Diario del coronavirus desde el conurbano sur de Buenos Aires #8. Por Leandro Alva
Y así, en cuarentena, llegó el 24 de marzo. Una de las fechas que nunca va a cicatrizar en la memoria de los argentinos, pero también una fecha de comunión popular que esta vez no podrá ser corporizada. Hoy no se puede realizar la marcha tradicional a Plaza de Mayo por obvios e infectantes motivos. Pero cada uno, a su manera, desde su casa, recordará a los 30000 detenidos desaparecidos que nos arrebató ese otro virus letal. El 24 de marzo de 1976, la dictadura más sangrienta que hayan visto estas pampas usurpó el gobierno y comenzó a perfilarse como la mejor alumna del Plan Cóndor. Exterminio sistemático, torturas, asesinatos, apropiación ilegal de recién nacidos, vuelos de la muerte y un largo etcétera de violaciones a los derechos humanos. Todo eso recordamos cada 24 de marzo. Para eso nos reunimos en la Plaza y en diferentes puntos del país. Para que no se repita. Sin embargo, por culpa del malhadado coronita, este año no podrá ser. Los pañuelos blancos de madres y abuelas se han transformado en barbijos, pero eso no nos impide alzar la voz desde donde estemos. Y si desafinamos más allá de lo tolerable, como en mi caso, siempre tendremos a mano una canción de la Negra Sosa.
Ya llevo dos días sin asomar la trompa a la calle. Tengo que cortarme las uñas porque el teclado de la compu está dificultando mis destrezas taquigráficas. Y debo afeitarme sino quiero parecerme a Barba Roja, aquel luchador de Titanes en el Ring que vivía a pocas cuadras de casa. Esos son mis problemas por ahora: minucias, ridiculeces, pequeñas ansiedades. Los verdaderos problemas los tienen otros, como a las vaquitas de la canción. Pero la taba se puede dar vuelta en cualquier momento, así que hay que estar preparado.
En el día de hoy se registraron numerosos contagios y dos decesos a causa del covid 19. Y ya hay gente que se está impacientando más de la cuenta. Humildemente, yo creo que a pesar de todo la vamos llevando bastante bien en comparación con otros países. Nadie ignora que la cosa se va poner más espesa que un locro, pero es muy difícil hacerse a la idea y mantener la calma. Solo nos queda cruzar los dedos para que la tormenta pase pronto y para que la cura llegue aún más pronto. En otro orden de cosas, también me enteré de que los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 se posponen un año. Era de esperarse; me cuesta mucho imaginar a un boxeador con barbijo o a un garrochista con guantes de látex.
Yo vine al mundo poco tiempo antes del golpe de estado que se recuerda hoy. Y hace unos años, para esta fecha escribí lo que sigue:
Nací en
diciembre del ´75.
El golpe tiene mi edad
pero no envejece.
Esperemos que me haya equivocado, aunque debo reconocer que todavía quedan fascistas de cotillón con veleidades castrenses que niegan el genocidio y reivindican el rol de los militares durante los años de plomo. Esa gente existe, y eso me entristece. De cualquier manera, el 24 de marzo de 2021, si el covid 19 lo permite, yo pisaré la Plaza de Mayo para abrazar a mis compañeros. Para que nada de lo sucedido vuelva a suceder.
Leandro Alva, Temperley, 24 de marzo de 2020.
Diario del coronavirus desde el conurbano sur de Buenos Aires #7. Por Leandro Alva
“No tener una idea y saber expresarla: eso hace al periodista”.
Karl Kraus (1874-1936)
El señor periodista, diplomado con honores en la UBA, de traje azul y corbata bermellón, enumera las medidas de higiene aconsejables para prevenir el virus.
El comunicador social, experto en epidemiología, de traje azul y corbata bermellón, repasa la cantidad de contagios en todo el mundo.
El locutor del noticiero de las 19:00, de traje azul y corbata bermellón, perora sobre acuciantes conspiraciones políticas y guerras bacteriológicas.
El hombre que halla solaz en su verba, de traje azul y corbata bermellón, sostiene que el principal responsable de la pandemia es China y sus costumbres alimenticias.
El tipo ese de la tele, de traje azul y corbata bermellón, dice que el desarrollo de una vacuna no va a llegar a tiempo para evitar la muerte de millones de seres humanos.
El aflautado charlatán de feria, de traje azul y corbata bermellón, sostiene que la catástrofe es inminente, que estamos en situación análoga al conflicto bélico.
El malparido que vive del chamuyo, de traje azul y corbata bermellón, dice que en algunas ciudades italianas los cementerios no dan abasto y los cadáveres se pudren en la calle.
El embustero hijo de mil puta que defeca por la boca, de traje azul y corbata bermellón, asegura que ya no hay vuelta atrás, que muy pocos van a sobrevivir.
El pedazo de mierda que inunda los hogares con su aliento a peste, de traje azul y corbata bermellón, acaba de confesar que ha contraído el virus.
El señor periodista, diplomado con honores en la UBA, de traje azul y corbata bermellón, ha cerrado la boca.
Leandro Alva, Temperley, 23 de marzo de 2020.
Diario del coronavirus desde el conurbano sur de Buenos Aires #6. Por Leandro Alva
Esta tarde me enteré que hoy se celebra el día mundial de la poesía, fecha instituída por decisión de la Unesco para celebrar la diversidad lingüística y bla bla bla… Hace un rato también me enteré de que hoy fue el día en el que se registraron mayor cantidad de contagios en Argentina, sobre todo en los centros urbanos con más densidad de población.
Aprovechando este asunto de la reclusión obligatoria, mucha gente se dedicó a viralizar poesía en redes sociales o a cantar baladas con dudosa afinación. Supongo que de alguna manera la poesía y la música nos reconfortan un poco frente a la angustia omnipresente, y eso les da un carácter sumamente valioso, pero he visto algunos casos bastante particulares; hablo de personajes que leen sus propios poemas y creen que van a cambiar el mundo con sus “ensueños arrebolados de miel virginal”, eso también hay que decirlo. Bueno, algo de culpa también me cabe: confieso que yo mismo edité tres libros de poesía, mas hoy no tuve muchas ganas de buscar el palito de selfie para declamar nada y ofrecerlo a la virtualidad.
Aquí seguimos en cuarentena y las únicas actividades que me ocuparon el día fueron la lectura, un rato de juegos con mi perro y una charla con mi hermano a través de una pared (vive a la vuelta de casa y nuestros fondos limitan). Para ser justo, debo decir que también me entregó una bolsa de pan “fatto in casa” por arriba de la tapia. Gracias, hermano y vecino generoso.
Mientras tanto la tele sigue con sus pronósticos apocalípticos, pero al mismo tiempo aconsejan no entrar en pánico, así que es mejor apagarla o ver una peli. Hoy leí que hay varias páginas porno en internet que están a punto de colapsar por la exuberante demanda de contenidos. En tu cara, Mauro Viale. De esta manera se apilan los días de una cuarentena que podría llegar a extenderse, porque la mano viene brava y no hay poesía ni porno que mitigue un virus coronado. Así que paciencia.
Marco Valerio Marcial fue un poeta latino que nació en el año 40 de la era cristiana, a pocos kilómetros de la actual Calatayud, en lo que ahora es España. Por eso, en el día mundial de la poesía, me despido con uno de sus célebres epigramas:
88
Nunca recitas, Mamerco
y quieres que te consideren poeta.
Pretende lo que prefieras
pero no recites jamás.
No puedo dejar de imaginar cual emoji hubiera elegido Marcial para acompañar estas líneas.
Hasta la próxima.
Leandro Alva, Temperley, 21 de marzo de 2020.
Diario del coronavirus desde el conurbano sur de Buenos Aires #4. Por Leandro Alva
Como anticipé en la entrada de ayer, el poder ejecutivo de mi país acaba de disponer la cuarentena obligatoria hasta fin de marzo. Parece una medida sensata, esperemos que sea efectiva. Corremos con la desventaja cierta de no haber vivido este tipo de situación con anterioridad, de sentir que somos debutantes, meros improvisados ante un vampiro (o pangolín, qué más da) invisible y gigantesco. Los que tienen alguna fe le rezarán a su santo y el resto hará un esfuerzo por abrazar un cachito de optimismo, siempre entendiendo que lo más importante de toda esta cuestión descansa en la solidaridad, aunque no todos lo entiendan.
Hoy salí del aislamiento para ir de compras. Farmacia, supermercado y panadería. Primero me agencié unos medicamentos para mi vieja, que no puede asomarse ni a mirar la luna porque está en la franja etaria de riesgo. El argenchino se me presentó algo desolador; góndolas vacías, colas interminables, barbijos por doquier, etc etc etc. Mientras estaba en el sector verdulería apareció mi prima con su marido y enseguida me dispuse a saludarlos con un abrazo. Inmediatamente nos miramos y retrocedimos. La distancia es necesaria en este momento, pero se vive con extrañeza. En Argentina somos de abrazar y besarnos mucho, y ahora hay que reprimir esos cariños. Luego de saludar a mis parientes con una serie de gestos bastante torpes, me fui a comprar un poco de pan y volví a casa renacido, léase: con un pan bajo el brazo. Finalmente, hubo que desodorizar a ese pobre miñoncito que podría haber sido la merienda de Heidi. Anoten: no es buena idea mezclar pan con axilas.
Hace un rato, antes del comunicado del presidente, gran parte de la ciudadanía salió a la vereda o se asomó al balcón, y le dedicó un aplauso a los trabajadores de la salud. Un hermoso síntoma, por cierto. Algo que mete ganas de seguir creyendo. Pero también, hay que decirlo, se repite la imagen de caravanas de imbéciles que se acercan a la costa atlántica pensando que estamos ante un bonus track de las vacaciones.
A pesar de todo, fue un día bastante tranquilo. Ya nos veíamos venir el decreto de la cuarentena obligatoria que, repito, me parece una medida acertada, pero no desconozco que gran parte de la elusiva idea de futuro que podemos forjarnos reside en nuestra responsabilidad. Solo espero que estemos a la altura de esa batalla.
Durante mi adolescencia leí con sumo deleite al maestro del horror cósmico, el gran H.P. Lovecraft. Creo que fue él quien dijo que la humanidad es un virus con zapatos. Ojalá que se haya equivocado. Mientras tanto, veo pasar las horas, me como un pancito perfumado y saludo a mi familia con movimientos espasmódicos que asustarían a la más deletérea de las criaturas que ha parido la mente del buen señor H.P.L. Todo parece normal, como un alfajor de mondongo.
Leandro Alva, Temperley, 19 de marzo de 2020.
Diario del coronavirus desde el conurbano sur de Buenos Aires #3. Por Leandro Alva
Ayer y hoy estuvo lloviendo bastante. Ojalá que la lluvia sirva para limpiar algo. En un diario leo que en Venecia, ante la ausencia de seres humanos, aparecieron cisnes y peces en los canales. No va a sonar simpático, lo sé, pero presenciar eso debe ser hermoso. Y uno tiende a pensar que tal vez la huelga momentánea de la mano del hombre “reparará” un poco la naturaleza. Es la única idea positiva que se me ocurre ahora.
No puedo ver películas. No me puedo concentrar demasiado en las imágenes. Sí estuve leyendo bastante: El petiso orejudo, de María Moreno; El presidente, de César Aira; cuentos de Ray Bradbury, Daniel Moyano y Mario Levrero; poesía de Luis Chaves; crónicas de Clarice Lispector, además de picotear incesantemente algunos libros sobre historia del tango. Por cierto, me vino una gana ubérrima de releer La peste, de Camus, luego de que el pelotudo de Vargas Llosa dijera que es un libro mediocre. El problema es que no encuentro el ansiado volumen. Era una edición lastimosa de Bruguera, y creo que debe estar en el caos de mi tapera vip. No me llevo bien con los pdfs, así que procuraré buscarlo con más ahínco.
Hoy no asomé la nariz a la calle. Solo jugué con mi perro y estuve viendo algo de tele. Para olvidarme un rato de la pestífera situación busqué un canal de deportes en el que estaban repasando los mejores goles de no sé qué temporada del fútbol alemán. Venía todo bien hasta que al final del programa los idiotas de los panelistas (algunos periodistas, algunos ex jugadores) se desafiaron a ver quién hacía más jueguito con un rollo de papel higiénico. Sin comentarios. Apagué la tele.
Anoche me costó mucho dormir. Leí un libro entero y otro lo dejé por la mitad cuando fui abatido por el cansancio, pasadas largamente las seis de la mañana. Así que hoy me tiré un rato a la siesta. Y tuve un sueño raro, incómodo. Resulta que me invitaban a cantar unos tangos con la orquesta de Don Osvaldo Pugliese (!) y segundos antes de salir a escena me olvidaba de todas las letras que tenía que cantar. Por suerte me desperté al grito de mis sobrinos. Entraron a mi habitación con barbijos puestos y se me tiraron encima. Yo estaba medio dormido y casi muero del susto. De todas maneras, siempre es una alegría verlos, mucho más después de haber fracasado como cantor.
Según parece, mañana será anunciada una cuarentena absoluta porque la cosa pinta cada vez más fulera. Hay casi cien casos oficializados y se confirmó la tercera muerte hace minutos. Lo peor es que todavía hay gente a la que no le cae la ficha y anda pelotudeando con la firme creencia de una falsa inmunidad de connotaciones egoístas, perversas. Y también hay un hijo de puta que “trabaja” de pastor evangélico que anda vendiendo “alcohol en gel bendecido” a mil pesos cada recipiente. Amén.
Mucho más allá del tiempo que va a llevar el desarrollo de una cura para el Covid 19, creo que HOY la solidaridad es el elemento fundamental. Y el individualismo feroz de algunos los impele a creer que esto es un jueguito con rollos de papel higiénico, un cuentito sin moraleja. Espero que todavía estemos a tiempo. Sé que nunca voy cantar con Pugliese, pero me gustaría vivir unos años más. A mí y a muchísima gente. Y viajar a Venecia, escuchando esa canción de Charles Aznavour que tanto le gusta a mi madre. Sin olvidarme la letra, claro.
Leandro Alva, Temperley, 18 de marzo de 2020.
Diario del coronavirus desde el conurbano sur de Buenos Aires #2. Por Leandro Alva
Yo nací un día que Dios estuvo enfermo. Eso lo escribió alguna vez el gran César Vallejo, y creo que no es casual que el César haya venido al mundo un 16 de marzo. Esta tarde, cuando me topé con esa efeméride recordé el comienzo de Espergesia, aquel poema de Los heraldos negros, tan definitivo y urticante como un chicotazo detrás de la oreja.
Ayer se restringieron aún más las actividades públicas de los ciudadanos en mi país. A partir de hoy no hay clases y muchos trabajos se llevan a cabo desde la comodidad hogareña. Casi todo el mundo está de acuerdo en señalar lo acertado de la medida, aunque sigue siendo destacable la opinión de aquellos que creen saber más que los infectólogos y alzan su voz reclamando cualquier barbaridad. En Argentina existe un tipo humano particular que, según cuadre la ocasión, puede ser DT de fútbol, ministro de economía o, en este caso, especialista en pandemias. También existe un adagio que reza “a la gilada ni cabida”. Y creo que, en estos tiempos que corren, es una sentencia más que atendible.
Hoy tuve que ir a comprar algunos productos de primera necesidad al supermercado chino de mi barrio. Como era de esperarse, la cajera me atendió embarbijada. En primer lugar me sorprendió algo que había leído en redes sociales pero que quería comprobar “in situ”. No había rollos de papel higiénico, lo cual me llevó a preguntarme si la desinformación y el caos reinante impulsan a creer que el virus, en lugar de ingresar por las vías aéreas lo hace por el culo. En el super había pocos clientes, pero nadie se iba sin llenar su carro con avidez. Una notoria inclinación a manotear media docena de desodorantes Axe o diecisiete alfajores Jorgito de un saque lo impregnaba todo. Al parecer, existe un gozoso misterio en el acopio innecesario. Por mi parte, me llevé dos paquetes de fideos, dos de arroz, uno de polenta, dos de yerba, un par de vinitos, un agua mineral grande, un sachet de leche, un kg de comida para Nippur, un Capitán del Espacio triple y un alcohol (no en gel, no había). Con eso y algunas cositas que tenía desde antes presentaré batalla desde el bunker de Cangallo al 900. Es hora de mostrar de qué estamos hechos los temperlinos, carajo. Es ahora o nunca.
Mientras volvía de realizar mi compra me sentí una especie de Juan Salvo, sin escafandra ni carabina. Algunos autos remotos le ponían voz a la tarde y una vecina me saludó a través de su ventana (linda cuarentena podríamos pasar con la cuarentona, pensé). Al llegar a casa prendí la tele y todo seguía igual: los periodistas haciendo lo imposible por infundir pánico en la audiencia. Un asco. Así que apagué y me puse a escuchar un poco de música: lo último de Spinetta que se editó hace poquito y algunos tangos de Lucio Demare con Raúl Berón. Un elixir auditivo de lo más estimulante, que incluso ha logrado el milagro de hacerme mover un poco las patas, a mí, que bailo peor que el profesor Xavier, aquel pelado paralítico que comandaba a los X-men. Y de pronto me quedo pensando que tanto los X-men como El Eternauta no existen, claro, pero harían buena falta mientras Dios está enfermo y César Vallejo ha muerto, ¿o me equivoco?
En fin, la cuestión es que de un momento a otro mi estómago apremia e interfiere mis profundísimas cavilaciones. Apuro el paso camino al baño y me doy cuenta de que me queda un solo rollo de papel higiénico a punto de terminarse. Desde la compu me llegan los compases lánguidos de un valsecito. La vida puede ser una mierda, es cierto, pero no todavía.
Leandro Alva, Temperley, 16 de marzo de 2020.
Diario del coronavirus desde el conurbano sur de Buenos Aires. Por Leandro Alva
Hace un puñado de días que la OMS declaró la pandemia y el mundo pegó un giro como la moneda de un árbitro antes de comenzar la contienda definitiva. Y claro que lo primero que recordamos fueron todas las películas de zombies apocalípticos, guerras bacteriológicas, epidemias manufacturadas en laboratorios maquiavélicos y enfermedades mortales que se transmiten mirando TV. Y por supuesto que la TV y las redes sociales engordaron, en base a la difusión de paparruchadas sin ningún fundamento científico, un pánico incipiente que hasta hace poco no estaba allí. Y ahora sí, nadie te abraza, nadie te besa, nadie te toca, nadie comparte un mate, la gente se aguanta la tos hasta desfallecer y mira con desconfianza a quien osa soltar un estornudo. Muchísimos eventos públicos han sido cancelados y no se sabe cómo va a seguir la historia. Encima, hay algunos que volvieron de Europa y se hacen los giles y no respetan la cuarentena obligatoria. Así las cosas, mucha gente corre desesperada a comprar barbijos y alcohol en gel, pero ya no hay. Los médicos aseguran que no hacen falta, sin embargo hay personas dispuestas a salir “de caño” para volver a casa con un par de souvenirs farmacéuticos, que seguramente van a servir de alivio momentáneo a la paranoia imperante.
Hoy viajé en tren. Temperley – Monte Grande. Llovía bastante y había pocos pasajeros. Un panorama desértico lo humedecía todo, como si un gran pañuelo universal lleno de flema y mocos nos envolviera para regalo. El ciego del puente de la estación estaba en su puesto de combate, el de siempre. Pasé y le dejé unas monedas. No sé qué carajo dijo acerca de la muerte, nunca le entiendo bien lo que dice. Bajé al andén y me subí al vagón mientras chequeaba en internet algunos “tips” bastante contradictorios acerca de las precauciones que hay que tomar si aparecen síntomas de la peste de moda. Alguien tosió en otro vagón y todos giraron el cogote para ver quién era el hijo de mil putas. Dos pibes se rieron y dijeron algo del fin del mundo. Pasó un vendedor de chocolates y no vendió nada. Llegué a destino: un centro cultural donde doy un taller literario todos los sábados. El pequeño grupo que asistió hablaba del Covid 19 y lo relacionaba con la literatura. Creo que Burroughs dijo que el lenguaje es un virus y acaso sea cierto. Burroughs era un sacado, pero no era ningún burro. Cuando terminó el encuentro de taller tuve que volver a casa. Llovía más que antes, mucho más, y llegué empapado. Comí un guiso de arroz caliente y recobré un pedazo de mi alma, que parecía un diario de 1912 abandonado en el Titanic. Después hablé con un amigo que vive en Praga y me contó algunas resoluciones del gobierno checo en cuanto al cierre de las fronteras y la prevención del contagio. También nos atrevimos a esbozar alguna teoría conspiranoica y hablamos de Borges y el tango. Cuando dejamos de conversar empecé a toser y mi vieja asomó la cabeza por la puerta entreabierta de mi habitación. Me preguntó si estaba todo bien. Le dije que sí. Dormí un rato y miré el partido de Temperley por la web. Otro empate, qué mierda. Acto seguido, me levanté a preparar unos mates y la encontré a mi santa madre en la cocina con un barbijo puesto. Me dijo que me hiciera mi propio mate, que ella tiene 67 años y no va a correr ningún riesgo. Y ahí nomás improvisé unos amargos, como un retovado compadrito de Borges.
Leandro Alva, Temperley, 14 de marzo de 2020.
Academia del insomnio. Por Leandro Alva
A Rolando Pérez
Hace años viví unos meses en un departamento que daba a la calle Combate de los pozos, justo detrás del Congreso. Era un dos ambientes de una amiga que trabajaba largos períodos en el exterior. Yo me encargaba de la limpieza y el mantenimiento, de pagar los impuestos y otras tareas propias de un amo de casa.
Siempre sufrí de insomnio. Y esa época no fue la excepción. Muy a menudo, aprovechando que estaba en pleno centro y que, sea la hora que sea, siempre hay algo para hacer, salía de vagancia por la ciudad. Llegaba del trabajo rondando la medianoche y a veces lo iba a escuchar a Dolina cuando transmitía su programa desde el auditorio del Hotel Bauen. Generalmente, al finalizar aquellas dos horas en el éter, me metía un rato en La Academia, ahí en Callao casi Corrientes, a tomar un café y a escribir o leer un poco hasta que sentía la lenta invasión del sueño.
Mientras me entregaba a mis “veleidades intelectuales nocturnas” por el bar desfilaban personajes de lo más variopinto. Desde vendedores y chicos que pedían monedas a cambio de estampitas hasta algún artista que recién terminaba su rutina en el teatro. No faltaban los consabidos jugadores de pool que se desafiaban para darle rosca a una partida en las mesas que están al fondo del local.
A mí me gustaba sentarme cerca de las ventanas para ver pasar a la gente. Mientras leía o escribía, el rabillo de mi ojo detectaba cualquier situación peculiar más allá del vidrio. Soy un fisgón. Lo confieso.
Tal vez por eso, la noche que entraron ellos me quedé atónito. Ciertamente conformaban una pareja inusual. Uno grandote, de impecable traje cruzado y abigarrada corbata de seda; el otro, un enano que vestía un equipo de gimnasia adidas y unos mocasines que de tan gastados ya estaban naranjas. Este último, el pequeñín, iba peinado a la gomina y portaba una especie de maletín celeste.
El otro Luka. Por Leandro Alva
“see, beautiful losers
lovely, lovely losers…”
(Perdedores hermosos, Luca Prodan)
No pudo ganar la copa. Lo eligieron el mejor jugador del torneo. Pero no creo que eso le importe ahora.
Él quería la copa, claro.
No pasará mucho tiempo para que le den el balón de oro. Y será justicia… ¿qué duda cabe?
Seguramente ya soñaba con todo esto en su pueblo natal, en Croacia, cuando pateaba una pelota incesante contra la pared y tenía que esconderse ante cada bombardeo enemigo. Parte de su familia no pudo sobrevivir a la guerra. Él mismo fue refugiado durante el conflicto, pero siguió jugando, jugándosela. Varios equipos lo rechazaron por su escasa corpulencia. Eso no lo amedrentó ni mucho menos. Un día se dio vuelta la tortilla y pudo alcanzar a ese fantasma escurridizo que habita los potreros de cualquier punto del globo. Hace algunas horas disputó la final más trascendente de su vida. Y perdió. Sin embargo, no deja de patear y patear contra la vieja pared de su aldea en ruinas, mientras los cazas escupen su carga de muerte y puntinazos a la marchanta. Él seguirá pateando contra esa misma pared hasta que se venga abajo como un vetusto zaguero alemán. Porque el tipo es un crack. Porque el fútbol no es una guerra santa. Es algo bastante más lindo. Y la escandalosa inocencia de aquel pibe sabe que en la final más importante triunfará la belleza o, al menos, arañará un empate agónico sobre la hora.
Se llama Luka. Usa la 10. El fútbol es muy poca cosa, dicen algunos. Pan y circo, responden otros, y miran de costado con desprecio. Luka no entiende. No hay nada que entender.
Lendro Alva
16 de julio de 2018, a propósito de la final del mundial de Rusia.
La curiosa vida de Li Popó. Por Leandro Alva
A Enrique Pagella, destacado orientalista bonaerense.
He venido desde muy lejos en representación del taller de escritura e investigación literaria que funciona en un establecimiento que no me ha sido dado nombrar.
Vamos a trascender las barreras del tiempo y el espacio para viajar hasta la China de la dinastía Tang (allá por el siglo VIII, más o menos). En esos pagos y en esa época, era costumbre que los funcionarios públicos cultivaran la poesía. De hecho, era un requisito obligatorio para ingresar a los estamentos gubernamentales.
A consecuencia de esta norma, el arte de pergeñar endecasílabos floreció con singular potencia, y China se llenó de trovadores y verseros como nunca había sucedido antes. Ni después.
Los más famosos y recordados son Li Po y Tu Fu. Tal vez, estos nombres resulten familiares a quien frecuenta estas artes del florilegio chamuyero. Y es muy probable que Li Po sea el más renombrado de estos personajes, porque además de ser un gran bardo, era un gran borrachín y un tremendo putañero. Con mucha frecuencia, su lírica está centrada en la exaltación etílica y los placeres sensuales.
Li Po trabajó en la función pública durante un breve lapso de su vida, y terminó abandonando la faena por motivos que no han sido del todo aclarados.
Sin embargo, no es acerca de Li Po que vamos a disertar en esta oportunidad, si no de una figura mucho más evanescente y misteriosa: su medio hermano Li Popó, que también fue poeta.
Hasta hace poco no teníamos la menor idea de la existencia de este juglar, pero nuestro corresponsal en la Universidad de Connecticut nos hizo llegar un informe incontrastable acerca del escurridizo vate.