Carta a una novia embarazada de otro

Saroyan

El nombre de William Saroyan(1908-1981) fue un escritor norteamericano muy leído a mediados del siglo XX, hoy día su nombre se ha ido eclipsando  aunque escritores como Alvaro Cepeda samudio (perteneciente al grupo de Barranquilla de donde emergió Gabriel García Márquez) lo ubicaron en su canon personal. Editorial Acantilado publicó una colección de relatos llamada «Me llamo Aram» y, en 1972,  la editorial Plaza y Janés publicó «Cartas desde la rue Taitbout» de donde extraemos el escrito que les presentamos:

La chica «plan»: Querida niña, niña tontita y ridícula de hace sólo treinta años, cuando tú tenías deiciocho y habías ido a Hollywood, desde York, Pennsylvania, para hacerte estrella de cine, con un secreto escondido en el vientre. No recuerdo cómo nos conocimos; sólo sé que de pronto estabas viviendo en mi apartamento de Villa Carlotta, un sitio muy relumbrón para los recién llegados al departamento de escritores del negocio del cine. Allí estabas tú en los últimos días del mejor mes del año, octubre de 1936, compartiendo mi vida, la vida de un nuevo escritor americano de veintiocho años, famoso de costa a costa, como dice la gente, con dos libros publicados en Nueva York, Londres, París, Berlín, Roma y un montón de sitios; pero, a pesar de todo, un hombre vociferante y desesperado que había ido a Hollywood en un decrépito «Packard» para ganar rápidamente algún dinero con el que pagar unas estúpidas deudas.

De vez en cuando me he preguntado qué habrá sido de ti, y sobre todo qué habrá sido de la criatura que empezó a notarse poco después de que vinieras a vivir conmigo y que no era mía, sino de un muchacho de Pennsylvania al que conociste antes de decidirte a ir al Oeste, adonde te fuiste porque te diste cuenta de que aquello iba en serio y tú no querías casarte con él, no te atrevías a decírselo a tus padres, no sabías qué hacer, pero no querías el aborto. Y luego, hacia mediados de diciembre, lo hablamos con calma y tú decidiste volver a casa, contárselo a tus padres y tener la criatura, una niña, según me dijiste en tu carta.

¿Dónde estará ahora? Me lo he preguntado varias veces. Su madre tenía dieciocho o diecinueve años cuando ella nació, de manera que ahora tendrá treinta. ¿Cuántos hijos tiene? ¿Cómo le van las cosas?

Y un día, en Ohio, poco después de mi boda, cuando iba a la cafetería de Wright Field, te encontré vestida con una especie de traje de faena que llevaban entonces las mujeres y te dije:

– ¿Qué estás haciendo aquí?

– Películas- me contestaste. A los veinticinco años, seguías haciendo películas-. Para ganar la guerra.

Y la ganaste, desde luego. Yo no. Y luego, en 1947, cuando volví a Hollywood, esta vez no a trabajar, sino a pasear y a las carreras de Santa Anita, una noche, al subir por Hollywood Boulevard, camino de la librería de Stanley Rose, allí estabas otra vez. Pero ahora no ibas sola, sino con un chico que no era en absoluto de cine, ni productor, ni director, ni cámara, ni técnico, ni ordenanza, sólo un chico de provincias que también había ido a Hollywood a probar fortuna. Tú te soltaste de su brazo y te acercaste a mí para decirme:

– He vuelto; sí, he vuelto. No podía estar más tiempo lejos de aquí. Esto es lo mío.

– Veintinueve años, con una hija de diez.

– Está con mi madre, se quieren mucho, es una preciosidad y ha hecho muy feliz a mi madre. ¿No podrías proporcionarme un papel en una película?

Naturalmente, no podía. ¿Quién iba a poder? No es que no supieras actuar; es que delante de ti había muchas que tenían la clase de amigos que podían ayudarlas, por lo menos hasta la mitad de camino.

Yo no. Ni siquiera podía decir que intentaría buscar algo para ti o incluso para mí, aunque durante un momento me tentó la idea de volver a tenerte; pero ni te dije que me llamaras al «Plaza».

Y aún volví a verte otra vez, en un lugar en el que nunca creí que te vería, en Nueva York, cerca de «Tiffany», con un hombre viejo que no era tu padre, y os vi entrar en «Tiffany» y eso es todo y ya no volví a verte más.

Eras una niña encantadora, una niña con una niña en el vientre y yo te quería y la quería y os quiero todavía. Os quiero a las dos, aunque en realidad no hay motivo para ello. Tú eres de esa clase de chicas que viven despreocupadamente, con seriedad, malentendidos, deseo, expectación, fracaso, risa e indiferencia. No sois listas; vuestras hermanas listas, esas que saben casarse y divorciarse y aprovecharse de sus hijos con habilidad dirán que sois estúpidas, pero al final vosotras habréis vivido una vida y ellas habrán vivido una mentira. Por eso te quiero, y aún me pregunto qué habrá sido de ti y de tu hija y de la hija de tu hija, y deseo que aumente vuestra tribu.

Traducido por Ana María de la Fuente

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