Nudo de serpientes o cómo ser de otro modo. Por Daniel Maldonado

 

Es cosa curiosa que en la incipiente tradición narrativa chiapaneca la historia (entendida menos como oficio que como síntesis o compendio de los hechos ocurridos en tiempos ya idos) haya ejercido una considerable influencia en un puñado de narradores. Eraclio Zepeda, antes Rosario Castellanos y, desde luego, Jesús morales Bermúdez se sirvieron de momentos, etapas del pasado para recrear sucedidos que los cultores de la historia oficial –esa falacia pretendidamente aséptica y objetiva– se han empeñado en borrar –cuando no en ignorar de plano.

A estas alturas, señalar el fuerte acento político y hasta contestatario de novelas como Oficio de tinieblas o Ceremonial sería incurrir en una franca perogrullada. En estos relatos están presentes las vidas de quienes han padecido el oprobio y la explotación. Pero también palpita en ellas otra cosa: una impronta estética notable que se sostiene en la fuerza del lenguaje que las recorre.

Tanto en Ceremonial, como en Oficio de tinieblas, la historia o, mejor, su recreación poética por vía de la palabra se convierte en vehículo idóneo para dar cuenta de sucesos que, aún hoy, suponen una herida permanentemente abierta: la derrota de los alzados de 1869 en la región de los altos de Chiapas a manos de las fuerzas criollas de la ciudad de San Cristóbal. Ni una ni otra, sin embargo, son novelas históricas. Antes, podrían ser vistas como narraciones en las que la historia se erige en fantasma, lamento. Recuento de afrentas y de ultrajes. Injusticias.

Nudo de serpientes (Viento al Hombro, 2007) de Alejandro Aldana Sellschopp prolonga, al tiempo que la robustece, esta suerte de tradición. Igual que las anteriores, tampoco la de Aldana Sellschopp es necesariamente una novela histórica. Cierto: en Nudo de serpientes se dan cita distintos acontecimientos que cabe tipificar de históricos: la masacre de Wolonchán, la formación y consolidación de agrupaciones guerrilleras en el contexto de la llamada Guerra sucia, la emergencia –y posterior despliegue operativo en la región de los altos de Chiapas– del EZLN.

En efecto: la novela de Aldana se instala en esa tradición. Pero en función de sus propios recursos (que son logros), también se distancia de ella. Ahí en donde Morales Bermúdez se sirve del mito para reconfigurar la historia, Aldana coloca utopía y diatriba.

Dentro de la ficción de Aldana, utopía y diatriba hallan asiento en las figuras del mayor Moisés y de Augusto Castillejos. ¿Protagonista y antagonista?, ¿héroe y villano? Mejor: el uno como el reverso franco del otro y viceversa.

A Moisés de cuando en cuando lo persigue la sombra de su padre: cifra de su vida pasada y, aun, efigie de su habitus de peón acasillado. A Augusto Castillejos lo atosiga, encerrado en un jacal, prisionero de guerra de aquellos a los que no tiene empacho en considerar casi que bestias salvajes, el espectro de su más rancia estirpe: Bernal Díaz del Castillo.

Lo que producen estos fantasmas (el pasado, el soldado español) en sus respectivas víctimas es una especie de revelación. En el caso de Augusto Castillejos, el espectro de Bernal Díaz del Castillo desencadena un tormento que se desprende de su negativa a reconocerse en la voz del conquistador. Resulta notable que no sea necesariamente Castillejos quien le dé rienda suelta a sus prejuicios (que son, en realidad, vicios de clase). La diatriba encuentra salida contundente por mediación del fantasma de Díaz del Castillo. Es él quien se atreve a sostener lo que los autoproclamados defensores de la civilización y el progreso, como Castillejos, se empeñan en obviar: que la bonanza en la que viven en buena medida se sostiene –se ha sostenido– en la represión, en el despojo y en la aniquilación de los que habitan el espectro ensombrecido de la realidad. En el caso de Moisés, la reflexión crítica sobre su vida pasada lo coloca en el mundo como sujeto susceptible de transformar su condición de figura dependiente de un cacique –falsamente– bondadoso. Entre el pasado –época en que las figuras de su padre y del propio general Augusto Castillejos desempeñaban un papel central– y el presente desde el cual el Mayor Moisés evoca el ayer abandonado, se abre una sima: la de su conversión en otro sujeto –insumiso, rebelde, multidimensional– al cobijo de la selva, en compañía de los suyos y, fundamentalmente, por conducto de la lectura: una forma privada, dicen, de la utopía.

Aldana, en efecto, repasa la historia de explotación y ultrajes (pero también de esperanza y anhelo comunitario) que, no sin vileza, ha terminado por ser obviada por la lógica mainstream de nuestros días. Pero a diferencia de lo que de ella, de la novela, ha dicho gente como Andrés Aubry, Nudo de serpientes no es –solo– el análisis dialéctico de la realidad. Ante todo supone un memorial de agravios (González Roblero dixit). Menos crónica que testimonio a dos (o quizá a tres o más) voces, Nudo de serpientes da cuenta de una educación sentimental: la del otrora peón Moisés convertido, por medio de una conciencia que es camino de lucha, en referente del EZLN.

Un elemento no menor. No son muchos los relatos escritos en Chiapas en los que aparecen escenas de lectura. Hay una en Viaje al desierto de los lacandones, de Juan Ballinas, y otra en Tocar el fuego, de Eraclio Zepeda. En el primero, un miembro de la comitiva que busca adentrarse en los espesos senderos de la selva, lee en voz alta para sus compañeros de ruta pasajes de una novela de Juan A. Mateos. En la otra, un militar francés perteneciente al ejército que en 1862 invadió México lee lo que un improvisado soldado chiapaneco –conocedor del idioma del enemigo– no logró comunicarle de manera oral. En Nudo de serpientes, se lee que en el corazón mismo de una selva que es, a un tiempo, paraíso e infierno, una muchacha llamada Tania hace inventario entrañable de lo alguna vez leído: El Capital, el Manifiesto comunista, El gatopardo. En esa misma selva, Moisés suspende la lectura de una biografía de Lenin nomás para solazarse en la recordación, en la contemplación y, sobre todo, en la introspección. Tal vez –y sólo tal vez– en esto se cifre la fuerza que hace de Nudo de serpientes no sólo una novela, sino la prueba fehaciente de que es posible ser de otro modo.

Tags: , , , , , ,

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

A %d blogueros les gusta esto: