Solitario en Transición, de Luis Bolaños

Solitario en Transición o el Imperio no las tiene todas consigo

 

AgresionesImperialesUSA_AgendadeReflexion

 Por: Luis Bolaños*

Este relato funciona como un alegato antibélico y conector entre varios de los ya publicados (o por publicarse) de la Saga del Imperio Decadente (cualquier semejanza con USA es deliberada), así uno de los reclutados conocerá a un discípulo del piloto poeta con que se inicia la serie, y además se dibujarán las pautas que conectan a “Inconquistable” con “El canto del androide” o a “Pilgors o Rancors” con “El Ültimo Czarniano”; es evidente que siembro referencias a Iain Banks, que mezcló el ciberpunk con la Hard SF, que trató de mantener un andamiaje humanista y le colocó pegatinas con eslóganes  políticas, en fin que ejerzo un sincero strip tease a fin de recuperar esa piel desnuda del género que lo identifica, pero culminó hesitando y creyendo que las huellas deben bastarnos para persistir.

El viento arroja partículas de sílice contra mis campos aislantes, los microtúbulos cerebrales aún no se recuperan de la conmoción, es cierto que la ráfaga de energía apenas si rozó el yelmo, pero los efectos se sienten acumulados contra la ola de fatiga que amenaza sumergirme.

Atrás en la memoria temporal, quedan los pantallazos que muestran a/de los miembros de la patrulla caídos, ahora subsisto como su representante de misión y no se me ocurre como coronarla, en ocasiones el camuflaje de mi loriga de escamas ganoideas vibra y centellea por los desperfectos, propiciando que cualquier cazareflejos sobrevolando el campo de enfrentamiento me ubique y advierta a un tiroteador que enfile su batería automática -o peor aún a un trooper- contra las coordenadas topadas en su visor.

El cansancio me atosiga y me auto-convenzo que no sucederá evento aciago alguno si me acurruco contra la ladera por un ratito. Doblo las bisagras y me arrodillo antes de rodar, exhalo un suspiro que lleva carga diversa y me dispongo a olvidarme de lo ocurrido, pero ¿como lograrlo?. si mis neuronas excitadas se encargan una y otra vez de repetir las secuencias destructivas sin que los neurotranquilizadores logren aislarlas y reducirlas a pinceladas abstractas casi ininteligibles.

Comprendo que en el aire también deben haber sembrado anuladores, pero como íbamos a saber que aquellos salvajes disfrutarían de tanta tecnología y supieran usarla. Los energizantes y potenciadores que sueltan mis nanoimplantes en el aparato sanguíneo crean una capa de euforia sobre la retentiva reciente y por breves momentos parece que voy a lograr remontar la caída, pero el agotamiento puede más, me descuido y duermo hundido en el fango del talud, siento a lo lejos, como si le sucediera a otro cuerpo y estuviera contemplándolo desde afuera y preferible lejos, al barro que se desliza sobre la armadura cubriéndola, me relajo, creo que me camuflara y me duermo.

Al despertar me encuentro rodeado de seres delgados, nudosos, de piel verdosa, una hilera de ocelos en la cabeza redonda, los músculos y tendones, largos, fibrosos, se marcan con cada movimiento, me dejo arriar, otros también comparten mi destino, parece que de nuevo el ataque ha sido un fracaso, las carcasas de los máquinas de asalto jalonan vaguadas y colinas, sea cual fuera el método para calentarlas y detonarlas, su eficacia ha sido máxima, el olor a metal quemado, grasa frita y carne asada impregna el aire -según rápidos rumores que recorren las filas de prisioneros, unas ampollas rosadas deambulaban e impulsadas con un chillido atravesaban los blindajes y las dejaban convertidas en ruinas humeantes-.

Me consideré afortunado por ser de infantería, quizás exista alguna redención que obtener. El enemigo nos engaña, nos deja obtener la información con que arman sus celadas, nos permiten creer que obtenemos lo que en verdad nos escamotean, llevándonos paso a paso cada vez más profundo a la trampa y luego nos encierran al establecer perímetros de seguridad que nuestras indagaciones más avanzadas no alcanzan a penetrar y que actúan cual espejos que reflejan lo que deseamos que sea, para golpearlos mejor ¿qué artificios matemáticos usarán para calcularlas sin que nuestras IA lo noten mientras exploran y clasifican el terreno como “poco peligroso”? ¿Cómo lo logran?.

Nosotros somos el Imperio y a pesar del poderío que esgrimimos nos zarandearon y nos desmenuzaron, desde hace ya un lapso prolongado tememos que nos estèn desmoronando, ya lo consiguieron -por lo menos en este otro planeta, ya que las variaciones tácticas son numerosas- con una alianza inaudita: biocenosis y bioma plantaron sus garras y elementos en equipos y soldad@s hasta inutilizarlos o idiotizarlos. Las oleadas de ataque mellan sus dientes mientras son devastadas por acciones inauditas que devienen irracionales si las analizamos, que no comprendemos y que nos provocan ganas de llorar, de cerrar los ojos y entregarnos, y es que cada ser viviente encuentra una forma de liquidarnos, aterrorizarnos o convertirnos en una masa lloriqueante:

-los ocoteros (arbustos blandos que parecen montones de gelatina petrificada) nos tragan apernas nos acercamos

-las secteras (agallas que crecen en las ramas de ciertos àrboles) exhalan polen venenoso… e invisible hasta que surte efecto y te descuajeringas en estornudos antes de que la diarrea te sacuda los intestinos,

-las pihuayas (altísimas cilindros que se subdividen simétricos en segmentos exactos con cada rama poblada de hojas delgadas y filosas) se erizan y propulsan espinas alucinógenas contra cada juntura y milímetro de piel expuesta,

-los terebitos (insectos semejantes a los saltamontes sólo que más diminutos) perforan nuestros blindajes cuando nos detenemos a descansar y en seguida nuestra carne,

-los gredis (enormes lombrices semidomesticadas por los moradores del planeta que cavan y remueven los campos de cultivo) nos acechan desde el subsuelo abriendo sus enormes bocas y deglutiendo la tierra sobre la que nos paramos junto con nuestros cuerpos,

-las marcusas (lo más semejante a una gaviota que encontramos) se camuflan hasta ejecutar un vuelo relampagueante contra nuestros sensores que convierte en ensalada magnetoeléctrica las sistemas de búsqueda y destrucción de nuestras armaduras,

y así “ad nauseam”

Mis memorias bélicas, las incrustadas en el cerebro adicional de entrenamiento y que transmite tácticas, lemas, canciones, relatos y anécdotas estimulantes mientras combatimos (distintas a los IA que entrelazan y armonizan sensores de autolocaciòn, coordenadas, mapeo y relación-distancia con nuestros transportes) se sublevan y cada una se dedica a enloquecerme, entran en contradicción con los sentimientos que me inculcan las esporas que han penetrado en mi cuerpo y disuelto en mis líquidos, el flujo de sustancias me sacude y vomito una y otra vez, los demás cautivos se encuentran en semejante situación deplorable, excepto en quienes han aceptado la derrota y decidieron que es valioso cambiar de bando por convicción. A quienes peor trata la toxina esparcida en el entorno es a los oportunistas. Y entonces, empiezo a recordar las semanas previas a alistarme… y las tonterías con que me rellenaron la mente y me avergüenzo (para una relación con la serie del Imperio Decadente vease “Reclutador” en Velero25 o en Sitio).

Con rapidez se instaló una rutina, trabajábamos reparando o seleccionando biocomponentes, metalosegmentos y otros diminutos accesorios en enormes galpones excavados en la tierra y sostenidos por redes de bábigos: mezcla de gasterópodo con celenterado que crea su propio líquido para desplazarse por deslizamiento y que al secarse parece una porcelana lisa donde sólo sobresalen los caparazones de los sacrificados y las líneas de su movimiento (una vez más, una biotecnología que el imperio no conocía).

Una chica muy guapa con ojos soñadores y boca jugosa y perfecta nos leía unas poesías, elegidas por su ritmo y decía que un “velae” (poeta viajero de los rebeldes que traza con las palabras esquemas conteniendo varias capas de significado, los cuales ejercen un efecto revulsivo sobre la mente empujándola al proceso creativo y el cuestionamiento de lo convencional), agregaba que la había compuesto hacia ya un largo ciclo (casi cinco siglos y/o varias décadas según los calendarios a indexar), cuando apenas surgían los primeros rebeldes y autoorganismos antiimperio y que ya anciano era ahora uno de los jefes en el cuadrante autóctono (se cuenta que el piloto del microrelato “Una línea de poesía” fue quien lo capto para la rebelión), luego empezaba otra vez y volvía a interrumpirla para agregar aluviones de datos.

La reiteración y el ritmo, la humareda aromática, las siluetas estimulantes, la luz cruda que se derramaba sobre los paneles cubiertos de enredaderas, los cómodos sillones, predisponían a anular las ondas que emitían los chips de control que teníamos pegados en lnuestras neuronas y a razonar por cuenta propia para no sentirnos cooptados, sin ataduras sociales impuestas y cooperar libres. Desde los quiebres sintáctico-emocionales originados en androides (revisar “El Canto del Androide” en Axxón y Sitio) se había extendido como una peste el mal funcionamiento de los llamados “auxiliares marciales”y casi devenido en inútiles en amplias regiones del imperio, a partir de ese momento se reforzarán los checks y se limitó el rango de elección a los usuarios (de allí el exterminio de los ciberguerreros que aparecen en “El Ultimo Czarniano” por no aceptar tal limitación).

Ahora, mientras practicaba un estilo de autopoiesis emancipadora y en cierto sentido salvífica, aunque es cierto que se requería de terapia reconstructiva permanente para que el aparataje imperial embutido en el sistema nervioso y sus accesorios funcionaran en otra dirección y no nos afectara ni mutilara el proceso de toma de decisiones, la voluntad o la elección de estrategias… pero que tampoco fuera descubierto en una revisión minuciosa; y eso era un esfuerzo que al inicio aún provocaba disturbios (tembladeras, retortijones, fiebres repentinas y devastadoras) en el cuerpo y su sistema de conocimiento, pero que se desvanecía a medida que se usaba.

En la inmensa bóveda que remedaba de manera basta las tracerías delicadas del interior de las volutas del caracocel bábigo, comprendí cual sería mi tarea. La “paradoja del tiempo” y “el sacrificio altruista” se retroalimentaron, por fin tuve clara la ruta a seguir sin importar cuando demoraré en alcanzarla, escaparía tal y como lo organizarían los rebeldes, lo cual permitirla ganarme su confianza y reintroducirme en las huestes imperiales para conducirlas hacia una próxima emboscada. Larga vida a la liberación.

* Luis Bolaños es un escritor de ciencia ficción de Colombia, residente en Perú. Sociólogo (no fundamentalista) de profesión. Ha sido Consultor de Concytec (Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Tecnológica) con anhelo transdisciplinar, con pasión por la búsqueda del conocimiento y la investigación permeada por lo humano e invadida por la vida. Ha fatigado claustros universitarios, selvas y ecosistemas diversos, periódicos, ONG’s, cineclubes, sindicatos, ministerios e institutos de investigación, participando, aprendiendo y enseñando.

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3 Responses to “Solitario en Transición, de Luis Bolaños”

    • Luís Bolaños says :

      Querida Valentina, puedo inferir los motivos de tu reblogueó a riesgo de encontrarme en un camino distinto del que elegiste, así que por favor ¡aclarame!, un cartagenero en metamorfosis

      • Valentina Romero says :

        Querido Luis, puedes inferir los motivos de mi reblogueo a riesgo de encontrarte en el mismo camino que he elegido: estética de lo impensable, lectura de calidad. Felicitaciones, me agradó mucho la entrada, una cerda con alas.

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