Análisis del poema «Madre» de Carlos Oquendo de Amat por Leonardo Bolaños

piedax

Poema Madre:

Tu nombre viene lento como las músicas humildes
y de tus manos vuelan palomas blancas

Mi recuerdo te viste siempre de blanco
como un recreo de niños que los hombres miran desde aquí distante

Un cielo muere en tus brazos y otro nace en tu ternura
A tu lado el cariño se abre como una flor cuando pienso

Entre ti y el horizonte
Mi palabra está primitiva como la lluvia o como los himnos
Porque ante ti callan las rosas y la canción

Carlos Oquendo de Amat ( Puno, Perú, 17 de abril de 1905 – Guadarrama, España, 6 de marzo de 1936)

Comentario: 

 El poema madre trata solo de nueve versos y allí predomina el vínculo metafórico que se le otorga a la madre como un ser tan mágnanimo, tan divino que no solo da vida en continuo ciclo de vida y muerte como se señala en el quinto verso, sino que da lecciones humildes, de sabiduría pragmática  mejor dicho, de la experiencias, y en esto con una armonía, como dice el segundo y primer verso,  al decir que se desplazan palomas de sus manos y que hay una música humilde.

La música sigue un esquema, un tiempo, un ritmo, un canto y las madres en sus enseñanzas no nos dictan melodías gratuitas y fragmentadas sino que todo lo que nos dicen tiene que ver con lo que nos han dicho antes y nos dirán despues. También la gestualidad de esas manos que brotan palomas del primer verso puede ser interpertado como un acto de magia, cuando el mago nos muestra las palomas de sus manos, como si los gestos que hace la madre con sus manos, con su cuerpo, con su voz, fuesen mágicos, y estos gestos están cargados de mensajes. Como si uno de los mensajes humildes de su musicalidad, como dice el primer verso, fuesen mensajes sencillos que se le comunican a un niño: la paz… No es un mensaje que dice “niño tienes que ser lo mejor de lo mejor, tienes que ser alguien importante en tu vida” (además que Oquendo ya tiene ciertas rivalidades con el progreso capitalista como se le nota en otros poemas) estos mensajes de las palomas son mensajes de que el niño debe estar en paz consigo mismo, debe estar tranquilo, en armonía.

Otra musicalidad de los gestos de la madre que remiten los primeros dos versos pueden ser ejemplificados cuando cocinan, porque lo hacen muy distinto a una empleada, pues la empleada probablemente lo hace rapidamente para continuar con otros labores, en cambio la madre se toma su tiempo, deposita ternura, amor, afecto, etc… Con el cariño que  hacen cuando nos abrazan. Hay muchas cosas que la madre hace en sus movimientos que nosotros absorbemos como conductas maternas, que nos traducen una conducta humana, valga la redundancia “humana”: La madre equivale a un ciclo compuesto de nacimiento a muerte como dice en el quinto verso. Pero no se trata de una muerte ni una vida, así sencillamente con esas palabras, se trata de un cielo que muere en un brazo, y este cielo es el horizonte, es el futuro, lo que muere entonces es el futuro de la persona en los brazos de la madre: como un feto. Y el nacimiento es la ternura que la educación, el trato que se le haga al niño lo permita nacer, nacer como una persona bien dotada de los valores, los conceptos, la ética suficiente para que el nacimiento no sea solo el parir sino tambíen cuidar al nacido de no tener una vida sin la condición humana propicia.

 En el tercer y cuarto verso, la voz poética nos describe a una madre vestida de blanco, pues el blanco es el color de la pureza, una madre que no dice mentiras ¿Cómo podría? Ya que las mentiras distorsionan el mensaje materno. El mensaje materno ya que la maternidad no es fundamental, para la madre, para que este mensaje, esta maternidad, pueda ser visible; es decir, la maternidad trasciende a la persona, se ve reflejada en la conducta de un niño como dice el cuarto verso, y a pesar de que a nadie se le enseñan a ser padre, pues es casi como un instinto biologico que la naturaleza nos ha inculcado, la maternidad se viste de blanco como algo esencial, algo biológico, algo inherente.

Lo que sí sucede, que menciona Oqueno muy sutilmente, es que al parecer, cuando somos adultos ya no tenemos ese vínculo con nuestras madres como cuando éramos niños, perdemos unas cosas pero ganamos otras. Perdemos el vínculo con la maternidad, puede ser por la independización del individuo, por la muerte de la madre, porque fuimos huerfanos, pero la ecuminidad del lenguje materno se logra notar cuando observamos a los niños jugando, como dice el cuarto verso, y jugando en una ambiente de aprendizaje social, con normas, con la misma referente musicalidad que la madre al educarnos nos consta, pues si no es así ¿si la madre no nos impregnara esa musicalidad que tiene tiempos para un todo (el juego y la labor (y otras más)) podríamos integrarnos a una institucion que nos condiciona con este tipo de reglas que la maternidad no nos ha señalado antes?

Estas enseñanzas que aprendemos de nuestras madres y se estimulan en el colegio son más de conducta que de intelecto, en el colegio, a esa temprana edad. En el cuarto verso lo elemental es que esta conducta de los niños, vista por unos adultos melancólicos distanciándose de esa “energía”, obtenemos referencias de nuestras lúdicas infancias y, por ello, de nuestras madres. Este lenguaje entre la maternidad y la niñez se despliega tan musicalmente lógica, o mejor dicho, como una improvisación planeada (el juego de los niños, la maternidad) que al ser adultos ya no tenemos esa capacidad, esa libertad de un asombro recíproco continuo entre una persona y la otra (el niño que juega y el padre o la madre que observan), cuando somos adultos somos el reflejo, pues no el acto, de la conciencia feliz del niño que juega (ya que el niño no es consciente de su felicidad) y es por eso que esta felicidad que no es auténticamente propia es rechazada por los adultos en el cuarto verso.

Leonardo Bolaños (Lima, 1990): Anarquista sin comprender la palabra. No fue al último concierto de Nirvana.

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