Diario del coronavirus desde el conurbano sur de Buenos Aires #4. Por Leandro Alva
Como anticipé en la entrada de ayer, el poder ejecutivo de mi país acaba de disponer la cuarentena obligatoria hasta fin de marzo. Parece una medida sensata, esperemos que sea efectiva. Corremos con la desventaja cierta de no haber vivido este tipo de situación con anterioridad, de sentir que somos debutantes, meros improvisados ante un vampiro (o pangolín, qué más da) invisible y gigantesco. Los que tienen alguna fe le rezarán a su santo y el resto hará un esfuerzo por abrazar un cachito de optimismo, siempre entendiendo que lo más importante de toda esta cuestión descansa en la solidaridad, aunque no todos lo entiendan.
Hoy salí del aislamiento para ir de compras. Farmacia, supermercado y panadería. Primero me agencié unos medicamentos para mi vieja, que no puede asomarse ni a mirar la luna porque está en la franja etaria de riesgo. El argenchino se me presentó algo desolador; góndolas vacías, colas interminables, barbijos por doquier, etc etc etc. Mientras estaba en el sector verdulería apareció mi prima con su marido y enseguida me dispuse a saludarlos con un abrazo. Inmediatamente nos miramos y retrocedimos. La distancia es necesaria en este momento, pero se vive con extrañeza. En Argentina somos de abrazar y besarnos mucho, y ahora hay que reprimir esos cariños. Luego de saludar a mis parientes con una serie de gestos bastante torpes, me fui a comprar un poco de pan y volví a casa renacido, léase: con un pan bajo el brazo. Finalmente, hubo que desodorizar a ese pobre miñoncito que podría haber sido la merienda de Heidi. Anoten: no es buena idea mezclar pan con axilas.
Hace un rato, antes del comunicado del presidente, gran parte de la ciudadanía salió a la vereda o se asomó al balcón, y le dedicó un aplauso a los trabajadores de la salud. Un hermoso síntoma, por cierto. Algo que mete ganas de seguir creyendo. Pero también, hay que decirlo, se repite la imagen de caravanas de imbéciles que se acercan a la costa atlántica pensando que estamos ante un bonus track de las vacaciones.
A pesar de todo, fue un día bastante tranquilo. Ya nos veíamos venir el decreto de la cuarentena obligatoria que, repito, me parece una medida acertada, pero no desconozco que gran parte de la elusiva idea de futuro que podemos forjarnos reside en nuestra responsabilidad. Solo espero que estemos a la altura de esa batalla.
Durante mi adolescencia leí con sumo deleite al maestro del horror cósmico, el gran H.P. Lovecraft. Creo que fue él quien dijo que la humanidad es un virus con zapatos. Ojalá que se haya equivocado. Mientras tanto, veo pasar las horas, me como un pancito perfumado y saludo a mi familia con movimientos espasmódicos que asustarían a la más deletérea de las criaturas que ha parido la mente del buen señor H.P.L. Todo parece normal, como un alfajor de mondongo.
Leandro Alva, Temperley, 19 de marzo de 2020.