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Diario del tour de Francia sin estar en Francia ni con los ganadores. Día 18

De días intrascendentes están hechas las vidas. Hasta la de esos nombres que han inoculado unas formas de vivir que nos imponen el heroísmo, lo extraordinario. Hay, en muchos lugares, el dicho de que «si quieres vender empanadas, hazlo, pero que seas el mejor vendedor de empanadas»; con esa moral por ser el mejor, uno huye hacia el silencio o la obsecuencia para con el que sí se considera el mejor empadanólogo. Quienes jamás hemos sido mejores en algo, escribimos sobre esos mejores y nuestros escritos jamás inspirarán a alguien porque nunca serán los mejores, ni siquiera en la exaltación o denostación.

Hoy fue uno de esos días parecidos a la mayoría de la vida -¿desde cuándo debe haber algo especial o mejor?– La obligación de vivir se cifra en jornadas como la de hoy, así como la de los ciclistas. En estos momentos de relajación aparecen gestos como el de Philipsen, dueño de la camiseta verde con cuatro carreras ganadas en este tour, que, al mejor estilo del sheriff Armstrong, detuvo el intento de un ataque de Pascal Eenkhoorn y se erigió como el matoncillo que todo triunfador debe llevar dentro.

Enkhoorn, con esa humillación a cuestas, pudo fugarse e intentó ganar la etapa. En el embalaje final fue superado por el danés Asgreen y ocupó el olvidable segundo lugar. Quizá en unos años se recuerde a Pascal por haber sido el destinatario de la furia de un «gran campeón» y la explicitación de que para «triunfar» tienes que aplastar a los demás y abroquelarte en ese lugar de poderoso que crees haber obtenido por tus propios méritos -¿qué sería de Philipsen si corriera en Astana?-.

Hoy Dinamarca, además de tener a dos de sus nacionales en los  extremos de la clasificación general (Vingegaard y Morkov), cuenta con el ganador de la etapa y un belga llegó de último (Quinten Hermans). Hoy también, han surgido más conjeturas respecto al hundimiento de Pogacar; uno de mis lectores me enfatizó la cercanía con nosotros que se ha prodigado el esloveno desde que se hundió. Quizá sea porque, en esa derrota y con el herpes que tiene en su boca, semeja uno de esos sujetos con días llenos de intrascendencia y que apenas pueden arañar algo con la escritura, o con la admiración para con esos «grandes campeones» que si no son matones, resultan fríos: cuando Vingegaard continúo su marcha ayer, mientras su competidor perdía tiempo, pensé en un par de pollos que tiran en una jaula llena de cocodrilos: ambos corren por su vida, a uno de ellos lo atrapa un de los reptil; el otro no se percata, corre por su vida hasta que llegará el momento en que otras mandíbulas lo trituren. Algún día alguien triturará a Jonas y no vivirá en la barriga de su predador.

Diario del tour de Francia sin estar en Francia ni con los ganadores. Día 15

Cuando el carro escoba llegó atrás de Mørkøv y Bol, se confirmó que el danés se mantendría en el último lugar de la clasificación general. De hecho, ha solidificado su posición;  ahora el penúltimo en su acompañante en la meta -Ces Bol-. Ha terminado la segunda semana del tour de Francia y Dinamarca mantiene su dominio. Fedorov llegó minutos antes y, por el retiro del día, ha subido un puesto además del ascenso que obtuvo en competencia.

A Mørkøv la jornada de descanso le implicará salir a entrenar sin tener algún objetivo, aunque su equipo, el Soudal Quick Step, está a un solo escalón de ocupar el último puesto, lo cual, en la mentalidad corporativista de un mundo como el del show del ciclismo, implica una amenaza financiera -salvo que se haga mayor alarde de ese lugar y crezca una publicidad donde se explote a los consumidores irreverentes-. La relación entre la moral del éxito en los negocios y en los espectáculos deportivos es de simbiosis y no se sabe bien qué jerga se inserta en la del otro campo para que así surjan loas, admiraciones y promesas de lo «épico» (a propósito: en la locución de la final de Wimbledon, los comentaristas españoles solían usar ese adjetivo en reiteradas ocasiones, junto antes de que empezaran cuchichear porque se aprestaba alguno de los competidores a realizar un saque).

No hay mucho qué escribir de los últimos.

De los primeros, las elucubraciones e hipérboles proliferarán en las próximas 24 horas: ya se hacen paralelismos con el tour de 1989, que perdió Fignon por ocho segundos -y él se perdió con esa derrota como si su tumor mortal fuera concebido en aquél verano- y con la lucha entre contador y Schleck. Si Pogacar no gana el tour es probable que los aficionados ocasionales dejen de sobrevalorar a esta prueba y presten atención a competencias como las clásicas que, seguramente, el esloveno volverá a ganar e incluso se trazará la aparentemente inverosímil victoria en Paris-Rubaix.

Hoy he visto a treintañeros que narran y comentan el tour; hicieron gala de su juventud y se ufanaron de su capacidad de resistencia para hacer fiestas. Quizá el efecto de que hoy los deportistas se ven más jóvenes,  hace que alguien de treinta años se comporte como otrora lo hacía un posadolescente. No es entonces una mera coincidencia ver que a los espectadores de las carreras les importe más registrarse a sí mismos viendo la carrera que ver a la carrera misma; estamos en los tiempos donde envejecer es una vergüenza y la discreción se asume como una característica de alguien sin atributos. Y ahora todos tenemos o debemos tener, al menos uno, así este sea el de ser el último en una competencia.

Diario del tour de Francia sin estar en Francia ni con los ganadores. Día 9

La estrategia de fundar expectativas en algunas etapas la comparten los viejos locutores y los jóvenes que aparecen en Youtube.  Hoy se esperaba, en Puy de Dome, el hálito de la competencia de Poulidor y Anquetil o el fantasma de Coppi. Pero ahora ese lugar es una carretera privada cuyo dueño dio permiso a los organizadores para que pusieran la meta mas no hubo público. Hasta las «míticas carreteras» quedan en manos de algún campeón de los negocios, de alguien que, de ser Youtuber de ciclismo, recibiría pagos a manos llenas a cambio de leer un mensaje lisonjero o con algún calambur o chiste enviado en el chat en vivo que acompaña a la transmisión de sus impresiones y opiniones de una carrera cuyo momento decisivo discurre en una propiedad privada.

En las pocas horas que han pasado desde el final de la etapa, se ha enfatizado la igualdad de los dos muchachos que se disputan el primer lugar del tour. Algunos afirman que Pogacar crece mientras que Vingegaard se aferra a la estrategia del equipo y a su único recurso en la alta montaña -este será el debate de hoy y mañana, día de descanso-; ignoro cuántos han cavilado en el gesto del esloveno cuando llegaba a meta: apretaba los dientes, no sé si exagerando un esfuerzo para despistar al oponente -que. seguro lo verá o le dirán lo que se vio ante las cámaras apostadas en la meta y será parte de las postales de netflix para la segunda temporada del documental sobre la competencia francesa que ya parece ir armándose como una serie de plataforma- o si es genuino. El ciclismo se vale del engaño, como todo juego y todo show; ante la falta de un margen de incertidumbre, cada vez más exiguo merced a las técnicas médicas y nutricionales, restan las especulaciones que ¿ ni los cascos ni los anteojos han expurgado.

A Fedorov no le he visto una sola vez la cara mientras compite en este tour y hoy, que no llegó de último, perdió más de dos decenas de minutos con respecto al ganador. Para encontrarlo, tuve que ver una entrevista que le hicieron cuando ganó la prueba sub 23 del mundial en línea de 2022: lucía la camiseta arcoíris y se le veía tranquilo pese a haberse coronado como el mejor; puede que haya tenido el cansancio acumulado de la Vuelta a España o que haya visto como algo menor su triunfo luego de haber compartido la carretera con gente de su edad que ni siquiera participó como Remco Evenepoel.

Es un jovencito que, presumo, no tiene muy claro lo que significa ser el último. Ese lugar, ocupado por el mismo número de ciclistas que han ganado el tour, es invisibilizado en un mundo dominado por la admiración para con el riesgo de los emprendedores y su equiparación con los ciclistas campeones. No se puede esperar mucho de un mundo que admire a los ganadores. Fedorov también ha sido ganador y lo de este tour es un tropiezo o un derecho de piso para ascender en el equipo de su país.

Hoy no llegó de último. Otro muchacho, noruego, fue quien más lejos en el tiempo estuvo del ganador de la etapa. Se llama Søren Wærenskjold. Sin embargo, Yevgeniy, el actual campeón mundial de ruta sub-23, aún ocupa el último puesto de la clasificación general.