La desgracia de no morir de Héctor Lavoe
Puede que uno se atosigue de la tristeza pero la tristeza no se atosiga de uno. Es decir, mientras más triste uno se pone, se acrecienta el carácter suculento para ese monstruo, convirtiéndose uno en un cebo similar a un bicho malherido que nada en altamar a sabiendas que los tiburones blancos habrán de engullirlo como una anciana a sus galletas.
Los tiburones blancos de la tristeza llegan a mordisquear con desgracias que se apiñan en el corazón del desgraciado y, a su vez, lo obligan a vivir para seguir sufriendo más y mucho más. Hector Lavoe, un cantante entregado a la fiesta y el desenfreno, vio cómo se derrumbó su mundo exterior e interior en dos años.
Todo comenzó con el incendio de su casa, luego fue asesinada su suegra, a continuación sucumbió su hijo más querido, después intentó suicidarse, tirándose de un noveno piso pero el final no fue feliz porque tuvo que seguir viviendo con múltiples fracturas.
Un rey en muletas
Héctor Lavoe se tiró desde el noveno piso de un hotel de San Juan. Fue el paso más largo de su vida. Sucedió después de una cadena de infortunios que comenzaron con el asesinato de su hijo. Héctor dio un paso sobre el vacío y sobrevivió. Tuvo que andar en muletas y sus piernas se fueron enarcando hasta hacer un paréntesis en el que se encerraba la grandeza de irse muriendo de a poco. Se le decía el rey de la puntualidad porque siempre llegaba tarde, quiso encontrarse más temprano con la muerte y ella le recordó que apurarse es tan impuntual como tardar.