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Baraja de sombras: un catálogo diferente de la literatura escrita en América

El colectivo Baraja de Sombras ha forjado la colección homónima de escritura latinoamericana. Ha unido sus esfuerzos con la editorial mexicana Entre Tejas -cuya sede está en Chiapas-. Los libros serán de ficción o ensayísticos y comprende a personas de diferentes lugares de nuestro continente hispanoparlante -en sus diferentes variantes-. Al respecto, este ha sido el comunicado que se dio hoy, junto con la publicación del primer volumen: Ensueños desde el hato llanero, escrito por Luis Cermeño:

Entre Tejas inicia con la Colección Baraja de sombras: escritores latinoamericanos la posibilidad de dar a conocer las nuevas voces de los y las creadoras cuyo trabajo permanece inédito pero nos motiva el afán de darlos a conocer y mostrar la poderosa voz literaria que se forja en nuestros distintos países. Esta idea surge a partir de la conjunción de voluntades de jóvenes escritores que desde distintos puntos de nuestra geografía latinoamericana han venido a cursar a Chiapas posgrados en distintas disciplinas humanísticas, con quienes hemos conformado una red que ha tendido puentes y ampliado horizontes que convergen en esta editorial chiapaneca, inmersa no en el pulso capitalista del Norte sino en el ánimo antiglobal del respeto a las identidades regionales, las cuales confluyen en la defensa del arte y, particularmente, de la literatura. Sea éste un proyecto de larga vida que dé aliento e insufle de vitalidad la creatividad de nuestros hermanos y hermanas creadores latinoamericanos.

Acá pueden encontrar el link para la descarga del primer libro

Cuaderno de Innsbruck (CONECULTA, 2020), de Gustavo Ruiz Pascacio

Por Andrés Felipe Escovar

 

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En el prólogo de Cuaderno de Innsbruck, Luis Arturo Guichard- además de plantear una perspectiva de la lectura de la poesía y de su escritura- afirma que “lo realmente importante son las sensaciones físicas del viaje” del poeta Ruiz Pascacio en Europa (2020: 9). En este viaje, las ciudades se desdoblan hasta evaporar el lugar cierto que se les adjudica.

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El espacio: “Cierto lugar de Europa”. En esa concreción asoma la posibilidad de cualquier lugar; el poema acerca a lo cierto con cualquiera o algún deíctico.

Y en lo cierto, lo cualquiera o alguno, se asoma un espacio íntimo esquivo a las cláusulas intimistas.

El asomo de la concreción es aquel relámpago vislumbrado, en el prólogo, por Luis Arturo Guichard:

El libro de poesía es una hendidura que se convierte en un abismo según se adentra en él           el lector, una ruptura de la realidad cotidiana que muestra caras desconocidas de uno mismo y de los otros, pero también una continuación de esa realidad: como el relámpago, es un latigazo que cruza nuestro espacio y se disipa (Ruiz, 2020: 8).

Cierto lugar es cualquier lugar, pero siempre es.

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El poeta pisa cierto suelo de la tierra llamado Europa, mira hacia arriba y, en ese acto, encuentra significados que apenas se deslizan en las palabras sin agotarse:

Hay una belleza predicando en el firmamento… (Ruiz, 2020: 21).

El espacio celeste se llama Europa. El poeta no nació bajo ese cielo; a su mirada la precede un viaje trasatlántico. Cuaderno de Innsbruck está escrito con la mirada dirigida a un firmamento donde discurren “fugaces siluetas”, “altas, como sus árboles que combaten en leyendas de boca en boca” (2020, Ruiz:19).

Así como en Innsbruck, en París y Salamanca se concibe la intimidad de unos espacios donde el cielo apenas es un reflejo. Cuando el poeta discurre en ellos, como los contornos que cruzan el firmamento, aparecen las palabras y, con ellas, el hálito del poema.

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Ese firmamento europeo convoca la presencia de lo que quedó allende el atlántico: cuando el poeta levanta la mirada, la lengua que la atraviesa es un eco de las palabras dichas al otro lado del océano; las ciudades europeas se yerguen con una sintaxis foránea y una cadencia lejana a la gelidez de la nieve y el viento que remecen el pulso de quien escribe el cuaderno.

Los contornos que cruzan el cielo expiran un idioma tan extraño como el mundo:

Salgo a recorrer este país. Un mundo por detrás, un cielo por delante […] Con la debida                          sensación que en mí no cabe todo. Que vengo de un océano que no besa esta tierra […]                            Que me aparezco así, con todos los espíritus que me ha dado mi patria, y no puedo doblar con                  otra magia que no sea este cordón de cimientos en el que pongo mi palabra (Ruiz, 2020: 24).

 

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Acerca de Mansa presencia de la muerte (CONECULTA, 2022) de Eduardo Hidalgo

por Ana Alejandra Robles Ruiz

 

 

Es frecuente escuchar que los grandes temas de la literatura son la vida, el amor, la muerte. Sí. Pero es que la revisión de la literatura de todas las épocas y latitudes confirma esta sentencia: la presencia reiterada de dichos motivos, así como su tratamiento tan profundo, son prueba de ello. En lo concerniente a la muerte, ¿qué es, por ejemplo, la Divina comedia de Dante Alighieri sino una obra maestra de la literatura universal que explora, dentro de otras cosas, las vías que aguardan por nosotros después de morir? O ¿qué es Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes, sino la obra más importante de la literatura española que, además de ser la primera novela moderna, es una alegoría de la vida que avanza hacia su término en la muerte? Y no olvidemos en México los casos de La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes, donde el avistamiento del fin detona la rememoración de una vida que ya fue; El luto humano de José Revueltas, novela en la que la muerte es agente de sufrimiento y  personaje principal; o el mismísimo Pedro Páramo de Juan Rulfo, en el que la muerte es la articulación entre realidad y ficción, entre realismo y fantasía. Y así puedo continuar.

 

Publicado en 2022 por el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Chiapas (CONECULTA), Mansa presencia de la muerte es un poemario escrito por Eduardo Hidalgo Ruiz, que toma su título de unos versos de “Nuevamente” de José Emilio Pacheco: “Mansa presencia de la muerte, el oleaje/ que se pone a tus pies”.  Es un libro que propone reflexiones en torno a la muerte a partir de la evocación de anécdotas e imágenes de seres queridos, más precisamente familiares, que perdió el hablante poético. Es un poemario escrito por momentos en un tono melancólico, otros en uno de reconocimiento e incluso a veces en uno de curiosidad poética e intelectual. Mansa presencia de la muerte invita a recorrer lo que ya no está, a enfrentarnos cara a cara con nuestra soledad imposible, con lo vivido y lo perdido, pero sobre todo con lo que queda por venir. Al igual que otro poeta chiapaneco, el de Algo sobre la muerte del mayor Sabines, Hidalgo escribe acerca de la muerte que lo atraviesa como hijo, hermano, sobrino, primo. De ahí que el acto de desenmascarar el yo-lírico a partir de fotografías y la nota final del poemario, sea percibido por nosotros los lectores como un guiño de generosidad por parte del poeta, quien ha resuelto desnudarse y hacernos sitio en su intimidad.

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Notas a partir de LA CURIOSIDAD MATÓ AL MACHO (2018) de Russell Manzo. Editorial Surdavoz. Por Alejandra Robles

 

Norte-norte

2008

Mi amiga Ana Karen y yo estamos sentadas en la barra del Pluma Blanca bebiendo una caguama fría, Victoria porque es la especialidad.  Ella jamás había venido. Le parece extraño que las paredes estén cubiertas de murales. Desconoce las canciones que grita la rockola favorita de toda mi licenciatura. Le digo Tranqui,  solo vamos a estar un rato antes de ir a la fiesta de Mariela. Es para que conozcas mi salón de clases favorito.

 

Sur-sur

Entrada de Facebook: 29 de marzo de 2020

Imagen: Sostengo con mi mano izquierda, mientras estoy tumbada en el sillón de la que por tres años fue mi hogar, un libro delgado de fondo blanco cuyo título se muestra en letras capitales LA CURIOSIDAD MATÓ AL MACHO.  Atrás, difuminada, alcanzo a ver una mulita de corpus cristi –aquí hay dos días para festejar la amistad; aquí hay muchos días para festejar– que me regaló un buen amigo chiapaneco. Y sentado en la silla del comedor, alguien que pasó a ser de otro modo en mi vida, en pretérito.

Texto: La curiosidad mató al macho, de Russell Manzo, es un libro de relatos que se desarrollan en el espacio-tiempo de los botaneros, las cantinas de las ficheras y la Mara. Las historias giran en torno a la reflexión sobre las fronteras de la sexualidad y el género. Las narraciones se presentan sencillas, coloquiales, próximas a nuestra realidad y experiencias como seres insertos en el siglo XXI, en un país predominantemente heteropatriarcal […].

Norte-norte

2008

Bebemos tranquilamente y apaciguamos con cada sorbo el malestar que trae consigo el calor de esta ciudad, al que es imposible acostumbrarse. Se acerca a nosotras un hombre de mediana edad y nos ofrece de su caguama. No, gracias, ya tenemos, dice Ana Karen. El hombre hace un falso gesto de disculpa y se sienta a dos puestos de nosotras. Nos contempla de forma obscena.

 

Sur-sur

Septiembre de 2022

Mientras releo el libro de relatos de Russell Manzo, me viene a la cabeza una pregunta: ¿qué hay detrás del establecimiento de límites? Espaciales, temporales, afectivos, sexuales, lingüísticos, ficcionales. La realidad de las historias que construye Manzo se acota a la geografía del voseo, donde las señoras mayores son “tías”, no hay borrachos sino “bolos” y el insulto no es “joto” pero “mampo”. Ante esa realidad lingüística, como nativa de un México muy grande, me descubro extrañada y fascinada a la vez. Sigo siendo una extranjera en esta tierra, me digo.  No obstante, yo también sé de sed, de tugurios, de deseo, de amores breves, de ires y venires. Finalmente, como dijo Simmel, “El hombre es el ser fronterizo que no tiene ninguna frontera”.

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«Absurda noveleta negra» de Antonio Reyes Carrasco Por Gabriel Velázquez Toledo

Les llaman malditos, indeseables, pero sólo son artistas marginales que no pertenecen a un grupo, a los que el oficialismo desprecia por su falta de pretensiones, los que no se acomodan a las circunstancias que permiten doblegar su conciencia crítica, como lo acostumbra el sistema (con canonjías o dádivas). Su obra se transforma en la ordalía que exhibe la mediocridad y el favoritismo con que se beneficia a ciertos creadores, artistas y/o escritores, ya sea por vínculos afectivos, fraternos o incluso familiares, es la odisea de crear y llevar al público su obra la que les erige legítimamente como el pulso del espíritu social.

Pierre Bordieu exploró, en Las reglas del arte, cómo el estado otorga premios, becas y espacios (para presentar, exponer y canonizar discursos que de alguna manera legitiman en lo social un trabajo), lo que le garantiza al régimen en turno cumplir la función de ente validador, además de, obviamente, el no ser sometido a la crítica y, en todo caso, invisibilizar las propuestas de quienes le incomodan, en favor de la sobre exposición de quienes le son útiles, razón por la que vemos a ciertos grupos manifestarse hasta en la sopa.

Más allá de las propuestas políticamente correctas y descafeinadas, que quizá poseen la técnica que se aprende en las escuelas, pero no la fuerza ni la intensidad que da vivir lo que se narra, está la de los artistas underground, la que da testimonio de que el arte es una pasión que emerge desde las antípodas de la conciencia y la imaginación. A estos artistas pertenece Antonio Reyes (Tapachula, 1978), creador de fancines, promotor de lectura, poeta de megáfono y autor de obras desquiciantes como Hiato (2004), novela que se puede insertar dentro del realismo sucio, el del Bukowski puro (no el de Pulp, donde ya se había ablandado), que nos recuerda que somos simples seres humanos atravesando por las circunstancias de la vida. Abro un paréntesis para decir, y no está de más, que el Toño fue traducido al Francés hace unos años con esta misma novela, pero que eso no le hizo perder el piso, pues sigue regando tinta y aplanando banquetas en la búsqueda de historias como cuando nos conocimos.

El año pasado presentó Absurda noveleta negra (Pinos Alados, 2021) y no ha dejado de hacerlo en cada café, recinto escolar y festival que se lo permite. Va solo, con sus libros a cuestas, pues es la mejor forma de darse a conocer en un estado pobre, como Chiapas, en donde los agentes literarios no existen, así como tampoco las editoriales ni nada que implique una labor profesional de difusión cultural y en la que lo único que queda es buscar que las obras circulen de mano en mano, en un efecto dominó que lo ha llevado a ser reconocido como un escritor que posee una propuesta literaria sólida.

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«Mujer de la montaña»: acercamientos a la narrativa de Josías López Gómez. Por José Osbaldo García Muñoz

 

Hace tiempo, mientras buscaba un tema para abordar el indigenismo en Chiapas, tuve un encuentro fortuito con el escritor Josías López Gómez. Siempre alegre y bonachón, presto para las bromas y la risa, tuvo la amabilidad de regalarme su primera novela, recién publicada: Te’eltik ants, Mujer de la montaña. «La firma sí se cobra», dijo, bromeando, cuando le solicité que me rubricara el obsequio. Enseguida, pidió que le hiciera algunos comentarios a su obra: «Pero hable bien de mí, pues, si no le voy a tener que pedir mi libro otra vez», puntualizó con su clásico y sonoro tono de voz para, de inmediato, echarse a reír en abierta carcajada.

 

  1. El autor

 

Josías nació en la comunidad Cholol, municipio de Oxchuc, Chiapas, el 1° de agosto de 1959. Licenciado en Etnolingüística y Maestro en Lingüística Indoamericana, de 1981 a 2013, se desempeñó como profesor bilingüe en áreas rurales de Chiapas. Autor de varios libros, entre los que destacan La aurora lacandona, Todo cambió, Lacra del tiempo y Palabra del alma, fue ganador del premio a la narrativa indígena, emisión 2009, convocado por el CONECULTA-CELALI y del Premio de Literatura Indígena de América 2015. Actualmente, pertenece al Sistema Nacional de Creadores.

Se trata de un narrador autodidacta, exsupervisor escolar bilingüe, esposo, padre de familia y hombre preocupado por el «vacío» que existe en el «arte indígena», según sus propias palabras. Esto último, es el factor primordial que lo mueve a ser un literato, al estar convencido de la «utilidad» de su trabajo en la cuestión lingüística y cultural concerniente a los pueblos originarios. Bajo su óptica, su narrativa:

 

  1. Es «un recurso para la defensa de la lengua bats’il k’op, ante la amenaza constante de descalificaciones y pérdida gradual».
  2. Aunque su obra «No expresa la totalidad del mundo de los bats’il winiketik […], sí ofrece elementos culturales, cosmogónicos, sobre todo, de la explotación y del abandono que caracterizan a los pueblos originarios de Chiapas».

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Centroaméxico: mexicanidad + centroamericanidad = centroamexicanidad. Por Balam Rodrigo

«El norte trabaja, el centro piensa y el sur descansa» reza el retrógrado y xenófobo dicho popular que suele escucharse en México cuando se discute en términos comparativos sobre el “progreso” de las sociedades que habitan las distintas latitudes geográficas de nuestro país. Por otro lado, como escritor nativo y habitante de Chiapas, provincia ubicada en la Frontera Sur (Frontera Sur), región que supuestamente “descansa” perennemente sobre la incómoda hamaca de su compleja y errática historia, me interesa cuestionar la manera en que los sureños somos y hemos sido vistos desde el noroeste, el noreste, el centro, el occidente, y desde cualquier otro ángulo o latitud geográfica, política, antropológica, económica, ideológica o sociológica. Una parte de la literatura producida a finales del siglo XX y en las primeras décadas del XXI en Chiapas puede servir como brújula identitaria para establecer el panorama literario y el rumbo estético al que pretendo llegar y del que nunca hemos salido: Centroamérica. Cierto es que las figuras literarias más conspicuas de esta tierra en parte mexicana siguen siendo Rosario Castellanos y Jaime Sabines, a los que deben agregarse la casi desconocida narradora Blanca Lydia Trejo, el dramaturgo Carlos Olmos, los tres chiapanecos que integraron La Espiga Amotinada, Eraclio Zepeda, Juan Bañuelos y Óscar Oliva, así como el escritor total Roberto López Moreno. Asimismo, es pertinente señalar que la narrativa actual de Chiapas vive un auge importante: en novela, destaco la obra reciente de Claudia Morales (Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos 2015), Jorge Zúñiga y Gabriel Velázquez Toledo (que obtuvieron el Premio Nacional de Novela Negra “Una vuelta de tuerca” en 2019 y 2020, respectivamente), Nadia Villafuerte, Ney Antonio Salinas, Ornán Gómez, Luis Antonio Rincón (Premio de Novela Juvenil Norma FeNAL 2020), Alejandro Aldana Sellschopp y especialmente Mikel Ruiz, crítico, narrador y ensayista que escribe tanto en lengua tsotsil como en español y es autor de las novelas Los hijos errantes (Coneculta-Chiapas, México, 2014) y La ira de los murciélagos (Camelot América, México, 2021). Esta última, escrita únicamente en español, es quizá la primera novela sobre el narcotráfico ambientada en San Juan Chamula, pueblo natal de Mikel, que retrata eficazmente las entrañas de la violencia derivada de la guerra fratricida por hacerse del control de la plaza en territorio indígena donde los cárteles y el narco se gestan en tsotsil. En esta lengua también escriben el ensayista y narrador Delmar Penka y la dramaturga Petrona de la Cruz Cruz, mientras que el cuentista y novelista Josías López Gómez (Premio Literaturas Indígenas de América 2015), ha desarrollado una sólida obra en lengua tseltal y en español.

La mayor parte de los libros de las y los narradores señalados tiene como escenario discursivo la Frontera Sur y los temas giran en torno a las problemáticas comunes de la región (migración, conflictos interétnicos y religiosos, narcotráfico, cosmovisión de los pueblos originarios, aculturación, dominio del paisaje urbano sobre el rural, entre otros). En cuanto al cuento y el ensayo en Chiapas, existen dos libros que han abordado puntualmente el desarrollo de estos géneros en la entidad: El cuento en Chiapas (1913-1915) (Coneculta-Chiapas, Tuxtla Gutiérrez, 2017) de Alejandro Aldana Sellschopp y Antología del ensayo moderno en Chiapas. Esbozo de una historia cultural (Coneculta-Chiapas, Tuxtla Gutiérrez, 2017) de Ignacio Ruiz Pérez. Pero lo que aquí me interesa señalar son las particularidades y rasgos (principalmente lingüísticos) que hacen de la literatura de Chiapas, en términos identitarios, parte de la literatura centroamericana, es decir, destacar la pertenencia de Chiapas a la tradición literaria de Centroamérica, sin olvidar que también forma parte indiscutible de la literatura mexicana.

Por otro lado, el discurso de las y los autores originarios de Chiapas y la Frontera Sur genera, por sí mismo, una semiosfera distinta que, aunque menos conocida, tiene una dirección identitaria distinta al de la llamada norteñidad: desplaza, de hecho, la Frontera Sur hacia el norte.

De ahí que una de las preguntas a responder en este ensayo es, si de modo similar a la norteñidad —y su bastardo posmoderno, la posnorteñidad— existe algún equivalente en el sur-sureste de México que podamos llamar sureñidad o bien, un concepto o constructo similar. Read More…

Nudo de serpientes o cómo ser de otro modo. Por Daniel Maldonado

 

Es cosa curiosa que en la incipiente tradición narrativa chiapaneca la historia (entendida menos como oficio que como síntesis o compendio de los hechos ocurridos en tiempos ya idos) haya ejercido una considerable influencia en un puñado de narradores. Eraclio Zepeda, antes Rosario Castellanos y, desde luego, Jesús morales Bermúdez se sirvieron de momentos, etapas del pasado para recrear sucedidos que los cultores de la historia oficial –esa falacia pretendidamente aséptica y objetiva– se han empeñado en borrar –cuando no en ignorar de plano.

A estas alturas, señalar el fuerte acento político y hasta contestatario de novelas como Oficio de tinieblas o Ceremonial sería incurrir en una franca perogrullada. En estos relatos están presentes las vidas de quienes han padecido el oprobio y la explotación. Pero también palpita en ellas otra cosa: una impronta estética notable que se sostiene en la fuerza del lenguaje que las recorre.

Tanto en Ceremonial, como en Oficio de tinieblas, la historia o, mejor, su recreación poética por vía de la palabra se convierte en vehículo idóneo para dar cuenta de sucesos que, aún hoy, suponen una herida permanentemente abierta: la derrota de los alzados de 1869 en la región de los altos de Chiapas a manos de las fuerzas criollas de la ciudad de San Cristóbal. Ni una ni otra, sin embargo, son novelas históricas. Antes, podrían ser vistas como narraciones en las que la historia se erige en fantasma, lamento. Recuento de afrentas y de ultrajes. Injusticias.

Nudo de serpientes (Viento al Hombro, 2007) de Alejandro Aldana Sellschopp prolonga, al tiempo que la robustece, esta suerte de tradición. Igual que las anteriores, tampoco la de Aldana Sellschopp es necesariamente una novela histórica. Cierto: en Nudo de serpientes se dan cita distintos acontecimientos que cabe tipificar de históricos: la masacre de Wolonchán, la formación y consolidación de agrupaciones guerrilleras en el contexto de la llamada Guerra sucia, la emergencia –y posterior despliegue operativo en la región de los altos de Chiapas– del EZLN.

En efecto: la novela de Aldana se instala en esa tradición. Pero en función de sus propios recursos (que son logros), también se distancia de ella. Ahí en donde Morales Bermúdez se sirve del mito para reconfigurar la historia, Aldana coloca utopía y diatriba.

Dentro de la ficción de Aldana, utopía y diatriba hallan asiento en las figuras del mayor Moisés y de Augusto Castillejos. ¿Protagonista y antagonista?, ¿héroe y villano? Mejor: el uno como el reverso franco del otro y viceversa.

A Moisés de cuando en cuando lo persigue la sombra de su padre: cifra de su vida pasada y, aun, efigie de su habitus de peón acasillado. A Augusto Castillejos lo atosiga, encerrado en un jacal, prisionero de guerra de aquellos a los que no tiene empacho en considerar casi que bestias salvajes, el espectro de su más rancia estirpe: Bernal Díaz del Castillo.

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Literatura e identidad: planteamientos étnicos y estéticos en la contemporaneidad. Por José Osbaldo García Muñoz

 

Inicialmente, debo decir que no soy bueno en el manejo de la teoría, además de tener muy mala memoria cuando de citar autores se trata. Por otro lado, no me gustan los monólogos intelectuales, donde el “saber” es solo atribuible a quien habla. Por ello, prefiero reflexionar a partir del diálogo y la interacción con otras voces. Así, en esta ocasión, voy a retomar a un autor en particular, de tal manera que, a través de sus escritos, podamos “desombrar” un poco esta insondable selva de personas y personajes que representan la literatura y la identidad. Desde luego, la literatura no tiene identidad. No es esa la función de una obra literaria. Pero como todo texto es creación humana y, por ende, resultado de un tiempo y espacio específico que lo acuñan, bien podemos arriesgarnos a pensar en ese “pequeño dios” que está detrás de cada trabajo artístico. En eso coincido con aquellos que dicen que un artista nace y se hace, pues nadie puede asumir un don sin recordar su origen, es decir, el lugar donde se ha forjado y las personas con quienes ha convivido.

Nuestro acompañante en este espacio será un joven y prolífico escritor e investigador de San Juan Chamula, Mikel Ruiz, a quien deberemos los aciertos y la lucidez que pueda haber en esta mi intervención; las fallas e imprecisiones serán atribuibles a mi persona, toda vez que el escritor no es responsable de lo que cada quien quiera entender acerca de lo que lee. La obra de Mikel es interesante y variada: lo mismo escribe poesía, cuento o novela que ensayos o trabajos profusos y complejos de investigación. Como mi intento es, en cierta medida, abordar la obra de nuestro invitado, me voy a enfocar en tres de sus últimos ensayos, los cuales son prolíficos a propósito de nuestro tema. Los tres textos a los que me refiero fueron publicados en Tierra adentro y Confabulario, bajo los títulos de “El retorno de los fantasmas”, “Tote (abuelo) o cómo tejer los recuerdos” e “Identidades fantasmas”. Justamente, fue este último quien llamó mi atención al leerlo. ¿Cómo puede la identidad ser un fantasma, una ilusión? Por ende, haré una breve reflexión acerca de la novela La ira de los murciélagos, a veces, haciendo puenteo con el trabajo cinematográfico de María Sojob, Tote.

Lo primero que hay que aclarar es que nuestras reflexiones se apoyan en la llamada —para algunos, mal llamada— “literatura indígena” o “literatura en lenguas indígenas”. Se trata de un movimiento surgido allá por los años setenta del siglo pasado —y quizá un poco más atrás—. A diferencia de la literatura indigenista, sus creadores son escritores y poetas provenientes de algunos de los pueblos originarios que, asimismo, hablan su propia lengua. No vamos a detenernos en esta revisión histórica, basta con saber que su aparición se da en el ámbito de las luchas de defensa territorial y reivindicación cultural y lingüística. Aunque incipiente en el campo de la crítica literaria, existen varios trabajos que dan cuenta de las etapas y características de esta corriente artística. Por lo mismo, podemos distinguir tres momentos fundamentales: 1. La transcripción/traducción (escrituración de las lenguas indígenas); 2. La recreación (de la tradición oral, principalmente); 3. La creación.

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La cultura y el arte en Chiapas. Pocos leones y muchísimas hienas (Segunda de dos partes). Por Héctor Cortés Mandujano

 

1994 y Acteal

 

El levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, en 1994, puso ante los ojos del mundo el mapa de Chiapas y éste pasó a ser incluso un género en las librerías: Novela, Ensayo, Poesía, Chiapas, Teatro…

En materia cultural, me refiero a la institucional, se creó el CELALI y poco más; sin embargo, en parte porque hubo disposición para promover e impulsar creadores indígenas, han surgido varios autores importantes que han realizado con seriedad y talento su labor.

Después, en 1997, ocurrió la matanza de Acteal que, de nuevo, en los órdenes institucionales, volvió necesarios algunos cambios.

Pero la máquina del olvido ya pasó encima de ambos sucesos y en materia de políticas culturales Chiapas sigue arando en el vacío.

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