Juan L. Ortiz lee algunos de sus poemas por sobre los ladridos

Juan L

Cada verso revive con su lectura, se transforma y empieza a toparse con frondosidades que, antes, ni siquiera existían. Con los poemas siempre hay un nuevo encuentro, no pueden reducirse en una sóla red de significaciones, sino que se expanden y, quizá con más claridad que la narrativa, precisan, para completarse, del contexto del lector, de su mirada, su estado de ánimo. Este es el caso de Juan L. Ortiz, un poeta del interior argentino que, para escritores como Juan José Saer, fue el más grande de su país durante el siglo XX. Una figura de la que se han desprendido cientos de poetas argentinos y de quien, poco a poco, se podrá ir rastreando la explosión que significó y las huellas que ha ido dejando para crecer a medida que nos alejamos y cobramos cierta sensatez con el penúltimo siglo de nuestra era. En la grabación que a continuación presentamos, Juanele lee, cambia, altera y explica algunos de sus poemas; como ocurre con «No, no la temas», que también trasncribimos para que se puedan apreciar los cambios operados, además, en la lectura del poeta, emerge el ladrido de un perro que le da una atmósfera más difuminada a cada una de las palabras disparadas:

 

 

No, no la temas

No, no la temas,   ella te mira
de donde tú doblas,  constantemente, los días…
Y de noche, aún, te visita,
y tú quizás ni sospechas que algunas veces por tu hálito
ella  te respira…:
y esa palidez que, de repente, mientras duermes, te marfila,
desde, acaso, otro sueño, la huida
que  tu  frente y  encera,   anticipadamente,   en lila
los  párpados  que  te sellaría…?
Sí,  ella es detrás, siempre detrás de ti
y es contigo
hasta cuando hacia las diez de un azul de setiembre tú vibras
con   la   brizna
en ese algo que lejos de pulsarla apenas si verticalmente le mide
en otro jade el minuto
como un lapidario de éste, miniándole en su línea
el centelleo que a su pesar no remite

                                                                                  no,   el   circuito…

 Ella es menos que una sombra o ese nadie que te pierde en lo invisible
y que te habita:
más en ti, en ti
que afuera entonces del tejido
de la millonésima  de segundo  que  tú  mueres  al  vivirte…

Pero puedes, con todo, hacerte tú ella misma
ardiéndote antes de que se incline
sobre tu velilla
tal el héroe al alzarla en una sola llama con la suya ganándole al destino
el soplo que lo seguía…

y  como tú, pues, en el poema en que de súbito, asimismo,
quemas ese momento de la oscuridad o de la luz que de todo o de todos asumiste
y que con tu sangre,  también,  les rindes
en insignia
del silencio a flamearles cuando el asta, por igual, deba fundírseles
en lo que abrasa, de improviso,
el alrededor de unas islas…

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