Investigación sobre los pecados capitales. (Primera entrega)

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Entre pecado capital y pecado capital hay muros agujereados; un ratoncito que ha abrevado en las mieles de la lujuria, puede repantigarse sobre el desierto campo de la pereza y soñar con banquetes cocinados por el cocinero de la gula. Gracias a esta investigación hecha por milinviernos, hemos concluido que los ratoncitos somos nosotros. Y cuando escribimos “nosotros”, nos referimos a los lectores de la entrada y a todos aquellos miembros de la humanidad que se consideran desdichados y carentes del ataque inhóspito de un autoasesinato (así es: el suicidio lo dejamos para proclamas adyacentes a una obra, ya sea artística, científica, económica, social, etc).

Este trabajo se materializará en siete entradas. Cada una de ellas corresponderá a alguno de los siete pecados capitales. El objetivo de este primer capítulo, más que el de evidenciar los engranajes de cada uno de los rigores de nuestros deseos, es el de atisbar, entre los escombros del desánimo, por qué un masturbardor se siente lujurioso.

Este primer tema es el que más convoca a milinviernos, junto a la ciencia ficción: las pajas. Aunque huelga aclarar que, como dice el poeta:

Entre las pajas y la ci fi no hay muchas diferencias:

El principio de identidad se extravía en los recovecos

de solitarias eyaculaciones

y un mesías que

con casco de astronauta

anuncia que el fin de los tiempos ocurrió ya

y somos la bocanada última del incendio

eructado por el inframundo.

 

El tema de la presente exposición, dada la escualidez de las fronteras entre pecados capitales, tiene dos focos a saber:

  1. La lujuria.
  2. La envidia.

El amiguito 1 y el amiguito dos se encuentran en el chat de Facebook:

Amiguito 1: Buen día, amiguito, ¿cómo estás?

Amiguito 2: Muy deprimido ¿Y tú?

Amiguito 1: Enfermo. Desperté con fiebre y tembladera. Y me he echado mucha mano.

Amiguito 2: Yo ya no puedo masturbarme porque mi esposa saca el cuento que, si no eyaculo con ella, es que tengo a otra. ¡Cómo quisiera ser tú!

Amiguito 1: Uff a mí también me ha pasado eso las veces que he estado casado. Pero tengo la pilatuna original.

Amiguito 2: ¿Cuál?

Amiguito 1: Te toqueteas y, cuando ya sientas que vas a eyacular, te aprietas la cabeza de tu penquita.  Y quedas como nuevo y puedes correrte como una vaca holstein con tu esposa.

Amiguito 2: Buenísimo.

Amiguito 1: Sí, pero te vas a venir más rápido con ella y te dejará pronto.

Amiguito 2: A mal tiempo, buena cara. J ¡Gracias amiguito!

La envidia se cura por medio del estrujamiento del glande.

La lujuria se extravía entre una infidelidad que sólo en la cabeza del desgraciado que no puede masturbarse porque llegan los reproches de su esposa.

Además, este es el comienzo de la cura definitiva: el divorcio. La mujer se irá después de un tiempo. No necesariamente con otro hombre; puede prendarse de otro cuerpo con vagina que no adolezca del arsenal limitado de energía sexual de su viejo cónyuge y, por tanto, se torne en una fuente de radiación lujuriosa.

El pobre hombre, condenado a ser un ángel en la tierra, se salvará: unas por otras, le dirá el amiguito 1 cuando vivan juntos, alejados de cualquier estrépito, casados y a salvo de que alguna de que alguna mujer les quite los pocos bienes heredados.

 

 

 

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