La luna y las estrellas según Fray Luis de Granada

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Unas son de cal y otras son de arena pero ¿cuál de las dos es la triste?¿ La arena es el subterfugio de la alegría? ¿Es la cal viva la materia muerta que resucita a las desdichas? Tanto la cal como la arena son tristes, responden muchos navegantes sedientos que mueren entre el desierto salino de la calma chicha de altamar ;  sus movimientos, los de esos moribundos, sus inspiraciones y expiraciones, sus reflejos tenues, sus estallidos menguantes, evocan la energía de la vida que captó Fray Luis de Granada, el escritor español del siglo XVI, para narrar al universo con una metáfora más compleja que la matemática. En su libro «Introducción al símbolo de la fe», se ocupa de los cuerpos celestes y de la presumible felicidad de las estrellas, inflando la tristeza de quienes las otearon en esos tiempos donde los telescopios fueron hechos con amoríos y escarceos místicos.

Triparevic, el cartero de los balcanes que leyó, con la devoción que sólo puede dispensar el  odio, al genocida Karadzic y escupió a la cara a Limonov, no por su paneslavismo  sino por su pedantería de corte político que lo semejó más a Putin que a los desvaríos drogadictos de Bulgákov, decía que cada vez que se cayera en una profunda depresión- tan parecida a la calma chicha de altamar –  había que mirar al cielo y después leer a Fray Luis de Granada. Lo afirmaba porque con ese ejercicio, la desazón toma dimensiones abisales y ya no hay tiempo para seguir deprimido por nimiedades, ni siquiera las que atañen a la humedad de los genitales, hasta evocar cualquier tristeza pretérita como un tic de la dicha.

Es por eso que les traemos para este viernes de terror, lo más espantoso que puede pasar: la ternura nacida de una tristeza cansada de estar triste. Disfruten, pues, de esta eucaristía con las estrellas y la luna hecha por Fray Luis de Granada:

De la luna y estrellas

La luna es como vicaria del sol: a la cual está cometida por el Criador la providencia de la luz en ausencia del sol; porque estando él ausente, y acudiendo a otras regiones a comunicar el beneficio de su luz, no quedase el mundo a escuras. Y así él mismo es el que la provee de luz para este ministerio, tanto mayo, cuanto ella lo mira más de lleno en lleno. Tiene este planeta entre otras propriedades notable señorío sobre todas las aguas y sobre todos los cuerpo húmidos; y señaladamente tiene tan grande jurisdicción sobre la mar, que como a criado familiar la trae en pos de sí; y así subiendo ella, cresce; y abajándose ella, se abaja. Porque como se dice de la piedra imán, que trae al hierro en pos de sí, así a este planeta dió el Criador esta virtud, que atraiga y llame para sí la mar, y siga el movimiento della. De suerte que este planeta tiene unas como riendas en la mano, con que se apodera deste grande elemento, y lo rige y trae a su mandar. De aquí nascen las mareas que andan con el movimiento de la luna, y que sirven para las navegaciones de un lugar a otro cuando falta el viento, y para los molinos de la mar que se hacen con ellas; y sobre todo, con este movimiento se purifican las aguas, las cuales no carecieran de mal olor, y mal mantenimiento para los pesces, si estuvieran como en una laguna encharcadas sin moverse. Mas no sólo en la mar, sino también en todas las cosas húmidas tiene especial señorío. Y así vemos con las creciente della crescer la humidad de los árboles y de los mariscos, y menguar con la menguante. Pues ya las alteraciones que este planeta causa en los cuerpos humanos (mayormente en los enfermos), en sus plenilunios y novilunios, y en sus eclipses, cuando se impide un poco de su luz con la sombra de la tierra,  todos lo experimentamos. Lo que aquí es más para considerar, es la virtud y poder admirable que el Criador dió a este planeta, el cual estando tantas mil leguas apartado de nosotros, por virtud de aquella luz que recibe emprestada del sol, obra tantos efectos y mudanzas en la tierra, que así como ella se va mudando, así vaya mudando consigo todas estas cosas con tan gran señorío, que un poquito que se menoscabe su luz en un eclipse, lo haya luego de sentir la tierra. Pues qué sería si del todo nos faltase este planeta.

Después de la luna se siguen las estrellas: de cuyo ornamento y hermosura ya dijimos. Mas ¿qué dijimos de hermosura tan grande? Pues el número y las virtudes e influencias dellas ¿quién las explicará, sino sólo aquel Señor de quien dice David, que sólo él cuenta la muchedumbre de las estrellas, y llama a cada una por su nombre? En lo cual primeamente declara la obediencia que estas clarísimas lumbreras tienen a su Criador: el cual llama las cosas que no son como si fuesen, dando ser a las que no lo tienen. Y desta obediencia dice el Profeta: Las estrellas estuvieron en los lugares y estancias que el Criador les señaló; y siendo por él llamadas, le obedecieron con alegría en servicio del Señor que las crió. Decir también el Profeta, que llama a cada una por su nombre, es decir, que él sólo sabe las propriedades y naturaleza dellas, y conforme a esto les puso los nombres acomodados a estas propriedades. Desto, pues, que está reservado a la sabiduría divina, no puede hablar la lengua humana. MAs entre otros usos y provechos de las estrellas, sirven también como los padrones de los caminos a los que navegan por la mar. Porque careciendo en las aguas de señales por donde enderecen los pasos de su navegación, ponen los ojos en el cielo, y allí hallan señales en las estrellas (mayormente en la que está fija en el Norte, que nunca se muda), para tomar la regla cierta de su camino.

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