Literatura e identidad: planteamientos étnicos y estéticos en la contemporaneidad. Por José Osbaldo García Muñoz

 

Inicialmente, debo decir que no soy bueno en el manejo de la teoría, además de tener muy mala memoria cuando de citar autores se trata. Por otro lado, no me gustan los monólogos intelectuales, donde el “saber” es solo atribuible a quien habla. Por ello, prefiero reflexionar a partir del diálogo y la interacción con otras voces. Así, en esta ocasión, voy a retomar a un autor en particular, de tal manera que, a través de sus escritos, podamos “desombrar” un poco esta insondable selva de personas y personajes que representan la literatura y la identidad. Desde luego, la literatura no tiene identidad. No es esa la función de una obra literaria. Pero como todo texto es creación humana y, por ende, resultado de un tiempo y espacio específico que lo acuñan, bien podemos arriesgarnos a pensar en ese “pequeño dios” que está detrás de cada trabajo artístico. En eso coincido con aquellos que dicen que un artista nace y se hace, pues nadie puede asumir un don sin recordar su origen, es decir, el lugar donde se ha forjado y las personas con quienes ha convivido.

Nuestro acompañante en este espacio será un joven y prolífico escritor e investigador de San Juan Chamula, Mikel Ruiz, a quien deberemos los aciertos y la lucidez que pueda haber en esta mi intervención; las fallas e imprecisiones serán atribuibles a mi persona, toda vez que el escritor no es responsable de lo que cada quien quiera entender acerca de lo que lee. La obra de Mikel es interesante y variada: lo mismo escribe poesía, cuento o novela que ensayos o trabajos profusos y complejos de investigación. Como mi intento es, en cierta medida, abordar la obra de nuestro invitado, me voy a enfocar en tres de sus últimos ensayos, los cuales son prolíficos a propósito de nuestro tema. Los tres textos a los que me refiero fueron publicados en Tierra adentro y Confabulario, bajo los títulos de “El retorno de los fantasmas”, “Tote (abuelo) o cómo tejer los recuerdos” e “Identidades fantasmas”. Justamente, fue este último quien llamó mi atención al leerlo. ¿Cómo puede la identidad ser un fantasma, una ilusión? Por ende, haré una breve reflexión acerca de la novela La ira de los murciélagos, a veces, haciendo puenteo con el trabajo cinematográfico de María Sojob, Tote.

Lo primero que hay que aclarar es que nuestras reflexiones se apoyan en la llamada —para algunos, mal llamada— “literatura indígena” o “literatura en lenguas indígenas”. Se trata de un movimiento surgido allá por los años setenta del siglo pasado —y quizá un poco más atrás—. A diferencia de la literatura indigenista, sus creadores son escritores y poetas provenientes de algunos de los pueblos originarios que, asimismo, hablan su propia lengua. No vamos a detenernos en esta revisión histórica, basta con saber que su aparición se da en el ámbito de las luchas de defensa territorial y reivindicación cultural y lingüística. Aunque incipiente en el campo de la crítica literaria, existen varios trabajos que dan cuenta de las etapas y características de esta corriente artística. Por lo mismo, podemos distinguir tres momentos fundamentales: 1. La transcripción/traducción (escrituración de las lenguas indígenas); 2. La recreación (de la tradición oral, principalmente); 3. La creación.

Hacer un repaso y caracterización de cada etapa sería imposible para lo que quiero lograr aquí. Por ello, vamos a recuperar la mirada más contemporánea de esta literatura, tratando de entender cómo se puede abordar la identidad y los aspectos étnicos y estéticos a partir de los textos creativos y el ejercicio crítico del propio creador. No omito recordar que mis reflexiones se enmarcan en algo que se puede considerar como “resistencia indígena”. Eso implica que nuestro tema se tenga que abordar desde ese enfoque particular, considerando una definición de “resistencia” que, además, incluya las resistencias subterráneas o simbólicas y las frontales no violentas, como es el caso del arte y las denuncias en proyectos de investigación.

 

 

 

La identidad fantasma

 

De entrada —hablando de la identidad—, Mikel nos advierte que un fantasma es una aparición, una imaginación, un ente descorporizado que influye y que, muchas veces, habla por nosotros. Es un juego que también entra a la escena a la hora de escribir un texto narrativo: el escritor, de algún modo, se aparta de su obra y va moviendo los hilos, como el pintor hace con sus pinceles y esbozos que traza en un lienzo en blanco. Los fantasmas del escritor son las voces que hablan desde un interior muy profundo, en que el abismo existencial se despeña y reconstruye y construye la realidad de un modo distinto. No es la realidad trasvasada, sino mundos creados con lenguajes diversos que moldean las palabras. Las formas se mueven y diseñan con cada palabra y signo que se coloca de forma fluida y entrelazada, dejando que cada objeto, animal, montaña o persona(je) viva por sí mismo lugares y tiempos donde estarán por siempre. Digo, de una vez, que los fantasmas se corporizan.

“Cuando leemos un libro —nos dice Mikel— dialogamos con el autor en su escritura”. Cierto, pero resulta que no es el autor, sino sus apariciones: muertos que toman vida al abrir el libro, posesionándose de nuestros cuerpos. Mas en términos literarios podemos nombrar este efecto de distintas formas. ¡No se asusten! Pero ¿qué pasa cuando la noción de fantasma se aplica a la identidad de grupos históricamente reprimidos? “Hablo de la palabra ‘indígena’ como una imagen o un recuerdo que arrastramos para ser aceptados en un lugar al que llegamos”, nos indica Mikel.

Nuestro citado amigo nos aclara, como muchos autores lo han hecho, el papel que ha jugado el indígena desde la llegada de Occidente a América hasta la actualidad. Condenados a vivir bajo el yugo colonial primero y, luego, del México independiente y revolucionario, pocos y casi nulos fueron los avances para abolir la sumisión, el despojo, la discriminación y el racismo imperante. No es necesario enlistar todas las formas de opresión que han existido, pero sí es importante subrayar que no ha habido una total derrota: la resistencia ha sido permanente y constante. Como “fantasmas vivientes, apariciones que no son bienvenidas”, los indígenas se constituyeron a partir de la diferenciación y la alteridad: occidente afincó su identidad, formulando y caracterizando una imagen a modo de quienes eran distintos a ellos. La identidad indígena también es construcción occidental, como resultado de una oposición de dominio, donde el racismo naturalizado jugó un rol fundamental.

Bajo esta premisa, Mikel nos explica acerca de sus talleres con jóvenes hablantes de lenguas indígenas y las problemáticas que halló. Sus alumnos pensaban que solo podían escribir acerca de la oralidad (tradición oral) o temas de denuncia. La verdadera dificultad, nos dice Mikel, “que no nos dejaba crear era precisamente la identidad que asumían nuestros personajes. ¿Por qué en el discurso narrativo enunciamos que Juan es un indígena o, en el peor de los casos, un indio que vive en tal lugar y que siempre procura un buen comportamiento?”. Este punto de inflexión denota dos cuestiones: 1. La identidad étnica del sujeto-escritor se antepone a la creación literaria per se; 2. Existe una idea de responsabilidad política por parte del creador.

La función social de esta literatura, además, involucra una dimensión identitaria que se devela como etnicidad al evocar un lugar de enunciación, donde la memoria (el pasado) representa una herramienta y reservorio de conocimientos que entran en práctica y resolución estética. ¿Esto es condenar la lengua a su desaparición? Mikel y Javier Castellanos —de origen zapoteco— nos dicen que sí. “Si se escribe para conservar una lengua se está afirmando que no tiene posibilidad de salvarse”, explican. Yo pienso que no. La mejor manera de resistirse a la desaparición es poner en duda las verdades absolutas. Las lenguas son mecanismos de traducción de la realidad. Por tanto, son dispositivos de pensamiento que solo en la exigencia se puede desarrollar o hacerse funcionales para quien las pone en práctica: ¿acaso no por la escritura de las lenguas indígenas podemos hablar de literatura y abordar este espacio como un modo otro de pensar nuestras existencias?

Para Mikel, los temas de denuncia y antagonismo histórico equivalen a camisas de fuerza. Así, al revisar la novela El eterno retorno de Francisco Antonio León Cuervo, escrita en mazahua, lo que arguye encontrar son ideologías antagónicas entre lo indígena y lo occidental. En la obra de Mikel, como se verá más adelante, no hay una dicotomía central entre mestizo e indígena, pero sí puede leerse una relación conflictuada entre la tradición y la modernidad —tradición constriñente y modernidad esclavizadora y libertina—. El sujeto también se desdobla e incorpora un segundo demonio además del fantasma indígena: el “indio moderno” que va perdiendo su unicidad individual y colectiva/comunitaria.

A medias, la razón asiste a nuestro novelista, al considerar que los temas de la realidad actuales de los pueblos indígenas se han convertido en un “tabú”. Esto nos lleva a recordar a José Antonio Reyes Matamoros, cuando citando a Salvador Dalí se preguntaba si era posible quitarse la carga histórica para “pintar una pera en medio del desierto”. Reyes Matamoros dijo: “¡No! Tal vez para Dalí fue útil. Pero para los creadores indígenas el abrevadero y la potencia de su creación proviene de su historia y sus propias cosmovisiones, su cultura”. Es en esta postura donde la noción de “indígena” deja de ser adjetivo para volverse sustantivo presente. Ello no exorciza al fantasma, toda vez que, como bien apunta Mikel, la literatura en lenguas indígenas aún padece de un discurso oficial: “son pobres o viven dentro de su mundo cosmogónico repleto de ritualidades y, hasta cierto punto, con un discurso de sublimación. Los personajes replican el discurso sobre lo ‘indígena’ construido por el proyecto indigenista, hablan y piensan como pensaban nuestros ancestros —imaginarios—, no cuestionan sus propios comportamientos humanos”.

Esto no es un problema para la literatura, si tomamos en cuenta el factor ficcional. No creo que el manejo de elementos culturales propios demerite la obra literaria; por el contrario, la enriquece. El problema está en reproducir esquemas y personajes-estereotipo que petrifican la literatura y la vuelven chocante e insipiente. No podemos negar tampoco la trascendencia ritual y simbólica que caracteriza a muchas comunidades indígenas. Al ser avasallante, en muchos de los casos, el escritor se ve interpelado por las formas que va descubriendo al nombrarlas. Para el escritor, la literatura funge como un mecanismo de reconocimiento —idealizado, si se quiere— de su propia identidad, al tiempo que se convierte en fuente primera de su reflexión. Tal vez Dalí no se refería a despojarse de la historia, sino, más bien, a superarla.

Para escritores (narradores y poetas) como Nicolás Huet, Ruperta Bautista Enrique Pérez, Juana Peñate, Alberto Gómez, Miqueas Sánchez, Enriqueta Lunez o Josías K’ana, entre otros y otras, la literatura ha sido importante, toda vez que a través de ella lograron tener un lugar de enunciación con lenguajes que tienden puentes de comunicación entre indígenas y mestizos o lo que históricamente se ha asumido como dominados y dominadores: el otro puede leerme y pensarme a partir de la escritura y no de mi condición de dominado. La literatura, como bien sostiene Mikel, también es un cuestionar lo humano. Mas ese “cuestionar” no es posible en espacios donde ha prevalecido la mutilación, el silencio y el despojo. Lo escritores, como “coyotes epistémicos”, son agentes que abren el diálogo entre las partes por mucho tiempo irreconciliables.

 

El exorcismo literario

 

Dice Mikel: “La dificultad que enfrentamos muchos jóvenes que apenas entramos a la literatura es poder, antes que escribir, pensar y reflexionar sobre las palabras que nos nombran, que nos identifican y con las que nombramos e identificamos. El concepto indígena es producto de la modernidad, por lo que no nos debe extrañar su fuerte carga ideológica que nos subalterniza frente a la cultura occidental”. El exorcismo está en esta fórmula: “antes de escribir, es necesario pensar en las palabras que nos nombran”. La identidad indígena es resultado de un largo proceso de caracterización de los grupos humanos diferenciados y vistos por occidente como menores; su dominio en tierras americanas también es el efecto de la diferenciación por intereses materiales, fraguados desde la cultura y la ideología religiosa. Por ello, la idea de fantasma equivale a la caracterización y representación del indígena, a través de un largo proceso de dominación histórica.

“La noción ‘indígena’ entonces —nos dice Mikel— pasa a ser un material fantasmático en muchos escritores que ubican a sus personajes en una cosmovisión pre-establecida, en vez de crear una nueva cosmogonía que refleje el mundo actual”. Esto quiere decir que ese “material” se encarna y define una literatura predecible. La contemporaneidad queda relegada y sometida a cúmulos de símbolos y prácticas muchas veces desaparecidas y convertidas en lo que en literatura es el “lugar común”. Hablamos de la nostalgia por el pasado que también es perceptible en la pintura o el cine, como es el caso de Tote de María Sojob. El indígena considera que es su obligación la defensa, rescate y reivindicación cultural, olvidando su tiempo y las nuevas formas de colonización. Mikel se atreve a hablar del narcotráfico, las drogas, el alcohol, la pornografía, las nuevas relaciones de poder y el uso estratégico de los símbolos culturales. Al mismo tiempo, se pregunta por esa edad de un tiempo presente que cada vez más se aleja de una comunidad armónica y complaciente con la naturaleza. Un lugar otro que desdeña el indigenismo y el esencialismo como instrumentos de dominación ideológica, develando un exorcismo literario que deja a su paso innumerables demonios que siempre fueron negados.

La duda de Mikel es acerca de cómo librarse del fantasma de lo indígena a la hora de crear. Responde: “Me parece a mí que la literatura tiene la capacidad de rebelarse a estas identidades fantasmas que nos acechan y limitan nuestra imaginación en la creación literaria”. De hecho, la literatura escrita en lenguas indígenas es otra forma de resistencia: 1. Al escribir la lengua; 2. Al escribir desde un lugar propio de enunciación; 3. Al usar sus particulares códigos culturales; 3. Al recurrir a propias formas estéticas; 4. Al plantearse problemáticas sociales y políticas desde el interior de sus comunidades; 6. Al generar un diálogo hacia el exterior de otros grupos, usando códigos que permiten la comunicación. Para ello, “El escritor tiene que estar consciente y ser capaz de cuestionarse a sí mismo”, advierte Mikel. Pero ello implica echar mano de distintos recursos: la identidad, la conciencia histórica, la etnia, la lengua, la cultura, la ideología, entre otros. Llegados a este punto, no solo importa la escritura y la reproducción de temas y personajes repetitivos, sino la reflexión de aquellos que nos nombra y que, a su vez, reproducimos.

“Lo indígena como aparición constante en nuestra identidad, en nuestra forma de pensar, de escribir, me parece que en algún momento debe cambiar sus efectos”, demanda Mikel. Esto conlleva, obligatoria y necesariamente, hacer el esfuerzo de separar el cuerpo del fantasma: si las palabras nombran, forman y definen al sujeto, en la medida que la literatura las cuestiona también hay extrañamiento y un exorcismo literario y ontológico que ayuda a plantear una realidad contemporánea no enraizada en el pasado únicamente o la esencia cultural regida por discursos antropológicos y estatales. “Lo indígena como fantasma, hoy en día, también convierte en fantasma a quien lo asume”. La encarnación es, además, un efecto de ventriloquía. ¿Quién habla realmente en la literatura indígena? ¿Quién habla por los pueblos llamados indígenas? ¿Por qué tanta insistencia en seguir utilizando el término? Como fantasma, afirma Mikel, lo indígena “también es una imagen o recuerdo fijado en la memoria posible de ser modificado por la literatura”. Pero también fuera de ella: asumir el fantasma indígena es seguir sometido a los varios siglos de dominación. ¿Vale la pena modificar recuerdos, jugar con el lenguaje y las identidades y cuestionar las palabras y los conceptos?

 

El problema de la pertenencia es evidente en ambos autores. En Tote, la cineasta reconoce que la lengua tsotsil es el único vínculo que tiene con su comunidad, sin ella, sería una desconocida. Para María Sojob, “una lengua es una forma de sentirse parte de un lugar, de imaginar una raíz”. Con estos otros actores comienza a difuminarse la dicotomía indio-mestizo, ciudad-campo, entre otros y surge un intersticio multidimensional: no se es de uno ni de otro lado completamente; se vive en las fronteras y en los linderos de mundos que se interconectan. El contrapunto espacial y temporal es la antinomia estética que pergeña además dos modos de concebir el tiempo: uno moderno y conflictuado, desbordante; el otro, solar y casi quieto y contemplativo. El espacio de un lado es saturado y veloz; del otro, apacible y nostálgico, fresco. En Sojob, pero también en Ruiz, vemos imágenes que se abrazan a una identidad reticente y arraigada y otra que deja a los sujetos/personajes “atrapados”, en el limbo, como si fueran almas en pena que no hayan acomodo en ningún lado.

Mikel y Tote coinciden en que la concepción de la memoria, en la cultura tsotsil, radica en el corazón “y no en el cerebro como lo sustenta la cultura occidental”. Pero en Sojob, la madre también es un fantasma. ¿Es estrategia compositiva u omisión? No importa. Lo trascendente es que el descubrimiento de sí misma se pone a prueba en el arte como reconocimiento y recurso estético: al igual que Mikel, el yo se coloca desde la alteridad y la memoria para volverse un ser exorcizado. Así, la estética se define al transitar entre dos mundos y dos lenguas, dos lugares, dos tiempos; el arte reconcilia y crea otro lugar, tal vez híbrido, tal vez nuevo: “Para la madre el castellano le cambia la vida, el ser, y obtiene con él un cierto poder para enfrentar a los mestizos imitando su pensamiento y cultura, para proteger a sus padres de los abusos vividos históricamente”, explica Mikel acerca de Tote. Esto es fundamental en la resistencia: no es un combate violento, sino subterráneo. “La madre de Sojob [continúa Mikel] no transmite su lengua a sus hijos para desarraigarlos y, a cambio, los adapta al idioma de los otros. La segunda lengua de la madre pasa a ser la primera lengua de la hija, la que ella le enseñó”. ¿Esta mujer ha traicionado su cultura o solo responde a su concepción del amor en que, a pesar del dolor o sufrimiento vivido, siempre hay que buscar el bien de los demás?

 

 

 

 

Bibliografía consultada

 

García Muñoz, José Osbaldo. 2021. Claroscuros de voces antiguas. Escritores indígenas del siglo XXI en Chiapas. Chiapas, México: CELALI-CONECULTA.

Ruiz, Mikel. 2021. La ira de los murciélagos. Camelot América.

———2021. “El retorno de los fantasmas”. Disponible en: https://www.tierraadentro.cultura.gob.mx/el-retorno-de-los-fantasmas/?fbclid=IwAR0Lp_n8MgJBW1lsaEC3XR0lSnA7A-WmLowMI_DHO_48SO4lQIE_XP3ay-8

———2021. “Tote (abuelo) o cómo tejer los recuerdos”. Disponible en: https://www.tierraadentro.cultura.gob.mx/tote-abuelo-o-como-tejer-los-recuerdos/?fbclid=IwAR1ucAiye8YOwcJvChX5_oqwusJ8Xo2TrWrkwIJmIUnv9tdfuazp3pIPz34

———2021. “Identidades fantasmas”. Disponible en: https://confabulario.eluniversal.com.mx/identidades-fantasmas-pueblo-tsotsil/

 

Documental

Sojob, María. 2019. Tote. México: Terra Nostra Films, Foprocine Imcine.

Tags: , , ,

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

A %d blogueros les gusta esto: