La necesidad del corazón (sexta entrega)
Edison Delgado Yepes, escritor nacido en Ecuador, nos ha permitido publicar, por entregas, su novela “La necesidad del corazón”. Acá podrán leer el episodio anterior.
La idea de comprar una casa en Salinas fue desde el principio idea de Irene, ella siempre saliéndose con la suya, pero cuando empezaron a venir a pasar las vacaciones a la playa, Irene pronto se cansó del desierto, la soledad, el sol, la arena y el mar, y pronto comenzó a sugerirle a su marido que vendiera la casa, pero a Tuco le empezó a gustar cada vez más la tranquilidad del desierto y comenzó un plan de ahorros para retirarse del negocio de compra y venta de vehículos. Cuando Irene se enteró de aquel proyecto puso el grito en el cielo y comenzó a hacerle la vida imposible a su marido con continuos reproches a su falta de competitividad y quemeimportismo. Por su parte Tuco se quedaba callado y lo soportaba todo hasta que se le colmaba la bilis y entonces le gritaba a su esposa y la mandaba a la casa de la verga o le decía que se consiga un amante y que se vaya con él o con ella, y esto lo decía con intención bien maligna, porque ella creía que su esposo no sabía nada de su preferencia bisexual por las lesbianas.
Cuando el matrimonio terminó, Tuco se sintió libre, pero, entonces, cuando sus planes de vivir feliz se empezaron a hacer realidad y su vida tomaba un nuevo giro lleno de grandes banquetes de mariscos, paz y armonía. Cuando había liquidado con éxito el negocio de su patio de vehículos y se disponía a llevar una existencia completamente tranquila en la playa, el destino le traía la noticia de que no iba a vivir mucho tiempo. A veces Tuco se despertaba en la noche lleno de pánico y desesperación y se volvía a acostar y rezaba el Padrenuestro en completo silencio hasta lograr calmar los nervios. Siempre lo atormentaba la idea de quién sería la persona que lo cuidaría mientras llegara el momento de la agonía. No tenía hijos, su esposa no quería saber nada de él, sus padres estaban bajo tierra: su madre por la diabetes y su padre víctima de la hipertensión. Su hermano era casi un inútil, así, que, en definitiva, estaba solo y moriría solo en este mundo; solo, completamente solo en una cama de hospital, como tanto temía Octavio Paz. Katty era una drogadicta inútil que no servía para nada, ¿quién la mantendría cuando él se muriera?
Cuando Tuco pisó por primera vez un hospital oncológico pronto se informó que el noventa por ciento de los pacientes mueren, y que es entonces cuando el enfermo logra apreciar las cosas insignificantes y simples, pero bellas y sublimes de la vida: como disfrutar de una noche estrellada en Canoa o disfrutar de la compañía de una amiga mientras se saborea una deliciosa pizza donde don PEPE.
Tuco se hizo muy amigo de Tony Reyes el doctor que lo chequeó y que le detectó el cáncer al estómago. Él le conversó que había entrado a trabajar en aquel hospital oncológico junto al mar cuando era estudiante, ya que su padre lo recomendó al director con quien mantenía una larga amistad desde la infancia. Pronto Tony entró a trabajar como ayudante en el área de diagnóstico. Y él le confesó lo triste que era hacerse amigo de un niño con leucemia ya que sabías que iba a morir. El hospital en que trabajaba ahora no siempre fue así: cuando recién entró a trabajar lucía todo viejo, descolorido y desvencijado y a él le tocaba recargar los hematócritos y pronto se dio cuenta de la importancia de tener dinero para comer a la hora del almuerzo. Recargar los hematócritos significaba medir los glóbulos rojos y era una tarea de gran responsabilidad y siempre después de cada jornada, Tony terminaba muerto de hambre y el primer día de trabajo estaba completamente chiro y subió al comedor a ver si alguien le regalaba un plato de comida, aunque sea un arroz con jugo de carne, pero la negra cocinera Heriberto le abrió una cuenta de crédito para que él la pagase en la quincena y así pudo tener asegurada la comida diaria.
Los primeros días de trabajo Tony Reyes no vio a los enfermos de cáncer sino que se lo pasó en el LABORATORIO haciendo hemogramas, que es el conteo de leucocitos, donde se utiliza la fórmula de Schilling, que sirve para diferenciar los leucocitos entre segmentados y mononucleados y los linfocitos y los monolitos y también había que recargar los hematócritos que era el contaje de plaquetas y que se dividían entre: neutrófilos, eucinófilos y batófilos. El problema de la leucemia se detecta cuando entre los glóbulos blancos surge un aumento en número y se alteran en su forma.
El doctor Tony Reyes y su paciente Tuco Andolini compartían el mismo gusto por el surf y ambos estaban de acuerdo en que se trataba de un deporte que tenía el poder de otorgar una sensación al surfista de satisfacción y libertad y paz. En algunas ocasiones se habían encontrado en el playero de Chuyuipe y habían corrido unas olitas glass, justo después de una fuerte lluvia lo que las había hecho perfectamente tubulares.
El grupo de doctores, enfermeras y colaboradores con los que trabajaba Tony Reyes era un grupo de gente con un gran sentido de humanidad y compromiso para con las necesidades del prójimo. El doctor Reyes le recitaba con gran muestra de sabiduría a Tuco un pensamiento de Henry David Thoreau, que decía:
Cada nueva generación que viene se ríe y se burla de lo que consideran cosas anticuadas y pasadas de moda; e inmediatamente comienza a crear cosas para ella”nuevas”, pero que la próxima generación considerará muy pronto pasadas de moda.
Los pacientes adinerados son muy exigentes y siempre querían que se comprueben los hemogramas que se les practicaba y donde se les detectaba el incremento en el número de glóbulos blancos, señal visible de leucemia. Así que para darles gusto el doctor Tony Reyes utilizaba un lenguaje más específico y les habalaba de la fórmula de Schilling que en realidad lo único que hace es diferenciar el tipo de leucemia que tiene el paciente. Había que tener mucho cuidado con estos ricachones ya que el hospital funcionaba en gran parte con los millonarios donativos en divisas extranjeras que los ricos hacían como beneficencia.
Lo que más le entristecía a Tony era ver el gran número de niños enfermos de leucemia, que eran abandonados a su suerte por sus padres pobres; también había hombres que se internaban solos y se preparaban mentalmente para aceptar su destino de enfermo Terminal y morir. La leucemia es una enfermedad tan costosa que los esposos abandonaban a las esposas y los padres a los hijos. Muchos jóvenes en la flor de la vida se iban a internar completamente solos para no convertirse en una carga para su familia.
En el hospital oncológico de la península trabajaban unos setenta colaboradores y todos se conocían de pies a cabeza. Siempre existía dentro del personal una persona más jovial, más amiguera y en este caso era precisamente el doctor Tony Reyes el que siempre alegraba el lugar por donde él pasaba y pronto los demás colaboradores lo apodaron “el conejo de la suerte”, porque se las tiraba a todas las enfermeras, pero nunca las preñaba.
Con el paso del tiempo y el contacto diario con el pabellón de niños enfermos de leucemia, las cosas fueron cambiando y la depresión se fue apoderando del doctor Tony, “el conejo de la suerte”. La rutina y el mismo procedimiento de trabajo: la numeración de los pacientes, que se dividían entre pacientes de SALA y los INGRESADOS y los PACIENTES AMBULATORIOS, que pronto se transformaban en HOSPITALARIOS, por la acción erosionadota de la enfermedad.
Tony no podía soportar sin deprimirse el llegar a conocer a aquellos dulces e inocentes niños y luego verlos morir. Esa rutina de convertirse en el ángel que acompañaba a los niños desde la enfermedad hasta la agonía y la muerte lo estaba desquiciando y de vez en cuando y por las noches al llegar a casa y para poder conciliar el sueño, se fumaba un porrito de yerba y sentía que su mente y su alma lograban amortiguar el dolor, el terrible dolor que le causaba trabajar con dulces e inocentes niños condenados a muerte por la leucemia. Generalmente los niños de diez y seis años que entraban altos y gruesos, pero padeciendo leucemia linfolílita aguda duraban seis meses y morían de paro cardiorrespiratorio y en completa desintegración física, con el cuerpo completamente consumido.
En aquellos tiempos cuando se trataba de analizar el proceso de la enfermedad de los niños con leucemia no se hablaba de recuperación sino de sobrevida desde el momento en que empezaban a recibir el tratamiento de quimioterapia. Lo que Tony Reyes le quiso dejar bien en claro a Tuco era que el cáncer era una segura condena a muerte. Así que eso fue lo que captó Tuco: que si se hacía tratar con quimioterapia tendría una sobrevida de cinco años y después la muerte. Con todo lo que significaba soportar la quimioterapia: dolores de cabeza; malestar general del cuerpo; somnolencia y vómitos…
Tony le explicó que habían cientos de casos de niños con leucemia que él tenía que hacer un minucioso seguimiento a su expediente y visitarlos para tomarle las muestras de sangre hasta el punto de que lo empezaron a apodar como el vampiro y Tony no podía evitar involucrarse sentimentalmente con los niños, que eran como unos ángeles y luego los veía quedarse ingresados, después de pasar un tiempo en inútil tratamiento ambulatorio y siempre les respondía con optimismo cuando ellos con cara de angustia le preguntaban si se iban a salvar. Así que cuando Tony Reyes llegaba a la casa se fumaba uno o dos grifos para poder tranquilizarse y olvidarse de la pena que sentía por aquellos inocentes angelitos condenados a muerte. Por las noches, antes de dormir, Tony se arrodillaba junto a su cama y le pedía misericordia a Dios para que no se lleve a la tumba a aquellos angelitos inocentes que todavía no sabían lo que era vivir. Estaba bien que un anciano que ya ha vivido y que está cansado de comer y vivir sea llevado al estuche por un infarto que lo sorprenda dulcemente mientras duerme, pero estos niñitos, estos dulces niñitos, que recién empezaban a conocer lo que era la vida…,¿cuál era el sentido de todo este dolor?
Muchos de aquellos niños llegaban solos y la familia los encontraba a los cinco meses y eran testigos del cambio que se iba operando, incluso algunos después de recibir la visita de su madre se quieren suicidar porque ya no quieren seguir sufriendo más ya que se daban cuenta del cambio que se iba operando en ellos cuando entraban en una etapa Terminal.
Entonces la idea del suicidio o de abandonar la carrera empezó a rondar la cabeza de Tony Reyes y ahora fumaba yerba antes de ir a trabajar al hospital para no tener que sentir el profundo dolor que lo estaba consumiendo por dentro.
Tony era testigo como la quimioterapia les quemaba las venas por dentro a los niños, produciéndoles una mancha que más parecía una quemada y que se sentía como una quemada porque produce ampollas, dolor y ardor.
En una ocasión apenas evitó a tiempo que uno de los niños se ahorcara con unos pañales después de la visita de la madre y cuando el niño se tranquilizó Tony le leyó un párrafo de la Biblia, que decía así:
Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió…
Este chico tenía una hermana que lo iba a visitar y se llamaba Esther. Ella era una chica preciosa y llena de vida, que fue elegida reina de belleza de Santa Elena. Poco a poco nos fuimos conociendo hasta hacernos buenos amigos y ella al percatarse de con cuánta dedicación atendía no sólo a su hermano sino a todos los niños del pabellón se empezó a enamorar de Tony, a pesar de estar prometida en matrimonio con un sujeto dueño de una hacienda arrocera muy importante. El tiempo pasó y el corazón de Esther se inflamó de una loca pasión por el médico de su hermano y no tardó mucho para que ambos se metieran en la cama. El resultado de esta nueva locura del “conejo de la suerte” fue que la chica suspendió el matrimonio una semana antes de que se realizara y se vino a vivir a Salinas. Esther le dijo a Tony que si él no se podía casar con ella o no quería ella estaba dispuesta a ser su amante. En Salinas empezó atrabajar de bailarina nudista y al poco tiempo de transcurrida la formalización de la relación, Tony le descubrió en un cajón de la cómoda un consolador y cuando le preguntó ella le respondió de tal forma que él comprendió que ella era ninfómana. Mientras tanto su hermano cada día se debilitaba más y más y el chico que Tony había conocido como alegre y vivaz y que siempre tenía todas las respuestas y las palabras correctas al pie de la lengua se estaba convirtiendo en un guiñapo humano. Uno de sus últimos deseos antes de entrar en la etapa Terminal fue que Tony lo llevara al estadio ya que el niño era hincha de Barcelona y Tony lo llevó al estadio junto con su hermana Esther. Luego de eso y después de dos días el hermano de Esther-su amante-, entró en la etapa crítica de agonía- en sus ojos se podía apreciar el terror a la muerte-, y luego vino la etapa Terminal con hemorragia nasal, hemorragias gingival; hemorragias internas o petequias y todo su cuerpo se llenó de manchas moradas que aparecían en su piel hasta que finalmente Dios se apiadó de él y se lo llevó con un paro cardiorrespiratorio, que a Tony le pareció como si el niño, hermano de su amante, hubiera dejado escapar un ronquido y con el su pobre e inocente alma sin haber siquiera empezado a vivir la vida. Tony, completamente grifote en su cuarto, después del trabajo se preguntaba: ¿por qué Dios permite que estos niños inocentes tengan que pasar por esta terrible enfermedad y que tengan que morir, dejando medio dementes de dolor a sus pobres padres?
Muchos niños que llegaban con sus hijos enfermos de leucemia, a veces no encontraban camas para ellos porque el hospital estaba saturado y se quedaban parados con sus hijos en brazos como estatuas de la muerte.
Todas estas experiencias estaban destruyendo a Tony y fumaba yerba mañana, tarde y noche para TRATAR de amortiguar el dolor de ver a los pacientes terminales agonizar con sus respiraciones entrecortadas; la desesperación en sus rostros ante el terrible abismo que encierra la incógnita de la muerte; el aferrarse a la vida hasta el último momento; Tony comprendió-y se lo hizo saber a Tuco en sus múltiples conversaciones-, que los niños condenados a muerte siempre abrían mucho los ojos porque estaban completamente asustados. Sus labios se ponían morados y sus cuerpos que alguna vez fueron normales ahora, que estaban al borde de la muerte se asemejaban a pequeños esqueletos vivientes, casi como unos zombies y siempre que Tony asistía a sus muertes se daba cuenta que todos dejaban escapar un ronquido muy peculiar. Tony concluyó que ese era el preciso instante en que los niños dejaban escapar su alma.
Después que los niños morían una de las enfermeras de turno hacía el parte para el médico, señalando la hora de la muerte y sus posibles causas, que en el caso del paciente oncológico siempre es el paro cardiorrespiratorio. Luego la enfermera de turno llama a los conserjes y con las sábanas de la cama amarran punta con punta al niño muerto en forma de paquete para que se lleven el cuerpecito a la morgue o al área de entrega de cadáveres.
Aquella noche, cuando murió el hermano de Esther, Tony Reyes, se fumó varios cigarrillos de marihuana y estuvo toda la noche dándole vueltas en la cabeza a la idea de cortarse las venas aunque él prefería pegarse un tiro en la cabeza, pero no tenía un arma a la mano. Entonces se le vino a la mente leer un libro de mormón que unos misioneros le habían dejado el anterior fin de semana. Cuando abrió la página del libro de mormón al azar se encontró con el siguiente pensamiento:
…muchos otros miles lamentan por cierto la pérdida de sus parientes; no obstante, se regocijan y se alegran en la esperanza, y aun saben, según las “promesas del Señor”, que serán levantados para morar a la diestra de Dios, en un estado de felicidad perpetua…
Estas palabras le llegaron a Tony hasta el fondo de su alma de lo grifote que estaba y lloró, empezó a llorar como un niño que gime por la muerte de su madre o como un padre que se arrodilla, se rasga las vestiduras y se echa tierra en los ojos por el dolor causado por la muerte de un hijo adorado. Pero aquel dolor también lo purificaba, aquellas palabras le habían abierto el entendimiento, y comprendía, sí, comprendía, que había un propósito para toda aquella tragedia, que había una vida más allá de esta vida, de este valle de lágrimas, y que el propósito de la muerte de estos niños era para probar a sus padres, así era como reflexionaba la divina voluntad de Dios, sí, aquello tan terrible y tan triste era para probar la fe de sus padres, como si estuvieras cogidos en una trampa.
Mientras Tony Reyes le contaba todas estas cosas a Tuco, éste no se percataba de que gruesas lágrimas se le escurrían por los ojos. Pero Tuco no sólo lloraba por la miseria de la muerte y el desperdicio de aquellas inocentes vidas; por el dolor de tumores inoperables que arrancaban a sus víctimas escandalosos gritos de desesperación en medio de la noche; convirtiendo aquel hospital en una casa de horror una casa de locos, sino que también lloraba por su propia vida desperdiciada completamente en la entrega a su trabajo y a satisfacer las necesidades materiales y sexuales de la vaca lesbiana de su esposa. A Tuco todo le parecía una broma cruel del destino.
Los cuadros que Tuco Andolini pintaba al óleo en sus ratos libres eran una forma de recuperar la cordura, de pedir auxilio, de gritar toda su angustia. Pero reconocía que nada había de filosófico en aquellos lienzos, pintados con manos temblorosas, a la luz de las velas, en ambientes húmedos, rodeado de paredes de madera y bajo un cielo saturado de estrellas. En aquellos óleos se expresaba un moderado esfuerzo por captar la realidad circundante, pero también lo que habitaba o lo que se escondía detrás de aquella realidad. Las formas sinuosas o vacilantes de unas gentes de piel oscura y de comportamientos misteriosos, que deambulaban por las calles de Salinas, siempre en perfecta guardia contra los demonios blancos que se llamaban turistas y que eran tan diferentes a ellos.
Lo que más cautivaba a Tuco era el espectáculo que ofrecía el mar siempre lleno de olas, que de manera interminable se arremolinaban en la orilla. Aquel precioso e infinito mar verde, siempre en continuo movimiento, que se picaba con el viento y que con los rayos del sol deslumbraba y se volvía un feroz espejo, era algo así como una experiencia divina, quedárselo viendo por horas enteras. Nunca había estado tan cerca la naturaleza del hombre y el hombre de la naturaleza.
Cuando los dioses crearon la Tierra
No pudieron crear ser más divino
Que tú
Nunca me dejes
Si realmente me amas
No me dejes
Tú
Siempre
tú