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Ripios y silencios: sobre Borges y la última novela de Moore

en Maus de Spiegelman

en Maus de Spiegelman

Sobre la última novela de Alan Moore, Jerusalem,  resulta trágico, pero a la vez comprensible en tiempos de twitter y neolengua, que se le dé mayor valor al número de palabras de una obra que su contenido o propuesta. Si bien la cifra es impresionante, pues según Leah Moore (hija del escritor) la novela se compone de aproximadamente un millón de palabras (the guardian), y esto en comparación a famosos libros voluminosos, como Guerra y Paz (560.000) parece exagerado, considero que uno como lector cuando se sumerge en la lectura no se pone a contar palabras y el número de éstas idealmente pasa desapercibido cuando  está atrapado; y en eso reside parte del éxito que en la actualidad están teniendo sagas como Juego de Tronos, Harry Potter, Las Crónicas Vampíricas y últimamente (gracias a Jodorowsky) Duna.

A propósito de la extensión de las novelas, uno de los mayores detractores era Jorge Luis Borges, a quien algunos, como Jane Ciabattari,  consideran el escritor más importante del siglo XX (http://www.bbc.com/culture/story/20140902-the-20th-centurys-best-writer). Para Borges el problema de las novelas es que muchas de sus páginas son meros ripios, rellenos de escritores ociosos, como Tolstói, que a media noche se acordaban que tenían que escribir sobre el picnic, el desfile y esto no era «realista».

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Esfera Nelso. Entrevista.

La lluvia corroía las calles apagadas de una ciudad anegada en cortocircuitos nerviosos. Nuestros pasos chapoteaban, acelerados, los charcos en las aceras, fulminadas de escombros, mientras vagabundos y oficinistas del centro se abalanzaban sobre los últimos refugios en donde escampar el fin de una semana de sueños amordazados.

Íbamos en búsqueda de la única entrevista que hasta la fecha Nelso ha concedido. No sabíamos a ciencia cierta qué encontraríamos. Aventurábamos en cada respuesta una revelación o una bofetada de marica. Sin embargo, a la intemperie de una lluvia despectiva como la saliva de un idiota,  apurábamos nuestro paso y, como golosos tras un manjar, nos restregábamos las palmas de las manos con una emoción exuberante.

Lo esperamos en un bar  anegado de la juventud universitaria que se proyectaba como la próxima generación habitante de cubículos que preñaban los edificios de oficinas de la ciudad plateada. Nelso llegó dando pasos levitantes, de su escuálida y morena mano derecha colgaba un paraguas que parecía extraído de las ruinas del bogotazo. Su cabello negro, largo y liso parecía explotar en tímidos bucles ocasionados por el agua que, incesante, continuaba despreciando a toda la especie que se apostaba bajo los techos desiguales. La camisa azul que le apretaba sus muñequitas, brillaba en la penumbra del recinto y una sonrisa nerviosa, que le hacía brotar sus dientes perfectamente alineados, llenó de melancolía el trago de cerveza que en ese momento consumíamos. Apenas se sentó, lo primero que exclamó fue “Qué más da”.

Todo esto pasó hace un siglo. Ahora Nelso vive con Carlo y filman una película que se llama «Nelso y Carlo o Carlo y Nelso».

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Los de las luces

Por Nelson Barón

Se había dicho por semanas que eran amigables. Cada vez que conversamos con mi abuela Marina, ella me ha dicho que si estaban hechos de luz era porque debían necesariamente ser expresión de los ángeles y que si Dios hacía seres angelicales era porque él era bueno, y que si él era bueno (él más bueno, él único bueno, él todo bondad y comprensión) era porque todas sus creaciones eran perfectas, y solo lo imperfecto (lo que se apartaba de lo bueno, me acabó de repetir por teléfono esta mañana)  podría dañar a otros seres humanos.

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