La desgracia de no morir de Héctor Lavoe

Hector Lavoe

Puede que uno se atosigue de la tristeza pero la tristeza no se atosiga de uno. Es decir, mientras más triste uno se pone, se acrecienta el carácter suculento para ese monstruo, convirtiéndose  uno en un cebo similar a un bicho malherido que nada en altamar a sabiendas que los tiburones blancos habrán de engullirlo como una anciana a sus galletas.

Los tiburones blancos de la tristeza llegan a mordisquear con desgracias que se apiñan en el corazón del desgraciado y, a su vez, lo obligan a vivir para seguir sufriendo más y mucho más. Hector Lavoe, un cantante entregado a la fiesta y el desenfreno, vio cómo se derrumbó su mundo exterior e interior en dos años.

Todo comenzó con el incendio de su casa, luego fue asesinada su suegra, a continuación sucumbió su hijo más querido, después intentó suicidarse, tirándose de un noveno piso pero el final no fue feliz porque tuvo que seguir viviendo con múltiples fracturas.

Meses después le dijeron que padecía de Sida y las heridas ocasionadas por la cirugías a su cuerpo maltrecho por el intento fallido de matarse, se complicaron porque, además de tener el síndrome de Inmunodeficiencia adquirida, padecía de diabetes. En el intermedio de las últimas malas noticias, pudo conocer a su papi en un concierto en Puerto Rico pero él, su padre, murió una semana después.

El banquete de la desesperación hizo metástasis en el corazón del cantante de los cantantes, al punto de que este se infartó en Junio de 1993. Hoy recordamos la última entrevista, cuando ya Héctor estaba más que entregado y sometido a las últimas sanguijuelas que se aprovecharon de su desdicha.

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