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El gólem, el autómata y el clon en la Biblia

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Arrigo Coen en el texto «¿Género científico o fictocientífico?» que abre la antología  de la ciencia ficción mexicana «Visiones periféricas», afirma que el gólem, en la tradición judía, es una suerte de estatua dotada con vida. El autor toma a esta figura para relacionarla con los robots y androides (autómatas con forma humana) y así establecer una clasificación posible de rastrear en la literatura de género. A continuación Coen alude el versículo 16 del Salmo 139 de la biblia en donde el gólem es una sustancia embrionaria e incompleta, de lo que se deduce que todos fuimos gólems o quizá lo seguimos siendo si nos asumimos como sujetos inacabados y destinados a una completud que aún no desciframos. Tomamos, a continuación, los versículos 13 al 16 del mismo salmo para hallar un discurso que puede ser emitido por un inercial, la creación de Víctor Frankenstein o un clon que mira fijo a los ojos de su clonador y le hace plegarias:

13 Tú creaste mis entrañas;
    me formaste en el vientre de mi madre.
14 ¡Te alabo porque soy una creación admirable!
    ¡Tus obras son maravillosas,
    y esto lo sé muy bien!
15 Mis huesos no te fueron desconocidos
    cuando en lo más recóndito era yo formado,
cuando en lo más profundo de la tierra
    era yo entretejido.
16 Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación:
    todo estaba ya escrito en tu libro;
todos mis días se estaban diseñando,
    aunque no existía uno solo de ellos.

Frederik Pohl: fragmento de un psicoanálisis entre un cuarentón y un autómata

Como un ángel Frederik Pohl (1919-2013)

Como un ángel
Frederik Pohl (1919-2013)

In memoriam Frederik Pohl.

Fragmento de novela PÓRTICO (Gateway): 

 

Todavía me gusta que me mimen. Ahora observo un régimen mucho más selecto, que no engorda tanto y es mil veces más caro. He comido caviar auténtico. Con frecuencia. Procede del acuario de Galveston. Bebo champaña auténtico y como mantequilla…
— Recuerdo una noche que yo estaba acostado— digo—. Debía de ser muy pequeño, quizá tenía tres año. Tenía un oso de felpa sonoro. Me lo llevé a la cama y me fui recitando cuentos mientras yo le clavaba lápices y trataba de arrancarle las orejas. Le quería mucho, Sigfrid.
Me interrumpo y Sigfrid mete baza inmediatamente.
—¿Por qué lloras, Robbie?
— ¡No lo sé! — vocifero mientras las lágrimas ruedan por mis mejillas; miro mi reloj de pulsera y los dígitos verdes tiemblan a través de las lágrimas—.  Oh— digo con naturalidad y me siento; las lágrimas siguen cayendo pero la fuente ya está cerrada—. Ahora sí que debo irme, Sigfrid. Tengo una cita. Se llama Tania. Una chica muy hermosa. La Sinfonía de Houston. Adora a Mendelssohn y las rosas, y voy a ver si encuentro aquellas híbridas de color azul oscuro que hacen juego  con sus ojos.

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