periodista: Le voy a contar mis avatares como usuaria en Transmilenio. Le ruego el favor de contarlos tal cual, sin censuras previas ni auto-censuras. Espero esté de acuerdo que sólo hable yo, mujer ya mayor, en un medio tremendamente machista como el que tenemos. Todavía me acuerdo cuando por primera vez vi las vallas con el anuncio del sistema para Bogotá y el proyecto de desarrollar 12 o 13 etapas, de las cuales hasta ahora, entiendo, sólo dos se han construido y apenas está empezando la tercera. Al ver esos pulmones limpios, rojos, vitales, se me llenó el alma de esperanza porque, como no tengo carro para no contaminar, me parecía genial ese medio de transporte que iba a eliminar la polución: con ellos se anunciaba un cambio, esa palabra tan mencionada por los políticos, que transformaría la vida a los habitantes de la capital y les permitiría respirar un aire puro. Además, otros países del área, e incluso de Europa, se deslumbraron con este que consideraron un modelo a seguir.

Soy una asidua usuaria de Transmilenio y tomo el sistema entre dos y siete veces al día pues debo desplazarme a diferentes y lejanos puntos de la ciudad, a distintas horas valle o pico, durante toda la semana, es decir, de lunes a domingo. Esto, debido a mi trabajo como profesora. De antemano, advierto que no deseo dar a conocer mi identidad ya que todo aquél que se queja es considerado un revoltoso, un terrorista, un criminal. En un comienzo todo era maravilloso. Los desplazamientos eran rápidos y efectivos. Al pasar el tiempo, todos vimos cómo aumentaba el flujo de personas pero aún no sé el porqué. Al principio se usaba los domingos como medio de turismo, para visitar los centros comerciales, hacer compras, visitas y hoy en día es tan peligroso e intimidante que ya no es nada agradable para la gente. En las horas pico, es cuando surgen los problemas. Voy a citar un ejemplo, una experiencia personal del viacrucis que me toca vivir los días viernes. Salgo faltando diez para las cuatro, de la estación Alcalá, para desplazarme a la de Eldorado. Sólo basta que me retrase diez minutos para que esté en medio de un tumulto gigantesco. Soy una persona de 56 años y tengo una hernia en el estómago, lo que quizás baste para señalar que no puedo hacer fuerza alguna. Por eso, a veces es mejor ser llevado por la corriente y eso hago cuando voy a entrar a una ruta que necesito. En este caso el K-16 para ir a la calle 75 y hacer un trasbordo para tomar el G-22 que me deja en la estación de destino. Hago esto porque si tomo un “lechero” (el que para en toda estación) demoro en llegar dos horas y media, debido al embotellamiento en cada parada. Hubo un día en especial en el que sentí mucho miedo o más bien, pánico, que pensé, sin querer, en el fin de mis días. Tomé, como ya dije, el K-16 y la avalancha de gente me arrastró al interior del bus. No hay necesidad de tenerse de nada, de ninguna varilla pues todos vamos como las reses, sosteniéndonos, involuntariamente, entre sí. Y en dicho apretujamiento, empieza uno a pensar cómo salir de allí cuando toque. Sólo negociar con los que están al lado, convencerlos de cambiar de puesto para llegar a la puerta, es ya una odisea. Cuando se tiene suerte, es fantástico y si no tocar ir detrás del que se vea más fuerte, para poder salir. O si no otro por detrás lo empuja a uno y el que va adelante lo mira con recelo, si no con bronca, como si uno fuera la causa de la situación.

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Hombre besando la barra del transmilenio

Las historias antiguas hablaban de un encuentro. Un hombre uniría su carne a la de un artefacto frío y su unión terminaría en un destello violento: se repelerían como el agua y el aceite. El amor es tan salvaje, un animal nocturno al acecho escondido en el espeso bosque. La velocidad transforma a los sujetos. En los albores del siglo XX, Duchamp trataba de atrapar a los espectros de sus sueños que se desintegraban en los flujos de los trenes. Los sistemas de transporte fulguran en el sistema sensorial del hombre como una llama. El temperamento del enamorado lo obliga a devorar la piel de aquello que toca y arropa. Cromo frío como la muerte, sucio como el amante,  cruel como unos ojos ciegos que divagan en el deseo de otros. El beso se vuelve una profanación, una travesura en el templo calcinado del romance. ¡Qué atrevida y estupenda es la pasión!