Invento 70 ́s por Leonardo Bolaños
Estoy con bloqueo de escritor. Como periodista, o crítico, sucede muy a menudo.
La historia de la
realidad toma rodeos, se va por las pendientes, acelera y es inalcanzable. A veces no pasa nada, a veces
uno espera. Escribir es un lujo de la excentricidad creativa, quizás, quizás lo diría Hunther S Thompson.
Qué conexión hay entre la droga, el periodismo, la revolución hippie de los 60 ́s, el corazón del espíritu
norteamericano, etc. Pareciera que la realidad tiene sus propias ruedas, sus propias ventanas y acelera en
una carrera como Rebelde sin causa por el precipicio anhelante de una gloria histórica. Pareciera, de
nuevo, que la Velocidad de las cosas, como diría Rodrigo Fresán, está más que en acelerar en voltear el
timón una y otra vez, hasta la nausea, las alucinaciones, las visiones. Lo importante en La carretera, como
diría Jack Kerouac es que una vez que comienza la historia histórica es que no deje de acelerar. Es una
épica, una etapa real de la epopeya humana, parte ya de un tipo de mitología contemporánea. El frenesí de
un salvaje en drogas, manejando por el desierto de Nevada, haciendo artilugios de cualquier expresión
libre de anarquía por la libertad de sentir el caos contenido en la velocidad de lo que va sucediendo.
Comienza entonces la historia, la mitología personificada en hombres destruidos por la droga, como diría
Allen Ginsberg, en el puñado de las mejores mentes de aquella generación desorbitando entre traumas y
catarsis, emociones y locura, navegando en la espontaneidad de un posible accidente y final mortífero,
tentando la muerte, la suerte, el caos, la locura. Adicciones al peligro, a la franqueza material de cada filo
de realidad, bosquejando absurdas situaciones en problemas y paranoias, para salir de las peores
pesadillas como jugando en drogas. Desafiando la ley, la dignidad puritana y reaccionaria del espíritu de
los 50 ́s, de la vanguardia reaccionaria del imperio de la plata en Las Vegas, Nevada, Estados Unidos. La
verdad es que es imposible de negar la impresión, la loca demanda de suerte, atención, falos, sexo, lujuria,
dinero… No hay escape de la necesidad de éxito en Las Vegas, y todos los caminantes parecen anuncios
de publicidad ante las porristas del fracaso o del escaso éxito. La única manera de creer en la ilusión de
ser victoriosos en una creencia como el dinero, es a través de la compulsión, la repitición monótona de
apostar todo o nada en Las Vegas, apostar, tomar alcohol, ante mujeres dilatadas y delineadas de colores
publicitarios, colores blancos, colores azules, cargando como una azafata los licores en una bandeja. Y
mientras la ruina del razonamiento por la sóla tranquilidad es asediada por la ansiedad de los millones y
millones más adelante, la pérdida de sentido en Las Vegas, con monos astronautas, cadáveres de la mafia
descomponiéndose en el desierto, y la surreal imagen de neón de un vaquero inmenso como un edificio
nos llama la atención entre los monumentos al consumo en la arquitectura moderna de los héroes
contemporáneos, vaqueros, trapecistas, atletas del arte, todos vendidos, alquilados y liquidados en Las
Vegas. Pero para qué alguien necesita diferenciar periodismo, como el de Hunther S Thompson en una
prosa de la realidad percibida del fragmento de consumo en una ciudad como Las Vegas? La intensidad de
la obra de Terry Gilliam en esta película de 1998 nos desplaza a la desorientación de los arquetipos del
caos, los hippies, los artistas, los vendedores (siempre con una nueva idea), los perdedores, los borrachos,
los drogadictos, etc como unos personajes banales en Las Vegas, incluso la policía, los abogados, la ley y
el orden parecen unos personajes de sobra ante el poder económico de muchas pérdidas y ganancias en
Las Vegas. Y recuerdo esa parte de la película de Pánico y Locura en Las Vegas, “esto es como luciría el
mundo si los nazis hubiesen ganada la Segunda Guerra Mundial”. La forma de valorar solo el
entretenimiento y la espontaneidad de cualquier salvajismo es permitido y elogiado, y mientras la
velocidad crece y avanza, la identidad se pierda y se reduce a al ícono de un mero apostador, es decir, otro
perdedor. El palimpsesto de imágenes, de colores tan navideños, psicodélicos y llamativos que ofrecen los
escenarios, los vestuarios, así como la variedad lógica de cada diálogo entre segmentos y otros segmentos
de la película hacen, que la variedad, la originalidad, el caos, la costumbre, la línea que sigue el
argumento de la película sea filosófica, histórica, épica se convierta en una propinada calidad de
entretenimiento, entretenimiento muy original, eso sí. Llama la atención que siendo los 70 ́s, exactamente,
1972, no aparezcan negros en la película, teniendo en cuenta que Las Vegas genera rechazo a una clase
social incipiente como la población negra en los 70 ́s es entendible. Tampoco hay el arquetipo asiático,
con su gorra y cámara de fotos, y sin olvidar las camisas hawaianas. Lo que hay son dos fuerzas políticas
de la alegría, la información, sea inventado o verídica a lo periodismo Gonzo, personificada por Johnny
Depp (el personaje periodista); y el derecho de ser alegre, salvaje, animal, errado, vulgar, sucio, ruin,
horrible, aunque sea por las drogas, aunque eso no importe más que la plata en Las Vegas, personificado
por Benicio del Toro (el personaje abogado). Finalmente, esta película aún marca tendencia en la
personalidad de nuestra época, en una época de crisis política, bélica, etc. Dejamos que la historia marque
su paso por la carretera, y a máxima velocidad, buscamos el final feliz.
Aniversario del dinero. Por Leonardo Bolaños
Es un bus del corredor azul hacia la dirección recta al Centro de Lima. Me lleva por Arequipa, no sé por qué quiero llamar la atención, o tal vez no quiera, escuchando música francesa, y otras melodías mientras se despiertan las acciones por el camino. Veo a una mujer, de pelo teñido rojo, con miradas discretas mira hacia mi derecha. El plan está completo. Voy a vender mis historietas a cambio de una historia. Cuando estoy a punto de bajarme, planeo algo espontaneo, voy a esa mujer de pelo rojo, y en unos pasos al frente, ante la mirada directa de sus ojos castaños, la invito a salir conmigo. Pero ella dice no. Bajo del corredor azul hacia Quilca. El camino está lleno de librerías. Siento la agresividad de cada metro avanzado, bajo el sol amarillo hay un cruce al que me dirijo, un cruce de autos y piernas, perdiéndose por la callejuela. Busco vender mis historietas, ese noveno arte ilustrado de superhéroes X-force. Siento la premura, el nervio en el tiempo que sucede, un giro hacia la derecha, por la sombra precisa del Quierolo, bocas abiertas en el bar, comiendo y saboreando el tiempo de una sustancia. Químicas de lo inesperado a cada lado, como un mundo de sustancias, me marean, me agitan, me lleno de nervios y busco un sentimiento muy exacto, muy contado. Busco la librería de aquellos comics gastados, en portadas plateadas y verdes del Hombre Araña, tomos de La Guerra del Inifinito. Historias hechas rectángulos, hechas cuadrados, medidas, calculadas para una finalidad precisa, contada. Un joven de pelo rubio, ojos claros, polo blanco, mochila negra a su espalda gasta su dinero para ser un nuevo tipo de propietario. Yo quiero vender esto por un precio muy exacto, pero desde comienzo del escenario, desde la definición del momento todo se vuelve apresurado, y el hombre al quién le hablo, para vender aquellas historietas de los jóvenes mutantes de X-force se va por el caño. Como agua de tinieblas que rodean la hermosa librería gótica de papeles gastados a 30 soles, al precio que estás buscando, me veo a mi mismo gritando. ¡Tú no sabes negociar! El círculo de aquél trueque de valores y percepciones químicas del intercambio se rompe abruptamente, como la caída desde un caballo, he herido el mío, y el otro orgullo de darnos materia, nuevas ideas, entretenimiento definida en los rectángulos coloreados de X-force. Salgo por estas rectas sombras hacia adelante, por aquella Quilca resonante de voces en cada espacio, en cada página sucia, en los carteles de la selección peruana de fúbol posando, en las revistas pornográficas de Soho, con pechos chorreando de cadenas plateadas y tejidas casi de una simbólica egipcia. Rostros agudos al espectacular comercio errante, casi ebrio de detalles, sustanciales como un sabor centrado, concentrado, por el Centro de Lima, y voy hacia la entrada y hablo con un segundo negociante sobre el posible encanto de un éxito monetario calculado. Y él mira mis ojos con suspicacia, interrogantes congeladas en el rostro del negociante, porque el quiere escuchar una historia creíble, el busca un personaje creíble en mis palabras, pero yo no creo que exista una forma de identificar la emoción que activa la mirada especulante. Como si fuésemos dos animales oliéndonos y viéndonos nuestros dientes, abrir y cerrar, metódicamente para ganar algo de dinero. Y este señor, nuevamente, me invita a retirarme porque me he dejado llevar por los impulsos, he sido desagradecido con muy poco tino, no puedo convencerme a mí mismo que quiero realmente ganar algo, sino demostrar que sé razonar, qué entiendo qué hay un elemento discreto en cada forma de hablar sobre el dinero. Y salgo, a la tercera puerta del negocio, invitándome con papeles, contratos, editores y abogados, camino por el establecimiento repleto de numerosos libros, series de comics, pornografía, siluetas dibujadas o caricaturizadas. No hay otro reemplazo para decir con palabras en el momento oportuno lo necesario, escueto, sencillo y claro. Como una forma de periodismo momentáneo, casi efusivo y con un ligero elemento festivo, veo la mirada brillante de la mujer que acepta mi estilo de negociar, tímida y rápidamente, sin nada más que buscar algo efectivo. Y ella me dice que espere, y en cada minuto que va pasando espero entre título de libros no abiertos, palabras sin comenzar, significado detenidos, con minuciosos detalles, quizás en algún otro material, veo las letras rojas dibujadas sobre el brazo en L de una mujer desnuda, como cruzándose cicatrices rojas dibujadas sobre la fotografía del cuerpo desnudo, vulnerable, hallado de aquella mujer. Como un simbolismo periodístico en un tipo de reliquia. Y cuando me doy cuenta, por esa calle no cruzan mujeres, ese tipo de mujeres exóticamente líquidas, como agua detenida en forma de carne, como goteantes muslos, etc. Y esto es adrede, ya empiezo a leer entre líneas. El libro La virgen de los sicarios en extremo de siete ediciones de otros materiales. Y entonces, ya sé, intuyo algo, y recuerdo a todas esas pornografías sentimentales de mujeres de corazones desnudos, pienso entonces en las prostitutas de los nombres estigmatizados por las costumbres de otras calles. Y entonces sigo con mi memoria, leyendo entre líneas porque ninguna mujer de esa apariencia cruza por estas avenidas. Y veo el garabato oscuro de los huecos molidos de las calles, las formas de marcar el territorio con hediondos olores, licores, quizás algún desafortunado vómito, quizás alguna otra forma arruinada de los colores impregnados de polvos, hollines, meados, ladrillos desnudos dando a ventanas ilustradas de habitaciones oscuras y, de quienes pobladas, noto un tipo de belleza advertida, premeditada en las banderas peruanas mal colocadas sobre las ventanas, como una huella de la desesperanza de encontrar otro símbolo menos errante de nuestra patria. Y todas estas sustancias químicas de enladrilladas paredes, vidrios golpeados como un impacto tétrico, yo no sé. Sé que todas estas referencias significan tener cuidado, y cuidarse también porque algo puede aparecer, como un significado oculto en todas estas transacciones del dinero por libros viejos, significados quietos. Y sé, de nuevo, que nunca he visto mujeres tan atractivas por este Centro de Lima como en las revistas. Y entonces sé que sí hay mujeres atractivas; las putas, las del cariño alquilado, la de la química alquilada y maquillada de agudas prominencias, como un atuendo recortado en una daga clavada sobre los tacos altos, como un peligroso infarto cuidado y alquilado de orgasmos, sigo pensando en todo este significado quieto, viejo, descuidado, sucio y penetrado de malos cálculos construidos, como un maquillaje descuido en las viejas maderas de las ventanas con la bandera colgando, rindiéndose estos espacios a un descalculado tipo de descuido. Entonces sé que esto me advierte. ¡No deben caminar mujeres por estos espacios, peligro! Entonces sé, sin esas mujeres no hay competencia con las otras mujeres que performan su sexualidad con los extraños. Sería entonces muy malo tener competencia entre putas de revista y putas Quilca. Luego de un rato, me dan el dinero de la venta de mis comics de X-force. 45 Soles por 45 números de X-force, todo gratis.
El delito de arenales, un fantasma elegante me ha dado la mano. Por Leonardo Bolaños
Para Arcadio
Es 31 de octubre, por la calle Condomo, el desfile de apariencias con máscaras y capas, metralletas negras, orejas de elfos se aglutinan en momento cuando todo vuelve a dispersarse entre el dolor del combustible ardiendo de los autos pasando, las bocinas y el manto nocturno que nos rodea. Aquí lo niños se convierten en superhéroes, a dónde, a mi costado las chicas se ponen sus orejas de ratones, como si se tratasen de druidas, chamanes, camaleones, brujería. Monstruos precisos con máscaras de fantasmas o la muerte de gran boca larga blanca y ojos duros de una petrificación negra en el plástico brillante y novedoso de una alegría por este día que pasa. Muchos de los transeúntes exhiben sus rostros, sin mayor elegancia o homenaje a este día. Y entonces entran y salen entre restaurantes y en mitología de fetiche contemporáneo del espectáculo del bien y el mal en talla 32, verde o amarilla, oscura o fría, sensualidad del triángulo de arco de una corona dorada sobre pelo rizado, teñido de castaño, de mujer con emes de su cuerpo a los acostados anchos, y la magia, la ciencia, lo horrible, y lo bello se juntan en un sólo momento. Mary Shelley, inventora de la ficción de la ciencia ficción, qué mundo descrito ahora confundido en tantos libros, tiendas, ofertas y tantas otras pasando con piernas y máscaras riendo, me pregunto, qué me has dado, por el amor de Satanás (broma lectores) me han dado. Ruidos de estos en un mundo de invitaciones, visten de negro y entonces veo un travesti usándose una apariencia de mimo, y cara de actor maquillada de blanco, ¿es una broma, Guasón? Veo a Mario Bross ¿y me pregunto dónde estará Dorian Gray? ¿Dónde está el Sargento Pimienta? ¿Esto es la calle Arenales? ¿Pero, me permiten en mi confusión, por favor, mi muy desconocido y lejano vecino, lector, preguntar, si he llegado al Planeta de los Simios? Y entonces, veo un ángel vestido de rayas violetas a los lados, alas negras tras sus brazos, bondad en las curvas de un camino que lento rápido hay que pedir mucho permiso entre tanto paso, aquí al suelo, allá al piso, hombres, y hombres desaparecidos, mujeres que aparecen, rostros ocultos, con las manos en los bolsillos, yo saco unos cigarrillos, y empiezo a pensar este camino, ¿Entro o no entro a Centro Comercial Arenales? Disfraces de mujeres Neón, será posible un halloween eterno de disfraces en un segundo futuro dado, mujeres robóticas de neón, qué disfraz se refugia entre la sombra precisa del tambo, a unos metros a la izquierda, a unos metros a la derecha, Hotel Condomo. La triangular máscara de V de Vendetta entre otras apariencias, publicidad y los tickets por la radio. Por cierto, estoy perdido en un caminante desierto de caretas, con escaleras que van arriba y otras hacia abajo, paseando entre vitrales de plástico líquido de juguetes atractivos, cuando entonces encuentro a Francisco. Él busca calidad a través del espejo, y en los productos en cajas relucientes como enormes cuadrados colorados, o quizás me equivoque, unos cuadrados y otros rectángulos con juguetes pintorescos, alégrate ahí está un juguete del malo, del bueno, y Francisco mira atento y concentrado, cruzando los brazos, con una casaca marrón desentonando entre los jóvenes con otros colores. Entre lo que está viendo, no es lo que quiere, quieto y parado sigue buscando, vino de Lince, quieto como un juguete de plástico, igual postura, igual emite una sensación con color, emoción, ¿pero de quién estoy hablando? Cuando Francisco y yo estamos observando la alegre sonrisa del villano de juguete, algo así dice algo, una emoción definida en el plástico, y el juego del color… Hay mucho que ver, una bella mujer que nos quiere engañar, burlar, sorprender, o no sé qué, al frente, disfraza de policía nos “proteje” o se “proteje” de qué, no sé, pero entonces, con tanta preparación, no debe ser aburrida. Oh, el aire, ese aire a fritanga, salchichas, unas nubes en miniatura de pop corn cayendo sobre el piso en rayas de mayólicas de marrón pálido, marrón madera, y combinando con el negro en una pequeña circunferencia, el aire de nuevo es denso y se infla y desinfla como una goma pegajosa en una primavera multifacética. Yatám, un jovencito redondito, de lentes en juego ovalado, cachetes amplios, ha venido con su barba para compartirme su profetización, de que esta fiesta es del Diablo, que los juguetes son del Diablo, mirando a través de sus lentes ovalados me señala a la derecha está el Diablo, y entre el tumulto y el caos, me dio curiosidad por el dato, de dónde vienes, “vengo de Independencia”, doy media vuelta y él se ha ido rápido, y yo voy en paralelo por la derecha, doy vueltas, ante una raspadura de palabras rebotando entre los espacio de derecha a izquierda, de arriba hay alguien, los otros, que escucho abajo. Hoy Hip Hop, una mujer con máscara de calabaza, vestida de verdura negra y rayas anaranjadas toma un ramo de flores jugando con los mismos colores de hojas pequeñas, arrugadas, como tambaleándose por ondas en el aire. Y en el enorme lugar pesco zapatos, esos de taco largo, o puede bajo, negros polos y otra vez, por qué tantos polos negros, y pesco gorras, atuendos jugando en múltiples distancias desconocidas y unidas en un fetiche de nosotros. Interrumpo, porque me resulta interesante decirlo ¡ya! Qué brazales, brillos, o iluminados aretes, mágicos, pregunto a la mujer que veo, ¿son talismanes, son amuletos? Encanto. Hay comida, por supuesto, su fetiche máximo es la canchita, papas fritas, gaseosas, etc, etc. Bienvenido al espectáculo del Centro Comercial Arenales. Entro a un local para ver las figuras de acción. Observo al juguete de Carnaje, un alien simbiótico de Spiderman, que lo dibuja, aquel artista Todd Macfarlane, y qué interesante veo mi juguete del enemigo favorito de Beast Wars, serie digitalizada de por allá en los años 2000 sobre robots un poco lentos en cazarse, pero que se transformaban en animales. Megatrón a sólo 449 soles de este simbólico fósil de un tiranosaurio rex, en juego oscuros de violetas y rugidos gigantes, en su caja coloreada de otros colores, mirándome con malicia, exhibiendo los dientes cerrados y petrificados como el plástico muerto de un objeto. Ah, entonces camina la joven risueña, alegre, delgada, rizada, con una cicatriz roja pintada en la cara a pasearse y encontrarse con otros, otros recovecos por representar el susto alegre: ¡Buh! ¡¡Deadpool!! Un hombre con cara de parka me inquieta, me sorprende, camina adelante y con esa careta, desconociéndolo y sin entender exactamente qué estoy viendo, me doy cuenta, él sabe de disfraces, o ropas, o lugares. Veo algo imposible de creer que alguna vez eso le interesaría a alguien, no sé, alguien que ha leído más de una cuenta, comics, libros, obras y otras notas, como le interesaría a alguien un juguete de Batman de 80 años, gordo, musculoso como por esteroides con un Robin afeminado, bajito y peinado, ¡y vaya! Peinado de surfista con gafas antiareas para los saltos mortales… Qué sube y baja por mi vista, es el juguete de la Obra Maestra, así, con mayúsculas, de la muy buena obra del autor Frank Miller, qué dicho sea de paso, fue mi primer escritor a quién copié, en esa obra representada, qué también copié, con el juguete de Batman a un precio que, francamente, con una sorpresa cómo esa… No sé, la verdad, quién podría gustar con tanto aprecio una obra de los 80´s para una industria tan golpeada como los comics, ese, carambas, es un fetichismo extraordinario. ¿O sea, que ese juguete es para que hable como Frank Miller, en comics dibujó? Así llego a una imagen, esa imagen que me muestra un deseo congelado en fetiche contemporáneo, pies, manos, pechos, ropa de baño, abierta de piernas sentada en V, brazos arqueados, y un triángulo ánime del rostro de un juguete de mujeres japonesas de plástico, pequeñas, para llevar en mano. Y así volteo a la izquierda y ahí está los feroces, los fuertes, los heroicos vengativos odios masculinos con músculos inflados plástico para pelear por un concepto de honor y caballería, muy medieval, diría yo. Y justo cuando estoy a punto de irme me doy cuenta. Esas “mujeres”, oh, esos juguetes están diciendo a mi costado: “eres mi mano derecha”.
#Videoprograma Leo Bolaños entrevista a Luis Cermeño
Mil Inviernos está de estrene en navidad entrando al formato de los videoprogramas.
En este primer programa publicamos la entrevista del peruano Leonardo Bolaños a Luis Cermeño sobre la novela The Lola Vergas Big Band para de allí sacar una reflexión sobre el tema de los géneros literarios y la llamada literatura gay.
Comentarios, sugerencias y confesiones en la caja de comentarios.
Análisis del poema «Madre» de Carlos Oquendo de Amat por Leonardo Bolaños
Poema Madre:
Tu nombre viene lento como las músicas humildes
y de tus manos vuelan palomas blancas
Mi recuerdo te viste siempre de blanco
como un recreo de niños que los hombres miran desde aquí distante
Un cielo muere en tus brazos y otro nace en tu ternura
A tu lado el cariño se abre como una flor cuando pienso
Entre ti y el horizonte
Mi palabra está primitiva como la lluvia o como los himnos
Porque ante ti callan las rosas y la canción
Carlos Oquendo de Amat ( Puno, Perú, 17 de abril de 1905 – Guadarrama, España, 6 de marzo de 1936)
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